DESARREGLARSE: UN ARTE. BELLEZA MASCULINA
EN JÓVENES DE SECTORES ALTOS DE LIMA
Julio Villa
“Todo aquello que es bello y noble es resultado de la razón y el cálculo”.
Charles Baudelaire, Elogio del maquillaje
Naturalmente artificial: a modo de introducción
Esta investigación se centra en el análisis de la gestión del cuerpo y la apariencia en jóvenes hombres heterosexuales del sector alto limeño. Se encuentra que el cuidado y la gestión del cuerpo y la apariencia, y la innovación estética, por parte de estos jóvenes, adquieren un matiz lúdico pues, para negociar su masculinidad -y las fronteras de esta-, recurren a lo que se ha denominado como desarreglo meticuloso. Esta es una estrategia por parte de los actores para poder innovar estéticamente sin ser denunciados por sus pares, quienes cumplirían el papel de policías de género (Kimmel y Messner 1997, Vásquez del Águila 2013). El esfuerzo desperdiciado (Veblen 2004) que implica el desarreglo meticuloso resalta el monitoreo de las acciones de las que es consciente cada agente (Giddens 1995) y que es un rasgo característico de la masculinidad, entendida como “al mismo tiempo la posición en la relaciones de género, las prácticas por las cuales los hombres y las mujeres se comprometen con esa posición de género, y los efectos de estas prácticas en la experiencia corporal, la personalidad y la cultura” (Connell 1995).
En la modernidad tardía, el cuerpo se vuelve un elemento fundamental en el proyecto del yo (Giddens 1995). Producir la apariencia es algo que todos, en mayor o en menor grado, hacemos y algo por lo que nos preocupamos, ya sea de manera consciente o no. En las sociedades occidentales, sobre todo, el consumo y el cuerpo muestran una estrecha relación: nuestro cuerpo es un signo (Baudrillard 2009), dice quiénes somos, brinda información sobre nosotros -querámoslo o no- (Goffman 1984), sobre nuestra posición en el campo social y sobre nuestra trayectoria; siguiendo a Bourdieu (2006), las formas de llevar el cuerpo demuestran claramente nuestro habitus individual y de clase. El cuerpo es una matriz de creación (Kogan 2010) y de individuación (Detrez 2002).
Es necesario resaltar que nuestra socialización de género es de vital importancia para aprender a llevar el cuerpo o, como señala Bourdieu: habitar un cuerpo. La masculinidad y la feminidad -y también otras formas de identidad de género- son tempranamente determinadas gracias a un proceso pedagógico (Wacquant 2009) que se sostiene en las principales instituciones que nos modelan. De esta manera, el sistema de género históricamente determinado en un sistema intersocietario concreto está presente activamente en la representación de nuestra masculinidad o feminidad a través de nuestro cuerpo.
Los estudios sobre género y cuerpo abordan la construcción y representación de la masculinidad y/o feminidad en varias latitudes. Sabemos con qué matices se da la socialización de las personas para actuar o no de cierta manera, qué ideas aprendemos sobre cómo comportarnos, cómo manejar nuestras emociones, qué repertorios de acción manejamos, entre otras cosas. Sin embargo, algo que llama la atención en la literatura de ciencias sociales es el poco estudio y registro de prácticas de arreglo y gestión del cuerpo y la apariencia en hombres en comparación con el de mujeres. Precisamente, en este vacío nos centraremos.
Feminidad y estética corporal han sido desarrolladas por diversas disciplinas, la mayoría resaltando -y denunciando- el carácter opresivo de la belleza y los cánones estéticos (Wolf 1991) o cómo utilizar la apariencia para desenvolverse mejor en ámbitos privados y profesionales. Para el primer ámbito, Dellinger (1997), por ejemplo, señala que en un trabajo de clase media estadounidense, “una mujer que no lleva maquillaje parece no ser 1) saludable, 2) heterosexual, y 3) confiable” (Dellinger 1997: 156). Asimismo, existen libros de autoayuda sobre cómo verse y sentirse mejor, o el texto de Hakim (2012) sobre el capital erótico. Pero ¿cómo es la relación entre masculinidad y estética corporal? Al parecer, esta dimensión no ha sido tomada suficientemente en cuenta como sí lo ha sido en el caso de las mujeres. Podría existir un sesgo en los investigadores al solo tomar en cuenta la estética corporal en el caso de las mujeres, ya que en los hombres “no importa tanto”, pero, aun así, habría que preguntarse por qué no.
En la sociedad de consumo (Baudrillard 2009), el cuerpo se vuelve una mercancía que debe ser cuidada, desarrollada y valorada. Esto se da tanto para mujeres como para hombres y para distintas orientaciones sexuales y de género. Desde la década de 1990, el mercado y el consumo de productos para el upgrade del cuerpo se han intensificado, al punto que “la belleza ha (re)descubierto el cuerpo masculino” (Bordo 1999). Investigadores como Iida (2005) proponen, para la sociedad japonesa contemporánea, la “feminización de la masculinidad” para describir la adaptación de una estética gay y femenina por parte de los hombres jóvenes; por otro lado, Robin (2005) estudia la compra y el uso de productos cosméticos en jóvenes franceses. Esta última señala que “las prácticas estéticas en los hombres son instrumentos para procesar y superar resistencias interiores, frenos psicológicos que tienen su génesis en la socialización de género, de la incorporación de normas tradicionales masculinas y viriles, pero sin negarlas completamente” (Robin 2005: 221).
