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Mayo del 68: la palabra anónima
El acontecimiento narrado por los participantes
- 424 páginas
- Spanish
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Mayo del 68: la palabra anónima
El acontecimiento narrado por los participantes
Descripción del libro
Mayo del 68: la palabra anónima
recoge entrevistas realizadas por Nicolas Daum a antiguos miembros del Comité de Acción –hoy diríamos "asambleas de barrio"– de los distritos III y IV de París, uno de los más duraderos. Daum, miembro él mismo de aquel Comité, localizó entre 1988 y 2007 a veinte de sus miembros originales –obreros, artistas, profesores, ingenieros, de diversas edades– y conversó largamente con ellos sobre su experiencia de Mayo del 68, sobre su vida antes y después del acontecimiento.
Son todos participantes anónimos, ni celebridades ni mártires, sino personas profundamente implicadas en aquel momento en la actividad cotidiana y de base del movimiento: asambleas, acciones, iniciativas descentralizadas. Son las voces que han desaparecido casi totalmente de los relatos del 68, eclipsadas por las estrellas, los líderes y los portavoces designados a posteriori por los medios de comunicación y la cultura oficial.
El método de este libro constituye, por tanto, un ataque deliberado contra las estrategias de personalización, recuperación y espectacularización que han reducido y estrechado tanto la memoria de Mayo del 68 a un movimiento puramente estudiantil, localizado en el Barrio Latino, que reclamaba simplemente un cambio superficial, en las costumbres, etc.
Y al mismo tiempo nos ofrece la mejor descripción que puede encontrarse de lo que se experimentó en el 68 cuando el imaginario de la política de emancipación se infiltró en la vida cotidiana de la gente, permitiendo superar las divisiones alienantes entre vida pública y privada, vida política y ordinaria, actividad social y maneras de vivir. Justo lo que el filósofo Henri Lefebvre llamó "lo cotidiano transformado" y que es aún el desafío verdadero de toda política de transformación.
Son todos participantes anónimos, ni celebridades ni mártires, sino personas profundamente implicadas en aquel momento en la actividad cotidiana y de base del movimiento: asambleas, acciones, iniciativas descentralizadas. Son las voces que han desaparecido casi totalmente de los relatos del 68, eclipsadas por las estrellas, los líderes y los portavoces designados a posteriori por los medios de comunicación y la cultura oficial.
El método de este libro constituye, por tanto, un ataque deliberado contra las estrategias de personalización, recuperación y espectacularización que han reducido y estrechado tanto la memoria de Mayo del 68 a un movimiento puramente estudiantil, localizado en el Barrio Latino, que reclamaba simplemente un cambio superficial, en las costumbres, etc.
Y al mismo tiempo nos ofrece la mejor descripción que puede encontrarse de lo que se experimentó en el 68 cuando el imaginario de la política de emancipación se infiltró en la vida cotidiana de la gente, permitiendo superar las divisiones alienantes entre vida pública y privada, vida política y ordinaria, actividad social y maneras de vivir. Justo lo que el filósofo Henri Lefebvre llamó "lo cotidiano transformado" y que es aún el desafío verdadero de toda política de transformación.
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Información
Categoría
HistoriaCategoría
Historia francesa1. ADEK
Entrevista realizada en 1988
Adek: En 1968 ya tenía 31 años y cierto pasado militante a mis espaldas. Creo que fui uno de los primeros integrantes del CA: unos militantes del PSU* se pusieron en contacto conmigo porque distribuía el Courrier du Vietnam en el mercado de la calle Bretagne. En esa época yo estaba en los comités Vietnam de Base**, una organización maoísta cuyas cabezas pensantes provenían, en general, de la École Normale Supérieure1 de la calle Ulm. Algunos de nosotros tuvimos una primera reunión en un bar del distrito III y después otra en la Escuela de Artes Aplicadas. Estaban Daniel**, Najman*, que tenía un discurso político muy elaborado, y también Gérald**, que enseguida me cayó muy bien; Gérald, que el día de la ocupación de la Renault llegó gritando: «Camaradas, es la revolución!». [Risas.]
Nicolas: ¡Pero es que era cierto!
A.: ¡Un abogado preguntó un día que de dónde íbamos a sacar las armas refiriéndose a la armería vecina! Había cien personas. Todo el mundo se puso a tranquilizarlo, claro.
