
- 159 páginas
- Spanish
- ePUB (apto para móviles)
- Disponible en iOS y Android
eBook - ePub
Escepticismo y naturalismo
Descripción del libro
En un libro conciso y claro Peter F. Strawson expone una forma peculiar de naturalismo que permite abordar cuestiones tradicionales filosóficas de la epistemología, la ontología, la filosofía del lenguaje o la moralidad. La diversidad de temas que recorre, la presentación brillante de debates controvertidos y la sugerencia de posibles vías reconciliadoras brindan al lector la oportunidad de participar en una reflexión filosófica que resulta provocadora, tanto dentro como fuera del contexto de la filosofía analítica además de resultar una excelente vía de acceso a uno de los filósofos más destacados de la actualidad.
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Humanismus in der PhilosophieI
ESCEPTICISMO, NATURALISMO Y ARGUMENTOS TRASCENDENTALES
1. COMENTARIOS INTRODUCTORIOS
El término «naturalismo» tiene un uso elástico. El hecho de que se haya aplicado a la obra de filósofos que tienen tan poco en común como Hume y Spinoza basta para sugerir que ha de establecerse una distinción entre variedades de naturalismo. En capítulos posteriores distinguiré dos variedades principales, que cuentan, a su vez, con subvariedades. De las dos variedades principales, una podría llamarse naturalismo estricto o reduccionista (o, quizás, naturalismo duro). La otra podría llamarse naturalismo católico o liberal (o, quizás, naturalismo blando). Las palabras «católico» y «liberal» han de entenderse aquí en un sentido amplio, no en su sentido específicamente religioso o político; nada de lo que diga tendrá una relación directa con la religión o con la filosofía de la religión, ni con la política o con la filosofía política.
Aquellos que se muestran críticos respecto a estas dos variedades generales de naturalismo verán en cada una de ellas un camino que conduce a sus partidarios a la aberración intelectual. El defensor de algunas subvariedades de naturalismo estricto o reduccionista es susceptible de ser acusado de lo que es conocido de manera peyorativa como cientifismo, y de negar verdades y realidades evidentes. El naturalista blando o católico, por otro lado, es susceptible de ser acusado de fomentar fantasías o de alentar mitos. No pretendo sugerir con esto que sea inevitable una especie de guerra fría intelectual entre los dos. Quizás haya una posibilidad de lograr un acuerdo mutuo, de distender la tensión entre ambos, de llegar a conciliarlos. El naturalista blando o católico, como su nombre indica, será el más dispuesto a ofrecer propuestas para una coexistencia pacífica.
El título del libro parece sugerir que existen también variedades de escepticismo, además de variedades de naturalismo. Un partidario de una subvariedad de naturalismo reduccionista en algún campo particular de debate en ocasiones puede ser considerado (o descrito) como un tipo de escéptico en ese campo: un escéptico moral o un escéptico en lo que toca a lo mental o a las entidades abstractas o a lo que se llaman «intensiones», pongamos por caso. Algunos de estos dominios serán explorados más adelante; sólo entonces entrará en juego la distinción entre naturalismo duro y blando.
Por el momento no voy a necesitar apelar a este tipo de distinción, y no atenderé a las aplicaciones ligeramente desviadas o extendidas de la misma en la noción de escepticismo. Para comenzar, me referiré solamente a algunas formas típicas y bien conocidas de escepticismo filosófico. En sentido estricto, el escepticismo es una cuestión de duda, más que de negativa. El escéptico no es, en sentido estricto, alguien que niega la validez de ciertos tipos de creencias, sino alguien que cuestiona, aunque sea tan sólo inicialmente y por motivos metodológicos, la pertinencia de las razones que tenemos para sostenerlas. Presenta sus dudas a modo de reto —a veces como un reto para sí mismo— para mostrar que son injustificadas, que las creencias puestas en duda están justificadas. Puede concluir, como Descartes, que se puede hacer frente al reto satisfactoriamente; o, como Hume, que no se puede (aunque esta posición de Hume tuviera importantes matizaciones). Los puntos de mira tradicionales de la duda filosófica incluyen la existencia del mundo externo (es decir, de objetos físicos o cuerpos), el conocimiento de otras mentes, la justificación de la inducción, la realidad del pasado. Hume se interesó sobre todo por la primera y la tercera de éstas, los cuerpos y la inducción; yo me referiré, principalmente, aunque no exclusivamente, a la primera.
