La larga marcha de Cambiemos
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La larga marcha de Cambiemos

La construcción silenciosa de un proyecto de poder

Gabriel Vommaro

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La larga marcha de Cambiemos

La construcción silenciosa de un proyecto de poder

Gabriel Vommaro

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En diciembre de 2015 sucedió lo impensado: Mauricio Macri ganó la elección presidencial derrotando al poderoso aparato del PJ. Los seguidores y los opositores coincidieron en subestimar la capacidad de mando del gobierno. ¿Cómo harían estos recién llegados a la alta política para lidiar con un país tan conflictivo? Pasadas las elecciones de medio término, algo se modificó. Cambiemos demostró ser un proyecto con decidida vocación de poder, cuya historia profunda sigue siendo prácticamente desconocida.Quizá por considerarla producto de una operación de marketing exitosa, poco sabemos de la "cocina" de una construcción política que arrancó en 2001 y se profundizó en 2008, al calor de la polarización social y el pánico a la "chavización" del país. Con testimonios de primera mano, Gabriel Vommaro despliega un relato fascinante que recupera los principales hitos y actores de una larga marcha. Así, rastrea los orígenes de PRO y se detiene en los "número uno" de las grandes corporaciones y los profesionales del mundo de las ONG, que le terminaron dando al partido esa identidad "nuevista", supuestamente ajena a los vicios de la política tradicional. Al contar quiénes son y cómo piensan estos hombres y mujeres que pegaron el "salto a la política" después de atravesar muchos puentes (los clubes de membresía exclusiva de las élites, donde se cruzaban políticos con hombres de negocios; las fundaciones, los cursos en universidades privadas), este libro muestra un costado invisible hasta ahora: cuán intenso fue el proceso de movilización, proselitismo, organización y politización que está en la base de Cambiemos y que explica parte de su potencia.Si estamos frente a un partido que, nos guste o no, redefinió más de un aspecto del modo de hacer política y llegó para quedarse, es importante entender de dónde viene y cómo es. Gabriel Vommaro hace un aporte original e imprescindible en esta dirección descorriendo el telón para mostrarnos un mundo en buena medida secreto.

