Capítulo cuarto: El Movimiento de Oxford.
La discusión parlamentaria sobre la Iglesia anglicana en Irlanda sorprendió a Newman en Italia. Su reacción ante las noticias fue lacónica: «Whigs y radicales no saben lo que hacen».
El proyecto legislativo suponía una desarticulación parcial de la comunión anglicana irlandesa.
El Bill no se convertiría en ley hasta el 14 de agosto. Pero había conmovido ya a la opinión pública. El sermón «National Apostasy», predicado por John Keble en Oxford el día 14 de Julio, fue considerado como una de las manifestaciones de esa conmoción. Sería celebrado después como el inicio del Movimiento de Oxford.
Siguiendo el texto de 1 Samuel 12, 23 –«Por mi parte, lejos de mí pecar contra Yahveh dejando de suplicar por vosotros y de enseñarnos el camino bueno y recto»–, el predicador recriminaba al poder público el abandono de la Iglesia establecida que se disponía a perpetrar.
Newman llegó a Oxford el día 9 de julio. Dos semanas después aproximadamente tendría lugar en la rectoría de Hadleigh, regentada por Hugh Rose, una reunión de clérigos afines a las ideas de John Keble. Arthur Perceval, Hurrell Froude, William Palmer y Hugh Rose se encuentran presentes. Las conversaciones no produjeron de momento muchos resultados.
Newman había comenzado ya por su cuenta la composición y distribución de tractos. La difusión de opiniones e información sobre asuntos religiosos mediante tractos, que eran breves folletos de redacción rápida y fácil manejo, era costumbre entre los evangelistas. Los editados por Newman suponían, sin embargo, una gran mejora en la calidad y presentación externa. Una literatura de ligera apariencia iba a convertirse ahora en un factor decisivo de penetración intelectual y religiosa.
Estos tractos desarrollaban los puntos del programa que se había convenido y difundían las ideas del Movimiento, que por esta razón sería conocido como Movimiento tractariano.
Los tres primeros llevaban fecha del 9 de septiembre, pero circulaban desde agosto. Fueron escritos por Newman, así como la «Introducción» de dos o tres páginas –opening words–, que hablaba de la sucesión apostólica, principio crucial que expresaba el origen divino de la Iglesia, exigía su independencia respecto al poder civil, y explicaba el carácter sagrado y jerárquico del ministerio pastoral.
Son tiempos de gran actividad. El Movimiento tiene ya su claro centro en Keble, Newman y Froude. El trabajo es inmenso. Las horas de Newman se distribuyen con eficacia increíble entre la composición de libros y ensayos, la tarea docente y formativa en Oriel, la actividad pastoral, los contactos a favor del Movimiento, la correspondencia incesante y la redacción y distribución de los tractos.
«No te imaginas la carga que supone tener que consultar a muchas personas y llevar no obstante la entera ejecución de las cosas sobre mis espaldas –escribe a un amigo en octubre–. Tengo que escribir, corregir las pruebas y distribuir todos los tractos. Nadie me puede ayudar; primero, porque uno piensa que nadie lo hará tan bien como uno mismo, y segundo, porque mis amigos están diseminados».
A principios de noviembre se publica el libro de Newman Los arrianos del siglo iv. Es el primer producto histórico y teológico de sus lecturas y estudios patrísticos. Se sostiene en sus páginas una tesis original y algo discutible. Según Newman, los orígenes de la herejía arriana, que negaba la igualdad de Jesús con el Padre, habían de buscarse no en Alejandría, como decía la opinión común de patrólogos e historiadores, sino en Antioquía; y en una filosofía de corte aristotélico más que platónico.
El Movimiento avanza a un ritmo trepidante. Los tractos habían conseguido en muy poco tiempo atraer la atención del mundo eclesiástico, a la vez que penetraban lenta pero eficazmente en sectores influyentes de la sociedad civil. Newman no era del todo fiel a sus originarios propósitos de cautela. Crecían las adhesiones y comenzaban algunas impaciencias y recelos.