N.: Si piensas en lo que pasaba durante la Revolución francesa era exactamente lo mismo: unos comités de ciudadanos sin ninguna organización clandestina tomaban ese tipo de decisiones.
A.: No había desconfianza en absoluto. Teníamos que haber sabido que habría uno o dos polis en la sala. El pensamiento iba más rápido que los acontecimientos, eso es la utopía: todo avanzaba bien, ya no había poder, la calle era nuestra y no había ninguna razón para que la cosa se detuviese. Transformábamos las cosas y ellas nos transformaban a nosotros.
Una de las cosas más increíbles que recuerdo de Mayo del 68 son los grupos de discusión de calle. En esa época el Comité de Acción aún se reunía en la Escuela de Artes Aplicadas y había afiliados a partidos políticos, algunos individuos e incluso militantes del PC, ¡aunque solo en la primera reunión! Nos habíamos dividido en tres grupos de discusión en el barrio. Yo estaba en el de la Plaza de la República: pegábamos carteles y discutíamos con la gente hasta que nos daban las dos o las tres de la mañana. Todo el mundo se acercaba, incluso miembros de partidos políticos, ¡hasta Dominati estuvo un día2! Podíamos llegar a juntarnos hasta treinta o cuarenta personas en esa plaza, muy distintas unas de otras. Una vez, una autoridad en medicina vino a decirme que la contestación de sus estudiantes le había abierto los ojos, que ellos tenían una idea más justa de la medicina que él, que gracias a ellos había recuperado ideas y ambiciones que ya había perdido. En otra ocasión, unos empleados de Rhône- Poulenc contaron la insultante jerarquía de su empresa donde unos iban con batas blancas, otros con monos de trabajo, los cuadros medios con traje de chaqueta y corbata, los cuadros superiores en mangas de camisa. La primera medida adoptada tras la ocupación de la empresa fue la abolición de esas diferencias indumentarias para que cada uno pudiera vestirse como quisiera. Las personas intercambiaban ideas, decían cosas esenciales de sí mismas, daban lo mejor de sí. La cosa duró tres semanas o un mes. Y estábamos enganchados, nunca hubo ninguna hostilidad.
N.: La calle era totalmente nuestra, el poder había desaparecido.
A.: Sí, pero es que ni siquiera nos lo planteábamos, nos sentíamos completamente apoyados por todo el mundo, no imaginábamos la posibilidad de que la policía viniera a desalojarnos. Hacíamos cosas de las que nunca me hubiera creído capaz, nos atrevíamos a todo, hasta nos atrevimos a creernos los representantes de lo que imaginábamos eran los deseos profundos de toda la gente que nos rodeaba. Pero podíamos creerlo, podíamos pensar que la gente nos apoyaba porque había una huelga general y todo el mundo estaba en el movimiento. Todo el mundo vivía por encima de sus posibilidades intelectuales, emocionales, afectivas: todos se superaban a sí mismos. Alguien que te cogía haciendo dedo podía llevar en su maletero cinco mil octavillas para distribuir en algún lugar o dirigirse a una reunión. ¡Un amigo del CA me contó que le había cogido en autostop un coronel de los CRS3 y que había estado discutiendo con él durante todo el trayecto! Era mayo o quizá junio, ¡totalmente al comienzo de todo! Antes de que volviera la gasolina. La huelga había instalado un clima muy particular en la calle: no había metro, no había buses, hacía buen tiempo, la gente paseaba, todo el mundo hacía dedo. No se vivían las mismas cosas que de costumbre, incluso en el plano material, todas las personas que circulaban en coche cogían a la gente que hacía dedo y si se desplazaban en coche era porque tenían que hacer cosas para el movimiento.
Cuando el movimiento terminó, todos los grupos políticos que participaban en el CA recuperaron su autonomía y solo permanecieron las personas «inorganizadas», las que no pertenecían a ningún partido. Un grupo de maoístas del CVB*, con los que yo militaba, se retiró del CA para dedicarse al pensamiento teórico, mientras los pequeños burgueses que éramos el resto nos pusimos a jugar a hacer la revolución: ¡llegaron a pedirme que borrara sus nombres de mi agenda! No se lo creían. Los movimientos más politizados estaban en contra de lo que estaba ocurriendo. Al principio nadie lo entendía.
