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El sufrimiento y la muerte
«Al mismo tiempo que el niño pequeño comienza a decir “yo” cuando habla de sí mismo, va paulatinamente haciendo experiencias cada vez más claras de la más importante condición fundamental de la vida humana, la de que nuestro ser es limitado y finito, ligado a un tiempo determinado y a un espacio concreto.
Por primera vez emergen, en forma infantil, las preguntas y los miedos que mueven a los hombres cuando se ven abocados a la finitud de su vida y a la amenaza que perciben de ella. Y con ellos comienza un debate interno que continuará como tema de fondo a lo largo de la vida del hombre adulto hasta su último suspiro: el debate de la aceptación de la muerte y de la finitud de nuestra vida.
También los niños experimentan ese miedo y en sus preguntas y fantasías sobre la vida y la muerte buscan el coraje de una fe que les haga posible afirmar la vida en plenitud.»
Reinmar Tschirch 1
Es muy probable que los niños no perciban la magnitud y profundidad del hecho de la finitud de la vida, pero sí perciben claramente que la muerte es un hecho serio, real y definitivo. Aunque muchas veces se evitan los diálogos sobre estos temas, los pequeños captan la atmósfera de desasosiego y de temor, de tristeza y de desesperación que acompaña estos momentos familiares.
Querámoslo o no, el niño paulatinamente acopia experiencias que, de modo cada vez más ineludible, lo enfrentan con el hecho fundamental de nuestra existencia en el mundo: que la vida del ser humano es una vida finita y limitada.
El planteamiento de la muerte constituye un estadio del desarrollo anímico de los niños; les preocupa aun cuando aparentemente se los haya mantenido alejados de toda vivencia directa de la muerte. Por ello, intentar ocultar y minimizar el hecho de la muerte y sus consecuencias es un error.
Cuanto más se difieran las conversaciones con los niños acerca de las realidades de nuestra vida, aun las más tristes y problemáticas, tanto más difícil será volver a hablar de ellas. Silenciar y evitar son dos actitudes que no le hacen bien al niño. En algún momento se encontrará con esos acontecimientos “desagradables”, con esa “seriedad” de la vida, y lo hará sin la preparación y reflexión necesarias. Resulta obvio que, para que padres y educadores puedan hablar y conversar sinceramente y con utilidad con los niños acerca de la muerte, tienen que haber pensado y reflexionado previamente ellos mismos acerca de esta condición de la vida. Los adultos han de reconocer su propio miedo y tomar posición frente al mismo y, a su vez, han de descubrir y conservar el coraje de vivir a pesar de la transitoriedad de la vida.
El niño intuye y vivencia claramente cuál es la actitud de los padres, de los familiares, de la maestra, de los adultos frente a la muerte. La idea es abordar el diálogo con los niños acerca de la muerte desde lo que implica la vida; que es maravillosa y está llena de oportunidades.
Todo niño, aunque acotado a la etapa de su desarrollo, participa de la experiencia humana plenamente, con toda su intensidad; esto es:
• Participa, como ser humano, del sentido del bien y del mal en su persona. Los niños no son “angelitos” sino personas plenas.
• Tiene planteamientos no resueltos y movilizadores frente al dolor, el sufrimiento y la muerte. Los afectos y la cercanía con la muerte de un ser querido convierten a las simples respuestas de la ciencia en absurdas e incomprensibles.
• Ante estas cuestiones, cada hombre, cada niño, debe buscar y elaborar su propia respuesta.
• Tiene miedo y desconocimiento ante el sentido de la muerte. Necesita trascender, pero conoce el dolor y el sufrimiento.
• Sabe que la muerte es un hecho serio, real, grave y, desde un punto de vista estrictamente humano, definitivo. No vemos sino una sola cara de la muerte, la que está vuelta hacia nosotros. Todo lo que hay o existe después de la muerte escapa a nuestra experiencia humana, salvo la aniquilación del cuerpo.
Es bueno que el niño sepa que nosotros también sufrimos, tenemos miedo; pero que sobre el miedo tenemos esperanza y fe en el triunfo de Jesucristo sobre la muerte. “…Si Cristo no resucitó, vana es nuestra fe”, dice san Pablo en su carta a los Corintios (1 Cor 15,14).
Dijo Jesús: “Yo soy la Resurrección y la Vida. El que crea en mí aunque muera, vivirá y el que vive y cree en mí, no morirá para siempre. ¿Crees esto?…”
Juan 11,25-26
1. ¿CÓMO HABLAR DE LA MUERTE A LOS NIÑOS?