En 1834, Newman piensa y modela las líneas generales de la Vía Media entre catolicismo y protestantismo. La concibe como una opción teológica frente a los dos extremos que combate. Son ideas pensadas durante el viaje a Italia que Newman había comenzado a poner por escrito en el verano de 1833.
En marzo se publica el primer volumen de los Sermones pastorales de Newman. Contiene 26 textos, que habían sido predicados entre junio de 1825 y diciembre de 1833. El libro tuvo una notable acogida. El tono y los temas constituían gran novedad. Los sermones respiran una religiosidad genuina, al margen de toda retórica y formalismo. Tratan de santificación –que es la gran meta personal de su autor–, de buenas obras –asunto polémico en los medios anglicanos– y de la necesidad de huir del peligro de autocontemplación.
La dedicatoria del volumen –a Edward Pusey– reza así: «Al reverendo E. B. Pusey, Bachiller en Teología, canónigo de Christ Church, y Profesor Real de Hebreo en la Universidad de Oxford, es dedicado este volumen en afectuoso reconocimiento de la bendición que supone para el autor su gran amistad y su ejemplo».
Estas palabras son muy significativas en la historia del Movimiento de Oxford. Pusey era canónigo de la catedral anglicana oxoniense. Gozaba de gran prestigio e influencia por su ciencia, su seriedad religiosa, generosidad en sus limosnas, conexiones familiares y trato fluido con las autoridades universitarias. Comenzada en 1822, su amistad con Newman tardó en madurar, pero llegó a alcanzar una notable solidez tanto institucional como personal.
Un amigo común nos transmite una escena familiar en el hogar de Pusey, que es muy expresiva al respecto: «Después de la cena –leemos–, los niños (de Pusey) entraron en el salón. Uno se subió a las rodillas de Newman y le abrazó. Newman le puso sus propias gafas y repitió el gesto con su hermana, entre el jolgorio y diversión de todos. Se dice que Newman odia la conversación eclesiástica. Escribe tanto que cuando se encuentra en sociedad, parece siempre inclinado a hablar de asuntos ligeros y divertidos. Contó a los niños la historia de una mujer anciana que tenía una escoba que iba al pozo, sacaba agua, y hacía muchas otras cosas para ella. Les explicaba cómo la mujer se hartó de la escoba, y con el deseo de destruirla la partió en dos, y cómo para su fastidio, crecieron dos escoban vivas de las partes rotas de la vieja escoba».
Estos años contemplan significativamente el alumbramiento por Newman de las ideas acerca del desarrollo dogmático, cuyo curso avanza paralelo al abandono de las opiniones anglicanas en torno a temas de Sagrada Escritura, tradición y autoridad de la Iglesia.
A la intensa actividad del año 1834 sucede en 1835 cierta pausa. Este año será como un paréntesis en la composición de escritos. Solamente aumentarán los sermones, aunque no llegan ni con mucho a la cifra récord de los 81 compuestos en 1825.
Reina un ambiente de reposo y crecimiento interiores. Como consecuencia, 1835 es año de maduración de juicios y elaboración de proyectos. Es una época de mucha lectura, algunas polémicas, intensa actividad pastoral, y ejercicio de una extraordinaria influencia de carácter intelectual y espiritual.
El verano de 1835 –como lo sería también el de 1839– es muy fecundo para Newman en el estudio de los Padres de la Iglesia. «Por fin los estaba leyendo por mí mismo –escribe en 1850–, pues ningún escritor anglicano había tratado especialmente y con detalle los temas que me ocupaban. En mi primer contacto con los Padres los había leído como protestante; después los leí en gran medida como anglicano, aunque es de notar que lo obtenido en ambas lecturas, por encima de la teoría o sistema con que había comenzado, apuntaba en una dirección católica. En el primero de los dos veranos mencionados –1835– mi lectura se limitó casi enteramente a temas doctrinales, con exclusión de la historia, y creo que me dejó más o menos donde estaba en la cuestión de la Iglesia católica».