De las manifestaciones anteriores a Mayo del 68, las manis por la paz en Argelia o en Vietnam, lo que recuerdo, esencialmente, es que corríamos todo el tiempo delante de la policía. Todos huíamos como conejos en cuanto veíamos dos quepis de la madera. En 1967 apareció de repente un servicio de orden con cascos que nos defendía de la policía y nos permitía hacer nuestras manifestaciones tranquilamente, algo totalmente imposible hasta ese momento. Atreverse a resistir era algo nuevo y en el 68 nos hicimos los amos de la calle.
Comencé a militar por Hungría en 1956. Acudí a una manifestación contra la entrada de los rusos en Hungría, pero, al ver cómo se expresaba la extrema derecha en esa manifestación, me fui al día siguiente a la contramanifestación del PC, donde volví a sentirme fuera de lugar porque no me identificaba con los lemas de los comunistas: yo no podía aceptar la invasión rusa. Siempre me había sentido un poco así, un tanto confuso, con una dificultad para posicionarme de una forma muy clara o muy marcada.
N.: ¿Quieres decir que no sabías cómo posicionarte?
A.: Estaba en contra de la invasión rusa de Hungría pero no creía que la extrema derecha se manifestara en defensa de la libertad, no pensaba que su lucha fuera la mía. Al día siguiente me sentí igual de incómodo en la mani del PC y por las mismas razones. El PC tampoco se manifestaba en nombre de la libertad.
Después estuve en los comités por la paz en Argelia. En este tema también estaba bastante cerca de la posición del PC pero me sentía un poco más a la izquierda. Después le llegó al turno a los comités Vietnam de Base, que eran maoístas, pero yo no entendía demasiado y ellos eran los que estaban más radicalmente en contra de la guerra: mientras el PC decía «¡Paz en Vietnam!», ellos decían «¡El FLN vencerá!». No me sentía del todo a gusto en medio de estos grupos cuyos militantes tenían referencias bastante librescas mientras que yo no tenía ninguna «cultura política» en el sentido militante. Era incapaz de coger un libro de Marx o de Lenin, y cuando lo intentaba no entendía nada. Mis reacciones a las cuestiones políticas eran más afectivas que teóricas. Por ejemplo, cuando se estrenó la obra Les Nègres de Jean Genet, el PC la consideró racista y a mí me pareció, por el contrario, extremadamente revolucionaria. Yo no reaccionaba a nivel de los lemas políticos. Con las gentes muy politizadas como los maoístas no me sentía capaz de discutir.
N.: ¿Qué significó el CA para ti?
A.: En todos los grupos donde había militado, que eran igualmente informales, nos parecíamos bastante los unos a los otros o, al menos, la parte de nosotros que revelábamos a los demás era bastante similar. El CA era, por el contrario, el grupo con gente más distinta a mí, donde todos revelaban más de sí mismos, sus reacciones, sus emociones. No tengo una noción muy clara de mí mismo como individuo: tengo la impresión de ser una pequeña parte de la vida, me veo reflejado en los demás, me reconozco fácilmente en ellos, me cuesta posicionarme y suelo ser contradictorio. Y en el CA podía serlo porque, aunque había gente muy distinta, los desacuerdos no eran fuertes. Anteriormente, cuando me enfrentaba con alguien siempre me podía definir en oposición a él porque representaba el fascismo o el mal, pero en el CA la gente era más difícil de etiquetar. Yo tampoco me veía nada etiquetable y por eso me sentía mucho mejor entre gente con la que era posible tener intercambios a muchos niveles, personas con contradicciones, complejas, de orígenes sociales muy distintos, de edades diferentes, ¡donde había mujeres! Porque no había demasiadas mujeres en los grupos donde había estado anteriormente, y cuando las había, se las consideraba como hombres (y físicamente tenían algunas veces el mismo aspecto).
N.: En los movimientos que yo había frecuentado antes del 68, ¡las militantes llevaban jerséis azul marino gordísimos y fumaban tabaco Boyard de papel maíz4! [Risas.] Eran más profundamente viriles que cualquier militante!
A.: ¡Totalmente! En el CA, por el contrario, las mujeres se expresaban como mujeres. Había gente que procedía de ambientes más bien acomodados y en las manifestaciones, por ejemplo, me sorprendía la belleza de los hombres y de las mujeres. En los grupos políticos anteriores nos sentíamos a menudo como una especie de frustrados y la imagen que la gente tenía de nosotros era la de una peña con acné, gafas, parcas, etc. Recuerdo la manifestación del primero de mayo de 1968: ¡estaba llena de gente bella! ¡De hombres guapos, de mujeres guapas! ¡La mismísima gente afortunada estaba del lado de la gente sin suerte!
