
- 90 páginas
- Spanish
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eBook - ePub
Pensar: lógicas no clásicas
Descripción del libro
Este libro aborda el fenómeno del pensar como el acto creativo que, en esencia, define nuestra especie. Cuando pensamos, no lo hacemos de una única manera; esto es, con una sola lógica. Pensamos de múltiples maneras simultáneamente, digamos, en paralelo y de forma distribuida; llevamos a cabo saltos de pensamiento, saltos de imaginación. En este sentido, pensar es más que un fenómeno biológico, es también un proceso social y cultural. Así pues, en cuanto no hay un único camino para el pensar, este libro presenta un panorama de la lógica actual.
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Lógica en filosofíaParte 1 //El pensar como problema
Nadie piensa bien si no piensa en todas las posibilidades. Pero pensar en todas las posibilidades incluye pensar incluso en lo imposible mismo. Sin embargo, pensar no es un acto voluntario y deliberado. No se piensa porque se lo desea. Más bien, pensamos porque resulta una imperiosa necesidad, pero también porque se han desarrollado ya, con anterioridad, costumbres o hábitos que permiten anticipar que el pensar es posible y tiene sentido, en un momento determinado.
Más exactamente, el pensar se hace posible a partir de la identificación de problemas, y son problemas los que sirven como simiente o cuna para que el pensar se haga posible. Sin problemas, en el sentido fuerte y preciso de la palabra, pensar no resulta necesario. Esta idea exige una aclaración indispensable.
Tal y como se dice generalmente en ciencia, en filosofía y en general en el espectro de la academia, la investigación se funda a partir de problemas. Esto es, retos, apuestas, desafíos. Ahora bien, si bien es cierto que la identificación o formulación de problemas requiere como condición necesaria el conocimiento del estado del arte de un tema o materia determinados, según el caso, la tarea de formular problemas es esencialmente un ejercicio o un acto de la imaginación. Dicho de manera puntual: un problema se concibe, esto es, se imagina. Y un problema, entonces, se resuelve. (Esto en contraste con la técnica habitual de la pregunta de investigación: una pregunta se formula, y, a su vez, se responde).
Un problema no se concibe sin la cabeza, pero propiamente hablando, un problema es una experiencia. Más exactamente, una experiencia vital. Como el amor, como la angustia, como el encuentro con el rostro del otro, por ejemplo. Más exactamente, cuando se tiene un problema no somos nosotros quienes lo tenemos; por el contrario, es el problema el que nos tiene. Análogamente a como cuando estamos enamorados (enamorados y no simplemente infatuados). Así, por ejemplo, nos despertamos a media-noche pensando en la persona amada, nos sorprendemos en la calle o en reuniones totalmente abstraídos, porque la mente y el corazón pivotan alrededor del recuerdo o la imagen de la persona amada. Al fin y al cabo, como es sabido, el amor es una experiencia psicótica: perdemos el sentido de la realidad y estamos totalmente envueltos por la experiencia sin que nada ni nadie más nos importe. Pues bien, literalmente, un problema es como una experiencia de amor. El problema nos tiene, nos sorprendemos en numerosas ocasiones pensando o relacionando o remitiendo todo al problema, y creemos verlo en todas partes, por ejemplo.
Pues bien, pensar es una experiencia distinta al conocimiento. Si, con razón, Maturana y Varela (1984) ponen de manifiesto que las raíces del conocimiento se encuentran en la biología (y no ya en aquellas instancias en que los psicólogos, los epistemólogos de vieja data y los filósofos creían, como el alma, el intelecto, el entendimiento, la razón, la conciencia, y demás), los motivos y el modo mismo del pensar tienen lugar o se engatillan en una experiencia ante-predicativa, que es semejante a una experiencia límite.
Pensamos en la forma de la duda, en la forma de tanteos, en la forma misma del bosquejo. Hay quienes piensan con la mano, y entonces elaboran trazos sobre una hoja de papel cualquiera, y hay a quienes se les ve el pensamiento en los movimientos mismos del cuerpo. El pensar posee un rasgo distintivo que es reconocible para quienes tienen experiencias semejantes o próximas, y se hace evidente en el rostro como un todo; por ejemplo en la mirada, o en una cierta aura no enteramente definible, en fin, también en el hecho de que quienes se dan a la tarea de pensar no siempre emplean las palabras comunes y corrientes que usan todos los seres humanos en el día a día.
A quienes piensan, como a quienes están enamorados o a quienes padecen de pobreza, se los conoce por un ejercicio de entropatía (Einfühlung), esto es, una especie de “ponernos en el zapato de los otros”, como un acto de interiorización de un fenómeno externo. El pensar está jalonado por una especie de hybris, una pasión, un gusto, una fruición únicos. Ya la historia de la ciencia, tanto como la de la filosofía, la psicología del descubrimiento científico o los estudios sociales sobre ciencia y tecnología, así lo han puesto de manifiesto.