Muy diferentes serían, por el contario, los resultados del estudio de los Padres en la vacación veraniega de 1839.
El 15 de septiembre Newman hace un alto en su actividad para visitar a Hurrell Froude, al que la enfermedad mantenía retirado en la casa paterna de Dartington. Será la última vez que los dos amigos se encuentren. La estancia duró cerca de un mes. «Marché y dije mi último adiós en el atardecer del domingo 11 de octubre. Al despedirme de él, su rostro se iluminó y casi brilló en la oscuridad, como para decirme que en este mundo nos separábamos para siempre.»
En 1835 se despliega una gran actividad católica en todo el país. Wiseman se deja oír con una voz cada vez más decidida. Pronuncia unas conferencias religiosas de Adviento, que van dirigidas tanto a católicos como a protestantes y que respiran seguridad y optimismo sobre el futuro de la Iglesia católica en el Reino Unido, a la vez que son una contribución para hacerlo posible.
Ambrose Phillipps de Lisle, un converso inglés muy en contacto con los ambientes católicos franceses, promueve la fundación de la abadía cisterciense de Mount St. Bernard y restaura así el monacato tradicional en el país, extinguido con la Reforma de Enrique VIII a partir de 1534.
En noviembre de 1835 se consagra solemnemente la iglesia católica de Weobly en el Hertfordshire, al norte de Londres. Es la primera consagración pública de un templo romano desde los tiempos de la escisión religiosa en el siglo xvi.
Newman continúa su actividad intelectual, que en el aspecto polémico se ve obligada a emplearse en varios frentes. No es suficiente denunciar los presuntos abusos romanos y mantener a raya a una Iglesia católica que manifiesta una creciente agresividad proselitista. Hace falta también contener los excesos de la religión evangelista del corazón y del puro activismo. Newman se encara además vigorosamente con el racionalismo procedente de filosofías agnósticas y positivistas.
Recibe el 27 de enero de 1836 la última carta de Hurrell Froude. El padre del moribundo le escribiría tres semanas más tarde: «… toda esperanza de recuperación ha desaparecido, pero tenemos el consuelo de verle libre de dolores y con la seguridad de que el tránsito será un cambio feliz, sea cual sea el momento en que Dios quiera llevárselo. Sus pensamientos van continuamente a Oxford, a usted y a Mr. Keble».
La muerte se produce finalmente el día 28 de febrero. Será ésta una fecha única en la vida de Newman. «No puedo ni siquiera hablar de nuestra actual pérdida, como muy bien podrás entender –escribe a Robert Wilberforce–. Nunca tendré una mayor».
Hurrell Froude había llegado a ocupar un lugar de inigualada importancia en la existencia de Newman. Solamente la futura amistad con Ambrose Saint John es comparable a la intimidad que le unió a Froude.
«No puedo describir lo que le debo en cuanto a principios intelectuales de religión y moral». Froude fue en verdad una fuente inagotable de inspiración religiosa no solo por su modo de hablar y comunicarse, sino también por su gran clase intelectual, que necesariamente hubo de causar un impacto perdurable en la receptiva mente de Newman. Froude fue uno de los primeros británicos de creencias anglicanas que intentaron y consiguieron hacer justicia a Roma y utilizaron para con ella un lenguaje respetuoso.
Escribe Newman: «Es difícil enumerar las adiciones que para mi Credo teológico obtuve de un amigo a quien tanto debo. Me hizo admirar la Iglesia de Roma y detestar en igual medida la Reforma. Inculcó profundamente en mi espíritu la idea de devoción a la Virgen, y me llevó poco a poco a creer en la Presencia Real eucarística».
