I
LA SERPIENTE DEL EDÉN
Una de las grandes incógnitas del ser humano desde que tenemos noticias de su existencia, ha sido preguntarse por el inicio de los tiempos. Según la época, según la cultura, según la orientación religiosa, según el avance de las ciencias y según otro tipo de factores, las respuestas siempre terminan siendo insatisfactorias dada su evanescencia por una parte y, por otra, la falta de capacidad humana para su comprensión. En función de donde partamos, terminamos convergiendo en la aceptación de teorías científicas más o menos razonables (cfr. el big bang), haciendo propias las explicaciones facilitadas por otras cosmologías, o bien identificándonos con el relato bíblico, con frecuencia a partir de lecturas literales y cronológicas, olvidando que el Génesis no es un texto científico sino teológico que se sirve a su vez de relatos procedentes de otras mitologías anteriores; éstas son diferencias que no deberíamos hacer incompatibles, sino más bien buscar sus puntos de confluencia.
Sea como fuere, tanto la historia de la Creación en su conjunto, como la reseña del Huerto del Edén donde sitúa el Génesis a los primeros padres, no deja de ser uno de los misterios más inescrutables para la mente humana. Si tenemos en cuenta la antigüedad atribuida a los primeros pobladores de la tierra (¿15 mil millones de años?) y lo comparamos con el relato del Pentateuco que, en su formato oral, puede situarse entre los siglos XV y XIII a. C. y su traspaso a documento escrito en el siglo VI a.C., aproximadamente, la pregunta de fondo es ¿cómo se descubre y se transmite la información durante esos millones de años? La única explicación razonable es que Dios hubiera dictado a su autor el relato del Génesis, hipótesis que ninguna tradición judía o cristiana avala.
Sabemos que existen otras cosmovisiones que se ocupan del origen del mundo, anteriores unas o posteriores otras a la mosaica (china, india, tibetana, cretense-griega, etrusca, romana, aborígenes australianos, pueblos de África, aztecas, mayas, toltecas y cheyenes o hopis de América, europeas, etc.), que tienen elementos comunes entre sí, algunas de ellas especialmente vinculadas con los antecesores egipcios y mesopotámicos de los hebreos.
Entre las muchas teorías sobre la Creación del mundo, llama la atención la descripción que hace el Popul vuh o wuj, uno de los documentos más importantes sobre este tema, tanto por su belleza descriptiva como por el paralelismo que muestra con respecto al relato bíblico, aun procediendo de un espacio geográfico tan lejano al entorno mesopotámico. Se trata de narraciones míticas y legendarias sobre el origen del mundo, del pueblo k’iche maya-guatemalteco. Tiene un gran valor histórico y spiritual, conocido en algunos sectores como “La Biblia de los mayas k’iché”.
Todas las cosmologías coinciden en el propósito de ofrecer una respuesta que no sólo dé estabilidad, sino que ofrezca señas de identidad colectiva al pueblo en el que se origina. Unas y otras se influencian entre sí. Por lo regular, en su elaboración se funden elementos religiosos y científicos, por supuesto en el nivel científico o del conocimiento de la época. Digamos que, consciente o inconscientemente, el elemento habitual es el sincretismo. En todas ellas hay elementos comunes, aunque sean descritos de formas desiguales, adaptados a situaciones geográficas o climatologías locales, como pueda ser en ciertos pueblos aborígenes su amor y dependencia de la tierra. En todas ellas, se producen teofanías de seres legendarios, dioses y héroes ancestrales diferentes y en formatos diversos. El agua, la luz, el aire y la tierra están siempre presentes en el origen de los tiempos, envueltos por lo regular por el Caos que en algunas mitologías es definido como el dios original.
Esa disparidad de formas y, por otra parte, la confluencia descriptiva del mensaje, reafirma la creencia en un Dios universal, que no exclusivo de Israel; un Dios que se ha manifestado de formas diferentes y a pueblos muy diversos, no haciendo acepción de personas, razas o procedencias.