Empezaré considerando varios intentos distintos de hacer frente al reto del escepticismo tradicional sirviéndose de argumentaciones; y, también, varias respuestas a estos intentos destinadas a mostrar que no han logrado su objetivo o que no han acertado a dar con el problema. Luego consideraré un tipo diferente de respuesta al escepticismo; una respuesta que no consiste tanto en tratar de afrontar el reto cuanto en dejarlo pasar. Aquí introduciré primero una noción indiferenciada de naturalismo. El héroe de esta parte de la historia es Hume: aparece en el doble papel de archiescéptico y de archinaturalista. Otros nombres que figurarán en la misma incluyen los de Moore, Wittgenstein, Carnap y, entre nuestros contemporáneos, el profesor Barry Stroud. Esta parte de la historia constituye el tema del presente capítulo. Es una vieja historia, así que empezaré repasando algunos aspectos conocidos. En los capítulos restantes abordaré un conjunto de temas diversos, a saber, el de la moralidad, percepción, mente y significado; y sólo en relación con ellos introduciré y utilizaré la distinción entre naturalismo duro y blando.
2. ESCEPTICISMO TRADICIONAL
Empezaremos, entonces, con G. E. Moore. Se recordará que en su famoso artículo «Defensa del sentido común [1]» Moore afirmaba que él, y también muchas otras personas, conocía con certeza un número de proposiciones respecto a las cuales algunos filósofos habían sostenido que no se conocían, ni podían conocerse con certeza. Entre estas proposiciones se encontraba la proposición de que la tierra había existido durante muchos años; que en ella había habido, y ahora había, muchos cuerpos u objetos físicos de muchas clases distintas; que entre estos cuerpos se encontraban los cuerpos de seres humanos que, como Moore mismo, tenían o habían tenido pensamientos, sentimientos y experiencias de muchos tipos. Si Moore tenía razón al sostener que esas proposiciones son comúnmente conocidas con certeza como verdaderas, entonces parece seguirse que ciertas tesis del escepticismo filosófico son falsas: por ejemplo, la tesis de que no puede saberse con certeza que existan objetos materiales y la tesis de que nadie puede saber con certeza que existan otras mentes que no sean la propia o, por decirlo de manera un poco más directa, que nadie puede saber con certeza que haya otras personas. De nuevo, en otro famoso artículo titulado «La prueba del mundo externo [2]», Moore pone en entredicho de manera implícita o, más aún, rechaza la primera de estas dos tesis escépticas. En la presentación de su artículo afirmaba probar que existen dos manos y, por tanto, que las cosas externas existen, levantando primero una mano, luego la otra, y diciendo, como dijo: «Aquí está una mano y aquí está la otra». La prueba era rigurosa y concluyente, según él, pues sabía con certeza que la premisa era verdadera, y no había duda de que la conclusión se seguía de la premisa.
No era de esperar que se aceptara universalmente que la «Defensa» o la «Prueba» de Moore zanjaran las cuestiones que trataban. Algunos filósofos sintieron, más bien, que la cuestión del escepticismo filosófico sobre —digamos— la existencia de las cosas externas, o del mundo físico, de alguna forma no estaba siendo comprendida adecuadamente. Una expresión reciente de este sentimiento la ofrece el profesor Barry Stroud en el artículo «La importancia del escepticismo» [3]. En el grado de mayor generalidad, la cuestión escéptica respecto al mundo externo parece consistir en que la experiencia subjetiva podría ser, lógicamente, tal y como es, sin que se diera el caso de que las cosas materiales o físicas existieran de hecho. (Berkeley, por ejemplo, abrazó una hipótesis diferente: la de una deidad benevolente como causa de las experiencias sensibles; y en Descartes encontramos la sugerencia — aunque, por supuesto, no la aceptación— de otra: la del genio maligno; el fenomenalista sólido, sin embargo, cuestiona la necesidad de una fuente externa de la experiencia sensible). De modo que, si Moore, al afirmar lo que afirmó, se basaba simplemente en que su propia experiencia fuese tal y como era, no habría llegado a abordar la cuestión del escepticismo en absoluto; y, en caso de haberlo hecho, puesto que afirma tener conocimiento de esas proposiciones sin ofrecer ningún otro argumento, únicamente habría logrado negar de manera dogmática la tesis escéptica. Pero el dogmatismo sin más no asienta nada en filosofía. Al final del artículo, Stroud sugiere que deberíamos intentar encontrar algún modo de inutilizar el escepticismo. Esto no quiere decir algún modo de establecer o probar que sepamos con certeza lo que el escéptico niega que sepamos con certeza, ya que Stroud no parece pensar que esto sea posible; sino, más bien, algún modo de neutralizar la pregunta escéptica, de hacer que resulte filosóficamente impotente. Estas expresiones no son muy claras, pero dudo que él pretendiera que lo fuesen.