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Información

1. Los primeros conversos
Los abogados de negocios, de virtudes privadas a valores compartidos
Yo me acuerdo la primera vez que entré a la villa. Lo que más me impresionaba era la falta de propiedad privada de la gente, no sé cómo explicarlo. Primero me impactó mucho el olor que había, el olor a la pobreza es fuertísimo para mí… y después la vulnerabilidad de esa gente.
Giannina, miembro de los equipos sociales de la Fundación Creer y Crecer, egresada de la Universidad Católica de Córdoba
El proceso de movilización política del core electoral de PRO –luego transferido a Cambiemos– y de sus mundos sociales de pertenencia, es decir, de los votantes de clases medias-altas y altas y de los actores del mundo de los negocios y de las fundaciones y ONG, tuvo un primer hito en los acontecimientos de diciembre de 2001 y comienzos de 2002. Este evento de politización no ocurrió, sin embargo, ex nihilo. Los actores suelen enfrentar estos acontecimientos “inesperados” activando destrezas, competencias y vocaciones morales –motivaciones para la acción– acumuladas en el pasado más o menos reciente. En algunos casos, el contacto con los efectos de la crisis en las fracciones más precarias de las clases populares –a partir de los medios de comunicación o del recorrido habitual por el espacio urbano–, así como el sentimiento de caída social generalizada que esa conmoción provocó, impulsaron a optar por el involucramiento social permanente, es decir, por la participación en el mundo de las ONG y las fundaciones –de ayuda social, de defensa de causas o de intervención experta en temáticas institucionales–. Esta elección encontraba una afinidad y un motor en la socialización católica de estos actores, en la que se forjó un ethos asociado al voluntariado y la entrega de sí en actos de ayuda al otro social. En otros casos, el involucramiento social previo se transformó en involucramiento político. Actores que ya habían realizado durante los años noventa del siglo XX su vocación solidaria y/o cívica comprometiéndose en ONG y fundaciones buscaron ahora espacios de participación política.
El segundo hito fue el conflicto de 2008 entre el gobierno de Cristina Fernández de Kirchner y las entidades patronales de productores agropecuarios. En ese caso el involucramiento no respondía a la urgencia social, sino a la urgencia política: era necesario construir una opción partidaria que pudiera canalizar y organizar el rechazo que suscitaba el gobierno en esas clases medias-altas y altas, pero también darle una organicidad, inscribirlo en un proyecto de gobierno. La gestión de PRO en la ciudad de Buenos Aires fue una oportunidad para ingresar en la política “desde arriba”; desde la escala local, daba soporte a ese proyecto. Si 2008 forjó los marcos de sentido que fijarían los contornos simbólicos del kirchnerismo y del antikirchnerismo, y si liberó energías políticas –en la indignación o en la defensa, en la manifestación en las calles o en conversaciones ciudadanas (Eliasoph, 1996)–, se trataba de hilvanarlas en un entramado político común.
A pesar del fuerte impulso que produjeron estos acontecimientos, y de la importancia de esas energías políticas surgidas en la confrontación con una realidad social –la crisis y la visibilización de la pobreza– y con una realidad política –la indignación frente a lo que juzgaban como “atropellos” de un gobierno–, el involucramiento político cubrió a una porción mínima de los sectores sociales medios-altos y altos. Alcanzó, como veremos, a los miembros de familias tradicionales, con historias de participación política más o menos cercanas, que a contrapelo del retiro de la vida pública de sus padres recuperaron el compromiso de la generación precedente –la de los abuelos– y se sumaron a organizaciones políticas y a la gestión estatal. También a quienes tenían una relación directa con alguno de los líderes de PRO, en especial con Mauricio Macri.[15]
A través del caso de los abogados de negocios, y sólo de manera incipiente de algunos managers, en este capítulo analizaremos el ingreso selectivo y fundante de esas élites sociales en la vida política, que sería la base sobre la que se asentaría el amplio involucramiento que tendrá lugar en los últimos años del segundo gobierno de Cristina Fernández de Kirchner.
La importancia de esta movilización pionera radica en dos cuestiones fundamentales. La primera: los nuevos ingresantes serán agentes de movilización y organización (Han, 2014), es decir, de politización, de la segunda cohorte, al crear o participar de forma activa de los espacios de mediación del entorno partidario de PRO, que jugará un rol central en el tendido de puentes entre el mundo privado y el mundo público del que hablaremos en el capítulo siguiente. La segunda: en torno a estos procesos de entrada en política “desde arriba” se consolida una primera relación entre el Estado y el circuito de activismo social que se fortaleció a partir de 2002, y que además de las ONG y las fundaciones incluía la filantropía empresaria –y sus dispositivos de “responsabilidad social”– y el activismo social barrial de dirigentes salidos de los sectores populares, que rechazaban el repertorio dominante de expresión de demandas y de relación con el Estado que esos sectores habían forjado por esos años. Este incluía el piquete y la movilización, las puebladas y los saqueos de comercios, todas formas de acción colectiva que buscaban la intervención y hasta la protección del Estado, así como la visibilización pública de las demandas (Merklen, 2005). Dicho circuito daría a estas élites sociales una conexión minoritaria pero orgánica con las clases populares, en su vocación de ser actores representativos de toda la sociedad.
