CLÁSICOS PARA LA VIDA
«CIUDADELA»
ANTOINE DE SAINT-EXUPÉRY
(1900-1944)
Ne confonds point l’amour avec le délire de la possession, lequel apporte les pires souffrances. Car au contraire de l’opinion commune, l’amour ne fait point souffrir. Mais l’instinct de propriété fait souffrir, qui est le contraire de l’amour.
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No confundas el amor con el delirio de la posesión, que causa los peores sufrimientos. Porque, al contrario de lo que suele pensarse, el amor no hace sufrir. Lo que hace sufrir es el instinto de la propiedad, que es lo contrario del amor.
LA POSESIÓN MATA EL AMOR
En una bellísima página de Ciudadela, Antoine de Saint-Exupéry nos habla de manera simple y directa de cómo el delirio posesivo puede matar el amor. Se trata de una obra inacabada aparecida póstumamente, en la cual el autor, bajo el ropaje de un sabio príncipe del desierto, nos ofrece un diario personal íntimo. Por medio de pensamientos y visiones interiores, el protagonista reflexiona sobre las relaciones humanas, el sentido de la vida, la búsqueda de la divinidad. Y, dentro de tal mezcolanza, el tema del amor ocupa un lugar relevante. Con independencia de sus posibles implicaciones místicas, el fragmento que he elegido invita a distinguir entre amor y posesión. El primero se identifica con el don de uno mismo, con un lazo basado exclusivamente en el altruismo. El segundo, por el contrario, configurándose como un mísero egoísmo, implica afán de dominio, control total del otro. A la gratuidad del darse se le opone la obsesión del poseer. Y aunque los dos extremos a veces se contaminan, es evidente que el considerar al otro como algo que te pertenece, como algo tuyo, no sólo mata el amor. Todos los días, por desgracia, en cualquier rincón del mundo, muchas mujeres son asesinadas por hombres que se creen propietarios del cuerpo, e incluso de la vida, de sus esposas y sus novias. Pero esta brutal violencia no puede confundirse con el amor: es sólo delirio de posesión…
12 de septiembre de 2014
«EL MERCADER DE VENECIA»
WILLIAM SHAKESPEARE
(1564-1616)
The man that hath no music in himself,
Nor is not moved with concord of sweet sounds,
Is fit for treasons, stratagems, and spoils,
The motions of his spirit are dull as night
And his affections dark as Erebus:
Let no such man be trusted. Mark the music.
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El hombre que no tiene música en sí mismo y no se mueve por la concordia de dulces sonidos está inclinado a traiciones, estratagemas y robos; las emociones de su espíritu son oscuras como la noche, y sus afectos, tan sombríos com el Érebo: no hay que fiarse de tal hombre. ¡Atiende a la música!
¡ATIENDE A LA MÚSICA!
En el reino de Belmonte, imaginado por Shakespeare en El mercader de Venecia, el dinero y las joyas carecen de importancia: el canto de los pájaros y la belleza natural son el verdadero tesoro. No es un azar que Porcia, señora de esta «isla» mágica, se convierta en la esposa del pretendiente que—entre las tres arquetas dispuestas por el padre de la bella heredera: una de oro, otra de plata y otra de plomo—elige la más humilde, la desprovista de todo valor externo. Las leyes del beneficio y la usura que rigen en Venecia están aquí radicalmente subvertidas. Quien se conmueve escuchando una «concordia de dulces sonidos» puede defenderse con mayor facilidad de la tentación de ceder a «traiciones, estratagemas y robos». Pero quien «no tiene música en sí mismo», quien carece de un corazón capaz de vibrar («las emociones de su espíritu son oscuras como la noche»), será presa fácil de la avidez de ganancias («no hay que fiarse de tal hombre»). La exhortación de Lorenzo («¡Atiende a la música!») constituye una invitación a buscar la esencia de la vida en aquellas actividades que pueden ennoblecer el espíritu, que pueden ayudarnos a hacernos mejores, que privilegian la esencia sobre la apariencia, el ser sobre el tener. Sin duda, la música es una de ellas. El segundo movimiento de Kol Nidrei de Max Bruch o el último de los Vier letzte Lieder de Richard Strauss o, por qué no, una canción de Franco Battiato son ocasiones que se nos ofrecen. Depende de nosotros, sólo de nosotros, saber aprovecharlas…
19 de septiembre de 2014
«EL MERCADO DE PIAZZA NAVONA»
GIUSEPPE GIOACHINO BELLI
(1791-1863)
Ch’er mercordí a mercato, gente mie,
ce siino ferravecchi e scatolari,
rigattieri, spazzini, bicchierari,
stracciaroli e tant’antre marcanzie,
nun c’è gnente da dí. Ma ste scanzie
da libbri, e sti libbracci, e sti libbrari,
che ce vienghen’a fà? cosa c’impari
da tanti libbri e tante libbrarie?
Tu pija un libbro a panza vòta, e doppo
che l’hai tienuto pe quarch’ora in mano,
dimme s’hai fame o s’hai magnato troppo.
Che predicava a la Missione er prete?
«Li libbri nun zò robba da cristiano:
fiji, pe’ carità, nu li leggete».
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Que en el mercado se hallen cada miércoles
traperos, vendedores de tabaco,
anticuarios, merceros, alfareros,
quincalleros de género variado,
no lo discuto; pero los estantes
de libros, y los libracos y libreros,
¿para qué están allí? ¿Qué es lo que aprendes
de tanto libro y tantos anaqueles?
Tú coge un libro en ayunas y luego
de tenerlo en la mano varias horas
dime si sientes hambre o si estás lleno.
¿Qué predicaba el cura en la Misión?:
que «los libros no son para cristianos,
¡no los leáis, por el amor de Dios!».
LOS LIBROS NO SON PARA CRISTIANOS
El gran poeta Belli—en uno de sus 2279 sonetos en romanesco, de los que publicó muy pocos en vida—imagina una visita al mercado de piazza Navona, donde, cada miércoles, se reúnen vendedores de todo tipo («Que en el mercado se hallen cada miércoles | traperos, vendedores de tabaco, | anticuarios, merceros, alfareros, | quincalleros de género variado, | no lo discuto»). Entre ellos, sin embarg...