Parte I
Ideas
1. Representar la sociedad
Hace muchos años que vivo en San Francisco, en los bajos de Russian Hill o en los altos de North Beach (según el interlocutor al que intente impresionar con la descripción). Mi casa está próxima al barrio Fisherman’s Wharf, sobre el camino que muchas personas transitan para regresar de esta atracción turística a sus hospedajes en el centro o en los alineados sobre la calle Lombard. A través de mi ventana, suelo ver a pequeños grupos de paseantes detenidos, cuya mirada oscila entre sus mapas y las grandes colinas que se erigen frente a ellos, entre el lugar en el que están y aquel al que desearían llegar. Lo que ha ocurrido es bastante claro. En el mapa, la línea recta parece invitar a una agradable caminata por un barrio residencial, que permitiría al turista ver cómo viven los locales. Una vez allí, lo que piensan, tal como me comentó una vez un joven británico al que le ofrecí ayuda, es “tengo que volver a mi hotel, pero no voy a escalar esa maldita colina”.
¿Por qué los mapas que consultan no les avisan de las colinas? Los cartógrafos saben indicar las elevaciones del terreno, así que no es una limitación del medio lo que incomoda a los peatones. Pero esos mapas están hechos especialmente para desplazarse en automóviles. Originalmente –aunque ya no– fueron confeccionados por encargo de las compañías de combustible y los fabricantes de neumáticos para su distribución en las estaciones de servicio (Paumgarten, 2006: 92), y a los automovilistas las colinas les preocupan mucho menos que a los peatones.
Estos mapas, al igual que las redes de personas y organizaciones que los confeccionan y utilizan, dan cuenta de un problema más general. Cualquier mapa de las calles de San Francisco es una representación convencional de dicha sociedad urbana: una descripción visual de sus calles y puntos de referencia, y también de su distribución en el espacio. Tanto los cientistas sociales como los ciudadanos comunes tienen la costumbre de utilizar no sólo mapas, sino también otra gran variedad de representaciones de la realidad social; unos pocos ejemplos al azar son las películas documentales, las tablas estadísticas y los relatos que las personas se cuentan unas a otras para explicar quiénes son y qué hacen. Todas estas representaciones, al igual que los mapas, ofrecen una imagen parcial, pero aun así adecuada a los propósitos del caso. Todas surgen de entornos institucionales que delimitan qué se puede hacer y definen las necesidades que estas representaciones deben satisfacer. Entender esto nos lleva a plantear varias preguntas interesantes: ¿de qué manera las necesidades y prácticas de las organizaciones dan forma a las distintas descripciones y análisis (llamemos a todo esto “representaciones”) de la realidad social? ¿Cuáles son los parámetros en virtud de los cuales las personas que hacen uso de ellas las consideran adecuadas? Estas preguntas están relacionadas con problemáticas tradicionales de los modos de conocer y comunicar en la ciencia, aunque las trascienden e incluyen cuestiones normalmente asociadas al arte así como a la experiencia y el análisis de la vida cotidiana.
A lo largo de los años, he entrado en contacto con diversas formas de hablar acerca de la sociedad, ya sea de manera profesional o tan sólo a causa de mi curiosidad innata. Como sociólogo que soy, las formas de contar que de inmediato me vienen a la mente son las que acostumbra emplear mi disciplina: la descripción etnográfica, el discurso teórico, las tablas estadísticas (y las representaciones visuales de cifras como los gráficos de barras), la narración histórica y otros tantos. Pero hace muchos años, fui también a la escuela de arte, me convertí en fotógrafo y en ese proceso desarrollé un apasionado y perdurable interés por las representaciones icónicas de la sociedad que crearon y crean los documentalistas y otros fotógrafos desde la invención misma del medio. Esto me condujo, de un modo bastante natural, a pensar el cine como otro medio de representar a la sociedad. Y no sólo las películas documentales, sino también las de ficción. He sido un ávido lector desde la infancia y, al igual que la mayoría de los lectores, sé que los cuentos y las novelas no son sólo producto de la imaginación, sino que a menudo contienen valiosas enseñanzas acerca del modo en que la sociedad se construye y funciona. ¿Y por qué no habría de tomar en cuenta, también, las representaciones dramáticas de historias sobre el escenario? Desde siempre estuve interesado e involucrado en todas estas formas de describir a la sociedad; por eso, decidí sacar provecho de la colección algo aleatoria y azarosa de ejemplos que el paso del tiempo supo decantar en mi cabeza.
¿Con qué propósito? Para descubrir qué problemas tiene que enfrentar cualquiera que intente la tarea de representar a la sociedad, qué tipos de soluciones se han formulado y se pusieron a prueba a lo largo del tiempo y con qué resultados. Descubrir también aquello que tienen en común los problemas propios de los distintos medios y qué ocurre cuando se intenta adaptar soluciones que funcionaron en un tipo de representación a otro. Descubrir, por ejemplo, qué tienen en común las tablas estadísticas y los proyectos de fotografía documental, los modelos matemáticos y la ficción de vanguardia. Descubrir qué soluciones al problema de la descripción podrían trasladarse de un campo a otro.
