II. CRISIS, RECUPERACIÓN Y ESTANCAMIENTO DE LA ECONOMÍA INTERNACIONAL
En 2008 detonó la crisis financiera internacional, que pudo tener una magnitud similar a la de los años treinta del siglo XX. Los orígenes de esta crisis son de orden estructural, asociados a los grandes ciclos de la economía internacional, de sobreproducción y como resultado de problemas característicos de la economía estadounidense. La crisis de los créditos subprime, los problemas éticos, entre otros, fueron parte de los elementos coyunturales que contribuyeron a esta. Los diagnósticos convencionales no son suficientes.
Han pasado seis años sin que se vislumbre una salida definitiva de la crisis. Se observan diferentes fases en virtud de que esta ha mutado a lo largo del tiempo. Es como un virus que cambia de componentes, interrelaciones y consecuencias. Asimismo, como todo fenómeno económico, tiene una dinámica determinada y, por qué no decir, cíclica, con impactos diferenciados entre y dentro de las principales regiones económicas a nivel global. Las particularidades de las economías europeas y asiáticas son relevantes.
Frente a la crisis se respondió con el portafolio tradicional de medidas: políticas monetaria y fiscal anticíclicas y otras más relativas a los problemas suscitados por la desregulación del sistema financiero, la necesidad de administración de los desequilibrios fiscales y por los niveles de endeudamiento. Esta crisis impactó en el orden económico internacional establecido en la postguerra y contribuyó a la deslegitimación de organismos como el Fondo Monetario Internacional.
La economía peruana, al igual que las otras, ha sido afectada por esta crisis internacional. Entre mediados de 2009 y 2010, se observó una clara recuperación económica. De ahí en adelante se sigue creciendo, pero cada vez menos, tanto por factores externos (menor demanda internacional) como internos, por la reconcentración del ingreso a favor de los estratos de altos ingresos y el reducido nivel del tipo de cambio real, entre otros.
1. ¿SERÁ 2009 EL INICIO DE UNA CRISIS SIMILAR A LA DE LOS AÑOS TREINTA?
El mercado de valores estadounidense se ha contraído en 35,8% entre finales de 2007 y el 22 de octubre de 2008, con un valor cercano a la caída del 36% en 1929. Recién acaban de aparecer los primeros indicios de la fase contractiva al reportarse la caída en la producción industrial estadounidense de 2,8% en septiembre, respecto del mes anterior. La revista The Economist proyecta un cierre para 2008 con una tasa de crecimiento positiva de 1,6%, mientras que entre 1930 y 1933 el PBI real cayó en 26,6%, considerando una contracción de 8,6%, 6,4%, 13% y 1,3% para cada año del período señalado.
Hay dos factores comunes relativos a que ambas crisis coinciden con la fase final de la etapa expansiva del respectivo ciclo de largo plazo de la economía internacional. Antes, entre las décadas de 1880-1890 y las de 1930-1940, y ahora entre las décadas de 1930-1940 y las de 1980-1990, precedidos por períodos de alto crecimiento en las décadas de 1920 y 1990. Estos ciclos largos, determinados por Kondratiev, luego por Schumpeter y ahora por Dosi, Freeman y Pérez, se asocian en la expansión a la creación e incorporación de un factor clave, a la aparición e incorporación de nuevos productos, nuevas tecnologías, nuevos mercados, nuevas formas de organización de las empresas, entre otros elementos.
Los períodos previos a estas crisis, años veinte y noventa, se caracterizaron por importantes movimientos de capital que buscaron opciones financieras para reproducirse ante la caída en las tasas de ganancia de los sectores productivos reales. En ambos períodos no hubo regulación en los mercados financieros y de divisas internacionales, en un caso por decisiones de política y en el otro porque fue previo al nuevo sistema monetario-financiero internacional de Bretton Woods en 1944. Para nuestra suerte, los mercados de valores a partir del año 2000 se han autorregulado, con importantes alzas y bajas que evitarían caídas violentas a partir de 2009. Entre 1920-1929, las cotizaciones de la bolsa de Nueva York crecieron casi sin cesar 3,8 veces, razón por la cual el aterrizaje a la realidad fue abrupto.
