
- 236 páginas
- Spanish
- ePUB (apto para móviles)
- Disponible en iOS y Android
eBook - ePub
Descripción del libro
¿Qué papel debería desempeñar la mujer en la Iglesia? ¿Puede ejercer el pastorado? ¿Puede formar parte del Consejo de la iglesia? ¿Puede enseñar a los hombres?
Ni siquiera aquellos que defienden que las Escrituras deben determinar nuestras respuestas se ponen de acuerdo sobre lo que éstas enseñan en cuanto a este tema. Y, en la mayoría de las ocasiones, las diferentes posiciones no se escuchan las unas a las otras. Sea cual sea tu línea de pensamiento, este libro te dará qué pensar, y te ayudará a conocer mejor tu propia posición, y la posición de los demás.
Este libro pertenece a una serie que trata diversos temas exponiendo las diferentes posiciones que hay. Esta obra nos ofrece los argumentos de la perspectiva tradicional, la del liderazgo masculino, la del ministerio plural y la de la aproximación igualitaría; todas ellas acompañadas de los comentarios y la crítica de las perspectivas opuestas.
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Información
Categoría
Teología y religiónCategoría
Religión1. UNA POSTURA TRADICIONALISTA:
«Las mujeres guarden silencio»
Robert D. Culver
No hay duda de que en muchas actividades organizadas por la Iglesia, tanto privadas como oficiales, las mujeres cristianas pueden hablar, cantar, orar, preguntar y hasta debatir. Eso está claro. La pregunta que vamos a tratar en este libro es: según la enseñanza bíblica, ¿pueden enseñar a la Iglesia con la autoridad de los pastores o ancianos y de los maestros de pastores? ¿Pueden servir en posiciones de autoridad que implican estar «gobernando» a otros miembros adultos? Este tipo de «norma» se encuentra en pasajes como 1 Tesalonicenses 5:12-13 y Hebreos 13:17. Los que «gobiernan» también «enseñan» o, al menos, algunos de ellos lo hacen. En el Nuevo Testamento se les llama presbíteros (o ancianos) o diáconos (u obispos). Los requisitos para el oficio de anciano/obispo suponen ejercer autoridad de algún tipo sobre los demás (1 Ti. 3:1-7, especialmente 4-6 y Tito 1:5-11). Normalmente los ancianos son los que tienen a su cargo la presidencia y las funciones litúrgicas.
Entre los temas que quiero tratar, uno de los más importantes es si existe una tradición bíblica con respecto a las mujeres en el ministerio. Pablo, apóstol a los gentiles y maestro de iglesias, autor de casi todo lo que la Biblia tiene que decir sobre el gobierno de la Iglesia, ¿nos dejó en sus cartas una tradición que limita el ministerio de las mujeres? Si es así, ¿cuál es esta tradición y cómo fue entendida en aquella época? Y ¿debemos aplicarla del mismo modo en nuestros días? Veremos más adelante las razones por las que esta tradición puede existir en la constitución de la sociedad en los primeros capítulos del Génesis. (Pablo afirma que constituyó sus reglamentaciones y teorías sobre esos primeros acontecimientos y para defenderlas, dirige a sus lectores a la ley: 1 Co. 14:34). Más adelante, después de prestar atención a lo que 1 Corintios llama las ordenaciones o tradiciones en la era sub-apostólica, terminaré con algunas modificaciones o correcciones de lo que normalmente solo se considera como tradiciones bíblicas y sugeriré formas para que podamos preservar tanto el orden bíblico como la paz en las iglesias en unos momentos tan inestables como los nuestros.
¿Existe una tradición?
Voy a utilizar el término tradición en el sentido bíblico, no en el sentido popular de algo que sucede con regularidad en un grupo o sociedad, ni siquiera como una supuesta declaración de Moisés o de un apóstol que no están recogidas en las Escrituras, sino que han sido transmitidas mediante generaciones por otros medios, como a través de la teología judía, la romana o la ortodoxa griega. La tradición, en el sentido estricto del Nuevo Testamento, es algo precioso, instituido con autoridad y entregado para ser guardado, para no ser cambiado ni distorsionado. En 2 Tesalonicenses 3:6 Pablo define sus instrucciones sobre la conducta como una «doctrina que recibisteis de nosotros», y en el capítulo anterior urge a la comunidad a estar «firmes y conservar las doctrinas que os fueron enseñadas, ya de palabra, ya por carta nuestra» (2 Ts. 2:15). En cada caso, la palabra griega es paradosis, que significa algo que se ha recibido de forma intacta y que debe transmitirse o pasarse en el mismo estado en que se recibió.
