TOMÁS DE AQUINO
COMENTARIO A LAS SENTENCIASDE PEDRO LOMBARDO
III,1: La Encarnación del Verbo y la Obra de la Redención
Edición preparada por Mª Idoya Zorroza
Introducción preliminar
Mª Idoya Zorroza
I. LAS SENTENTIAE DE PEDRO LOMBARDO Y SU COMENTARIO
1. El presente volumen continúa la traducción castellana del texto de las Sententiae de Pedro Lombardo, junto con el comentario realizado por Tomás de Aquino, labor que se inició bajo la dirección del Prof. Juan Cruz Cruz en el año 2001[1]. Como es bien conocido, el Comentario a las Sentencias es una de las piezas claves, no sólo del pensamiento de Tomás de Aquino (1224/5-1274), sino incluso de la especulación medieval. Como se decía en la presentación del primero de los volúmenes: en esta primera obra, el Comentario a las Sentencias de Pedro Lombardo, se representa ya el genuino pensamiento del Aquinate, tanto en filosofía como en teología. Del texto tomista sigue en preparación su edición crítica por la Comisión Leonina; no obstante, ofrecer al lector de habla castellana el tesoro de pensamiento y de reflexión contenido en esta obra promovió y animó el desarrollo de este proyecto que, en este volumen, llega a su ecuador.
2. Las Sententiae in quatuor libris distinctae o Quattuor libri Sententiarum, obra de Pedro Lombardo (1095/1100-1160)[2], un autor del que es menos conocida su persona que su obra [3], ofrecía un capital patrístico bien ordenado, que sirvió de libro de texto en teología para la docencia universitaria. A la necesidad de una sistematización teológica en el siglo XII Pedro Lombardo, incitado muy probablemente por sus alumnos durante su docencia en París[4], responde con el esfuerzo de “aclarar los arcanos de las investigaciones teológicas y, además, transmitir el conocimiento de los sacramentos de la Iglesia”[5], como señala en el Prólogo a las Sententiae. En esta obra hace gala de un vasto conocimiento de los escritos teológicos (sermones, escritos exegéticos, polémicos, consolatorios, homiléticos…) tanto de los padres griegos y latinos, como de los autores de transición al pensamiento medieval –como Boecio, San Isidoro, o el Damasceno–; e incluso, si bien con un peso menor, de escritos de otros autores tanto de la tradición europea como Alcuino de York (representante del renacimiento carolingio), San Anselmo, Pedro Abelardo o la Escuela de San Víctor, como del pensamiento greco-latino clásico (Apuleyo, Platón o Aristóteles)[6].
Semejante labor de compilación (selección y ordenación de temas y problemas, selección de autoridades y enfoque dialéctico de cuestiones) tenía como fin –en palabras del autor–, encerrar “en un breve volumen las sentencias de los Padres, puestos sus testimonios para que no le sea necesario al investigador acudir a numerosos libros, ofreciéndole sin fatiga, al que indaga, una síntesis concentrada” [7]. Dicha labor tendrá un gran valor educativo y por eso será asumida como libro de texto muy prontamente.
Además, como se afirma, la aparición de los libros de texto en teología en la universidad parisina también fue a su vez reflejo de la “emergencia de la teología como disciplina profesional” en un desarrollo “paralelo a la profesionalización de otras disciplinas académicas en el renacimiento del siglo XII”[8]. Como señala Friedman[9], al desarrollo de la teología como disciplina científica en el siglo XII contribuyó la creación progresiva de marcos institucionales de enseñanza y el surgimiento de un manual teológico[10]. Esta función la otorgó históricamente el libro de las Sententiae.
Si bien se plantearon algunas objeciones a la obra[11], no hay duda que desde poco después de su elaboración[12], entre 1155-58, y hasta el siglo XVII, ha sido uno de los textos más comentados (a excepción de la Sagrada Escritura). Un punto de inflexión se encuentra entre 1223-1227, cuando Alejandro de Hales lo toma como texto ordinario para sus lecciones[13], llegando a ser el texto de la facultad de teología en París.
Por ello las Sententiae es uno de los textos que justificadamente pueden ser tenidos en consideración por su papel configurador de las mentes de generaciones de teólogos durante el pensamiento medieval[14], a las que ofrecía, bajo un plan racional de exposición, una consideración inclusiva de temáticas bíblicas y teológicas junto con otras filosóficas, morales, antropológicas y gnoseológicas. Efectivamente –según Marcia L. Colish–: “los manuales tuvieron dos objetivos principales. Uno fue presentar un completo currículum teológico, que abarcara todos los tópicos, tanto especulativos como prácticos, que la escuela de teólogos necesitaba conocer, y organizar y relacionar esta información de una manera coherente. El segundo objetivo pedagógico de los escritores de los primeros manuales de teología fue enseñar a los estudiantes cómo investigar en teología, cómo pensar teológicamente, y cómo enfrentarse a las posiciones conflictivas de las autoridades de la tradición cristiana y de otros autores seculares, cuyos objeto y modos de análisis debían ser aprovechados para la actividad teológica” [15]. De las Sententiae de Lombardo, como manual para la enseñanza teológica, pueden también decirse con pleno sentido estas palabras.