Pero centrémonos en el relato bíblico, al que, desde una posición judeo-cristiana, se atribuye una procedencia divina, aunque no dictada, cuyo origen se adjudica al mismo Dios. Y vamos a centrar nuestro punto de mira en la serpiente, un animal que tiene una dilatada historia relacionada con la religión. Haremos referencia a la fábula como género literario, tanto en la literatura universal como en la bíblica, un género que se sirve de animales hablantes para mostrar mediante narraciones ficticias, mensajes con contenido didáctico. En este caso, la serpiente aparece como un animal ambivalente, símbolo de la muerte y de la salud; aparece y desaparece, cambia de piel en primavera, renace después de un frío invierno como símbolo de la resurrección, antídoto en sí misma de la muerte.
En la mitología egipcia Apofis, conocida como Apep, una serpiente gigantesca, indestructible y poderosa, representa las fuerzas maléficas que habitan las tinieblas. Su cometido principal consistía en impedir por cualquier medio que la barca solar conducida por Ra y defendida por Seth alcanzara el nuevo día; es decir, su misión era detener el ciclo solar. Su único objetivo era romper el orden cósmico. La serpiente representa el mal y, según la leyenda, nunca sería aniquilada. No obstante, Apofis era objeto de veneración en Egipto y, por extensión, todas las serpientes eran sagradas. El mismo Faraón se consideraba bajo la protección de la cobra, símbolo de la resurrección.
Moisés al igual que el pueblo que le sigue, se ha educado bajo la cultura egipcia y los libros sagrados ofrecen pistas suficientes como para entender que no le resultó sencillo, ni a él ni a los israelitas, desprenderse de sus costumbres y creencias. Tanto es así, que ante la ausencia de Moisés que ha subido al monte Sinaí para encontrarse con Dios, el pueblo “de dura cerviz” (Éxodo 32:9) vuelve a sus orígenes egipcios, se hacen un becerro de oro invirtiendo todas sus joyas en él, y se acoplan gustosos a las costumbres paganas de las que proceden. El relato no ofrece cronología, si no simbología, es decir, enseñanza teológica. ¿Cuánto tiempo debió pasar desde la ausencia de Moisés hasta su vuelta para que tuvieran tiempo suficiente para construir el becerro y asentar nuevamente las costumbres paganas? A esta y a otras posibles preguntas no podemos darles atención aquí, por razones evidentes de oportunidad.
Pero veamos un relato un tanto desconcertante, relacionado con la serpiente. Se encuentra en Números 21:4-9. Israel está inmerso en su avance hacia la tierra prometida, pero “se desanimó el pueblo por el camino. Y habló el pueblo contra Dios y contra Moisés” (vr. 4,5). Como castigo, “Jehová envió entre el pueblo serpientes ardientes” (vr. 6) que causaron estragos. Resurge la figura de la serpiente que seguramente nunca ha desaparecido del todo. Pero hay algo más. Ante el arrepentimiento del pueblo “Jehová dijo a Moisés: Hazte una serpiente ardiente, y ponla sobre una asta; y cualquiera que fuera mordido y mirare a ella, vivirá” (vr. 8). ¡Lo propone el mismo Jehová!, lo cual nos llevaría a realizar una reflexión teológica complementaria, que no podemos asumir aquí, para no desviarnos del tema propuesto.
A partir de estos antecedentes, podemos recapitular. Moisés desea transmitir al pueblo un sentido de identidad nacional, vinculándole no sólo con Jacob, Isaac y Abraham, sino mostrándole que tiene un Dios que además de acompañarlos y protegerlos, es el principio de todas las cosas, el creador del mundo. Y lo hace en un lenguaje sencillo, desprovisto de tecnicismos, haciendo uso de figuras que les resulten familiares a sus oyentes.
Transmitir la imagen del Dios creador y omnipotente no resulta complicado en exceso, ya que es común a todas las culturas. El problema está en cómo representar la idea del mal. Y ahí es donde se recurre a la serpiente, una figura ambivalente como ya hemos dicho, astuta, engañosa y mortífera, que goza del respeto y veneración de la que es objeto entre los egipcios, de cuya cultura participan los hebreos. Nadie, ni nada podría encarnar con mayor contundencia la figura de la tentación y del engaño que la serpiente.
