CAPÍTULO I
[La formación de una nueva experiencia]
1. Creación, procreación
[2. El bautismo laborioso]
[3. La segunda penitencia]
[4. El arte de las artes]
1. Creación, procreación
Fueron los filósofos y directores no cristianos quienes formularon el régimen de los aphrodisia, definido en función del matrimonio, la procreación, la descalificación del placer y un vínculo de afición respetuosa e intensa entre los esposos. Fue una sociedad “pagana” la que encontró en él la posibilidad de reconocer una regla de conducta aceptable para todos, lo cual no quiere decir, ni mucho menos, efectivamente seguida por todos.
Encontramos ese mismo régimen, sin modificaciones esenciales, en la doctrina de los Padres del siglo II d.C. Estos, según la mayoría de los historiadores, no habrían descubierto sus principios en los ámbitos cristianos primitivos ni en los textos apostólicos, con excepción de las cartas fuertemente helenizantes de San Pablo. En cierto modo, esos principios habrían emigrado al pensamiento y la práctica cristianos desde los ambientes paganos, cuya hostilidad era preciso desarmar mostrando formas de conducta ya reconocidas por ellos y a las que otorgaban alto valor. Es un hecho que apologetas como Justino o Atenágoras, ante los emperadores a quienes se dirigen, destacan que –en lo tocante al matrimonio, la procreación y los aphrodisia–los cristianos ponen en práctica los mismos principios que los filósofos. Y para marcar con claridad esa identidad, utilizan, casi sin cambio alguno, esos preceptos aforísticos cuyas palabras y formulaciones denotan con facilidad su origen. “Por nuestra parte”, dice Justino, “si nos casamos, es para criar a nuestros hijos; si renunciamos al matrimonio, mantenemos una continencia perfecta.”[1]Al hablar con Marco Aurelio, Atenágoras apela a referencias más bien estoicas, esto es, dominio del deseo:* “La procreación es para nosotros la medida del deseo”;2 rechazo de cualquier posible segundo matrimonio: “Quien repudia a su mujer para casarse con otra es un adúltero”, “Todas segundas nupcias son un adulterio honorable”;3 desconfianza hacia el placer: “Despreciamos las cosas de esta vida y hasta los placeres del alma”.4 Atenágoras no se vale de esos temas para indicar rasgos distintivos del cristianismo en oposición al paganismo. Antes bien, se trata de mostrar que los cristianos escapan a los reproches de inmoralidad que se les hacen, y que su vida es la realización misma de un ideal de moralidad que, por su lado, la sabiduría de los paganos ha reconocido.5 A lo sumo, Atenágoras resalta el hecho de que la creencia de los cristianos en la vida eterna y el deseo de unirse a Dios constituyen para ellos un motivo profundo y sólido para seguir realmente esos preceptos, y más aún: para mantener la pureza de sus intenciones y expulsar hasta los pensamientos de las acciones que condenan.6
A fines del siglo II, sobre el régimen de los aphrodisia, la obra de Clemente de Alejandría incluye un testimonio de una amplitud muy distinta a la que podía concebir por entonces un pensamiento cristiano. Clemente menciona el problema del matrimonio, de las relaciones sexuales, de la procreación y de la continencia en varios textos. Los principales son: El Pedagogo –en el capítulo X del libro II y también, pero de manera más tangencial, el capítulo VI y el VII del mismo libro y [el capítulo VIII] del libro III–, y los Stromata, el capítulo XXXII del segundo y todo el tercero. Analizaré aquí, ante todo, el primero de esos textos, y, cuando sea necesario, lo aclararé mediante los restantes. Hay una razón para ello: el gran texto del tercer Stromata está esencialmente consagrado a una polémica acerca de diferentes temas gnósticos. Esa polémica se despliega en dos frentes: por un lado, Clemente quería refutar a quienes, debido a que descalificaban la materia, la identificaban con el mal y tenían la certeza de la salvación para los elegidos, eran indiferentes a la obediencia a las leyes de este mundo, cuando no hacían obligatoria y ritual su violación; por otro, procuraba diferenciarse también de las numerosas tendencias encratistas que, proclamándose de manera más o menos fundada adeptas de Valentín o Basílides, querían prohibir el matrimonio y las relaciones sexuales, ya fuera a todos los fieles o, al menos, a quienes pretendían llevar una vida verdaderamente sana. Sin duda alguna, esos textos son cruciales para comprender, a través de la cuestión del matrimonio y la templanza, la teología de Clemente, su concepción de la materia, el mal y el pecado. El Pedagogo, por su parte, tiene un propósito muy diferente: se dirige a los cristianos luego de su conversión y su bautismo, y no, como se ha dicho a veces, a paganos en camino a la Iglesia. Y les propone una regla de vida precisa, concreta y cotidiana.7 Se trata por lo tanto de un texto que tiene objetivos comparables a los consejos de conducta que podían dar los filósofos helenísticos, y en esas condiciones la comparación puede resultar válida.
