Las historias que nos unen
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Las historias que nos unen

21 relatos para la integración de Perú y Chile

  1. 452 páginas
  2. Spanish
  3. ePUB (apto para móviles)
  4. Disponible en iOS y Android
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Las historias que nos unen

21 relatos para la integración de Perú y Chile

Descripción del libro

Encontrar los episodios positivos en las relaciones peruano-chilenas entre los siglos XIX y XX, y reunir para contarlos a más de una veintena de académicos de ambos países fue la meta que se trazaron los historiadores Daniel Parodi (Perú) y Sergio González (Chile) cuando se conocieron en Santiago en 2011 en un diálogo binacional entre políticos y académicos. Las historias que nos unen. 21 relatos para la integración entre Perú y Chile reúne algunos artículos escritos por autores peruanos, otros por autores chilenos, y varias por parejas de autores, una de cada país. Todos estos escritos son relatos de hermanamiento entre los dos países a través de historias de amistad que tocan aspectos políticos, sociales y, principalmente, de la vida cotidiana, y por medio de historias vinculadas a Tarapacá y la región de frontera que se extiende hasta Tacna. Este volumen no intenta obviar los eventos dolorosos de la historia, sobre los que ambas colectividades deberían conversar con madurez y respeto en un futuro cercano. Más bien, la compilación busca ampliar la mirada sobre nuestro pasado común para mostrar que chilenos y peruanos protagonizaron intensos episodios de amistad que ameritan ser recordados, como el aporte del libertador chileno Bernardo O´Higgins a la Independencia del Perú, la admiración al bolerista peruano Lucho Barrios en Chile, la influencia de la culinaria nacional en el país del sur. Estos, entre muchos otros temas, configuran un recorrido por el pasado peruano-chileno que desconocemos, aquel que traza los lazos de unión que deben acercar a las generaciones del futuro.

