¿Cómo llegó la Biblia hasta nosotros?
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¿Cómo llegó la Biblia hasta nosotros?

Pedro Puigvert Salip

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¿Cómo llegó la Biblia hasta nosotros?

Pedro Puigvert Salip

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La presente obra tiene el objeto de abarcar dos propósitos: • Proporcionar a los estudiantes de la Biblia -en seminarios, institutos y demás centros de formación bíblica y teológica-, así como a pastores y maestros de la Palabra de Dios, una herramienta eficaz y actualizada para la profundización o el reciclaje de sus conocimientos bíblicos.• Facilitar a los creyentes en general un material erudito, pero a la vez comprensible, que pueda ser entendido -sin tener que ser un experto- por todo aquel que esté ávido de conocer las fuentes de nuestra fe, y así poder responder a la importante pregunta: "¿cómo nos llegó la Biblia?".Los ocho capítulos que configuran el libro corresponden al texto de sendas conferencias, organizadas en España por la Unión Bíblica y dadas por profesores y doctores especialistas en cada materia; algunos de ellos, tenidos por autoridades mundiales en ciencias bíblicas, en lo que se refiere a respectivo tema. Es, pues, una obra que honra las letras hispanas y que viene a llenar un vacío importante en el campo de la divulgación científica de los orígenes y de la fiabilidad de las Escrituras.