Es indudable que esos preceptos no agotan las obligaciones del cristiano y no lo llevan hasta el final del camino. Así como, antes de El Pedagogo, el Protréptico tenía la función de exhortar al alma a escoger el buen camino, después de El Pedagogo el maestro deberá además iniciar al discípulo en las verdades más elevadas. Así, en El Pedagogo tenemos un libro de ejercitación que señala la vía recta: es la guía de ascenso hacia Dios que, a continuación, otra enseñanza deberá prolongar hasta el final. Pero el carácter intermediario de ese arte de vivir cristianamente no autoriza a relativizarlo: si dista de decirlo todo, lo que dice nunca caduca. La vida más perfecta, que otro maestro enseñará, descubrirá otras verdades, pero no obedecerá a otras leyes morales. Para decirlo con toda precisión: los preceptos proporcionados por El Pedagogo acerca del matrimonio, las relaciones sexuales, el placer, no constituyen una etapa intermedia propia de una vida corriente, y a la que sigue otra etapa más ardua o más dura, propia de la existencia del verdadero gnóstico. Este, que en efecto ve lo que el simple “alumno” no sabría percibir, no tiene otras reglas que aplicar en esas materias de la vida cotidiana.
Eso es, efectivamente, lo que puede verse en los Stromata, donde Clemente, con referencia al matrimonio, jamás sugiere para el “verdadero gnóstico” otros preceptos que los de El Pedagogo. Si se niega por completo a condenar el matrimonio, a ver en él, como algunos, una porneia, una fornicación, sin siquiera consentir a reconocerlo como un difícil obstáculo para una vida auténticamente religiosa, tampoco lo erige en una obligación: deja abiertos los dos caminos, reconoce que cada uno de ellos tiene sus deberes y sus obligaciones8 y, en el transcurso de la reflexión o la discusión, puede suceder que destaque el mayor mérito de quienes afrontan la responsabilidad de tener mujer e hijos o bien que muestre el valor de una vida sin relación sexual.9 Así, lo que puede leerse en El Pedagogo sobre la vida de un hombre con su mujer no define sólo una condición provisoria: son preceptos comunes que valen en general para todos los que están casados, sea cual fuere su nivel de avance hacia la gnosis de Dios. Por lo demás, lo que El Pedagogo explica en cuanto a la naturaleza de su propia enseñanza va en el mismo sentido. El “Pedagogo” no es un maestro pasajero e imperfecto:
El Pedagogo es pues el propio Cristo, y lo que enseña –o, para ser más exactos, lo que enseña en él y es enseñado por él– es el Logos. Como Verbo, enseña la ley de Dios, y los mandamientos que formula son la razón universal y viviente. Las partes segunda y tercera de El Pedagogo se ocupan de ese arte de comportarse cristianamente; pero, en las últimas líneas del capítulo XIII de la primera parte, Clemente expone el sentido que atribuye a las lecciones que van a venir:
Y entre las cosas necesarias, Clemente distingue las que incumben a la vida de aquí abajo –que encontraremos en los siguientes libros de El Pedagogo– y las que incumben a la vida de lo alto, que podremos descifrar en las Escrituras. ¿Una enseñanza esotérica, luego de las lecciones impartidas a todos? Tal vez.11 Pero no por ello deja de ser cierto que en esas leyes de la existencia cotidiana hay que ver una enseñanza del Logos mismo: en la conducta que se somete a él hay que reconocer la recta acción que conduce a la vida eterna, y, en esas rectas acciones conformes al Logos, una voluntad unida a Dios y a Cristo.
Estas palabras que Clemente utiliza en el momento de presentar sus reglas de vida son muy significativas. Indican con claridad el doble registro al que habrá que referirlas: según el vocabulario estoico, dichas reglas definen, en efecto, las conductas convenientes (kathekonta), pero también las acciones racionalmente fundadas en las cuales el hombre que las cumple se une a la razón universal (katorthomata); y según la temática cristiana, definen no sólo los preceptos negativos que permiten ser recibido en la comunidad, sino la forma de existencia que lleva a la vida eterna y constituye la fe.12 En suma, Clemente propone en la enseñanza de El Pedagogo un corpus prescriptivo en el cual el nivel de las cosas “convenientes” no es más que la cara visible de la vida virtuosa, que a su vez es el camino hacia la salvación. La omnipresencia del Logos, que ordena las acciones convenientes, manifiesta la recta razón y salva a las almas al unirlas a Dios, asegura la solidaridad de esos tres niveles.13 Los libros “prácticos” de El Pedagogo –que se inician inmediatamente después de ese pasaje– están llenos de pequeñas precauciones cuya índole de lisa y llana conveniencia puede llegar a sorprender. Pero hay que resituarlas en la intención global, y el detalle de los kathekonta, donde las recomendaciones de Clemente parecen extraviarse con frecuencia, debe descifrarse sobre la base de un Logos que es a la vez principio de la acción recta y movimiento de la salvación, razón del mundo real y palabra de Dios que convoca a la eternidad.
La lectura de El Pedagogo, II, X, exige pues unas cuantas observaciones previas.
1. Suelen señalarse en ese texto, en particular, citas explícitas o implícitas de moralistas paganos, y sobre todo estoicos. Musonio Rufo es sin duda uno de los que se encuentra con mayor frecuencia, aunque jamás se lo nombre. Y es un hecho que al menos cuatro o cinco veces, y en relación con puntos esenciales, Clemente transcribe casi palabra por palabra frases del estoico romano. Así, sobre el principio de que la unión legítima debe desear la procreación;14 sobre el principio de que la búsqueda exclusiva del placer, aun dentro del matrimonio, es contraria a la razón;15 sobre el principio de que uno debe ahorrar a su mujer cualquier forma indecente de relaciones,16 y sobre el principio de que, si un acto nos avergüenza, es porque tenemos c...