Cómo hacer que las cosas pasen
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Cómo hacer que las cosas pasen

En lugar de vivir hablando de lo que pasa

Guillermo Echevarria

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  1. 340 páginas
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Cómo hacer que las cosas pasen

En lugar de vivir hablando de lo que pasa

Guillermo Echevarria

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Información del libro

Cómo hacer que las cosas pasen es un libro para personas que quieren que empiece a pasar algo diferente en sus vidas. No importa a qué te dediques, qué edad ni qué formación tengas. Para hacer que las cosas pasen es clave que entrenes tu creatividad para ser más grande que tus desafíos y así poder. En la obra se abordan temas como: Tratar con personas difíciles Decir cosas incómodas de manera constructiva.Crecer profesionalmente cuando no reconocen tu valor.Superar el autoboicot y la postergación.Convertir imprevistos en oportunidades.Rehacer tu vida y construir un futuro que te apasione.Cambiar más rápido y con menos estrés.Inspirarte para dar tu mejor versión.En estas páginas vas a encontrar 17 historias inspiradoras, ejercicios, herramientas y semillas de actitud que pueden generarte unas ganas arrolladoras de hacer que las cosas pasen en tu vida. Ojalá te animes al desafío. ¿El que no arriesga no gana? El que no arriesga no vive."Cómo hacer que las cosas pasen me inspiró a imaginar la segunda mitad de mi carrera laboral y me dio herramientas para empezar a vivirla." DIEGO REJTMAN, director mundial de reclutamiento universitario en Microsoft."Me emocionó mucho 'Taxi coaching', la historia del taxista que pone todo de sí. Se me cayeron varias lágrimas porque me sentí identificado y porque en la vida, para ser felices, hay que estar dispuestos a poner siempre lo que falta para que las cosas pasen." GUSTAVO ZERBINO, sobreviviente de la tragedia de Los Andes

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Información

Editorial
Granica
Año
2020
ISBN
9789878358192
1

¿Cómo bailar con la más linda?

Estaba en una escuela de negocios dando un taller de Supervisión y Coaching cuando se cortó la luz. El lugar no tenía ventanas y la oscuridad se hizo total. En seguida se oyeron las expresiones de sorpresa de los presentes y voces que llegaban de salas contiguas a la nuestra, en las que se estaban dictando otros seminarios. Yo, que venía entrenándome en tomar los imprevistos como oportunidades, respiré profundo al tiempo que me pregunté: ¿Qué oportunidad es esto para el seminario? Y mientras esperaba que me llegara una respuesta mejor que la típica reacción de quejarme o matar el tiempo hasta que pasara el problema, pregunté al grupo si seguían allí y si estaban bien. Contestaron todos a la vez, un poco alterados por la situación.
Estaba pidiéndoles que nos escucháramos cuando, de pronto, me vino una respuesta a mi pregunta. Si el propósito de este encuentro es entrenar la habilidad de hacer que las cosas pasen, ¿por qué no convertir la oscuridad en una oportunidad para practicar esto de ser más grandes que las circunstancias?
Entonces, invité al grupo a continuar discutiendo el tema en el que estábamos antes del apagón.
Apenas terminé de decirlo, se hizo un silencio total. Una de las participantes contestó que le parecía buena idea, pero el resto permanecía callado. Sentí que la oscuridad los desorientaba y me puse a conversar con toda naturalidad con la mujer que se había animado. En seguida se sumó la voz de un hombre que se identificó y entró en el diálogo. De a poco fueron apareciendo el resto de las voces. Luego de un rato, la conversación se había puesto súper movida y, a pesar de que éramos varios interlocutores, la comunicación fluía con toda claridad. Nos encontrábamos navegando en ese intercambio de ideas, contagiados por la emoción de sentir que habíamos superado un obstáculo, cuando nos sorprendió el regreso de la luz. Supusimos que el desperfecto habría sido arreglado, pero ninguno decía nada. La experiencia de conversar a ciegas había sido impactante.
—Siento que, en este rato de oscuridad —dijo uno rompiendo el silencio—, nos comunicamos como no lo habíamos hecho hasta ahora.
—Yo también —agregó otro—. El hecho de no poder verles las caras me llevó a estar mucho más atento a lo que cada uno decía y a cómo lo decía.
—A mí, el asunto del ejercicio en la oscuridad, tengo que reconocerlo, no me hizo demasiada gracia y, al principio, estaba bastante incómodo —le empezó a decir un gerente a la primera mujer que se había animado a hablar y que hasta ese momento casi no había participado del seminario—. Pero entonces escuché tu voz tan segura que me puse a hablar como si los estuviera viendo.
—Les confieso que escuché sus voces por primera vez —compartió otro.
—Fue un diálogo impecable. No nos superpusimos entre nosotros en ningún momento —dijo asombrada una de las participantes—. Y remató: —Voy a hacer este ejercicio con mi equipo.
Por un momento nos quedamos todos mirándonos como diciendo: “¿Y ahora qué hacemos?”.
Me disponía a continuar cuando una participante me interrumpió para proponerme algo que en otro contexto hubiera sonado un poco loco, pero que todos aceptamos de inmediato…
Fue la primera vez que terminé un encuentro a oscuras. Nos despedimos hasta la semana siguiente, junté mis cosas, dejé la sala y, cuando estaba por cruzar la puerta de salida, me detuvo el portero.
—Casi se quedan encerrados hasta mañana —dijo—. Es que con el tema del apagón se suspendieron los demás cursos y pensé que se habían ido todos… ¿Se quedaron a oscuras?
Ya estaba dejando el edificio cuando se me acercó uno de los participantes que se había quedado esperando para hacerme una pregunta en privado: si lo del apagón había sido planeado por mí como una forma de entrenarlos. Me sorprendió completamente que me lo dijera y tuve que confesarle que, de alguna manera, sí. Mi plan había sido que todo, hasta lo inesperado, sumara a los objetivos del seminario.
Sus palabras me hicieron tomar conciencia de que esa noche habíamos danzado tan armoniosamente con lo imprevisto que se había convertido en la mujer más linda: esa dama llamada oportunidad.

Desafío n° 1. Cómo convertir los imprevistos e...

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