N.: No comprendo qué quieres decir con esto de la suerte y la belleza.
A.: Nací en 1937 en Dantzig5 y en 1938 nos refugiamos en Francia. Mi padre murió en un campo de deportación. Si mi madre y yo no fuimos detenidos fue solo por casualidad, porque tuvimos suerte. Esos campos fueron muy importantes para mí: todos los lienzos en los que estoy trabajando ahora giran en torno a ellos. Tengo la sensación de que hay una suerte de injusticia en el hecho de que otros hayan tenido que pasar por ellos y yo no. Por eso me he nutrido de todos los relatos posibles sobre los campos de deportación en un intento de vivirlos, con la sensación de que esas lecturas me iban a permitir hacer como si hubiese estado en ellos. Esto podría explicar la gran cantidad de judíos que había en los colectivos de izquierda*. Militar es algo relativamente natural para mí. Lo que me sorprendió en el 68 es ver militar a gente a la que nada empujaba a hacerlo.
Por otra parte, la belleza siempre me ha resultado problemática. He tenido durante mucho tiempo la impresión de ser muy feo y la belleza física me fascinaba. Odiaba a la gente guapa, sentía una fascinación-rechazo, y en Mayo del 68 la belleza tenía su peso.
N.: En tu opinión, ¡era la primera vez que la gente guapa salía a la calle!
A.: ¡Y nosotros, los feos, estábamos con ellos! [Risas.] En mi entorno social, que era muy humilde, cualquier ventaja de la naturaleza era una posibilidad de acceso a un bienestar mayor. La belleza de las chicas, por ejemplo: una chica guapa podía casarse bien, un chico espabilado podía apañárselas mejor. Mientras que en un medio social acomodado la belleza no es tan importante, en mi ambiente ese es el tipo de ventaja que puede permitirte ascender. Cualquier recurso es una oportunidad. Yo vivía en Montreuil, en un municipio comunista, y la suerte con la que conté fue la biblioteca de Montreuil, que era muy bella, muy atractiva, muy abierta. Allí intentaban engancharte, retenerte, y siempre había un lugar para ti aunque solo tuvieras doce o trece años. Mi suerte fueron los libros que pude coger allí. Mi pequeña parcela de suerte me ha permitido ser el privilegiado en que me he convertido hoy, aunque tampoco hace falta mucho.
La peor de las servidumbres es vivir sin tener una mirada sobre lo que uno está viviendo. En un campo de deportación el que tiene una mirada sobre lo que está viviendo me parece un privilegiado en comparación al que lo sufre sin comprender. Es aquí donde reside la cuestión de la suerte entre los que no tienen poder. Así pues, en las manis del 68 donde la gente era tan guapa, mis sentimientos estaban divididos: de repente era un acontecimiento agradable estar junto a aquellos a los que la vida había mimado. Yo mismo era un poco privilegiado porque tenía una mirada que no se correspondía con mi medio social, que era totalmente inculto. Era la oportunidad de codearme con privilegiados sin avergonzarme de ello, pero al mismo tiempo me fastidiaba que siguieran siendo los detentadores de cierta suerte de poder intelectual. Frente a la gente con dificultades para expresarse, estas personas seguían conservando, finalmente, ese privilegio, además de la belleza. No se les consideraba militantes en el sentido tradicional del término. Sus objetivos no tenían por qué ser necesariamente revanchistas, sino que más bie...
Índice
- ÍNDICE
- PRÓLOGO
- 1. ADEK
- 2. SUZANNE
- 3. ANTOINE
- 4. PAULINE
- 5. MICHEL
- 6. ROLAND
- 7. FRANÇOISE
- 8. DANIEL
- 9. ALEXANDRE
- 10. GABRIELLE
- 11. J.-P.
- 12. ZELDA
- 13. RENÉ
- 14. MARIE
- 15. PIERRE-ANDRÉ
- 16. BERNARD
- 17. DENISE
- 18. GÉRALD
- 19. DENISE Y GÉRALD
- 20. ROBERT
- 21. NICOLAS
- ÍNDICE DE PERSONAS, SIGLAS Y NOMBRES DE ORGANIZACIONES CITADAS