Con la muerte de Froude llegarían a manos de Newman –como recuerdo del amigo desaparecido– los cuatro tomos del Breviario romano que Froude usaba habitualmente. Esta adquisición inesperada constituiría para Newman un descubrimiento singular. «Al morir Hurrell Froude en 1836 –leemos en la Apología– se me rogó escoger como recuerdo uno de sus libros. Yo elegí la Analogía de Butler, pero al descubrir que estaba ya reservada examiné con perplejidad los estantes que tenía delante y entonces un íntimo amigo que se hallaba junto a mí me dijo: “Toma este”. Era el breviario que Hurrell había tenido en Barbados. Lo tomé, lo estudié, escribí un tracto sobre él y lo tengo sobre mi mesa en uso constante hasta hoy».
Un nuevo escenario comienza a abrirse gradualmente. En torno al mes de marzo de 1836 un aluvión de sucesos invade la vida y la atención de Newman: la desaparición de Froude, la muerte de su madre, la boda de Jemima con John Mozley, el conocimiento y uso del Breviario romano, la primera conexión con el British Critic, el comienzo –junto con Pusey y Keble– de una biblioteca de Padres de la Iglesia, la puesta en marcha de la capilla de Littlemore, dependiente de la parroquia de Santa María…
La señora Newman murió el 17 de mayo después de una breve enfermedad. Tenía 64 años. John Henry comunica con rapidez la triste noticia a íntimos y familiares. «Te apenarán las nuevas que debo darte –escribe a John Bowden–. Es para mí el suceso más aplastante: la muerte de mi querida madre. Yo desconocía hasta hace dos días la gravedad en que se encontraba. Murió ayer». «Mi madre nos ha sido llevada –había escrito el día anterior a su tía Elizabeth Newman–. Si supieras lo que ha sufrido en su ánimo, sentirías como nosotros que ha sido para ella una verdadera liberación. ¡Quién podría haberlo pensado! Todo es extraño en este mundo; todo resulta misterioso. Sólo una fe segura puede llevarnos adelante». Un acento de serena desolación penetra las palabras dolientes.
El fallecimiento representa un auténtico shock para toda la familia, pero Newman parece el más afectado. «Hasta el momento del funeral –relata su cuñado John Mozley– Newman se encontraba terriblemente abatido y su semblante perfectamente cubierto de dolor. Solamente a intervalos rompía su silencio con momentos de algo parecido a una conversación alegre».
Le apena profundamente la desaparición de la madre, y su tristeza se ve reforzada por el recuerdo de algunos malentendidos y diferencias que se han producido durante los últimos años. La señora Newman, una mujer sencilla de piedad tradicional, no había comprendido del todo las convicciones religiosas del hijo ni ocultado su alarma por el ambiente polémico en el que se desarrollaban las actividades de éste en la Universidad. Semanas antes de morir había manifestado sus inquietudes con estas significativas palabras: «… no puedo sino dolerme cuando oigo formular sospechas sobre opiniones tuyas que según algunos “favorecen el catolicismo”. No es que me importe el reproche que todos los hombres buenos y útiles deben sufrir cuando cumplen su deber, pero me preocupa que estas alegaciones puedan disminuir tu influencia y tus energías».
Newman había tratado siempre de restar importancia a las diferencias religiosas que, sin llegar nunca a consecuencias importantes, le habían separado ligeramente de su madre y hermanos. La señora Newman había colaborado con entusiasmo en la actividad pastoral que John Henry desempeñaba en Littlemore, un anexo de la parroquia de Santa María, situado a unas tres millas de Oxford. El hijo mayor había sido en todo momento para ella el orgullo de sus primeros tiempos de casada y el consuelo de los últimos años de su vida.
La señora Newman fue enterrada dentro de una cripta cercana al altar de la iglesia de Santa María, en una ceremonia oficiada por Isaac Williams, coadjutor de John Henry. Su fallecimiento y las bodas de Jemima y Harriet, que tuvieron lugar en los meses de abril y septiembre respectivamente, señalan la desaparición del hogar de los Newman. La casa que la familia había ocupado –llamada Rose Bank– fue puesta en venta.
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