Queriendo encontrar un equilibrio entre tradición y razón, la obra de Pedro Lombardo no tiene –afirma De Ghellinck [16]– ni la profundidad de la obra de San Anselmo, ni la originadad de Hugo de San Víctor, ni la sagacidad de Abelardo. Su trabajo presenta ciertas carencias en cuanto a su labor sistemática[17]. Si bien, como afirma Prades: “Paradójicamente ésta pudo ser también la razón de su éxito” y el medio con el cual “contribuye al progreso de su época: abre un camino que no se bloquea ni en las exigencias desmesuradas de los dialécticos ni en el deseo de sus rivales […]. Ayuda a orientar, rectificar y moderar el impulso espiritual irresistible del siglo XII, cuyos frutos se recogerán en la centuria siguiente” [18]. Efectivamente, la estructura dialógica de las Sententiae, el proporcionar una síntesis equilibrada en cuanto al número de autoridades aducidas, el hecho de presentar las discusiones y enfrentamientos teológicos más significativos, el servir como breve repertorio todas las cuestiones que debía plantear el teólogo, todo ello debía ser un claro aliciente para el estudio, la comprensión de los temas y la resolución teórica de las cuestiones en fidelidad a la fe y al dogma por parte de los maestros en teología que se sirvieron de este texto. Y por otro lado, el que no se presente como un sistema bien clausurado y obturado incitaría la labor personal de los comentadores y sería el medio para el progreso teológico posterior[19].
Por ello puede afirmarse que las Sententiae del Lombardo fueron el vehículo preferente para la expresión teológica, e incluso en muchos autores la vía por la que (a veces de manera exclusiva) los teólogos pensaron y escribieron sus propios desarrollos teológicos y filosóficos [20]. Ellos aprovecharon la abierta sistematización del Lombardo en materia teológica para comentarios más maduros y Summae[21], los textos que fueron “vehículos para la expresión de la teología sistemática y personal de los maestros”[22] medievales de teología en la medida en que progresivamente van incluyendo temas y terminología nuevas[23].
Las Sententiae fueron ordenadas originalmente en cuatro libros subdivididos en capítulos con epígrafes, cada uno con un tema bien definido. Fue Alejandro de Hales quien asoció el texto de Lombardo a la enseñanza universitaria y, para facilitar su valor como instrumento para los estudios avanzados de teología –era un requisito para la obtención del grado de magister–, pronto se dividieron los libros en distinciones, unidad temática más común que será seguida en los sucesivos comentarios[24].
En cuanto a la división y organización temática, los cuatro libros de las Sententiae de Pedro Lombardo están articulados teniendo como eje central una distinción que toma de San Agustín –el autor al que Pedro Lombardo sigue, con diferencia–, y que servirá para la ordenación de los temas y materias teológicas: la distinción entre res y signa. Dicha distinción agustiniana, expresada en De doctrina christiana [25], hace de Dios la suprema cosa o realidad [res], objeto del conocer y del amar humano, y del que dependen los signos [signa] que son utilizados para significar otras cosas; los sacramentos, e incluso las virtudes morales y teológicas serían signa que nos llevan a Dios. Y la teología –había afirmado en la primera distinción [26]–, versa o sobre cosas o sobre signos. A la distinción res / signa se añade, en el comienzo de las Sententiae la distinción entre uti y frui. Frui, pues hay cosas de las que se goza (y que, en la unión con aquello que se goza, somos felices): Dios como Trinidad –Padre, Hijo y Espíritu Santo– pues se goza de las realidades eternas e inmutables. Uti, pues hay otras realidades de las que se usa para llegar a ser felices y que necesariamente hacen relación a las primeras; y éstas son, por un lado, el mundo y sus criaturas o las virtudes humanas[27]; junto a ellas hay también otras realidades que se usan y de las cuales también gozamos, como bienes naturales –las virtudes y las potencias del alma[28]– o los dones sobrenaturales. Finalmente, las realidades que gozan y usan para Lombardo son el ángel y los seres humanos [29], los últimos con la particularidad de que en el actual estado itinerante gozan “como en un espejo” o bien “bajo imágenes oscuras” de aquello en lo que la voluntad reposa y sólo disfrutará plenamente en el futuro [30].
