
- 520 páginas
- Spanish
- ePUB (apto para móviles)
- Disponible en iOS y Android
eBook - ePub
La salud mental y sus cuidados
Descripción del libro
Las enfermedades mentales constituyen uno de los grupos de trastornos más frecuentes y con mayor impacto negativo sobre la calidad de vida del ser humano a escala global.Una de cada tres personas sufre o ha sufrido algún tipo de trastorno psiquiátrico en el último año. Las patologías psiquiátricas, con la depresión a la cabeza, escalan cada vez puestos más altos en los listados confeccionados por la Organización Mundial de la Salud de enfermedades que generan más discapacidad y mayores costes, incluyendo entre ellos costes intangibles, como el sufrimiento del paciente y de sus familiares.
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Información
1. Dignidad de la persona
Antropología del respeto
José María Barrio Maestre
1. La nobleza de ser persona
Antes de examinar los conceptos de dignidad y respeto es preciso dejar constancia del sentido de la noción de persona, a la que aquéllos están inequívocamente referidos como a lo que les hace de objeto o tema. Damos por buena la definición de Boecio (siglo V d.C.): «sustancia individual de naturaleza racional» (rationalis naturae individua substantia). En ella destacan dos elementos fundamentales:
a) la persona es un centro ontológico subsistente e intrínsecamente indiviso, es decir, no desprovisto de una unidad e identidad interna que lo hace irreductible a una mera colección de personas;
b) inseparablemente unido a esto, la persona está dotada de una esencia –la «naturaleza racional»– que la constituye como apta para relacionarse significativamente con lo otro que ella, especialmente en la doble forma en que esta relación con lo otro le atañe a título de sujeto personal o «yo»: conocer y querer.
Dicho con otras palabras, la persona es un «en sí» que, «desde sí», se halla abierto a la relación con lo «otro-que-sí», pero en una manera tal que dicha excentricidad no aminora o soslaya su individualidad, sino que por el contrario la subraya en la forma que le conviene a su naturaleza racional, a saber, como intimidad subjetiva. Ambas dimensiones –excentricidad e intimidad– se articulan en el sujeto personal en una sinergia tal que hace imposible comprender al yo tan sólo desde sí mismo, digamos, de forma puramente endógena o endogámica. El yo como identidad subjetiva –como sujeto apto para esa peculiar relación consigo mismo en la que la intimidad propiamente estriba– sólo puede hacerse cargo de sí mismo en la medida en que sale, por decirlo así, de su propia mismidad y se relaciona con lo otro-que-él. Como ha mostrado Millán-Puelles en La estructura de la subjetividad (1967), la autoconciencia para la que en principio es apta la subjetividad puede actualizarse únicamente de manera indirecta, a través del trascender intencional: me conozco conociendo otras cosas, y en particular reconociéndome en el otro-yo (alter ego). Esto es lo que, a la inversa, se pone fundamentalmente de relieve en el cogito cartesiano. En el dinamismo oréctico –tendencial– propio del trascender volitivo encontramos una vivencia análoga, a saber, aquélla en la que comparece el yo volente como inseparablemente unido a lo que en cada caso constituye el objetivo del querer: en todo lo que quiero me quiero a mí mismo queriéndolo.
Esta reflexividad propia de la intimidad subjetiva, que aparece vinculada a todos los actos del trascender intencional, aprehensivo y volitivo, pone de manifiesto que tanto actual como aptitudinalmente el yo se halla cabe sí –digámoslo de esta forma–, como paradójica condición que hace posible que se autotrascienda al conocer o que se «expropie» de sí al querer. Sólo se da lo que se tiene, y el tener, el apropiamiento, es una de las formas de ser más «propias» de la persona, como pone de relieve la clásica caracterización que el aristotelismo hace del accidente habitus (del latín habere, tener).
Hacerse cargo de la realidad y de su peculiar relación con el yo –digamos, de su índole antropomorfa– es el modo humano de estar en el mundo, como a su manera lo vio Heidegger. Esto es lo que, en términos generales, podríamos expresar diciendo que el ser humano es un ser de realidades. Ahora bien, apropiarse de la realidad y de uno mismo, aunque son dos facetas del ser persona llamadas a enlazarse, no se hallan necesariamente vinculadas: puedo tener mucho sin que eso me enriquezca como persona; puedo tener cosas con una apropiación meramente externa, sin tenerme a mí mismo1.
