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¿Quiere usted una Nueva Constitución?
Apruebo o Rechazo
Este libro sale de imprenta cuando quedan apenas cuatro semanas para la realización del plebiscito del 26 de abril de 2020, oportunidad en que la ciudadanía chilena deberá pronunciarse sobre la siguiente pregunta principal: ¿Quiere usted una Nueva Constitución?
Quisiera pensar que este libro todavía está a tiempo, a efectos de contribuir al discernimiento personal de aquellos compatriotas que tengan ocasión de leer estas páginas antes del referéndum de abril. Confío, además, que algunas de las ideas que se desarrollan en este capítulo seguirán teniendo utilidad después del plebiscito, ya sea que gane la opción Apruebo a la pregunta por la Nueva Constitución o triunfe el Rechazo.
La lectora y el lector han sido advertidos desde la página 1 de este libro (de hecho, desde el título en la portada) sobre mi personal posición. Voy a votar Apruebo.
El que yo tenga tomada una decisión sobre lo que se pregunta el 26 de abril de 2020 no significa, sin embargo, que piense que el asunto es obvio o sencillo. Y si en 1988 pensaba que para un demócrata comprometido con los derechos humanos había un millón de razones para votar que NO a la continuidad de Pinochet, y muy pocas (y malas) para decir que SÍ, no tengo ningún problema en admitir que, hoy, 32 años después, y frente a la disyuntiva sobre la Nueva Constitución, la cuestión a resolver presenta bastantes más matices.
Las páginas que siguen han sido redactadas en ánimo de ofrecer razones. He tratado de formularlas de un modo que sirvan incluso a quien no resulte convencido. Mi intención no es, entonces, entregar municiones o cuñas a la barra brava de la Nueva Constitución. Otros sabrán hacer eso mejor que yo.
Mi propósito, en este y en los demás capítulos, es intentar aportar a un mejor debate público.
No me interesa, por tanto, argumentar en favor del Apruebo en base a caricaturas del tipo “la actual Constitución sigue siendo la misma Constitución de Pinochet”. Siendo muy crítico del texto vigente, me parece equivocado e injusto equiparar, aunque solo sea retóricamente, el proyecto institucional original de la dictadura y la Carta Fundamental que se ha ido construyendo, triunfo del NO mediante, y con cuarenta reformas constitucionales sucesivas, en los últimos treinta años.
Tampoco argumentaré en base a “ofertones” tales como: “la Nueva Constitución permitirá, finalmente, que todos los chilenos tengamos empleo, vivienda, previsión, educación y salud”. Mi intención es hablarle a personas que entienden que los textos jurídicos, por fantásticos que sean, no resuelven automáticamente los difíciles problemas de la pobreza, la desigualdad y la escasez.
Aun cuando siempre he estado convencido de que, en su origen, la Constitución de 1980 fue una imposición violenta, sectaria y fraudulenta, la base principal de mi alegato por una Nueva Constitución no radicará en insistir en lo injusto de la génesis de la actual ni lo equivocadas que me parecen las ideas del principal ideólogo de la Constitución original, Jaime Guzmán, un hombre que fue cobardemente asesinado hace veintinueve años. Intentaré, más bien, razonar en base a lo que nuestra Patria necesita hoy. En 2020.
Razones para querer una Nueva Constitución
Voy a partir de una premisa que me parece bastante sólida. La Constitución de 1980 divide a nuestro país. Este hecho es muy desgraciado, porque las constituciones debieran ser un factor de unidad. Como lo trato de explicar más adelante, este es el corazón del problema constitucional chileno. Y es, además, la razón principal para apoyar un proceso constituyente que permita tener una Constitución que una.
¿Y cuáles serían los principales defectos de la Constitución actual? ¿Cuáles serían las falencias suyas que una Nueva Constitución debiera corregir?
Más adelante, en los capítulos 4 y 7 de este libro, intentó ofrecer una respuesta razonada y lo más completa posible a estas preguntas. Mientras tanto, sin embargo, me animo a reproducir una síntesis crítica que me parece muy ilustrativa:
– …la Constitución vigente sigue expresando un alto grado de desconfianza en la aptitud del Pueblo para decidir sobre su destino. Eso se sigue traduciendo en una institucionalidad política anémica. El Congreso Nacional es débil. Los partidos políticos son sospechosos. La participación ciudadana, directa inexistente.
– La Constitución vigente aparece comprometida ideológicamente con uno de los sectores políticos en pugna. El reconocimiento timorato, y a regañadientes, de los derechos sociales genera un desequilibrio constitucional. La existencia de leyes supramayoritarias que le conceden poder de veto a los perdedores solo confirma que la Constitución no logra ser una Casa Común.
– El orden constitucional vigente refleja un país muy distinto al Chile real. Para la Carta Fundamental no existen los Pueblos originarios. El texto concentra poder en una sola autoridad. En esta Constitución las Regiones siguen dependiendo de la Capital. Las mujeres y los trabajadores no ven reconocidos debidamente sus derechos esenciales.