Con este fondo, los cuatro libros en que se articulan las Sententiae tratan de los siguientes bloques temáticos:
1: De las cosas:
a) Las cosas de las que hay que gozar. “En consecuencia, las cosas de las que hay que gozar, son: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo”[31]. A ellas dedica principalmente el libro I, en el que aborda la unidad de Dios en sí mismo y el misterio de la Trinidad (d1-d8), la trinidad de personas y sus procesiones (d9-d21), las personas divinas (d22-d25) y sus propiedades (d26-34) y finalmente los atributos de Dios como causa de las criaturas (d35-48).
b) Las cosas de las que hay que usar. “Las cosas que se deben usar son el mundo y lo que ha sido creado en él”[32]. A ellas dedica el libro II, donde trata de la creación en general (d1) y en particular: ángeles (d2-d11), realidades corpóreas (d12-15), y ser humano (d16-20), incluyendo un largo desarrollo en cuanto al pecado del hombre (d21-44).
c) Otras cosas son aquellas que gozan y usan. Y ellos son el ángel y el hombre: del ángel trata en el libro I (d2-d11) y del hombre en el mismo libro I (d16-29). Sobre esto, Pedro Lombardo introduce una aclaración al tratar en particular el tema de las virtudes puesto que de ellas se goza y hay también que usar [33]; comentándolo, añade Tomás de Aquino que, en el libro III, el texto de las Sententiae versa sobre “las cosas que ordenan las cosas usables a las gozables, las cuales también son en parte usables y en parte gozables” [34], es decir, las virtudes. Efectivamente, de las virtudes trata específicamente en el libro III, donde además de estudiar la encarnación de Cristo y la obra de la redención (d1-d22) se detiene en las virtudes tanto de Cristo como de los fieles (d23-d44).
2: De los signos: Pedro Lombardo, siguiendo de nuevo a San Agustín, entiende por “signa”, “signos: aquellas cosas que se nos ofrecen para significar algo”[35], determinando en particular como signa los sacramentos, sobre los que tratará en el libro IV (d1-d43) libro que se cierra con un tratado sobre la escatología sobre “la resurrección y la gloria de los que resuciten” (d43-d50).
Sobre este esquema, los cuatro libros de las Sententiae quedarán distribuidos de la siguiente manera [36]:
–Libro I: El misterio de Dios, la Trinidad y los atributos divinos.
–Libro II: La creación, creación del ángel, las realidades corpóreas y los seres humanos; el pecado y la justificación.
–Libro III: La encarnación del Verbo y la redención. Las virtudes.
–Libro IV: Sacramentos y escatología.
Por tanto, y como ya se había mencionado arriba, el texto de Pedro Lombardo, al tiempo que rescata las autoridades pertinentes para mostrar el estado de cuestión del tema que está desarrollando, no se limita a la elaboración de un mero florilegio o cadena de citas, se compromete también en una solución determinada argumentando –en determinadas ocasiones desde una confrontación de posiciones y en otras siguiendo más linealmente a un autor y su exposición del tema– con un interés pedagógico[37].
3. Como antes se ha señaldo, este esquema de la obra de Pedro Lombardo fue utilizado como articulación de los problemas teológicos tanto en la docencia como en la investigación de esta disciplina en Europa durante más de cuatro siglos. Los comentarios –medio más común–, se multiplicaron rápidamente. Muestra de ello es la compilación de datos en los distintos repertorios, el más conocido de los cuales es el Repertorium commentatiorum in Sententias Petri Lombardi de Friedrich Stegmüller[38], completado después por Doucet y otros autores (entre 1954 y 2002). Como señala Rosemann, una suma de los comentarios a los libri Sententiarum elevarían el número a 1407 textos[39]. Según Livesey [40] están catalogados unos 1600 autores de comentarios, entre los cuales figuran los mas significativos de los siglos que van del XII al XVI. Y pese a que algunos autores sostienen que la celebridad de las Sententiae sobrepasa su valor, y que ésta es fruto del azar histórico[41], no hay duda de los estudios realizados en los últimos años[42] ponen de manifiesto que, más allá de la valoración intrínseca de esta obra, su relevancia se debe al papel que ha desempeñado en la configuración sistemática de la teología como ciencia.
Los comentarios a las Sententiae siguen habitualmente como forma de exposición un esquema común. Sobre la división en libros (de Lombardo) y en distinciones (de Alejandro de Hales), el comentador suele articular su comentario[43] en quaestiones y artículos en los que se presentan distintos argumentos a favor y en contra; respuesta o solución del autor; respuesta a los argumentos en contrario; a veces se añaden incluso conclusiones y corollaria. Por otra parte, l...