Dos nuevos elementos entrelazados asoman en la crisis actual. La estructura de distribución del ingreso más concentrada a favor de las utilidades de las empresas y menor hacia los salarios que promueve una menor demanda efectiva y nivel de actividad económica. El otro factor es el relativo a que estos problemas de demanda exigen la intervención del Estado para mitigarlos, tanto a través de una política monetaria expansiva como de la política fiscal anticíclica. Sin embargo, la crisis actual no es resultado de la intervención estatal, sino que esta se origina por la incapacidad del sistema económico de sostener su propia tasa de crecimiento y para lo cual es imprescindible que la Reserva Federal actúe reduciendo las tasas de interés y se inventen, entre otras, aventuras bélicas para justificar mayores niveles de gasto público.
Para suerte de todos, tanto la existencia de las ideas de J. M. Keynes como las acciones de coordinación de la política económica y financiera internacional son una realidad ahora, a diferencia de lo que ocurrió al estallar la crisis de 1929. En esa época, las primeras respuestas fueron de corte ortodoxo. En la quincena de octubre, luego de las primeras quiebras y la abrupta caída en los mercados de valores, ya se han realizado acciones de coordinación internacional, y se han definido los grandes lineamientos y montos de la política de rescate para impedir la crisis del sistema bancario internacional. Sin embargo, estas aún no son garantía de que la crisis se pueda resolver. Los programas tienen problemas de diseño y enfrentarán problemas en su implementación, se ha roto el principio de predictibilidad de las políticas y se promueven comportamientos de riesgo moral, ya que los que generaron los problemas no han sufrido las consecuencias de sus actos, promoviendo la probable repetición de estos.
Otra hipótesis que podría explicar que la caída en el nivel de actividad no sea tan drástica ahora como antes, se ubicaría en el debilitamiento del parámetro que vincula el efecto riqueza en el consumo. Tradicionalmente, en la medida en que el valor del acervo de los activos, incluidas las tenencias de acciones y las propiedades inmobiliarias, se hace menor, se reduce el consumo, la demanda, la inversión, el nivel de actividad económica y los niveles de empleo. Ahora, en cambio, al igual que la reducción de la incidencia negativa de los precios del petróleo en la economía estadounidense de las últimas décadas, la extrema variabilidad del mercado de valores observada desde el año 2000 habría reducido la importancia de este canal de transmisión del mercado financiero sobre el sector real.
Es evidente que la articulación de las políticas fiscales, y en menor medida de las monetarias ante la trampa de la liquidez, evitarán que la crisis en el mercado de valores y del sistema bancario genere efectos tan graves sobre el aparato productivo como lo ocurrido en los años treinta. Es obvio que el PBI real decrecerá, pero al parecer no en las magnitudes observadas antes. Lo que también es claro es que la política fiscal tiene un límite, ya que no podrán inventarse nuevas guerras. El período de contracción cederá a otro de estancamiento económico prolongado, hasta que se creen e introduzcan nuevos productos y nuevas tecnologías, se creen nuevos mercados, en fin, se establezca un nuevo paradigma tecnoeconómico incluyente como ocurrió a partir de los años cincuenta.
En este panorama de estancamiento económico pueden surgir varias alternativas. La del aislacionismo económico, que condenaría al estancamiento a nuestras economías, luego de articularse hacia fuera. La otra podría ser un símil a las devaluaciones competitivas previstas antes. La tercera es que la crisis promueva un nuevo reordenamiento de la economía a nivel internacional, que inicie con la aplicación de las otras propuestas de J. M. Keynes (1965 [1936]) y M. Kalecki (1956 [1954]) relativas a mejorar la estructura de distribución del ingreso, a través de los impuestos a los ingresos y las herencias, para reducir los problemas de demanda efectiva y propiciar un nuevo orden financiero internacional. La lucha contra la inequidad y la pobreza, y mitigar los daños al ambiente pueden ser parte de los nuevos retos.