No creo que nada pudiera reflejar mejor los sentimientos de Pablo sobre los temas de la tradición, e impartir un sentido de la importancia con que lo consideraba que la salida inicial de su primera aproximación al ministerio público de la mujer: «Os alabo porque en todo os acordáis de mí, y guardáis las tradiciones [la cursiva es mía] con firmeza, tal como yo os las entregué». 1 Co. 11:2). Si la palabra instrucciones de la versión Reina-Valera suena demasiado rotunda, la palabra enseñanzas de la Nueva Versión Internacional es demasiado vaga, pues la palabra griega es el plural de paradosis («tradiciones»), la misma que en 2 Ts. 2:15 y 3:6. El verbo entregar en 1 Co. 11:2 se usa en el mismo sentido que «enseñar» y «recibir» en 2 Ts. 2 y 3.
La tradición, en este sentido, es mucho más formal e importante que una opinión cualquiera: es la «norma de las palabras sanas» que debemos retener (2 Ti. 1:13). Algunos pasajes parecen sugerir que Pablo esperaba que a través de las generaciones se transmitiera un catecismo o porción litúrgica (2 Ti. 2:2). Muchos estudiosos del Nuevo Testamento creen que encontramos ejemplos de esta liturgia o catecismo en las epístolas de Pablo, como Filipenses 2:6-11 o 1 Ti. 3.16. Las civilizaciones antiguas, los asiáticos y los judíos en particular, siempre han dado más importancia a los dichos y las normas memorizadas y transmitidas de generación en generación que nosotros, los occidentales.
No obstante, Pablo era bastante moderno en cuanto a las palabras que utilizaba para proclamar el Evangelio. Consideremos las múltiples formas en las que expresó la doctrina de la Justificación en Romanos 3-11 y en Gálatas. Pensemos en lo variadas que eran sus ilustraciones y en los ejemplos que utilizó: Abraham, David, Agar, Isaac, Esaú, por nombrar unos pocos. En cuanto a la doctrina, no insistía en el uso de una fórmula verbal concreta e intocable. Sin embargo, con algunos temas era extremadamente rígido, sobre todo con las tradiciones o enseñanzas sobre la predicación, el gobierno y la observancia de la Santa Cena en las asambleas cristianas (ver 1 Corintios 11:2, 20-22, 34). En el caso de la Santa Cena, dejó escrita una paradosis («ordenanza», «tradición») definitiva y un orden (la palabra griega es taxis, «un orden prescrito» :1 Co. 11:34).
¿Cuál es la tradición? 1 Corintios 11:2-16
2 Os alabo porque en todo os acordáis de mí, y guardáis las tradiciones con firmeza, tal como yo os las entregué.
3 Pero quiero que sepáis que la cabeza de todo hombre es Cristo, y la cabeza de la mujer es el hombre, y la cabeza de Cristo es Dios. 4 Todo hombre que cubre su cabeza mientras ora o profetiza, deshonra su cabeza
5 Pero toda mujer que tiene la cabeza descubierta mientras ora o profetiza, deshonra su cabeza; porque se hace una con la que está rapada.
6 Porque si la mujer no se cubre la cabeza, que también se corte el cabello; pero si es deshonroso para la mujer cortarse el cabello o raparse, que se cubra.
7 Pues el hombre no debe cubrirse la cabeza, ya que él es la imagen y gloria de Dios; pero la mujer es la gloria del hombre.
8 Porque el hombre no procede de la mujer, sino la mujer del hombre;9 Pues en verdad el hombre no fue creado a causa de la mujer, sino la mujer a causa del hombre.
10 Por tanto, la mujer debe tener un símbolo de autoridad sobre la cabeza, por causa de los ángeles.
11 Sin embargo, en el Señor, ni la mujer es independiente del hombre ni el hombre independiente de la mujer.
12 Porque así como la mujer procede del hombre, también el hombre nace de la mujer; y todas las cosas proceden de Dios.
13 Juzgad vosotros mismos: ¿es propio que la mujer ore a Dios con la cabeza descubierta?
14 ¿No os enseña la misma naturaleza que si el hombre tiene el cabello largo le es deshonra?,
15 Pero si la mujer tiene el cabello largo es una gloria? Pues a ella el cabello le es dado por velo.
16 Pero si alguno parece ser contencioso, nosotros no tenemos tal costumbre, ni la tienen las iglesias de Dios.
Después de discutir los problemas morales que había en la iglesia de Corinto, Pablo se centra en la Santa Cena en el capítulo 10 y en aspectos relacionados con la adoración pública en los capítulos 11 a 14. La sección del capítulo 11 que aparece arriba habla de cómo deben comportarse las mujeres y los hombres cuando se reúnen para adorar juntos a Dios. Este pasaje ha enseñado lo siguiente a todo tipo de creyentes, casi sin excepción de ningún grupo importante que yo conozca:
1. Dios distingue claramente entre los sexos en cuanto a la apariencia y la actividad en las reuniones cristianas formales. El pelo del hombre debe ser corto, y no debe cubrirse la cabeza (no puede llevar sombrero), mientras que el pelo de la mujer debe ser largo, como reconocimiento visible de la sumisión al orden de Dios, y debe llevar un velo, no para cubrir su rostro (como hacen los musulmanes), sino para cubrir el resto de la cabeza.