Estos jóvenes son más conscientes de su posición en el campo social (Bourdieu 2006) y, por eso mismo, saben que pueden “jugar” con las fronteras de la masculinidad -siempre teniendo en cuenta la homosexualidad como fantasma- (Kimmel y Messner 1997, Del Castillo 2001). En un sistema de género que implica una manera hegemónica de ser hombre, la constante demostración de la masculinidad y la represión de las emociones, vemos que el cuerpo adquiere un rol fundamental para la configuración y representación de sí mismo ante los otros. El cuidado que les dan al cuerpo y la apariencia implica la conciencia que tienen de ponerse en juego socialmente (Le Breton 2008) y el carácter comunicativo (Frank 1991) que adquiere el cuerpo para ellos.
El trabajo sobre el cuerpo y el cuidado de la apariencia varían según el contexto histórico, económico y político; ya Vigarello (2004) y Travaillot (1998) han señalado cómo evoluciona la concepción de la belleza masculina y femenina y los distintos tipos de cuidado de sí mismo. En un contexto donde los medios de comunicación adquieren más importancia y donde el mercado va generando nuevos nichos de consumo (pensemos en todos los productos “para hombre”), van emergiendo nuevos modelos de masculinidad. Nixon (1996) y Benwell (2003) analizan las imágenes de los hombres en los medios de comunicación y publicidad, señalando la aparición del “nuevo hombre”: en teoría más sensible emocionalmente -contraponiéndose a la figura de “macho”- y consciente de su apariencia corporal. Scheibling (2014), por su parte, hace un detallado análisis de la representación de las masculinidades en la publicidad de productos para el cuidado personal dirigidos a los hombres.
En el caso de los jóvenes limeños, hay una búsqueda del estilo propio que se refleja en el consumo de distintos productos cosméticos y vestimenta, así como en el seguimiento de una dieta rigurosa y distintos ejercicios para el cuerpo. El estilo que busca cada uno resulta de la negociación del gusto propio con el conocimiento sobre estética, moda y tendencias que tienen los vendedores de las tiendas de diseño independiente para hombres. Estos últimos actúan como nuevos intermediarios culturales (Bourdieu 2006) o brokers del gusto (Sherman 2011) que ligan las disposiciones estéticas personales con mercados de moda global.
David Le Breton (2010) llama ingeniería corporal a la facilidad que tienen mujeres y hombres -sobre todo del sector alto- para poder intervenir sobre su cuerpo, ya sea mediante el adorno de este o intervenciones quirúrgicas. Este “cuerpo a la carta”, cada vez más cercano y posible gracias a los avances en ciencia y tecnología, hace que la relación que tiene cada uno con su cuerpo adquiera distintos matices. Ciertamente, no exploraremos las modificaciones o intervenciones que los jóvenes estudiados se han realizado, pero es necesario resaltar que sí son conscientes de su amplio horizonte de posibilidades en cuanto a estética corporal se refiere.
La importancia de la gestión del cuerpo y la apariencia es un elemento por tener en cuenta cuando se realiza un análisis de masculinidades contemporáneas. No es el caso que antes esta dimensión no haya estado presente, sino que asistimos a una configuración distinta de ciertas masculinidades jóvenes y ampliamos el estudio del tema para el caso peruano.
Sociología en el cuerpo
Poco a poco, el cuerpo se convierte en un objeto de reflexión para la sociología junto con otras disciplinas. Esto se da en un contexto histórico de cambios en la sexualidad y la acción del movimiento feminista y queer por la lucha de sus derechos. Si bien el cuerpo se encuentra en la intersección de diversas disciplinas como la medicina, la historia, la psicología, la biología, las ciencias del deporte, entre otras, la sociología del cuerpo no pierde rigor teórico ni empírico, sino que establece un diálogo interdisciplinario. La sociología del cuerpo parte del reconocimiento de que los seres humanos piensan, sienten y viven sus cuerpos de formas diversas y que estas cumplen un papel central en la sociedad y la cultura en que se construyen; es decir, que el cuerpo no es un hecho dado sino un conjunto de posibilidades que se desarrollan en sociedades concretas ubicadas en el espacio y el tiempo (Rosales 2008: 8). El cuerpo se construye y adquiere significado, social, cultural e históricamente. Para David Le Breton (2008), el cuerpo está siempre inserto dentro de una trama de significaciones. Siguiendo a Durkheim, afirma que el cuerpo moderno pertenece a un orden diferente: implica la ruptura del sujeto con los otros (una estructura social del tipo individualista), con el cosmos (las materias primas que componen el cuerpo no encuentran ninguna correspondencia en otra parte) y consigo mismo (poseer un cuerpo más que ser su cuerpo). No obstante, la experiencia corporal adquiere diversos matices; como señala Turner: “experimentamos nuestro cuerpo como límite y como medio que constriñe y restringe nuestros movimientos y deseos. Este entorno, no obstante, es mi entorno sobre el cual tengo una soberanía espontánea y total [...] Yo tengo un cuerpo, pero también soy un cuerpo. Esto es, mi cuerpo es una presencia inmediata vivida, más que un simple entorno extraño y objetivo. [...] No obstante tengo un cuerpo, también produzco un cuerpo. Nuestra corporificación requiere constantes y continuas prácticas de trabajo corporal, por medio del cual mantengo y presento de forma constante a mi cuerpo en un marco social en donde mi prestigio, persona y status giran todos de manera fundamental alrededor de mi presencia corporificada en el espacio so...