Américo Vespucio
eBook - ePub

Américo Vespucio

Relato de un error histórico

Stefan Zweig, Joan Fontcuberta

Compartir libro
  1. 144 páginas
  2. Spanish
  3. ePUB (apto para móviles)
  4. Disponible en iOS y Android
eBook - ePub

Américo Vespucio

Relato de un error histórico

Stefan Zweig, Joan Fontcuberta

Detalles del libro
Vista previa del libro
Índice
Citas

Información del libro

Américo Vespucio, que legó su nombre al Nuevo Mundo, no participó sin embargo en su descubrimiento, ni tampoco pretendió jamás bautizarlo. Entonces, ¿por qué lleva su nombre el continente? En este ensayo, escrito en 1941 y publicado póstumamente, Zweig reconstruye el conjunto de circunstancias, casualidades y malentendidos que explican el extraño error que inmortalizó a Vespucio. Paradójicamente, Colón descubrió América, pero no la reconoció, mientras que Vespucio, que no la descubrió, fue el primero en reconocerla como un nuevo continente. Y es que lo decisivo de un hecho es el conocimiento que tenemos del mismo, y por eso, como señala Zweig, quien "lo narra o lo explica puede resultar más importante para la posteridad que quien lo llevó a cabo"."Las biografías de Zweig son clásicos indiscutibles del género".Manuel Hidalgo, El Mundo"La historia no es nueva, pero merece la pena leerla por el escritor que mejor la ha contado: Stefan Zweig".Luis M. Alonso, La Nueva España"Stefan Zweig no propone imaginativas teorías interpretativas sino que acude a archivos hechos y textos de la época con el fin de poner luz al embrollo".Iñaki Urdanibia, Kaos en la red"Relato de un error histórico es mucho más que una biografía de Américo Vespucio".Á. Soto, Diario Vasco"Una pequeña joya del escritor austríaco que se lee con pasmosa facilidad".Metahistoria"Zweig pertenece a una rara estirpe, de superior nobleza: pertenece a quienes como Montaigne, como Rabelais y Cervantes, amaron al hombre y aceptaron sus culpas y desfallecimientos".Manuel gregorio González, Diario de Sevilla"Una joya imprescindible de la historia que todos debemos leer".Pablo Ortiz, Letraherido

Preguntas frecuentes

¿Cómo cancelo mi suscripción?
Simplemente, dirígete a la sección ajustes de la cuenta y haz clic en «Cancelar suscripción». Así de sencillo. Después de cancelar tu suscripción, esta permanecerá activa el tiempo restante que hayas pagado. Obtén más información aquí.
¿Cómo descargo los libros?
Por el momento, todos nuestros libros ePub adaptables a dispositivos móviles se pueden descargar a través de la aplicación. La mayor parte de nuestros PDF también se puede descargar y ya estamos trabajando para que el resto también sea descargable. Obtén más información aquí.
¿En qué se diferencian los planes de precios?
Ambos planes te permiten acceder por completo a la biblioteca y a todas las funciones de Perlego. Las únicas diferencias son el precio y el período de suscripción: con el plan anual ahorrarás en torno a un 30 % en comparación con 12 meses de un plan mensual.
¿Qué es Perlego?
Somos un servicio de suscripción de libros de texto en línea que te permite acceder a toda una biblioteca en línea por menos de lo que cuesta un libro al mes. Con más de un millón de libros sobre más de 1000 categorías, ¡tenemos todo lo que necesitas! Obtén más información aquí.
¿Perlego ofrece la función de texto a voz?
Busca el símbolo de lectura en voz alta en tu próximo libro para ver si puedes escucharlo. La herramienta de lectura en voz alta lee el texto en voz alta por ti, resaltando el texto a medida que se lee. Puedes pausarla, acelerarla y ralentizarla. Obtén más información aquí.
¿Es Américo Vespucio un PDF/ePUB en línea?
Sí, puedes acceder a Américo Vespucio de Stefan Zweig, Joan Fontcuberta en formato PDF o ePUB, así como a otros libros populares de Historia y Biografías históricas. Tenemos más de un millón de libros disponibles en nuestro catálogo para que explores.

Información

Editorial
Acantilado
Año
2019
ISBN
9788417346799

¿QUIÉN ERA VESPUCIO?

