
- 330 páginas
- Spanish
- ePUB (apto para móviles)
- Disponible en iOS y Android
eBook - ePub
El paisaje en el espejo
Descripción del libro
A la muerte de su abuelo cambia el mundo del personaje protagonista. Pasará de una vida monótona a una nueva etapa de gran crecimiento personal gracias a lo aprendido de las vivencias de su abuelo.
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Información
Categoría
LiteraturaCategoría
Literatura general1
No lo podía creer, de nuevo en ese lugar.
La casa de fin de semana, donde lo llevaban cuando era chico a visitar al abuelo, ahora le pertenecía por herencia. La quiso cambiar por un auto, también viejo, que le había tocado a uno de sus primos, pero no pudo.
Miró toda la propiedad, el lugar era grande, tenía una pileta o piscina, que en verdad estaba en buen estado.
Una pregunta le taladraba la cabeza: ¿Qué haría con todo eso?
Recorrió el interior de la casa, como buscando algo, un no sé qué, algo que lo inspirara, pero solo le traía recuerdo de las reuniones familiares que allí se hacían, cuando era el cumpleaños de los abuelos o para las fiestas de fin de año.
Miraba como perdido la galería y se veía corriendo con sus primos, jugando inocentemente; en verdad esa infancia fue muy inocente, tan encerrado en sus sueños, en los personajes de la historietas que dibujaba, que no le dejaba tiempo para mirar de otra manera el entorno. Un día era el bucanero Dastan, otro día el turco Mhuseinka, que rescataba a su princesa, o Pinino Más, un delantero goleador de un equipo de fútbol. Otro día conversaba con los árboles, les comentaba lo que le pasaba y lo que no entendía de los mayores. O reía con las hormigas, tirado en el pasto boca abajo, desarmando la marcha ordenada hacia el hormiguero.
Le parecieron tan lejanos esos días, esa inocencia…
La noche había comenzado a dibujar figuras desordenadas por la galería y se dijo que dormiría como dueño en ese lugar. Encendió las luces de la galería y las sombras se proyectaron más allá, hasta el árbol grande, cerca de la piscina.
Entró en la casa y encendió las luces, y así, todo iluminado, le recordó cuando llegaban de visita. Y casi le parecía oír las risas de los chicos y la voz de los mayores ordenando silencio.
Se sentó en un sillón frente a una pantalla grande de televisión; un LCD que adquirió uno de sus primos para el abuelo, pero en realidad fue porque él mismo quería que hubiese uno grande y en consecuencia quedar como el más diligente de todos. Buscó algo para ver. Cabeceó varias veces y pensó en ir a dormir, pero tenía hambre.
“¿Habrá algo de comer en esta casa?”
Fue hasta la cocina, buscó en la heladera, pero nada. Recordó que su abuela acostumbraba a guardar en la despensa algunas latas. Se hizo un festín inesperado, encontró de todo y lo llevó en una bandeja hasta la mesita frente al televisor; se sentía como si hubiera salido a cazar y haber vuelto victorioso. Comió tranquilo y contento. Luego decidió ir a dormir.
Un ruido en la galería lo hizo salir.
“¿Qué habrá sido?”
Fue como si algo se hubiera movido o estremecido. Miró con detenimiento sin trasponer el marco de la puerta, agudizó la mirada y solo encontró a Merlín, el perro de la casa, que lo observaba invitándolo a jugar. Le sonrió y cerró la puerta. Si el perro no ladró, no sería nada malo. Y se fue a dormir. Fue a la cama que usaba cuando visitaba al abuelo. Durmió profundamente.
2
Se despertó con los ladridos de Merlín, que jugaba con los pájaros en el jardín. Corrió las cortinas; lo esperaba un día hermoso. Se llenó de entusiasmo y se puso ropa deportiva pensando que habría mucho que hacer en esa casa.
Fue hasta la cocina, encendió la hornalla, puso la tetera con agua para tomar un café. Iría hasta el almacén cercano para comprar algo de pan casero; ya se sentía el aroma entrar por la ventana. Subió al auto y salió. El almacén no estaba lejos, a menos de cuatrocientos metros de la casa. Entró, y la chica que atendía salió a su encuentro.
-Buen día -saludó en tono amistoso.
-Buenas -respondió mirándola, queriendo reconocer a la chica… pero, no -Pan casero, por favor.