Nos ocuparemos de dos organizaciones que jugaron un rol relevante en este proceso, y que fueron también fundamentales en la historia de la politización que desembocará en la experiencia política de Cambiemos. Por un lado, de la fundación Creer y Crecer en los años formativos de PRO hasta poco después de su arribo al gobierno de la ciudad de Buenos Aires, cuando la fuerza se consolida, en términos de posicionamiento político, como opositora al gobierno de Cristina Fernández de Kirchner, y emprende su proceso de nacionalización. La fundación constituyó un primer espacio de incorporación de nuevos políticos, al dar lugar a los managers y los abogados de negocios. Por otro lado, del grupo político que se formó en torno a Ricardo López Murphy, y que daría nacimiento al partido Recrear para el Crecimiento. López Murphy había forjado su prestigio entre los sectores conservadores luego de su breve paso por el Ministerio de Economía en 2001, cuando propuso un programa de ajuste del gasto público y una terapia de shock que fue rechazada por la entonces coalición oficialista entre la UCR y el Frepaso, lo que motivó su salida del cargo. La crisis de 2001 indicaba a esos sectores sociales medios-altos y altos que se asomaban a la política que el hecho de haber pospuesto esas “reformas necesarias” había contribuido a acelerar el desenlace. Se había llegado a diciembre de ese año por la resistencia de los políticos a tomar medidas ineludibles. La lección parecía ser que era preciso renovar el personal político y ganar consensos para consolidar a la Argentina como sociedad de mercado, es decir, regida por las reglas de la libre competencia. El nuevo partido, organizado en torno a la candidatura presidencial de López Murphy, se propuso generar los apoyos políticos para ese proyecto.
Competidores abiertos hasta 2005, socios electorales a partir de entonces, fue recién en 2008, una vez resuelta la interna entre los principales líderes de esa alianza, Macri y López Murphy, que se consolidó el nuevo espacio de la centroderecha argentina. Este hito coincidió, y en parte fue impulsado, por la llegada de PRO al gobierno de la ciudad de Buenos Aires. La concentración de las opciones de ese espectro en una sola marca, y más aún del “no peronismo”, llevaría su tiempo: se coronaría con la formación de la coalición Cambiemos en 2015. En el caso de Esteban Bullrich, veremos condensada buena parte de las dimensiones de este proceso: la politización pionera de un miembro de una familia tradicional, que se incorpora a Recrear y luego encabeza la fusión con PRO, a partir de la marginación de López Murphy del control del partido que había fundado. Por fin, se trata del creador de G25, la fundación que, como analizaremos en el siguiente capítulo, fue fundamental para tender puentes con el mundo de los negocios y permitir así la articulación entre PRO y los managers.
Durante los años noventa se había consolidado una élite socializada en el seno de las grandes corporaciones: managers y abogados del mundo de los negocios. Se había establecido el circuito de formación y sociabilidad managerial y de sus agentes jurídicos, adaptado al nuevo ethos capitalista flexible e hiperconectado. La modernización económica en un sentido neoliberal que había consumado el gobierno de Carlos Menem no había conllevado una renovación de la dirigencia política. El gobierno de la Alianza incorporó sólo de manera parcial en sus filas a funcionarios de segundo rango provenientes del mundo de la empresa, los grandes bufetes de abogados y las fundaciones. Su breve vida y la distribución de cargos entre los dos socios principales de la coalición habían cerrado las puertas a renovaciones más amplias. Así, los managers llegaron a la crisis de 2001 con cierta distancia respecto de la política partidaria, reforzada por la imagen social negativa de los dueños y gerentes de empresas. En 1998, la medición de Latinobarómetro mostraba que, en la Argentina,
la imagen que la opinión pública tiene de sus empresarios es, junto con la de Paraguay, la peor de la región: sólo el 23% los considera innovadores, sólo el 12% cree que tienen capacidad para competir en el extranjero y, más inquietante aún, sólo el 4% considera que son honestos.[16]
En el diagnóstico de estos actores, las élites políticas habían llevado al país a la crisis de 2001 por su inoperancia, no por problemas en el modelo. Era necesario que las élites sociales, “los mejores”, se involucraran en política.
Pro bono: los abogados de élite y la crisis social argentina
Corría el año 2002. Un dirigente piquetero llegaba desde La Matanza a una torre de oficinas en la avenida Leandro N. Alem, en el barrio de Retiro. Había sido invitado a un almuerzo con abogados de élite por Juan E. Cambiaso, socio de Marval, O’Farrell & Mairal, uno de los principales estudios jurídicos del país,[17] en cuyas oficinas tendría lugar el encuentro. Cambiaso era además miembro de Poder Ciudadano, fundación especializada en temas de transparencia y lucha contra la corrupción creada en los años ochenta por un grupo de abogados e intelectuales con pertenencias partidarias diversas (Pereyra, 2013). En 1997, Cambiaso había denunciado –ante la Procuración General de la Nación y el Ministerio de Justicia, pero también ante Transparency International– un pedido de soborno de parte de funcionarios del gobierno de Mendoza.