Estamos casi seguros de que los hombres y las mujeres no se sentaban juntos en las sinagogas judías. Puede que las iglesias cristianas siguieran esa misma tradición. Los judíos quizá no hayan adoptado aún la costumbre de descubrirse la cabeza cuando adoran a Dios; en cualquier caso el hombre cristiano en el culto no debe cubrirse la cabeza (por «cabeza cubierta» me refiero a algo que cubre la cabeza colgando por los lados, no a algo que solo cubre la parte de arriba).
2. En casi todos los casos, a lo largo de los siglos ha prevalecido la opinión de que las mujeres debían llevar el pelo largo y también un sombrero o velo en los cultos. Parece ser que la memoria de millones de personas ha dejado paso al olvido, y también a un cambio en la práctica, si no en la interpretación bíblica; las mujeres asisten a la iglesia hoy con el pelo corto en casi todos los estilos concebibles y casi nunca llevan sombrero u otra prenda para cubrirse la cabeza. Parece ser que a la gente no le preocupa demasiado esta sorprendente incoherencia.
Cuando pedimos explicaciones, se nos informa cautelosamente que (a) el texto griego realmente no exige que se tenga que cubrir la cabeza; (b) por los cambios culturales, el pelo corto o largo ya no significa lo que significaba; basta con que la mujer honre en su corazón la autoridad de Dios mediante un hombre (pastor, marido)1; (c) quizás el corte de pelo normal que llevan muchas señoras ya es lo suficientemente largo para cumplir con los requisitos; (d) el pelo largo y los sombreros son una cuestión con la que no vale la pena perder el tiempo; (e) ya basta con cualquier otra forma cultural contemporánea que sirva para distinguir entre hombres y mujeres; (f) todo este debate tiene sus raíces en una sociedad patriarcal que, como la esclavitud, los cristianos ya han superado. Por tanto, los cristianos deben abandonar toda distinción basada en el género en nombre de una fe cristiana perfeccionada.2
3. Dado que Pablo no permitiría en el capítulo 11 lo que claramente prohíbe en el capítulo 14, debemos asumir que las oraciones de las mujeres en los versículos 4 y 5 significa que realizaban actos litúrgicos como recitar oraciones en grupo o similares. De igual modo, las profecías tienen lugar al cantar Salmos, himnos y canciones espirituales. También habla del uso de los instrumentos musicales. Dado que en la adoración en el Templo los hijos de Asaf y Jedutún «profetizaban con un arpa, para dar gracias y alabar al Señor» (ver 1 Crónicas 25:1-7), parece bastante razonable que en el contexto de la adoración pública, «la profecía» de 1 Corintios 11 signifique lo mismo que en 1 Crónicas 25.
Nathaniel West hace otra aproximación posible a la aparente discrepancia entre los capítulos 11 y 14: «Fijémonos en que Pablo aquí en el capítulo 11 no está discutiendo el tema directamente de si el hombre o la mujer tienen derecho a ‘orar o profetizar’, sino solamente el tema de la vestimenta y el de cubrirse la cabeza. Aquí no se da permiso para orar ni para profetizar a ninguna de las partes. Una cosa está muy clara, el hombre que ora o profetiza con la cabeza ‘cubierta’ deshonra su cabeza; la mujer que lo hace con la cabeza ‘descubierta’ comete una ofensa que supone una vergüenza y desgracia para su propio género o sexo y para la Iglesia. Ambas ofensas están prohibidas.»3
Otra propuesta válida sería la siguiente: en ocasiones un pastor invita a una mujer de Dios a hablar o a orar durante el culto de adoración. En tal caso es correcto que la mujer lo haga bajo las condiciones de este pasaje. Esta práctica está muy extendida.