La autotrascendencia característica de la persona implica que está abierta de manera irrestricta a la totalidad de lo real a través de las capacidades de entender y de querer. Aunque de distinta manera, el trascender aprehensivo y el volitivo suponen en la persona una apertura al mundo –Weltoffenheit, en el lenguaje heideggeriano– que hace posible una relación con la realidad, que a su vez se abre al ser personal como verdadera (inteligible) y buena (apetecible) y que, paradójicamente, invitan al sujeto a enriquecerse con la realidad de lo que él no es saliendo de sí mismo en esa doble forma del trascender. Conociendo más y mejor, y queriendo más y mejor, el yo humano es más, crece personalmente. Ahora bien, dado que el horizonte de lo cognoscible o querible coincide con el del irrestricto ser –es decir, no se halla en principio limitado a un determinado sector de lo real– la posibilidad de enriquecerse y de crecer como persona es, para la persona humana, infinita. Eso no significa que el hombre conozca o quiera infinita o perfectamente. Lo ilimitado en función de la apertura de su horizonte objetual, son las capacidades de conocer y de querer, en ningún caso los actos respectivos. Cada efectiva cognición o volición humana es siempre limitada. Mas lo que ello igualmente significa es que, por mucho que conozcamos o queramos algo, siempre podemos conocerlo y quererlo más, e incluso que siempre será más lo que de él nos quede por conocer y querer. En estos terrenos, cualquier logro siempre supone para el hombre un desafío para continuar logrando más. De ahí que la persona humana pueda definirse mejor por sus aspiraciones que por sus efectivas realizaciones –siempre modestas, por amplias que sean–, lo cual puede describirse diciendo que el hombre es, también, un ser de irrealidades, toda vez que aspirar a ser algo implica aún no serlo.
Ser de realidades y ser de irrealidades, paradójicamente, no son incompatibles en la persona humana. Son caras de la misma moneda2. Más aún: no cabe entender lo que el hombre es sin verlo como lo que fue pero ya no es, o como lo que aspira a ser pero aún no es. En otros términos, el presente humano es siempre el pasado de su futuro y el futuro de su pasado. Ahora bien, tanto el pasado como el futuro pertenecen al sector de lo irreal, lo que no es. Y sin embargo no podemos comprender lo que el hombre realmente es sin objetivarlo en función de lo que «ha llegado a ser» –obviamente a partir de lo que fue– y de lo que pretende llegar a ser a partir de lo que es, de manera que, como señala Millán-Puelles, lo irreal forma parte de la realidad de lo que somos. (No propiamente lo irreal sin más, sino la real acción subjetiva de objetivarlo es lo que en efecto constituye un ingrediente de nuestra realidad, pero ésta no sería lo que efectivamente es sin la capacidad de objetivar lo irreal; es decir, sin la irrealidad de lo que hace de objeto de esas representaciones retentivas –Erinnerungen– o prospectivas –Erwartungen–, no sería el hombre lo que realmente es).
A esta apertura del ser personal a la realidad –y también a la irrealidad meramente objetual– de lo otro en tanto que otro, Heidegger se refiere con el concepto de «libertad trascendental» (transzendentale Freiheit). «Libertad», porque supone un no encerramiento o encapsulamiento, un no estar presa la persona dentro de los límites de su naturaleza física; y «trascendental», porque se efectúa en el «salir de sí», en el trascender aprehensivo y volitivo3.
2. Ser-persona es ya una dignidad
La posibilidad de un enriquecimiento infinito como persona –el hecho de que siempre puede crecer, i.e ser más y mejor persona–, constituye un claro indicio del peculiar rango ontológico de la persona, indiscutiblemente superior al de cualquier otra realidad no personal. A este rango superior nos referimos, en general, con el término dignidad.