Por ende, me interesan aquí las novelas, la estadística, la historia, la etnografía, la fotografía, el cine y cualquier otro modo en que las personas intentaron comunicar a otras qué opinaban acerca de sus respectivas sociedades u otras sociedades de su interés. Llamo “informes acerca de la sociedad” o, en ocasiones, “representaciones sociales” a los productos de esta actividad en cualquiera de esos medios. ¿Qué problemas y cuestiones se presentan a la hora de realizar este tipo de informes, en el medio que sea? A partir de los comentarios y las quejas que intercambian las personas que hacen este tipo de trabajo, hice una lista general de cuestiones y tomé como principio básico la idea de que si algo resulta problemático para un determinado modo de plantear las representaciones, constituirá un problema para todos los modos de hacerlo. Sin embargo, quienes trabajan en determinado ámbito tal vez hayan logrado solucionar esa dificultad según sus necesidades, por lo que ya ni siquiera la consideren un problema, mientras que para personas de otro ámbito parece constituir un dilema irresoluble. Esto significa que este segundo ámbito tal vez tenga algo que aprender del primero.
He procurado ser inclusivo en el planteo de las comparaciones y abarcar (al menos en principio) la gran variedad de medios y géneros que las personas utilizan o han utilizado para representar la sociedad. Desde luego, no hablé de todo. Pero he intentado evitar los prejuicios convencionales más obvios y tomar en consideración, además de los formatos científicos aceptados y todos aquellos que han sido inventados y utilizados por los profesionales de las disciplinas científicas reconocidas, aquellos utilizados por los artistas y por legos en la materia. Una lista dará una idea de la gama de temas: de las ciencias sociales, he tomado modos de representación como los modelos matemáticos, las tablas y gráficos estadísticos, los mapas, la prosa etnográfica y el relato histórico; del arte, las novelas, las películas, la fotografía y el teatro; de la inmensa zona gris entre ambos, las historias de vida y otros materiales biográficos y autobiográficos, el reportaje (incluidos los géneros mixtos del docudrama, el cine documental y el hecho ficcionalizado) y también la narración oral, los mapas y cualquier otra forma de representación producida por la gente común (o sencillamente por personas que actúan en un ámbito que no es el de su incumbencia específica, situación que ocurre incluso a los profesionales la mayor parte del tiempo).
¿QUIÉN CUENTA?
Todos sentimos curiosidad por la sociedad en que vivimos. Necesitamos saber, en los términos más rutinarios y de la manera más trivial, cómo funciona nuestra sociedad. ¿Qué normas rigen la organización en la que participamos? ¿Qué patrones de comportamiento siguen los demás? Saber estas cosas nos ayuda a organizar nuestro propio comportamiento, descubrir qué queremos, cómo obtenerlo, cuánto costará y qué oportunidades de acción ofrecen las distintas situaciones.
¿Dónde se aprende todo esto? En principio, a través de la experiencia cotidiana. De la interacción con distintos tipos de personas, grupos y organizaciones. De la conversación con todo tipo de personas en todo tipo de situaciones. Por supuesto, no todos los tipos: esta clase de experiencia social cara a cara que todas las personas tienen está limitada por las conexiones sociales de cada cual, su situación en la sociedad, sus recursos económicos y su ubicación geográfica. Es posible arreglárselas con un conocimiento limitado de este tipo, pero en las sociedades modernas (y probablemente en todas) hace falta saber más que lo que se aprende a partir de la experiencia personal. Hace falta, o al menos se desea, saber acerca de otras personas y lugares, otras situaciones, otros tiempos, otros modos de vida, otras posibilidades, otras oportunidades.
Por eso, las personas buscan distintas “representaciones de la sociedad”, en las que otros les cuentan acerca de todas esas situaciones, tiempos y lugares que ellas no conocen de primera mano pero acerca de las cuales les gustaría saber. Esta información adicional les permite a su vez hacer planes más complejos y reaccionar de forma más elaborada a las situaciones que se les presentan en su propia vida inmediata.