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Información

Año
2004
ISBN
9788482675930
¿Nos podemos
fiar
del
Nuevo Testamento?
David Burt
Curriculum vitæ
David Burt cursó estudios de Filología Románica
en Oxford.
En el año 1967 llegó a España
bajo los auspicios de Operación Movilización,
para iniciar el testimonio cristiano
en la Universidad de Madrid.
Fue nombrado Secretario General de
los Grupos Bíblicos Universitarios en España.
En 1979 tomó el pastorado
de una iglesia Evangélica de Barcelona,
una de las más importantes del país.
Ha viajado dando conferencias por varios continentes.
Actualmente se dedica a pleno tiempo
a la labor de escribir
y ha editado numerosos libros de estudio
y vida cristiana.
Está casado con Margarita Burt, también escritora,
y son padres de una hija.
Índice
I. EL CRISTIANISMO, UNA FE HISTÓRICA
Hechos y mitos
Hechos y mentiras
Fe histórica e ideología teórica
La historicidad y el camino de la fe
II. LA FIDEDIGNIDAD DEL NUEVO TESTAMENTO
1. El carácter de los autores
2. La consistencia interna del texto
3. La exactitud histórica de los autores
4. Los restos arqueológicos
5. Escritos extra-bíblicos
6. La fecha de los libros del Nuevo Testamento
7. Los manuscritos
8. El canon y su formación
9. Las tradiciones literarias contemporáneas
III. CONCLUSIONES
I
El cristianismo, una fe histórica
Cuando los autores del Nuevo Testamento se pusieron a redactar los veintisiete libros que lo componen, decidieron correr un gran riesgo. Se atrevieron a situar los eventos que narraban dentro de un marco histórico determinado. Más aun, sostuvieron que el mensaje divino que habían de comunicar brotaba directamente de esos eventos. O sea, escribieron unos textos de contenido espiritual como si trataran de narraciones históricas. No escribieron como teólogos, sino como testigos de unos acontecimientos extraordinarios. El evangelio –el mensaje divino de salvación para los hombres– y el marco histórico en el cual está inserto en el Nuevo Testamento son inseparables.
Fue un atrevimiento de su parte porque, obviamente, cualquier error suyo en la recopilación de datos históricos sembraría en nosotros cierta desconfianza en cuanto a su fiabilidad o integridad como autores y, por extensión, en cuanto a la fidedignidad y veracidad del evangelio. Pero, por otra parte, su atrevimiento ofrece esperanza a cualquier persona deseosa de saber, con un mínimo de objetividad, si se puede fiar de los textos del Nuevo Testamento. Nos proporciona un medio por el cual examinar su veracidad. La exactitud del contenido espiritual del evangelio, por definición, no se presta ni a ser demostrada ni a ser refutada; se acepta -o no- por fe y por convicción personal. En cambio, la exactitud del marco histórico sí se presta a ser demostrada o refutada. Por lo tanto, si nuestra investigación del soporte histórico revela a los autores como historiadores dignos de confianza, aumentará también su credibilidad como escritores religiosos. Su veracidad en una área puede darnos confianza para creer lo que dicen en otra.
Cuando, pues, afirmamos que el cristianismo es una fe histórica, no solamente estamos diciendo que ha existido desde hace muchos siglos; tampoco que ha surgido inicialmente en medio de determinadas circunstancias históricas (lo cual es cierto de todas las demás religiones, ideologías y filosofías); ni siquiera que, para entenderlo bien, hay que conocer su origen histórico (lo cual también es cierto de las demás). No. Queremos decir algo más específico: que el mensaje del cristianismo no consiste sólo en pensamientos teóricos, sino también en hechos históricos.
El evangelio sostiene que Dios ha intervenido en la historia de maneras concretas. No sólo ha revelado su voluntad por medio de «mensajes» dados a los profetas y apóstoles, sino que ha actuado en la historia mediante hechos que sirven como refrendo y, a la vez, como fundamento de su revelación. Las palabras de los profetas y apóstoles y los hechos de Dios en la historia son inseparables. Juntos constituyen la revelación divina.
Dios ha hablado y ha actuado. Su actuación no es comprensible sin su comunicación, ni su comunicación sin su actuación. Ha obrado con hechos que se prestan a ser examinados por el método histórico. Él mismo ha entrado corporalmente en la historia en la persona de Jesucristo. El evangelio consiste, no sólo en las enseñanzas de Jesucristo, sino también en los hechos de su vida.
Es a todo esto a lo que nos referimos cuando hablamos de una fe histórica.
Hechos y mitos
Como punto de contraste –y a fin de entendernos– consideremos las religiones de los romanos y los griegos. Eran religiones llenas de «historias». Los dioses tomaban forma humana y participaban en el devenir humano. Sin embargo, en tiempos de Jesucristo, muy pocos se tomaban en serio estas historias. No eran tenidas por «históricas». Eran «mitos», historias que, en el mejor de los casos, podían tener una función didáctica y, en el peor, constituían una proyección de los anhelos y temores más profundos del ser humano y de su inmensa capacidad supersticiosa.
Algo muy parecido ocurre hoy en día con las «historias» del hinduismo. Supuestamente, cada vez que un hindú ve un mono o un elefante se encuentra con una manifestación de alguno de sus dioses. Pero hay una gran ambivalencia, incomprensible para la mentalidad occidental, en su manera de relacionarse con ellos:
¿Tales historias [los mitos del hinduismo] se toman realmente en serio? Pues lo bastante como para asegurar el culto al dios en cuestión y para hacer que los fieles estén pendientes de su favor, pero no lo suficiente como para ser de verdadero valor religioso. Al mono, cuando se baja del árbol y empieza a destrozar la propiedad de una persona, puede que inicialmente se le salude con reverencia como el dios Hanuman, pero pronto se le arrojará del lugar apedreándole. También es normal que la gente coloque un poco de arroz delante de la imagen de Ganes, el dios elefante, pero sin estar muy convencidos del valor de esta acción. Es un hecho que para el hindú no importa que sean verídicas o no estas historias.1
Las «historias» del hinduismo, como las del paganismo de la antigüedad, son mitos que no pueden sostenerse a la luz del análisis histórico.