En esta epístola no encontramos una única pauta, sino varias. En primer lugar, Pablo usa la idea de la cabeza como metáfora de la autoridad. Es el único simbolismo que hay detrás de esa metáfora («fuente» no sirve, pues Dios no es la fuente de Cristo). Cristo es la cabeza del hombre cristiano, el hombre es la cabeza de la mujer cristiana (no de la esposa), y también Dios es la cabeza de Cristo (v. 3). En cada caso, la cabeza hace referencia a una autoridad anterior.4
En el orden de la Divinidad Trina, Dios Padre precede a Cristo el Hijo. Pablo no dice si debemos entender esto en un sentido económico (cómo se hacen las cosas, línea de órdenes operativas) o en un sentido ontológico (cómo son las cosas por sí mismas). En cualquier caso, en su estado encarnado, el Hijo dijo: «Yo siempre hago la voluntad del que me envió». La relación entre el Padre y Cristo el Hijo equivaldría a la relación entre el hombre y la mujer en la Iglesia. En este caso, Pablo no trata directamente las relaciones humanas en el matrimonio o en los ámbitos político, civil o social. Es decir, Pablo no está estableciendo una jerarquía en la que los hombres en general están por encima de las mujeres en general.5
En segundo lugar, Pablo argumenta específicamente desde las leyes de la Creación como aparecen en el documento de toda religión bíblica, la Ley de Moisés. Nos presenta más de un aspecto de la Creación. Pablo trata a la primera pareja, hombre y mujer, como arquetipos (o prototipos), no como formas platónicas o como un antitipo en el cielo, sino como ejemplos concretos de lo que significa ser hombre y de lo que significa ser mujer. El hombre no es solamente el marido de Eva, ni tampoco ella es solo la mujer de Adán, sino que cada uno tiene su condición de hombre y mujer para siempre. Esto es ineludible.
En este caso, dos rasgos del relato del Génesis hablan de la relación del hombre y la mujer en la Iglesia. En primer lugar, la mujer (o humanidad femenina) derivó del hombre (o humanidad masculina): «Pues en verdad el hombre no fue creado a causa de la mujer, sino la mujer a causa del hombre.» (1 Co. 11:9). Es cierto, como el capítulo dice más adelante, que «también el hombre nace de la mujer» (v. 12), pero así es como continúa la raza humana, no como empezó. Lo que continúa a lo largo de generaciones consiste en «partes» que se unieron al principio en el hombre y en la mujer arquetípicos. En aquella «unión» original, la mujer surgió del hombre. Pablo cita esto como una razón suficiente para que el hombre de algún modo preceda a la mujer en las reuniones públicas de la Iglesia, precedencia que puede extenderse a otros aspectos de la sociedad. Esto es lo que el documento de nuestra religión dice claramente, a pesar de que haya gente de nuestra época individualista y autosuficiente que pueda considerarlo inadecuado o poco importante.6
En segundo lugar, en la pareja arquetípica, «el hombre no fue creado a causa de la mujer, sino la mujer a causa del hombre» (v. 9). Génesis 2, después del versículo 7, nos narra cómo y por qué hizo Dios esto. Entre las bestias no había ninguna que sirviera como ayuda para el hombre. De modo que Dios le hizo una mujer. Dios hizo una mujer para el hombre, no a él para ella ni al uno para el otro, a pesar de que esto suene como la interpretación más igualitaria. (De nuevo, nadie que base sus opiniones en el espíritu de nuestros días estará de acuerdo con esto). No obstante, esta es la interpretación que este documento del Cristianismo hace del relato de la Creación, y Pablo lo cita para respaldar su enseñanza de precedencia del hombre en los cultos públicos de adoración.
Hay un tercer argumento: «Por tanto, la mujer debe tener un símbolo de autoridad sobre la cabeza, por causa de los ángeles.» (v. 10). Aquí podríamos pensar que la autoridad puede ser la propia de la mujer, pero la frase parece extraña en un contexto en el que se está hablando de la autoridad masculina. En un contexto donde se enseña claramente la precedencia de Dios sobre el Hijo, del Hijo sobre el hombre y del hombre sobre la mujer, parece extraño que aquí se trate de la autoridad propia de la mujer. Cubrirse la cabeza, ya fuera con el pelo largo o con velo, o ambos, servía para representar la subordinación de la mujer al hombre en la asamblea cristiana, ordenada por las Escrituras y por ...
Índice
- Cubierta
- Página del título
- Derechos de autor
- Índice
- Presentación de la Colección Teológica Contemporánea
- INTRODUCCIÓN (Robert G. Clouse)
- 1 UNA POSTURA TRADICIONALISTA: Las mujeres guarden silencio (Robert D. Culver)
- 2 UNA POSTURA EN PRO DEL LIDERAZGO MASCULINO: La cabeza de la mujer es el hombre (Susan T. Foh)
- 3 UNA POSTURA EN PRO DEL MINISTERIO PLURAL: Vuestros hijos e hijas profetizarán (Walter L. Liefeld)
- 4 UNA POSTURA EN PRO DE LA IGUALDAD: En Cristo, no hay hombre ni mujer (Alvera Mickelsen)
- EPÍLOGO (Bonnidell Clouse)
- Bibliografía en castellano
- Bibliografía selecta de la edición en inglés
- Sobre los autores