Una vez seleccionado el personaje, se recurre, como es frecuente en relatos semejantes, a fabular la narración dando voz al animal que mejor representa la astucia y el engaño, al igual que en el caso de la burra de Balaam, del que nos ocuparemos más adelante, se recurre al animal que mejor representa la tozudez, como recurso pedagógico de contraste.
II
LA TORRE DE BABEL
Una actitud recurrente de los seres humanos ha sido pretender conquistar el Cielo, el Nirvana, el Paraíso, el Edén, el Olimpo, la Gloria… Ese lugar inalcanzable con los medios humanos que se ofrece como destino feliz para quienes sean fieles a ciertas reglas marcadas por la religión que profesen. Pablo, incluso, habló, en un pasaje críptico que requiere fórmulas subjetivas de interpretación teológica, de un lugar descrito como el “tercer cielo” (2ª Corintios 12).
No entraremos de momento en ese terreno teológico o metafísico, ocupados como estamos en tratar de descifrar unos pasajes que nos introducen en espacios que chocan con nuestra mentalidad contemporánea, bien sea por el estilo literario en el que están narrados o por lo extraños que pueden resultar a nuestra cultura y percepción actual los hechos que describen.
Encontramos la historia que ahora nos ocupa en el libro de Génesis 11:1-9. Ninguna otra referencia en el resto de las Escrituras, si bien la idea de construir torres defensivas que protejan de los ataques enemigos, ha sido una constante, no sólo en el terreno en el que se mueve el pueblo de Israel, sino en otras muchas culturas o civilizaciones que ha pervivido hasta tiempos recientes en los que los ataques del enemigo se producen de formas más sofisticadas y torres tan altas y tan protegidas como las Gemelas de Nueva York, pueden ser derribadas en unos segundos para asombro y desgarro de la humanidad.
Se trata de un relato que parece estar desubicado en cuanto al lugar que ocupa en el libro de Génesis, ya que aparece después de la dispersión de las gentes que se narra en el capítulo anterior, “por sus familias, por sus lenguas, en sus tierras, en sus naciones” (10:31), lo cual se supone que debería haberse producido con posterioridad a los hechos que se derivan de la experiencia fallida en Babel.
Las evidencias internas del texto muestran que este fragmento procede del documento o tradición yavista. Por otra parte, los versículos 5 y 7 reflejan una duplicidad que pudiera deberse al uso de dos fuentes diferentes, a lo que hay que añadir que tanto el formato como la referencia a los materiales de construcción que el texto relata, muestran que se trata de una historia vinculada con Mesopotamia, de donde proceden los ancestros de los pueblos que habitan Palestina. Y todo ello sin olvidar que Génesis no pretende una narración cronológica sino ofrecer una enseñanza teológica.
¿Cuál es el propósito de la construcción de esa ciudad y de su torre? Se presenta como una especie de recurso “por si fuéramos esparcidos por la faz de toda la tierra” (vr. 4), en forma de premonición que muestra más que una previsión de futuro un conocimiento de los hechos ya ocurridos o fabulados anteriormente; es decir, no se trata de un relato profético o descriptivo, sino de una reseña histórica. La finalidad confesada es triple: garantizar la identidad idiomática del pueblo, preservar su territorio y hacerles famosos ante las naciones vecinas. El desarrollo de los acontecimientos muestra que ninguno de los objetivos se consigue y no sólo su lengua es confundida, es decir, no son capaces de entenderse entre sí, sino que se malogran sus estrategias de construir una ciudad fortificada y no parece que el esfuerzo llevado a cabo les haga famosos; antes bien, a causa de ello, son dispersados por toda la tierra. Esta alusión a “toda la tierra” es un lenguaje frecuente para dar dimensión universal a los acontecimientos locales, como cuando decimos que “todo el mundo” está al tanto de nuestro problema o de nuestro éxito.
Visto desde la relectura y adaptación local que del hecho histórico hace el autor de este relato, apreciamos que algún acontecimiento torció los planes de e...