En términos sencillos, una “representación de la sociedad” es algo que alguien le cuenta a otra persona acerca de determinados aspectos de la vida social. Esta definición abarca un terreno muy amplio. En uno de sus confines se sitúan las representaciones corrientes que las personas, como individuos de a pie, intercambian en su vida cotidiana. Tomemos como ejemplo el caso de los mapas. En muchas situaciones y para los propósitos más diversos, es una actividad altamente profesionalizada, fundada sobre siglos de experiencia práctica, razonamiento matemático y ciencia académica. Pero en otras, no es más que una actividad corriente que cualquiera ejerce de vez en cuando. Invito a alguien a conocer mi casa, pero no sabe cómo llegar en automóvil. Le doy indicaciones verbales: “Si vienes de Berkeley, toma la primera salida del Puente de la Bahía a la derecha, gira a la izquierda al final de la rampa, pasa varias calles y luego gira a la izquierda para tomar Sacramento; sigue hasta llegar a Kearny, gira a la derecha y sube hasta Columbus”. También puedo sugerirle que, además de mis indicaciones, consulte un mapa de las calles, o sólo decirle que vivo cerca de la esquina de Lombard y Jones y dejar que utilice el mapa para encontrar esa dirección. O bien puedo dibujarle un mapa, reducido y personalizado. Puedo marcar cuál sería el punto de partida –“tu casa”– y bosquejar sólo las calles relevantes, indicándole en qué intersecciones girar, la extensión de cada tramo recto y los puntos de referencia que hay que pasar hasta llegar a “mi casa”. En la actualidad, todo esto puede consultarse en un sitio web, o bien confiar en que un equipo de GPS haga todo el trabajo.
Se trata de representaciones de una parte de la sociedad, contenidas en una relación geográfica sencilla; un modo más sencillo y acertado de definirlas es decir que todas estas son formas de hablar acerca de la sociedad o de una parte de ella. Algunas de estas formas, los mapas viales estándar o las descripciones informáticas, son confeccionadas por profesionales altamente entrenados, haciendo uso de equipamiento y conocimiento especializados. Las instrucciones verbales y el mapa casero son confeccionados por personas de la misma condición que quienes los reciben, sin más conocimientos o capacidades geográficos que los de cualquier otro adulto competente. Todos sirven, cada uno a su manera, para guiar a alguien de un lugar a otro.
A mis colegas profesionales –de la sociología y otras ciencias sociales– les gusta hablar como si tuviesen el monopolio de estas representaciones, como si el conocimiento que producen acerca de la sociedad fuese el único conocimiento “real” en la materia. Esto no es cierto. También les gusta sostener la idea, igualmente ridícula, de que sus modos para hablar acerca de la sociedad son los mejores, o los únicos para hacerlo con propiedad, o bien que estos los resguardan de cualquier error que podrían cometer si procediesen de otra forma.
Ese tipo de comentario no es más que una banal usurpación de poder por parte de una esfera profesional. Prestar atención a los modos en que personas de otros ámbitos –los artistas visuales, los novelistas, los dramaturgos, los fotógrafos y los cineastas–, así como también la gente de a pie, representan a la sociedad revelará categorías y posibilidades analíticas que las ciencias sociales a menudo ignoran y sin embargo podrían resultar de gran utilidad. Por eso, he decidido concentrarme en el trabajo representacional que hacen no sólo los profesionales de las ciencias sociales, sino también otros tipos de trabajadores. Los científicos saben hacer su trabajo, y esto resulta adecuado en virtud de distintos propósitos. Pero la suya no es la única manera de hacerlo.
¿Qué otras maneras existen? Hay muchas formas de categorizar las actividades representacionales. Podemos hablar de medios: por ejemplo, el cine, las palabras, los números, mutuamente contrapuestos. Y es posible considerar la intención de quienes elaboran las representaciones: la ciencia, el arte, el reportaje, también contrapuestos. Este tipo de revisión minuciosa podría servir a muchos propósitos, pero no a explorar los problemas genéricos de la representación y la gran variedad de soluciones que el mundo ha encontrado hasta el momento para ellos. Contemplar algunas de las formas más complejas y organizadas de describir a la sociedad significa no perder de vista las distinciones entre la ciencia, el arte y el reportaje. Estos ámbitos no suponen formas particulares de hacer algo, sino, antes bien, modos de organizar lo que, desde el punto de vista de los materiales y los métodos, podría considerarse en buena medida una misma actividad. (Más adelante, en el capítulo 11, compararé tres formas de usar la fotografía para realizar estos tres tipos de trabajo, lo que permitirá advertir de qué manera las mismas fotografías podrían ser arte, periodismo o ciencias sociales.)
La tarea de representar a la sociedad a menudo supone una comunidad interpretativa, una organización conformada por personas que acostumbran realizar representaciones estandarizadas de determinado tipo (“productores”) para otras (“usuarios”), que a su vez suelen emplearlas para determinados propósitos estandarizados. Tanto los productores como los usuarios adaptaron su actividad a la actividad del resto, de manera tal que la organización de hacer y usar resulte, al menos durante determinado período, una unidad estable, un mundo (en el sentido técnico planteado en otra obra –Becker, 1982– y que comentaré con mayor detenimiento en las páginas siguientes).
Con bastante frecuencia, algunas personas no se ajustan bien a estos mundos organizados de productores y usuarios. Propensas a experimentar e innovar, no hacen las cosas como suelen hacerse, y por consiguiente aquello que producen tal vez no encuentre muchos usuarios. Pero las soluciones que dan a problemas usuales resultan muy útiles y reveladoras respecto de posibilidades que pasan inadvertidas en las prácticas más convencionales. Las distintas comunidades interpretativas a m...