Hemos intentado narrar aquí en su decurso cronológico la gran comedia de las equivocaciones que se desarrolla a lo largo de tres siglos en torno a la vida de Américo Vespucio y que culmina en la designación del nuevo continente con su nombre. Un hombre adquiere fama y, de hecho, no se sabe por qué. Cada cual puede decir a su gusto que con razón o sin ella, por sus méritos o por sus argucias. Pues la fama de Vespucio en realidad no es fama, sino un nimbo, porque no nació tanto de sus proezas como de una apreciación equivocada de lo que hizo.
El primer error—el primer acto de nuestra comedia—fue la inclusión de su nombre en el título del libro Paesi retrovati, por lo que el mundo debió imaginar que fue Vespucio y no Colón quien descubrió esas nuevas tierras. El segundo error—el segundo acto—fue una errata de imprenta, «Paria» en vez de «Lariab» en la edición latina, a consecuencia de la cual se afirmó que no fue Colón sino Vespucio el primero en pisar el continente americano. El tercero—el tercer acto—fue el error de un insignificante geógrafo provinciano, que, basándose en las treinta y dos páginas de Vespucio, propuso llamar el continente con su nombre. Hasta el final del tercer acto, y al igual que en una auténtica farsa, Américo Vespucio es el héroe; domina la escena como héroe sin tacha, como personaje heroico. En el cuarto acto se anuncia por primera vez la sospecha que se cierne sobre él, y ya no se sabe muy bien si es un héroe o un farsante. El quinto y último acto, que transcurre en el siglo XX, tiene que desembocar en un clímax inesperado para que se afloje el nudo ingeniosamente atado y al final todo se resuelva de forma placentera y definitiva.
Afortunadamente, la historia es una dramaturga excelente y tanto para sus tragedias como para sus comedias sabe encontrar un desenlace deslumbrante. A partir del cuarto acto sabemos que Vespucio no descubrió América, no fue el primero en pisar el continente y nunca emprendió aquel primer viaje que lo convertiría por mucho tiempo en rival de Colón. Pero, mientras en el escenario los eruditos siguen debatiendo cuáles de los viajes descritos en sus libros realizó y cuáles no, un hombre irrumpe de pronto en escena y presenta una tesis desconcertante según la cual Vespucio no escribió una sola de aquellas treinta y dos páginas tal como las conocemos, que esos escritos que conmovieron el mundo no son sino compilaciones ajenas, irresponsables y caprichosas. Ese Deus ex machina—el profesor Magnaghi—plantea de nuevo el problema dándole decididamente la vuelta. Si todos los demás habían aceptado como algo evidente que Vespucio cuando menos había escrito los libros publicados con su nombre y sólo dudaban de que realizara los viajes en ellos descritos, Magnaghi dice a su vez que Vespucio ciertamente realizó los viajes, pero duda de que escribiera los libros en la forma en que los conocemos. Así pues, no es él quien se atribuye falsos méritos, sino que se han cometido y escrito desatinos en su nombre. Si, por consiguiente, queremos juzgar a Vespucio como es debido, lo mejor es que dejemos de lado sus dos famosos escritos impresos, Mundus Novus y Quatuor navigationes, y nos basemos exclusivamente en las tres cartas originales que sus defensores habían declarado falsas sin ningún fundamento válido.
La tesis de que no se debería responsabilizar totalmente a Vespucio de los escritos que circulan con su nombre de entrada produce estupefacción. Porque ¿qué queda de la gloria de Vespucio, si nunca escribió esos libros? Pero un detenido examen demuestra que la tesis de Magnaghi no es tan nueva. En realidad, la sospecha de que la falsificación del primer viaje no es obra de Vespucio, sino atribuida a él, es tan vieja como la primera acusación. Recordemos que el obispo De las Casas fue el primero que acusó a Vespucio de haberse apropiado del nombre de América por un viaje nunca realizado. Lo inculpó de una gran infamia, de un refinado engaño y una burda injusticia. Pero cuando se examina el texto con más detenimiento, uno se encuentra siempre entre todas esas vehementes imputaciones una reservatio mentalis. De las Casas estigmatiza, en efecto, el engaño, pero siempre habla prudentemente de un engaño que cometieron Vespucio o los que publicaron sus Quatuor navigationes. Así pues, deja abierta la posibilidad de que la falsa valoración de Vespucio surgiera sin su participación. También Humboldt, que, a diferencia de los teóricos de oficio, nunca consideró que un libro impreso fuese el evangelio de la verdad, claramente sugiere la posibilidad de que Vespucio se viera involucrado en toda esa controversia como Pilato en el Credo. Pregunta: «¿No podría ser que compiladores de relatos de viajes cometieran el fraude sin que Américo lo supiera o que fuese sólo consecuencia de una descripción confusa y de datos inexactos?».