El nuevo orden financiero y monetario internacional no solo debe reexaminar el rol de los organismos financieros multilaterales y las «reglas» de los mercados monetarios. La crisis se originó por la hipertrofia de los mercados de valores y en los instrumentos derivados. Se deben limitar las operaciones con tales instrumentos en los bancos, hay que incorporar más supervisión y frenar las operaciones especulativas que pueden colocar en riesgo a los países y al sistema global. La imposición del impuesto Tobin a las transacciones financieras internacionales es una imperiosa necesidad para amortiguar tales fluctuaciones y generar recursos para orientar al desarrollo económico y social sostenible (La República, 2 de diciembre de 2008).
2. MUTACIONES DE LA CRISIS FINANCIERA INTERNACIONAL
Las proyecciones del PBI para 2009, especialmente de los Estados Unidos, son cada vez más negativas. Según el FMI, el PBI crecería 0,1% respecto del cierre de 2008 (2/10/2008), luego se pasó a -0,7% en noviembre de 2008 (6/11/2008), posteriormente a -1,6% el 28/1/2009, y a partir de mediados de marzo la proyección fue del -2,6% el 19/3/2009. Esta semana, la OCDE (31/3/2009) señaló que la caída sería del 4%, que implicaría una menor producción de US$ 570.584 millones, 4,8 veces el producto que generamos anualmente todos los peruanos. Esta crisis ha reducido el valor de mercado del patrimonio de las empresas estadounidenses en US$ 8.331.018 millones (al 1/4/2009), como resultado de la crisis del mercado de valores en curso.
No vamos a discutir por qué se modifican continuamente las proyecciones económicas. La futurología es una actividad difícil y riesgosa en las actuales circunstancias. La convicción de la mayoría de los economistas es que todavía no hemos llegado al fondo del túnel. La crisis es como un virus que tiene un ciclo reproductivo que termina en la liberación (cuando sale de la célula huésped). Sin embargo, pueden perjudicar a la célula del organismo donde se aloja hasta, en el peor de los casos, destruirla. Asimismo, tienen genes y evolucionan por selección natural. Esto implica que algunas características de nueva aparición se pueden transmitir de generación en generación (Wikipedia s. f.). La crisis actual tuvo una taxonomía particular hasta el tercer trimestre de 2008, de ahí y hasta ahora tiene otra. Hacia delante, pueden configurarse diversos procesos y etapas, donde destacan la deflación y el caos sistémico.
Hasta antes del tercer trimestre de 2008, la crisis para los países desarrollados se caracterizó por mostrar un alto precio de las materias primas y el petróleo, elevadas tasas de inflación, tipos de interés estables, dólar americano débil respecto de un euro fuerte, y bajas tasas de crecimiento económico que perfilaron una clara situación de estanflación. A partir del tercer trimestre de 2008 y hasta ahora, se observa un fuerte descenso del precio de las materias primas y del petróleo, caída de las tasas de inflación, dólar fuerte y euro y libra esterlina muy débiles, descenso generalizado de las tasas de interés y, ahora, tasas de crecimiento sensiblemente negativas.
La deflación es el proceso extremo que sigue luego de una recesión, cuando la demanda agregada es menor que la oferta, generando que los precios comiencen a reducirse. Este fenómeno se asocia, en el mejor de los casos, a situaciones de estancamiento productivo (crecimiento cero). Para el hombre de la calle, la deflación puede parecer una circunstancia positiva. Sin embargo, es muy negativa, creando un círculo vicioso donde los consumidores postergan sus decisiones de compra (esperando que los precios caigan más), las empresas reducen sus planes de producción, la contratación de mano de obra e insumos es menor y se generan ingresos más reducidos. Por otra parte, se eleva el valor real de las deudas de las familias y de las empresas, de forma tal que estas deben reducir sus niveles de gasto corriente y demanda (para pagar a los acreedores), con el consiguiente efecto de una menor producción de bienes y servicios.