En este sentido cabe decir que la expresión dignidad de la persona viene a ser en cierto modo redundante, algo así como un pleonasmo o innecesario hincapié en lo que ya está significando el ser persona. En efecto, la voz «persona» procede del verbo latino per-sonare, que a su vez traduce el griego pro-sopon, literalmente resonar, sonar más alto. Originalmente se empleaba para referirse a las máscaras que usaban los actores en el teatro greco-romano para hacerse oír mejor. Pese a las especiales propiedades acústicas que el ingenio arquitectónico hacía posible en los anfiteatros, quizá no bastaba el flujo natural de la voz humana en condiciones normales para hacerse oír desde el foso cuando había gran concentración de público y jaleo. Las máscaras servían en estas situaciones para que la voz de los actores, al chocar con ellas, sonara más. Aunque algo deformada, al re-sonar se hacía perceptible desde más lejos, como el eco. De manera que per-sonare viene a significar, en este sentido, destacar, sobresalir. El carácter de lo especialmente destacado o sobresaliente, que a su vez el concepto de dignidad hace explícito, ya se encuentra implícito en el origen de la palabra persona.
La significación que hoy posee este término obviamente es otra, pero tiene en común con su sentido originario la índole de lo importante, de lo excelente, de lo especialmente valioso. Desde luego, resulta intuitiva la idea de que ser persona está por encima de cualquier otro modo de ser: ser «alguien» parece más que ser «algo»; ser un quién parece sobresalir respecto de ser un mero qué4.
Según el cristianismo, la peculiar excelencia o dignidad de la persona humana obedece al hecho de haber sido creada por Dios a su imagen y semejanza, y, más aún, a haber sido elevada al orden sobrenatural; es decir, se deriva de estar habilitada e invitada a participar, mediante la «gracia», de la misma vida divina. En efecto, el cristianismo entiende que tanto la creación como la redención –que es una suerte de «nueva creación»– suponen que Dios ha querido y re-querido al ser humano de una manera especial, en primer lugar poniéndolo como dueño y señor del universo natural, y en segundo lugar cancelando la deuda contraída por el pecado mediante el sacrificio propiciatorio del Hijo de Dios, que ha merecido para toda la humanidad, en su nombre, que Dios Padre vuelva a reanudar su amistad con el hombre: su perdón y una especial consideración que para el hijo perdido ha merecido el sacrificio del Hijo en la Cruz. A la luz de la enseñanza cristiana, el concepto de dignidad de la persona cobra, por tanto, sus perfiles más intensos, y la obligación, no ya sólo de respetar, sino de amar a todo ser humano como prójimo, encuentra ahí un poderoso respaldo. Dignidad de la persona, por tanto, en su sentido cristiano, implica un valor absoluto, pero que a su vez se deriva de haber sido absolutamente valorada ...
Índice
- Introducción
- Introducción a la 4.ª edición
- 1. Dignidad de la persona
- 2. Persona y familia
- 3. Persona y sociedad
- 4. Libertad y compromiso
- 5. La razón y los afectos
- 6. La sexualidad humana
- 7. Personalidad
- 8. Salud y enfermedad
- 9. Salud mental
- 10. Psicología evolutiva
- 11. Antropología del sufrimiento
- 12. La enfermedad mental
- 13. La relación terapéutica
- 14. Responsabilidad ética de los cuidadores
- 15. La persona en condición de dependencia
- 16. Familia y problemas psíquicos
- 17. Vida espiritual y enfermedad psiquiátrica
- 18. Manifestaciones sobrenaturales y salud mental
- 19. El suicidio como enigma
- 20. El sueño y sus alteraciones
- 21. Trastornos psiquiátricos en la infancia y en la adolescencia
- 22. El estrés en la vida cotidiana
- 23. Conflictos familiares
- 24. Trastornos de ansiedad
- 25. Trastornos de adaptación
- 26. Trastornos de la personalidad
- 27. Trastornos conversivos, disociativos y facticios
- 28. Trastornos somatomorfos
- 29. Trastornos depresivos
- 30. El trastorno bipolar
- 31. Trastornos psicosexuales
- 32. Dificultades en la orientación sexual
- 33. Trastorno obsesivo compulsivo
- 34. Trastornos del control de los impulsos
- 35. Conductas adictivas
- 36. Adicción al alcohol y a drogas
- 37. Trastornos de la conducta alimentaria
- 38. Trastornos psicóticos
- 39. Psicopatología de la enfermedad crónica
- 40. Atención a enfermos con demencia
- 41. Mujer y psicopatología
- 42. Tratamiento de la enfermedad mental
- Autores: curriculum
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