Stroud menciona una tentativa de neutralización de la pregunta escéptica, que, a su juicio, resulta insatisfactoria. Se trata de la propuesta de Carnap [4]. De acuerdo con Carnap, la frase «Hay o existen cosas externas o físicas» puede ser tomada de dos maneras distintas. Desde una de las interpretaciones, estas palabras expresan simplemente una proposición que es una obviedad, una consecuencia trivial de una gran cantidad de proposiciones, como la de Moore «Aquí hay dos manos», que se toman normalmente (y, en cierto sentido, correctamente) como verificadas empíricamente y establecidas en la experiencia sensible y a través de ella. Según esta interpretación, el procedimiento de Moore es perfectamente correcto. No obstante, Carnap estaría de acuerdo con Stroud en que el procedimiento de Moore no tiene poder para contestar a la pregunta filosófica de si realmente hay o no cosas físicas; no tendría poder para establecer la proposición filosófica de que realmente existen esas cosas; ya que Carnap acepta que, según entiende el escéptico las palabras «Existen cosas físicas» o, de manera más precisa, según dice entenderlas, la experiencia de Moore o cualquier otra experiencia podría ser tal y como es sin que estas palabras tuvieran que expresar una verdad. Y, por tanto, que el curso de la experiencia nunca podría establecer la proposición que el escéptico cree que expresan estas palabras; que no es, en principio, verificable en la experiencia. Pero la conclusión a la que llega Carnap no es la escéptica. Su conclusión es que las palabras, así tomadas, no expresan proposición alguna; carecen de significado, de modo que la pregunta de si la proposición que expresan es verdadera o falsa no llega a surgir. No hay en esto ningún problema teórico. Sí que hay uno práctico: el de si adoptar o no una determinada convención, o el de persistir en ella, para elegir (o mantener) el lenguaje de las cosas físicas o el entramado de los conceptos para la organización de la experiencia. Dado que la elección está hecha, la convención está adoptada, o hemos persistido en ella, tenemos, entonces, desde un punto de vista interno al entramado adoptado, una gran cantidad de proposiciones de cosas empíricamente verificables y, por tanto, desde el punto de vista interno al entramado, la verdad trivial de que existen cosas físicas. Pero la pregunta filosófica externa que el escéptico trata de plantear, a saber, la de si el entramado se corresponde en general con la realidad, no tiene respuesta verificable y, por tanto, no tiene ningún sentido.
De esta forma, Moore, según Stroud, o bien no acierta a dar con la verdadera cuestión del reto escéptico, o recurre a un dogmatismo inaceptable, a un reclamo dogmático del conocimiento. Según Stroud, una vez más, Carnap no esquiva del todo el desafío, pero sí que trata de ahogarlo o de sofocarlo mediante lo que para Stroud es igualmente inaceptable, un dogmatismo verificacionista. Está muy bien, dice Stroud, declarar que la pregunta filosófica no tiene sentido, pero parece tener sentido; el reto escéptico y la pregunta escéptica parecen ser inteligibles. Necesitaríamos, cuando menos, más argumentos para estar convencidos de que no lo son.
En este punto, muchos filósofos estarían de acuerdo con Stroud, y en contra de Carnap. E incluso irían más lejos, enfrentándose a ambos, afirmando que el reto escéptico es perfectamente inteligible, que tiene perfecto sentido, y que se le puede hacer frente, y puede ser respondido, por medio del argumento racional. Descartes fue uno de ellos; a pesar de que su estrategia de apelar a la veracidad de Dios para asegurar o garantizar la fiabilidad de nuestra inclinación natural a creer en la existencia del mundo físico ya no parece ser muy convi...
Índice
- ÍNDICE
- EL NATURALISMO FILOSÓFICO DE P. F. STRAWSON: INEVITABILIDAD NATURAL Y ACEPTABILIDAD METAFÍSICA
- PRÓLOGO
- I. ESCEPTICISMO, NATURALISMO Y ARGUMENTOS TRASCENDENTALES
- II. LA MORALIDAD Y LA PERCEPCIÓN
- III. LO MENTAL Y LO FÍSICO
- IV. LA CUESTIÓN DEL SIGNIFICADO