Uno de los temas más difíciles de afrontar a cualquier edad es el de la muerte. Como adultos, ante la muerte no hacemos lo que debemos sino lo que podemos. Pero para los niños, el tema de la muerte es algo complicado y angustiante. Ellos, al igual que los grandes, ante la muerte de un ser querido o ante la posibilidad de la propia muerte experimentan la desilusión de los sueños no realizados; se despiertan en ellos profundos sentimientos de culpa, como también la angustia de la soledad y la pérdida.
Muchos niños han vivido la muerte de seres queridos, pero por falta de personas capaces de ayudarlos, no pocas veces esas muertes se han transformado en experiencias traumáticas, por distorsiones en su comprensión de los hechos y por la sensación de soledad frente a su dolor. Algo del trauma se puede aliviar si los acompañamos adecuadamente en medio de su pérdida.
2. LA MUERTE EN EL MUNDO ACTUAL
En nuestra sociedad actual, la televisión, el cine, los diarios, los dibujos animados, los videojuegos, internet, etc., nos presentan a la muerte de una forma tan constante y cotidiana que termina provocándonos indiferencia. La mayoría de las veces, esas muertes que son noticia nos parecen lejanas. Esas muertes impersonales y violentas de la televisión son muy conocidas por los niños.
En cambio, las muertes naturales e individuales de un ser querido pueden ser nuevas y desconocidas para ellos. Esas pérdidas más cercanas llegan excepcionalmente y –recién cuando ocurren–nos enfrentan a la idea de que las personas no somos superpoderosas, sino mortales. En nuestro entorno próximo la muerte sucede excepcionalmente, no es un tema de todos los días y por eso, nos toma por sorpresa.
3. EL NIÑO ANTE LA MUERTE
En algún momento de nuestras vidas, tal vez tras sufrir la muerte de algún ser querido, descubrimos que también nosotros vamos a morir. Todos sabemos que somos mortales pero no todos lo comprendemos de veras. Los niños que antes tenían la sensación de que la muerte solo sucedía en la televisión, reciben un fuerte golpe cuando la muerte de algún ser querido les hace darse cuenta de que ella no es algo que está fuera nuestro mundo. Descubren que la muerte puede sucederle a todos y toman conciencia, a lo largo de los años, de su propia mortalidad.
El niño adquiere su comprensión de la muerte en etapas. Antes de los cinco años no entienden tres componentes esenciales de la muerte: su condición definitiva, el hecho de que los muertos no tienen funciones vitales y su universalidad. Por eso, es frecuente que pregunten a cada rato si la persona va a volver, si se la puede ayudar a volver de alguna manera, o si tiene frío o hambre en el lugar donde está o cómo va a respirar o comer en el ataúd.
El niño completa con fantasías más terribles que la realidad lo que no entiende o lo que se le oculta. Es muy común comprobar que los niños inventan fantasías o imaginan cosas que nada tienen que ver con la realidad, mucho más cuando se encuentran frente a situaciones límite, como el sufrimiento y la muerte. Lo que podemos trasmitir a los niños es el sentimiento de confianza en Dios, nuestro Padre, que nunca nos abandona y está siempre a nuestro lado, aun en la muerte.
4. EL DIÁLOGO CON LOS NIÑOS SOBRE LA MUERTE
Los padres muchas veces creen que los niños no son capaces de hablar de la muerte y, por ello, evitan esta conversación; como resultado, los niños se sienten aislados en el momento que mayor apoyo requieren. El niño necesita la oportunidad de conversar con personas cercanas a él, que estén involucradas en el dolor que padece toda la familia. En este proceso han de surgir muchas preguntas sobre la muerte, el cielo, la vida eterna y otros temas difíciles de contestar. Los niños merecen el respeto de las personas adultas y un intento honesto por parte de éstos en contestar sus interrogantes, con sinceridad y compasión. El niño que llora su dolor es un niño que puede recibir el consuelo de los otros o de Dios mismo.
En este sentido, la comunicación abierta y la consistencia en el trato con el niño constituyen la clave de la superación; consideremos que muchas veces no podemos animar y brindar el apoyo requerido por nuestros niños, ya que, posiblemente, nosotros mismos nos sintamos agobiados por el dolor que nos embarga. Por ello, el apoyo de amigos y familiares resulta esencial en estos momentos difíciles. Debemos asumir y ser conscientes de que tendremos limitaciones para responderles sobre la muerte y, a pesar de esos límites, los niños deben percibir...