Sin embargo, el pensar no es exclusivo de los seres humanos. También los animales y las plantas piensan. Pero no es éste el lugar para entrar en este tema, por razones de espacio1.
A pensar nos preparamos a través de mucha lectura, mucho estudio, mucha reflexión. Pensar, en otras palabras, no es un punto de partida, sino un punto de llegada, el resultado de un trabajo o una forma de vida que permite que, entonces, haya pensadores en la sociedad y en la cultura.
El pensar se convierte en un problema dado que, de suyo, es crítico, reflexivo, no acepta ningún criterio de autoridad de ninguna clase, es siempre cuestionador e implica autonomía, independencia, libertad y la formación de un criterio propio. No en vano la Ilustración, con Kant, eleva al pensar como un acto de soberanía por parte del individuo: “atrévete a pensar” (sapere aude) (literalmente: atrévete a saber [por ti mismo]).
En un mundo cargado de intereses de todo tipo, el pensar se entiende como un “lujo”, como algo innecesario. Lo importante sería hacer; o establecer para qué sirve algo. En este caso, para qué sirve pensar2. Un caso particular ilustra bien esta situación: de acuerdo con Kurt Lewin (1890-1947), “no hay nada más práctico que una buena teoría”. En este sentido exactamente, sostenía Einstein que es la teoría la que nos permite ver las cosas.
En efecto, los aztecas jamás vieron llegar a Hernán Cortés, y solo se percataron de que estaba allí cuando ya estaba matándolos a los aztecas, asolando los campos, usurpando a sus mujeres. Y la razón por la que no vieron a los españoles es porque carecían de conceptos como el de arcabuz, perro, caballo, hombre blanco, y demás. Los conceptos y las teorías nos permiten ver las cosas, y al verlas podemos explicarlas y comprenderlas. Tal es el valor de pensar —esto es, pensar en y con conceptos, pensar y elaborar modelos y teorías, por ejemplo—.
En el mundo actual se asimilan y se impulsan, se promueven y se hacen llamados constantes a comportamientos sin relación con el pensar. Así, notablemente, se elogia el sentido de pertenencia, la lealtad, la fidelidad, la obediencia incluso, el cumplimiento de las normas y la institucionalidad. Todo ello va en desmedro del pensar en sentido propio. Vivimos una cultura de fobia al pensar: son las normas, las leyes y la institucionalidad las que pasan al primer plano en la conciencia individual y social, repetidas por medios de comunicación social, ingenierías sociales de todo tipo, en fin, por estructuras organizacionales y cuerpos administrativos de toda índole.
En metodología de la ciencia, se ha convertido ya en una costumbre enseñar a los estudiantes que es importante tener “la pregunta de investigación”. Lo que no se dice expresamente es que los estudiantes deben ser cuestionadores, inquisidores, no aceptar los hechos ni las ideas sin más. La pregunta de investigación es bastante más que una técnica; es una actitud radical. Se trata, en propiedad, de la invitación a pensar las cosas de que se ocupan de otro modo que como ha sido la costumbre hasta ahora. Costumbre que, eufemísticamente, es conocida como el “estado del arte”.
Ahora, bien entendido, pensar consiste en imaginar mundos posibles, escenarios distintos, fenómenos y comportamientos nunca vistos hasta la fecha. Nadie piensa bien si no imagina nuevas realidades, si no juega con posibilidades. Pensar no es, así, algo diferente a llevar a cabo experimentos mentales, en fin, a jugar con pompas de intuición (intuition bubbles).
Pensar es un proceso que, contradictoriamente, implica el mundo y la naturaleza, pero que se lleva a cabo individualmente. Desde luego que existen los think tanks (tanques de pensamiento), y que en nuestra época se hacen fundamentales las redes —nacionales e internacionales— de cooperación. Pero pensar implica soledad y aislamiento, encuentro consigo mismo, desafío y libertad total. Y esto constituye, manifiestamente, un problema.
En otras palabras, el pensar sucede en la interfaz entre el mundo interior, rico, inmensamente rico desde la óptica de quien piensa, y el resto del mundo y la realidad. Esa interfaz es un umbral móvil y difuso, que se dirime en el cruce entre biografía y entorno familiar y social; en fin, en la cultura misma en la que emerge y se hace posible, o no, el proceso mismo del pensar.
Parte 2 //Problemas, necesidades y pobreza
Contra todas las apariencias, la inmensa mayoría de la gente no tiene problemas. Ciertamente no en el sentido prestante que adquiere el término en la investigación. Con todo y que, en el plano existencial, en numerosas ocasiones, los problemas cumplen para la mayoría de la gente la función de factores de selección. La vida se les va quedando en el afrontamiento de las dificultades, y los problemas terminan cobrando la vida de las personas. Problemas como celos, deudas, odios, rencores y muchas otras asechanzas que no son en realidad problemas sino verdaderas trampas mortales.