La llave, pues, ya estaba forjada, y Magnaghi sólo abrió con ella la puerta que ofrecía un nuevo panorama. Su explicación me parece, desde un punto de vista lógico, la más convincente, porque es la única que resuelve de modo completamente natural todas las contradicciones que han ocupado tres siglos. Desde el principio era psicológicamente improbable que una misma persona inventase en un libro un viaje en el año 1497 y a la vez trasladase ese viaje al año 1499 en una carta manuscrita, o que refiriese a dos personas distintas del mismo estrecho círculo de Florencia, donde las cartas pasaban de mano en mano, sus viajes en fechas diferentes y con detalles contradictorios. También era improbable que un hombre que vivía en Lisboa hubiera enviado dichos relatos a un principillo de Lorena y hubiera mandado imprimirlos en una pequeña ciudad apartada del mundo como Saint-Dié. Si él mismo hubiera editado o querido editar sus «obras», cuando menos se habría tomado la pequeña molestia de eliminar, antes del imprimatur, las incongruencias más crasas, que duelen a los ojos. ¿Se puede concebir, por ejemplo, que en su Mundus Novus el propio Vespucio informara a Lorenzo de Médici en tono pomposo—que tanto contrasta con el de sus cartas manuscritas—de que llamaba tercer a este viaje porque antes había emprendido «otras dos navegaciones […] por mandato del Serenísimo Rey de España»?10Vostra Magnificenzza saprà come per commissione dell’Altezza di questi Re di Spagna mi partii»). Porque, ¿a quién comunica la sorprendente novedad de que ya había emprendido dos viajes? Pues al principal de cuya empresa había sido empleado y corresponsal durante diez años y que tenía que saber hasta el día y la hora en que su agente comercial había emprendido viajes de años de duración y en cuyos libros de contabilidad tenían que constar hasta el último céntimo de los gastos de aparejo y las ganancias. Sería tan absurdo como que un escritor, al enviarle un manuscrito nuevo al editor que desde hace una docena de años publica sus obras in continuo y le liquida regularmente los derechos de autor, le comunicase sorprendentemente que no es su primera obra, sino que ya antes había publicado otros libros.
Semejantes absurdidades y discrepancias se encuentran casi en cada página de los textos impresos, absurdidades y discrepancias que de ningún modo pueden atribuirse a Vespucio. Por lo tanto, cobra verosimilitud la tesis de Magnaghi según la cual las tres cartas manuscritas de Vespucio, que se encontraron en los archivos y que sus partidarios han rechazado hasta ahora por falsas, en realidad son el único material fiable que poseemos de su mano, mientras que las celebérrimas obras Mundus Novus y Quatuor navigationes deben considerarse publicaciones dudosas a causa de adiciones, cambios y alteraciones de terceros.
Sin embargo, calificar sin más de falsificación las Quatuor navigationes sería una burda exageración, pues sin duda se basan en material auténtico autógrafo de Vespucio. Lo que hizo el editor anónimo viene a ser lo mismo que ocurre en el mercado de antigüedades cuando de una auténtica arca renacentista salen dos o tres o un juego completo mediante el hábil empleo del material y la añadidura de piezas de imitación, lo que tiene como consecuencia que quien defiende la autenticidad de todas las piezas incurre en error al igual que quien afirma que todo es una falsificación. Sin duda llegaron a manos del impresor de Florencia, que por precaución no puso su nombre en la portada, las cartas de Vespucio a la banca Médici, las tres que conocemos y probablemente otras que no. El impresor conocía el éxito sorprendente que había alcanzado la carta de Vespucio sobre el tercer viaje, el Mundus Novus, ¡en pocos años no menos de veintitrés reediciones en todas las lenguas! Nada más natural, pues, que, conociendo también por el original o por copia los demás relatos, le tentara editar en un nuevo volumen los viajes completos de Vespucio. Pero, como fuera que el material disponible no bastaba para contrastar los cuatro viajes de Vespucio con los cuatro de Colón, este editor desconocido decidió «estirar» el material. En primer lugar, descompuso en dos el informe sobre el viaje de 1499, que ya conocemos: uno del año 1497 y otro de 1499, sin sospechar ni remotamente que con este engaño estigmatizaría al propio Vespucio como mentiroso y estafador durante tres siglos. Además, añadió detalles de otras cartas e informes de otros navegantes, hasta que tuvo felizmente completado ese mixtum compositum de verdad y mentira que durante siglos dio dolores de cabeza a los eruditos y nombre a América.