El organizador del encuentro con el dirigente social era Carlos March, entonces director ejecutivo de Poder Ciudadano. La agenda incluía una presentación de los emprendimientos productivos que realizaba la agrupación en La Matanza y que había decidido, desde sus inicios, rechazar los programas de ayuda social y de transferencia directa de dinero como modo de obtener recursos para la organización y para la vida de sus miembros. Los programas sociales eran vistos por una parte de la sociedad como un despilfarro de los bienes públicos; en ese año de crisis, luego de la implementación del programa Jefas y Jefes de Hogar Desocupados, que produjo una masificación de la ayuda estatal a las fracciones más vulnerables de las clases populares, esas políticas estaban además sospechadas de servir como instrumentos de manipulación de “los pobres” por parte de los políticos (Vommaro y Combes, 2016). En cambio, la agrupación matancera en cuestión había creado una cooperativa, desde la que había iniciado proyectos productivos y educativos que buscaban financiar la vida de sus miembros y de sus familias. El más resonante era un pequeño taller textil en el que se producían guardapolvos con motivos estampados creados por Martín Churba, célebre diseñador de moda de la Argentina y miembro de una familia tradicional. Fue March, también, quien había presentado a Churba al dirigente social.
A pequeña escala, y con ayuda de una ONG y de un empresario, este dirigente parecía cumplir varios sueños de las élites movilizadas en ese tiempo de pesadillas sociales: primero, la posibilidad de que las clases medias-altas y altas, en especial las vinculadas con el mundo de los negocios, pudieran acceder a formas de cooperación con sectores populares organizados por fuera del voluntariado católico más clásico; segundo, que ese circuito fuera el motor para que los pobres urbanos pudieran acceder a un ingreso sin mediar relación reivindicativa o contenciosa dirigida al Estado. Una suerte de bienestar autogestionado, y sin intermediación política ni estatal. Por fin, que el ethos emprendedor fuera inculcado a esos sectores mediante dispositivos de financiamiento y ayuda, pero también de transferencia de tecnología, que les daban las competencias necesarias para desenvolverse en un mundo de negocios a pequeña escala. Un empoderamiento a través del mercado.
Unos días antes, una de las secretarias de Marval, O’Farrell & Mairal le había escrito al dirigente piquetero para preguntarle qué quería comer en aquel almuerzo y le había enviado un menú con opciones. “Elegí una tortilla de espinaca, zanahoria, acelga y no sé qué cosa”, recuerda en una mañana fría en el barrio La Juanita. “Y me traen una tortilla enorme, tan bien armadita. Digo: ‘Esto no puede ser’, pero era una tortilla con mi nombre, cada lugar tenía un nombre asignado”. La vista al río, el tamaño de la mesa de trabajo y la comodidad de las butacas impresionó al dirigente social, que narró la historia de su cooperativa a los presentes. Con el tiempo, se convertiría en un profesional de su relato biográfico. Los públicos se diversificarían y crecerían en cantidad. Los abogados de negocios fueron, entonces, una de las audiencias principales de los dirigentes sociales no vinculados con la movilización callejera ni con las demandas al Estado como componentes principales de sus repertorios de acción.
El acercamiento de estos abogados de élite a las clases populares había comenzado poco antes de 2001 y se había dado en el seno de la tradicional asociación que los aglutinaba: el Colegio de Abogados de la Ciudad de Buenos Aires, conocido como “el Colegio de la calle Montevideo”, un espacio que
reunía a la aristocracy profesional, es decir, a los abogados que tradicionalmente representaban los intereses de los principales grupos de poder económico y político […] tenían una importante injerencia en la composición del Poder Judicial y sobre ciertas reformas al Código Penal. La Asociación de Abogados de Buenos Aires, en cambio, reunía a los abogados pertenecientes al estrato medio del sector profesional (Chama, 2007: 8).
Uno de los promotores de este proceso de aproximación fue Martín Böhmer, quien formó parte del grupo cercano al constitucionalista Carlos S. Nino en los años ochenta, de donde saldrían buena parte de los cuadros técnicos de Poder Ciudadano (Pereyra, 2013) –fundación con la que Böhmer estaría vinculado como asesor en el Área de Justicia–, y quien sería, además, entre 2003 y 2008, director del Área de Justicia del Centro de Implementación de Políticas Públicas para la Equidad y el Crecimiento (Cippec). En su estadía como estudiante en Estados Unidos –realizó su posgrado en la Universidad de Yale–, Böhmer conoció una iniciativa por la cual los grandes bufetes de abogados de Nueva York realizaban trabajo pro bono –sin cobrar honorarios– para asociaciones civiles o personas de bajos recursos o en situaciones de vulnerabilidad, garantizando una calidad de servicio equivalente a la brindada a los demás clientes. A su regreso a la Argentina, quiso importar la experiencia para aplicarla a casos de “interés público” que involucrasen tanto a “personas o comunidades pobres o menos privilegiadas” como a “organizaciones que los asisten”: ONG y asociaciones de advocacy con fines sociales, culturales, educativos.[18] Como parte de la campaña de promoción de ese formato de servicio social, Böhmer invitó en 2000 a Joan Vermeulen, fundadora y directora ejecutiva del Cyrus R. Vance Center for International Justice Initiatives del Colegio de Abogados de Nueva York, institución promotora del movimiento pro bono en Estados Unidos, a que visitara el Colegio de la calle Montevideo para sensibilizar a sus miembros ...

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