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Información

Año
2014
ISBN del libro electrónico
9786124146770
Primera parte:
Perú y Chile: once historias en común
1. Aspectos políticos
El chileno-irlandés Bernardo O’Higgins y la independencia del Perú2
Scarlett O’Phelan Godoy
…ya que la Patria no necesita hoy de mis débiles fuerzas… y ya que separado del difícil y espinoso cargo de Director Supremo puedo dedicarme a mis actividades privadas, espero que el gobierno se dignará permitirme que pase a Irlanda por algún tiempo, a residir en el seno de mi familia paterna.
Bernardo O’Higgins, 12 de febrero de 1823
Bernardo O’Higgins Riquelme nació en 1778 en Chillán, Chile, y participó activamente en la temprana guerra de independencia de su país hasta que ocurrió el desastre de Rancagua, en 1814, que cerró el período que se conoce como la Patria Vieja (Villalobos, 1977, p. 377). Luego de este suceso, O’Higgins —al igual que otros miembros de familias patriotas— debió refugiarse en la Argentina, donde forjó una sólida amistad con don José de San Martín, a quien había conocido con antelación en España (Mehegan, 1913, pp. 35, 84)3 y a quien animó a cruzar la cordillera, decisión que luego se vio coronada el 18 de febrero de 1817 con la victoria de Chacabuco, preámbulo de la entrada a Santiago. Es en estas circunstancias en que se instaura la Patria Nueva y el Cabildo Abierto y proclama como Director Supremo de Chile a San Martín, quien renuncia al cargo de inmediato a favor de su amigo y compañero de armas Bernardo O’Higgins (Villalobos, 1977, pp. 393-394; Jocelyn-Holt Letelier, 1999, p. 251). La independencia de Chile se selló posteriormente con la batalla de Maipú, liderada el 5 de abril de 1818 por San Martín, cuando O’Higgins se encontraba fuera de la capital (Villalobos, 1977, p. 298).
Entre 1818 y 1821, durante los primeros años del gobierno de O’Higgins como Director Supremo de Chile4, se perpetraron una serie de crímenes de Estado que removieron de la arena política a caudillos rivales y potenciales conspiradores, como los hermanos Carrera (Juan José, Luis y José Miguel) y Manuel Rodríguez, cuyo asesinato fue ordenado por el tucumano Bernardo Monteagudo, brazo derecho de San Martín, aunque también existe la versión que afirma que detrás de estos asesinatos políticos estuvo la mano implacable de la logia masónica Lautaro (Vicuña Mackenna, 1976, p. 292)5. Quizás esto explique de alguna manera por qué Chile no atravesó, como la mayoría de los países emancipados, por la era de los caudillos ya que, como se puede comprobar, estos fueron sistemáticamente eliminados en los albores de la república chilena. En todo caso, para evitar una inminente guerra civil, resultado de los ánimos caldeados de los correligionarios de los líderes desaparecidos, O’Higgins presentó su renuncia el 28 de enero de 1823 y se embarcó para el Perú, país que conocía, donde había estudiado, forjado amistades y que, además, estaba en deuda con él por su gestión en el desembarco en territorio peruano del ejército libertador, compuesto por argentinos y chilenos al mando del general San Martín.
1. Los irlandeses en el virreinato del Perú
Si queremos poner en su debido contexto familiar a don Bernardo O’Higgins Riquelme, tenemos que señalar que fue el hijo ilegítimo del irlandés don Ambrosio O’Higgins y O’Higgins (Ambrose Bernard O’Higgins, 1720-1801)6, quien habiéndose educado y trabajado en Cádiz, España7, pasó en 1764 a Chile como asistente del también irlandés John Garland, que a la sazón ejercía el cargo de gobernador militar de Valdivia. A lo largo de su exitosa carrera administrativa, don Ambrosio se desempeñó como gobernador-intendente de Concepción, Chile (1786-1788), gobernador de Chile (1788-1796) y finalmente virrey del Perú (1796-1801). En 1795 se le reconocería el título de barón de Ballenary, del que habían gozado sus antepasados en Irlanda8, y al año siguiente se crearía para él el título de marqués de Osorno (Arias de Saaverda Alías, 2000, p. 50). En la medida en que su padre era irlandés y su madre —Isabel Riquelme y Meza— americana, Bernardo O’Higgins puede ser descrito como un «chileno-irlandés». Además, el peso que iba a recibir de la vertiente irlandesa en su formación sería notable.