Tal vez algún escéptico podría objetar a esta tesis si es realmente posible una injerencia tan descarada como la de ampliar la obra de un autor con invenciones arbitrarias sin consultárselo. Una casualidad permite que podamos demostrar la posibilidad de un proceder tan cínico precisamente en el caso de Vespucio: sólo un año más tarde un impresor holandés inventó, del modo más basto, un quinto viaje de Vespucio. Así como las cartas manuscritas proporcionaron al editor anónimo de Quatuor navigationes el material para su libro, así también el relato de viaje de un tirolés llamado Balthasar Sprenger que circula en manuscrito da al impresor holandés la anhelada oportunidad para una nueva falsificación. Y, así, donde el original dice «Ego, Balthasar Sprenger», él pone simplemente «Ick, Alberigus» (‘Yo, Américo’), para hacer creer al público que este relato de un viaje es obra de Vespucio. Y, de hecho, cuatrocientos años más tarde, esta desvergonzada atribución todavía convierte en el hazmerreír de todo el mundo al presidente de la Sociedad Geográfica de Londres, cuando en 1892 anuncia a bombo y platillo el descubrimiento de un quinto viaje de Vespucio.
Caben, pues, pocas dudas—y esto aclara la situación hasta ahora tan confusa—de que aquel relato inventado del primer viaje y todas las demás discrepancias, por las que Vespucio fue acusado tanto tiempo de engaño consciente, no deben imputársele a él, sino a los editores e impresores sin escrúpulos que, sin su consentimiento, adornaron sus informes privados con toda clase de falsedades y los dieron a imprimir en esta forma. Pero contra esta opinión, que aclara inequívocamente el estado de cosas, sus adversarios formulan todavía una última objeción. ¿Por qué Vespucio nunca protestó públicamente contra esta atribución?, se preguntan. Por fuerza, antes de su muerte en 1512, tenía que haber sabido de estos libros que, bajo su nombre, le atribuían un viaje que nunca había realizado. ¿No habría sido su primer deber lanzar al mundo un claro: «No, yo no fui el descubridor de América, y esta tierra lleva injustamente mi nombre»? ¿No se convierte en cómplice aquel que no protesta contra un engaño porque le beneficia?
Esta objeción parece convincente a primera vista. Pero ¿dónde habría podido protestar Vespucio? ¿Ante qué instancia reclamar? Aquella época no conocía el concepto de propiedad intelectual; todo lo impreso y todo lo escrito pertenecía a todos y cualquiera podía utilizar el nombre y la obra de otro como le viniera en gana. ¿Dónde podía protestar Alberto Durero porque docenas de grabadores estamparan las rentables iniciales A. D. sobre las chapuzas que pergeñaban? ¿Dónde podían reclamar los autores del primer Rey Lear o del Ur-Hamlet porque Shakespeare tomara sus obras y las modificara arbitrariamente? ¿Dónde podía protestar Shakespeare, a su vez, porque aparecieran obras de otros con su nombre? ¿Y dónde podía hacerlo Voltaire por el hecho de que cualquiera que quisiera que su mediocre panfleto, ateo o filosófico, fuese leído, lo mandaba imprimir con el nombre del celebérrimo pensador francés? ¿De qué manera, pues, habría podido proceder Vespucio contra las docenas y docenas de ediciones de obras recopiladas que arrastraban por el mundo su injustificada fama en textos una y otra vez alterados? Lo único que Vespucio podía hacer era probar de palabra su inocencia dentro de su círculo personal.
Que así lo hizo está fuera de toda duda, pues en 1508 o 1509 debieron de llegar a España por lo menos algunos ejemplares de aquellos libros. ¿Nos podemos imaginar entonces que el rey escogiera para un puesto de tanta responsabilidad como el de estimular a sus pilotos a redactar informes exactos y fidedignos a un hombre que publicaba falsos relatos sobre descubrimientos, si este hombre no hubiera podido antes sacudirse toda sombra de sospecha? Y es más: uno de los primeros poseedores de la Cosmographiae introductio en España fue, según consta (todavía se conserva el ejemplar con sus anotaciones), Hernando Colón, hijo del Almirante. No sólo había leído el libro en el que, contra toda verdad, se afirma que Vespucio había pisado el continente antes que Colón, sino que también lo anotó profusamente, justo aquel libro en que se proponía por primera vez dar el nombre de América a las nuevas tierras. O, cosa extraña, mientras que en la biografía de su padre, Hernando Colón ataca a toda suerte de individuos por envidiosos, recuerda a Vespucio sin una sola palabra de animadversión. Este silencio ya había extrañado a De las Casas, que escribe:
Maravillóme yo de don Hernando Colón, hijo del mismo Almirante, que siendo persona de buen ingenio y prudencia, y teniendo en su poder las mismas navegaciones de Américo, como lo sé yo, no advirtió en este hurto y usurpación que Américo Vespucio hizo a su muy ilustre padre.11
Pero nada habla más claramente a favor...

Índice