– El hecho de no haberse producido un verdadero “momento constituyente”, en el que hayamos podido discutir entre todos los contenidos del pacto constitucional, ha impedido que este sea efectivamente apropiado, hecho suyo, por las nuevas generaciones.
Desgraciadamente, el debate constitucional ha tenido muy poco que ver con las virtudes o defectos de la actual Constitución o con las posibles mejoras que podría considerar un texto nuevo. La discusión ha tendido a concentrarse, más bien, en un conjunto de aprensiones o temores levantados por la campaña del Rechazo. Aun cuando estas inquietudes no remiten directamente al fondo del problema constitucional chileno, tocan, sin embargo, cuestiones importantes que vale la pena analizar.
Por eso, y porque, además, intuyo que muchos de los argumentos planteados por la campaña del Rechazo pueden volver a aparecer después del Plebiscito del 26 de abril de 2020, las páginas que siguen los abordan con alguna detención.
¿No es el momento?
Quiero comenzar atendiendo al argumento que sostiene que siendo sensata en sí misma la idea de una Nueva Constitución, las actuales circunstancias que vive Chile desaconsejarían acometer, precisamente ahora, una tarea de esa envergadura. A esta postura la podríamos sintetizar como “Aprobaría, pero no ahora, y… por eso, Rechazo”.
Para efectos del desarrollo del argumento del libro, voy a examinar aquí mismo, y simultáneamente, una posición prima hermana de la anterior. Es el caso de quienes sostienen que están en principio de acuerdo con avanzar hacia una Nueva Constitución, pero las circunstancias en que surge hoy el proceso constituyente les parecen tan negativas e inadecuadas que, para repudiar el chantaje de la violencia y para evitar un proceso que pueda ser secuestrado por esa misma violencia, van a votar Rechazo. A esta aproximación la podríamos resumir como “Aprobaría, pero no así, y… por eso, Rechazo”.
En el Preámbulo ya manifesté mi preocupación por los niveles de violencia que vive Chile a principios de 2020. Admito que la actual coyuntura política, social y económica de nuestro país –escribo a fines de febrero de 2020– vuelve particularmente difícil llevar adelante el tipo de debate político respetuoso y tranquilo al que uno siempre debiera aspirar. Espero que los meses que vienen sean crecientemente más tranquilos, aunque tiendo a pensar que una verdadera pacificación será un asunto que tomará bastante tiempo.
Ahora bien, admitido el hecho público y notorio de que, efectivamente, se viven tiempos difíciles, ¿se sigue de ello, acaso, que lo mejor sería votar Rechazo en abril?
A efectos de analizar mejor este tipo de argumentos sobre la oportunidad (“No ahora, pero más adelante –quizás– sí”), habría que distinguir dos tipos de uso de este discurso.
En la boca de algunos de los partidarios del Rechazo, esto de la falta de condiciones parece más bien un pretexto que apenas alcanza a esconder la voluntad de defender a ultranza, a todo evento, y cualesquiera sean las circunstancias, la Constitución de 1980. En esas personas, el argumento del “momento adecuado” para debatir cosas importantes da para mucho. Y si a veces se ha dicho que no se puede discutir sobre Nueva Constitución en un año de elecciones, otras veces se ha planteado que tampoco se puede debatir nada importante cuando la economía está lenta o mala (para no afectar las expectativas, dicen). Otros planteaban que los gobiernos muy impopulares o que están terminando tampoco pueden promover debates de fondo.
Tratemos, por un momento, de ver adónde nos llevaría esta línea de argumentación sobre el “momento oportuno”. Y apliquemos estos singulares criterios a la historia de nuestra democracia post-dictadura. De entrada, entonces, habría que descartar, por no ser oportunos, todos los años en que ha habido elecciones (bajo esa peculiar lógica estarían vedados los años 1989, 1992, 1993, 1996, 1997, 1999, 2000, 2001, 2004, 2005, 2008, 2009, 2012, 2013, 2016, 2017 y, por supuesto, el 2020).
Descartemos luego los años en que habría habido debilidad o incertidumbre económica (aquí se caerían los años 1990, 1994, 1998, 2008, 2009, 2014, 2015, 2016, 2017, 2019 y 2020). Saquemos a continuación los años en que los gobiernos respectivos no eran muy populares (fuera, entonces, los años 2002, 2003, 2006, 2011, 2012, 2013, 2015, 2016, 2017, 2019 y 2020).
¿Qué queda después de ese colador? Poquito. Apenas cinco ventanas de oportunidad: los años 1991, 1995, 2007, 2010 y 2018. Esos habrían sido, entonces, los únicos años en los cuales, de acuerdo al criterio del momento oportuno, habría sido prudente hacer cambios constitucionales de fondo.
Examinar cuál fue la actitud...