Es difícil pensar en la deflación cuando se aplica una política monetaria y fiscal anticíclica, pero puede ocurrir que sea como los antibióticos a los virus, sin efecto alguno. La deflación se inicia cuando la incertidumbre es mayúscula. En estas circunstancias, la demanda de dinero por motivo de precaución crece mucho. Las familias y las empresas mantienen mucho dinero y gastan menos. Se produce la trampa de la liquidez y las tasas de interés efectivas no se reducen, neutralizando la política monetaria. Los menores niveles de gasto pueden compensar el mayor gasto del Gobierno y en ciertas circunstancias conducirlo a un balance negativo. El Gobierno gasta más, pero los ciudadanos y los negocios compran menos.
El salto de la deflación al caos sistémico estaría marcado por el proceso de pérdida de hegemonía del dólar americano, que puede ser conducido por las fuerzas del mercado y/o inducido por decisiones de política, como cuando en la última semana de marzo el gobernador del banco central chino planteó la necesidad de crear una nueva moneda de reserva internacional que esté a cargo del FMI. En la ruta del mercado, ya no es cierta la hipótesis de que las posibilidades de financiamiento del déficit público estadounidense, a través de la emisión de bonos del tesoro, son ilimitadas. La menor entrada de capitales internacionales hacia los Estados Unidos sería causa y efecto de una menor demanda por la divisa estadounidense, que debilitaría al dólar americano y colocaría límites a la expansión de la oferta de dinero.
En este escenario, las políticas monetarias y fiscales en los Estados Unidos inyectarían demanda agregada que generaría presiones para depreciar el dólar americano respecto de otras monedas, y presiones inflacionarias y/o de elevación de los tipos de interés de mercado. De estas, las dos últimas generarían impactos negativos en la demanda y producción, produciendo un escenario de estanflación. Frente a este panorama, los otros países podrían repudiar al dólar americano y al mismo tiempo harían frente a la depreciación de esa moneda mediante procesos naturales o inducidos de depreciación en sus respectivas monedas nacionales, inaugurando un proceso de devaluaciones competitivas para hacer frente a la pérdida de competitividad. De ahí, al igual que con la deflación generalizada, hay un paso para la reanudación intensificada del proteccionismo, afectando los flujos comerciales y financieros, y el producto mundial.
No vamos a discutir los alcances de la reunión del G-20 de esta semana. Sin embargo, es claro que se va a necesitar una conferencia internacional incluyente. En esta ocasión, la lista de actores relevantes y temas debe ser muy amplia. No solo se debe hablar de las materias comerciales y financieras concretas. La sostenibilidad del sistema en el largo plazo está en juego. Hay que discutir sobre el rol de los mercados y del Estado, de ética global y de los límites en la actuación de los privados, hay que establecer acciones concretas para redistribuir la riqueza y el bienestar mundial, incorporar la problemática del medio ambiente, tratar los viejos temas del desarrollo que competen a los países pobres, entre otros (La República, 5 de abril de 2009).
3. ¿QUÉ ESTAMOS APRENDIENDO DE LA CRISIS ECONÓMICA INTERNACIONAL?
«Sin crisis no hay desafíos, sin desafíos la vida es una rutina,
una lenta agonía. Sin crisis no hay méritos. Es en la crisis donde aflora
lo mejor de cada uno, porque sin crisis todo viento es caricia».
Albert Einstein
Mucho del arte de la vida consiste en extraer enseñanzas de los problemas, ver el lado positivo de las cosas, seguir adelante, procurar ser feliz. Por eso, demuestra una sociedad su real potencial cuando aprende y extrae lecciones de una crisis. Sin embargo, cuando leemos en la prensa las declaraciones de nuestras autoridades, comprobamos que estas todavía se niegan a aceptar que la crisis actual está cambiando al mundo. Y comprobar esto es algo que nos debe preocupar.
No vamos a discutir si esta perspectiva se debe a la realidad o una creación virtual ...