Lo particular en este caso es que un irlandés nacido Sligo y criado en Meath, como don Ambrosio, llegara a asumir el cargo de virrey del Perú. Un caso similar —aunque no idéntico— pudo ser el del último virrey de México, don Juan O’Donoju O’Rian (O’Donahue O’Ryan), que si bien era descendiente por ambos lados de irlandeses, había nacido en Sevilla (Arias de Saavedra Alías, 2000, p. 51). La presencia de irlandeses y descendientes de irlandeses en cargos de alto nivel se puede explicar por la apertura que demostró tener la casa de Borbón, sobre todo en la segunda mitad del siglo XVIII, frente a la presencia de nativos de Irlanda y sus descendientes en puestos administrativos y militares de importancia. Los irlandeses no solo eran consabidos católicos, sino que también eran reputados como experimentados comerciantes y, sobre todo, apreciados por su pericia y prestigio militar. Por ejemplo, Fernando VI y Carlos III incluyeron a irlandeses entre sus consejeros militares. Así, el irlandés Ricardo Wall, natural de Limerick, llegó a alcanzar el codiciado puesto de ministro de Estado y Guerra de España (1754-1763), siendo conocido como «el hombre poderoso de la monarquía» (Sarrailh, 2005, pp. 323-325). Al ver con escepticismo su ansiado retorno a Irlanda, los irlandeses adoptaron a España como su segunda patria y le prestaron servicios incondicionados. De allí que Wall declarara, en 1758, «Yo no tengo más patria que esta (España) y no obstante más de cuarenta años de servicios, no acaba la gente de persuadirse de que yo la amo tanto como los nativos» (López-Guadalupe, 2000, p. 173). Sin embargo, durante su gestión como ministro, Wall —sin olvidar sus orígenes— se rodeó de varios irlandeses a los cuales favoreció desde su cargo, entre ellos se encontraban Alejandro O’Reilly, Guillermo Bowles, Bernardine Ward y nada menos que Ambrosio O’Higgins (Boylan, 1988, p. 297)9.
Siguiendo esta tendencia de dones y favores, no debe sorprender que don Ambrosio aprovechara de su puesto como virrey del Perú para conseguir, en 1799, que a su sobrino, el también irlandés Demetrio O’Higgins, fuera nombrado intendente de Huamanga, cargo que comenzó a ejercer a partir de 1802 (Fisher, 1970, p. 246). Igualmente, en 1795 don Ambrosio gestionó para otro de sus sobrinos, don Tomás O’Higgins, el nombramiento de capitán del regimiento de Dragones de Chile, siendo este posteriormente designado, en 1797, como gobernador de Huarochirí (Donoso, 1941, p. 416). Pero este tipo de concesiones no se dieron exclusivamente dentro del ámbito familiar. El virrey O’Higgins también colocaría a sus compatriotas en puestos de la alta administración, como ocurrió en el caso del irlandés Juan Mackenna O’Reilly, a quien nombró Superintendente de Osorno el 11 de agosto de 1797 (p. 366). Es más, luego de que Mackenna asumiera el cargo, le fueron remitidos varios artesanos irlandeses e ingleses con la expectativa de que estos, con la introducción de pequeñas industrias y oficios mecánicos, contribuyeran al desarrollo de la población (p. 369)10.
Estos lazos de apoyo mutuo que se tejieron entre irlandeses radicados en España, sobre todo en el puerto de Cádiz (Fernández Pérez, 2000, p. 134; 1997), también estarán presentes en la América española. Así, cuando tanto don Ambrosio como don Bernardo busquen personas de confianza que se hagan cargo del cuidado e instrucción del hijo, en el caso del primero, y en calidad de asesores o encargados del manejo de sus propiedades, en el caso del segundo, lo harán dentro del círculo de sus paisanos irlandeses. De esta manera, don Ambrosio escogió a su amigo íntimo, el irlandés Tomás Dolphin, para que se encargara de recoger a Bernardo de la casa materna y lo enviara a Lima a cursar estudios en el prestigioso Convictorio de San Carlos (Donoso, 1941, p. 388). Ya en Lima, don Ambrosio eligió como apoderado de su hijo a otro compatriota, el comerciante irlandés don Juan Ignacio Blake, a quien Jaime Eyzaguirre, en su libro O’Higgins (1972) describe como «un hombre acaudalado» (Eyzaguirre, 1972, I, p. 24). No obstante, de acuerdo al Tribunal del Consulado de Lima, se trataba de «un irlandés soltero que tiene tienda pública de mercancías en las covachuelas de la catedral»11. Es decir, Blake era un pequeño comerciante al menudeo o, en otras palabras, un «cajonero», que era como se les denominaba en esa época a los tenderos. Aunque hay que reconocer que la acotación citada corresponde a 1775 y es probable que Blake incrementara su fortuna en los años posteriores, ya que don Bernardo llegaría a estudiar a Lima recién en 1790 (Campos Harriet, 1947, p. 18).
Por otro lado, en 1811, en plena guerra de independencia, cuando don Bernardo requirió de asesoramiento y consejo pensó en recurrir a dos de sus allegados más próximos, ambos irlandeses: su primo Tomás O’Higgins y don Juan Mackenna, quien fuera colocado como gobernador de Osorno por su padre, en 1797. Finalmente se decidió por este último pues, a su entender, su primo Tomás estaba demasiado comprometido con la corona española (Clissold, 1968, p. 88)12. Más adelante, al retirarse en 1823 don Bernardo O’Higgins al Perú, le acompañó Mr. John Thomas Nowland, natural de Irlanda, que se convertiría en su más cercano confidente y con quien había entablado una estrecha amistad poco antes de abandonar Chile. Thomas fue el encargado de reorganizar las maltratadas...

Índice

  1. Introducción
  2. Primera parte: Perú y Chile: once historias en común
  3. Segunda parte: Historias de Tarapacá y de la frontera