Un problema, en el contexto de la investigación, tiene cualquier otra acepción distinta a dificultad, embrollo o trampa, por ejemplo. En este sentido, el lenguaje que se emplea en ciencia y en filosofía en nada se corresponde con el lenguaje común y corriente que se usa en la calle todos los días. Los investigadores, como ha sostenido un autor, son una clase particular de seres humanos, pues aman los desafíos, los retos y las dificultades (puzzles). Más exactamente, definen su vida enteramente en torno al amor por los problemas, puesto que saben que, cuando resuelven un problema, hay diez más que aparecen entonces inmediatamente.
Los problemas constituyen, metodológicamente hablando, el ADN de la investigación, o del pensar. Sin problemas nadie piensa, pero pensar entonces es bastante más que resolver problemas. En sentido propio, pensar crea nuevas dimensiones, nuevos mundos, nuevas alternativas inexistentes anteriormente, y así, el pensar responde a los problemas creando posibilidades, imaginando divergencias y no convergencias. El pensar jamás reacciona ante los retos y las dificultades, y ciertamente no en el sentido newtoniano de la palabra. La mente no es otra cosa que una creadora de nuevos mundos y nuevas realidades.
Los verdaderos problemas en ciencia, como en la vida, constituyen no simplemente cuestionamientos a un estado de cosas anterior o prevaleciente, sino, más radicalmente, la necesidad de cambiar un fenómeno, un comportamiento, un sistema determinados.
En este contexto vale recordar a Einstein. En el contexto del debate de Copenhaguen, decía el físico alemán que si verdaderamente se quiere resolver un problema, esto exige cambiar el marco en el que surge el problema. Así, bien entendido entonces, esto significa modificar el marco lógico, el marco epistemológico, el marco semántico, el marco sintáctico en los que surge un problema. Pero estos no son los únicos marcos. Asimismo, se hace indispensable cambiar el marco científico, el marco filosófico y el marco cultural en el que surge el problema. Pero, más radicalmente, ello conlleva también, de manera inevitable, a modificar de raíz el marco social, el marco político, el marco económico y el marco de valores en el que emerge el problema en cuestión. De lo contrario, no se habrá hecho nada y definitivamente el problema no habrá quedado resuelto, en modo alguno. En ciencia y en metodología un problema que se aborda y se explica sin que se cambie verdaderamente nada se denomina una investigación epidemiológica.
Einstein mismo, como muchas veces sucede en la historia del conocimiento, jamás fue enteramente consciente del alcance y el significado de lo que estaba planteando.
Para el verdadero investigador, sus problemas no son un simple asunto de horarios de oficina. Los problemas del investigador no se encuentran en el tiempo objetivo, sino, más propiamente, anidan en su corazón, o en su vientre, o en su hipófisis, o en algún otro lugar recóndito de su cuerpo. Un problema no simplemente se piensa; se siente. Constituye una verdadera experiencia metafísica en el sentido de que modifica de raíz la existencia monótona, regular, parsimoniosa y cíclica de la vida común y corriente. Tenemos ante nosotros un auténtico oxímoron: los problemas que dan qué pensar y que definen a la investigación producen verdadera fruición en el investigador.
Para quien piensa, una vida llevada en preguntas, cuestionamientos, reflexiones, críticas, cambios de puntos de vista, juegos de imaginación y experimentos mentales, es una forma de vida propia. Más allá de los entrenamientos de la vida cotidiana, más allá de los criterios mismos de estandarización y demás que prefiguran la existencia de la mayoría de los seres humanos. Exactamente en este sentido aparece una contradicción, pero que no es trivial: pensar no es un fenómeno normal, y manifiestamente no se ciñe a los parámetros normales de distribuciones normales, leyes de grandes números, o campanas de Gauss, en ningún sentido.
Pensar ciertamente exige un esfuerzo, y más que disciplina, digamos constancia. He aquí otro oxímoron, a saber: en numerosas ocasiones pensar demanda un estilo de vida de mucha insistencia, trabajo y dedicación, pero el pensar carece de parámetros en cualquier acepción de la palabra. Visto de forma exter...
Índice
- Cubierta
- Portadilla
- Portada
- Créditos
- Tabla de contenido
- Prólogo
- Introducción
- PARTE 1. El pensar como problema
- PARTE 2. Problemas, necesidad y pobreza
- PARTE 3. Pensar es pensar sobre problemas. Los problemas complejos
- PARTE 4. La investigación como un ejercicio de pensamiento
- PARTE 5. Pensar y sembrar
- PARTE 6. Intermezzo: la biología del pensar
- PARTE 7. Memoria, información, pensamiento
- PARTE 8. Un problema difícil: enseñar o aprender a pensar
- PARTE 9. Motivos y aspectos del pensar
- PARTE 10. Lógica, lógicas y pensar
- PARTE 11. Lógica y computación. Razonamiento y cálculo
- PARTE 12. El panorama de las LNCs
- PARTE 13. Un quiebre con la cultura
- PARTE 14. Líneas, curvas y pliegues del pensar en las LNCs
- Conclusiones
- Epílogo. Contra las categorías, pensar
- Bibliografía
- Notas al pie
- Contracubierta