Algunos intentarían decir lo mismo de las historias del cristianismo. Dan por sentado que los elementos milagrosos de la narración bíblica no pueden haber sido históricos. Sin embargo, los mismos autores bíblicos, que sabían distinguir muy bien entre mitos y hechos históricos, sostuvieron que eran verídicos:
No os hemos dado a conocer el poder y la venida de nuestro Señor Jesucristo siguiendo fábulas artificiosas, sino como habiendo visto con nuestros propios ojos su majestad (2 Pedro 1:16).
En contraste con las leyendas y supersticiones de otras religiones, el cristianismo pretende fundarse en hechos sólidos e históricos.
Hechos y mentiras
El cristianismo, sin embargo, no es la única religión que pretende ser histórica en este sentido. Como botón de muestra de otras religiones supuestamente históricas, podríamos señalar el Islam o el Mormonismo. Nuestra acusación contra ellas es aun más seria que en el caso de los mitos: las «historias» que narran, y que sirven de soporte a sus creencias, han sido inventadas por el fundador de la religión en cuestión, sin base alguna en la verdadera historia y sin el apoyo de documentos, restos arqueológicos y demás herramientas de la historicidad.
Es de observar que, en ambos casos, la «revelación» fue dada a un solo hombre –Mahoma y José Smith–, mientras la revelación bíblica vino a lo largo de muchos siglos a una variedad de personas, y su propia coherencia en tales condiciones constituye un poderoso argumento a favor de su autenticidad.
Además, sabemos que la honradez y veracidad de aquellos dos hombres eran seriamente cuestionadas por sus contemporáneos. Pero lo más importante, para nuestros efectos, es que recibieron «revelación» acerca de lo que había ocurrido (supuestamente) siglos antes de que ellos mismos nacieran. No son testigos de hechos contemporáneos, sino se atreven a darnos la «versión correcta» de historias del pasado. Lo hacen sin poder aducir ningún testimonio documental o arqueológico. Todo depende de su propia palabra.
Así, el Libro del Mormón narra la historia «verídica» de poblaciones y civilizaciones antiguas de América, que en realidad no han dejado ni rastro de su existencia. Todo es producto de la fértil imaginación de José Smith.
Mahoma, por su parte, volvió a escribir la historia de muchos de los personajes bíblicos. Pero lo hizo sin referencia a ninguna otra fuente sino su propia imaginación (a excepción de aquellos detalles que tomó prestados a la Biblia). Es decir, no hay ningún documento anterior a Mahoma que dé apoyo a sus invenciones. ¡Desde luego es una nueva manera de escribir la historia! Por ejemplo, para creer que lo que él dice acerca de Abraham es cierto, tendremos que suponer que, en el siglo séptimo después de Cristo, Mahoma recibió de Dios la versión correcta de lo que ocurrió quince siglos antes de Cristo. Lo que resulta increíble es que millones de personas acepten esta «revelación» como historia verídica.
En cambio, los historiadores bíblicos siempre narran hechos contemporáneos o cercanos, o se toman la molestia de hacer una seria investigación de los documentos y demás fuentes de otros autores contemporáneos (p.ej. en el caso de los libros de los Reyes y las Crónicas del Antiguo Testamento). O bien son testigos oculares de los eventos que narran, o bien han hecho una investigación histórica de rigor. El evangelista Lucas, por ejemplo, no estuvo presente en los eventos de la vida de Cristo –cosa que él mismo reconoce abiertamente–, pero, en cambio, dedicó grandes esfuerzos a garantizar la exactitud de su Evangelio:
Puesto que ya muchos han tratado de poner en orden la historia de las cosas que entre nosotros han sido ciertísimas, tal como nos lo enseñaron los que desde el principio lo vieron con sus ojos, y fueron ministros de la palabra, me ha parecido también a mí, después de haber investigado con diligencia todas las cosas desde su origen, escribírtelas por orden, oh excelentísimo Teófilo (Lucas 1:1-3).
Los escritores del Nuevo Testamento no pretendían ser teólogos profesionales, pero sí mantuvieron vez tras vez que eran testigos fieles que no hacían más que transmitir a otros las cosas que habían visto y oído:
A este Jesús resucitó Dios, de lo cual todos nosotros somos testigos (Hechos 2:32).
Vosotros matasteis al Autor de la vida, a quien Dios ha resucitado de los muertos, de lo cual nosotros somos testigos (Hechos 3:15).
El Dios de nuestros padres levantó a Jesús, a quien vosotros matasteis colgándole en un madero. A éste, Dios ha exaltado con su diestra por Príncipe y Salvador, para dar a Israel arrepentimiento y perdón de pecados. Y nosotros somos testigos suyos de estas cosas (Hechos 5:30-32).
Nosotros somos testigos de todas las cosas que Jesús hizo en la tierra de Judea y en Jerusalén; a quien mataron colgándole en un madero. A éste levantó Dios al tercer día, e hizo que se manifestase; no a todo el pueblo, sino a los testigos que Dios había ordenado de antemano, a nosotros que comimos y bebimos con él después que resucitó de los muertos (Hechos 10:39-41).
De hecho, en contraste con José Smith y Mahoma, los apóstoles nunca pretendieron ser los inventores de una nueva religión. No eran tanto teólogos como testigos. Lo que recibieron de Dios por revelación no fueron los hechos históricos en sí, sino el significado espiritual de los hechos (el cual, como veremos, es algo bien distinto). Por esto, la palabra «testigo» es empleada frecuentemente por Jesucristo y por los mismos apóstoles para describir su función.2
La historia auténtica, la que realmente ocurrió, se presta a la investigación y tiene el soporte de evidencias fehacientes. Nada de esto se da en el Mormonismo ni en el Islam. Por lo cual consideramos que son «historias» fraudulentas. En cambio –y este es el tema de nuestro estudio– el cristianismo no sólo se presta a un análisis histórico, sino se confirma por medio de él.
Fe histórica e ideología teórica
Otras religiones –por ejemplo el budismo o el confucianismo en sus formas más puras– no pretenden que sus enseñanzas tengan raíz histórica alguna. Se componen de ideas éticas y espirituales que no tienen nada que ver con hechos históricos determinados.
Por supuesto, esto es cierto también de la gran mayoría de ideologías políticas y sistemas filosóficos que han surgido a lo largo de la historia humana. Quizás acudan ...

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