-¿Cuántos quiere?
-Para no escapar al aroma que vengo sintiendo, deme cuatro.
-Ella rió -los puso en una bolsa y se los dio.
-¿Eres nuevo por acá?
-Sí y no. Mi abuelo me dejó la casa.
-¿Tu abuelo?
-Sí, Don Justo.
-Ah, sí, lo siento mucho, realmente era muy buen vecino.
-Gracias, ¿cuánto te debo?
-Solo diez pesos.
-Aquí tienes, gracias –dio la vuelta y salió.
Cuando iba llegando a la casa, recordó que había dejado la tetera en el fuego y se apresuró. Entró corriendo. La cocina estaba apagada y el agua hervía. Algo no estaba bien, pero levantó los hombros y se dispuso a tomar un rico cafecito, acompañado del pan casero aún caliente, y miró la bolsa de papel que encerraba su perdición. El pan le fascinaba desde pequeño, siempre estaba comiendo pan, y ahora estaba allí, en esa casa a la que siempre visitaba y donde no lo dejaban comer demasiado, porque eran como doce niños y él nos les dejaba nada.
Sacó a la galería una mesita con mantel, llevó la taza grande, la que usaba el abuelo, llena de café, y en una panera pequeña, el pan. La miró y sonrió como diciendo:
“Me vengaré ahora, lo comeré todo”
Disfrutó del silencio. Merlín lo miraba echado en el pasto, frente a él. Le tiró algo de pan, que comió gustoso. Se dejó invadir por el relax que le proponía el lugar. Luego, pensó en lavar lo que usó en la noche, de lo contrario todo se convertiría en una selva de trastos sucios.
¿Qué haría con esa herencia? ¿Y si lo vendiera? ¿Cuánto le darían? Con esas preguntas en la cabeza, comenzó a levantar todo lo que había dejado arriba de la mesa, le tiró al perro lo poco que le quedaba de pan y fue hasta la cocina.
Miró extrañado, pues, tras el cansancio, no recordaba haber lavado la noche anterior lo que usó.
“Wow, hasta yo me sorprendo de lo ordenado que soy” -y lavó lo que había usado para tomar el café.
“Ya sé, pensó, llamaré a Gerardo, él sabe mucho de propiedades”
No lo encontró en la oficina y no contestaba el celular. Le dejó un mensaje.
Recorrió toda la propiedad.
“El frente mide unos… tranquilamente doscientos metros y de largo serán…”
Se detuvo un segundo para intentar distinguir el final de la propiedad, siguió y cuando llegó al alambrado pensó con asombró:
“¡¡¡Como unos quinientos metros!!! ¿Qué voy a hacer con esto?”
Había árboles frutales, y una cantidad de diferentes plantas y de flores, que para hacer honor a la verdad nunca supo que allí existían. Lo único que recordaba era la piscina. Las siestas allí, en el agua, con sus primos. El humo del asado que lo hombres mayores hacían mientras conversaban de cosas aburridas, como de política, por ejemplo, y de cuando a veces levantaban la voz y el abuelo les hacía recordar que ‘en esta casa ni de religión ni de política se habla’. Y volvía la alegría y la amistad. Amistad que duró hasta que el abuelo murió. Unos se alejaron porque no les dejaron nada. Y otros porque no le gustó lo que le dejaron.
“Bueno, yo quise cambiar esta propiedad por el auto de mi primo, y él no quiso”
Volvió a la casa. Todo estaba en orden. Miró el piso reluciente, como si lo acabaran de limpiar. No era lógico porque la casa estuvo cerrada medio año, pero no le pareció raro, o no lo advirtió, porque él nunca fue bueno para esos menesteres. Siempre hubo gente que hacía las cosas. No obstante, dentro de él supo que algo no estaba bien.
Se tomaría un tiempo para decidir qué haría, no debía apresurarse. Tenía un poco de dinero en el banco, y calculando con lo que ha...
Índice
- Portadilla
- Créditos
- Prólogo de la obra: El paisaje en el espejo
- Agradecimientos
- 1
- 2
- 3
- 4
- 5
- 6
- 7
- 8
- 9
- 10
- 11
- 12
- 13
- 14
- 15
- 16
- 17
- 18
- 19
- 20
- 21
- 22
- 23
- 24
- 25
- 26
- 27
- 28
- 29