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eBook - ePub
Intervenciones en la clínica psicoanalítica con niños
Descripción del libro
El trabajo psicoanalítico con un niño es siempre una aventura..., un recorrido abierto en el que nos jugamos, dibujamos y desdibujamos, perdemos compostura, nos encontramos y desencontramos, en un descubrimiento conjunto del niño y de nosotros mismos. Al mismo tiempo, los padres van a estar incluidos de entrada en el análisis del niño. Si los pensamos como sujetos marcados por deseos y prohibiciones, preocupados por los avatares de su hijo, ¿cómo intervenir con ellos?
Intervenciones en la clínica psicoanalítica con niños habla de las primeras entrevistas, del trabajo psicoanalítico con los padres y de las intervenciones que posibilitan estructuración psíquica en el niño mismo, aun en momentos muy tempranos de la vida, así como de los diferentes lenguajes en los que el niño se expresa. Analizar niños supone estar disponibles a jugar, dibujar, escuchar, a conectarnos a través de ruidos o gestos... Deberemos estar atentos a las acciones, a los movimientos, a los grafismos y no solamente a la palabra. A veces hay que develar varias historias para posibilitar que se arme una, que se despliegue una trama, un sostén interno que permita seguir creciendo.
Intervenciones en la clínica psicoanalítica con niños habla de las primeras entrevistas, del trabajo psicoanalítico con los padres y de las intervenciones que posibilitan estructuración psíquica en el niño mismo, aun en momentos muy tempranos de la vida, así como de los diferentes lenguajes en los que el niño se expresa. Analizar niños supone estar disponibles a jugar, dibujar, escuchar, a conectarnos a través de ruidos o gestos... Deberemos estar atentos a las acciones, a los movimientos, a los grafismos y no solamente a la palabra. A veces hay que develar varias historias para posibilitar que se arme una, que se despliegue una trama, un sostén interno que permita seguir creciendo.
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Información
Capítulo VII
EL DIBUJO: DEL GARABATO A LA HISTORIETA
Los niños dibujan y los dibujos en la sesión tienen un valor especial. En este capítulo me voy a detener sobre cómo dibujan los niños, sus múltiples determinaciones y su interpretación, tomando en cuenta los momentos de la estructuración psíquica.
A diferencia de lo que plantea la psicología evolutiva que supone un recorrido lineal en los modos de dibujar, entiendo que hay momentos de la estructuración que posibilitan cierto tipo de dibujo, pero que a la vez son muchas las determinaciones que entran en juego para que un dibujo sea de tal o cual manera.
Me interesa transmitir la idea de que no podemos interpretar los dibujos con una “clave” de símbolos fijos, que un garabato puede ser interpretado, siempre que lo pensemos como efecto de movimientos (y no buscando en la figura que resulta un símbolo ya establecido), y que todo dibujo debe ser pensado en relación con una historia, como un producto, como consecuencia de movimientos psíquicos. También considero que es muy importante tener en cuenta todo lo que acompaña al dibujar: los gestos, las palabras y la secuencia de dibujos.
Es bastante frecuente que en los análisis se haga una “sobreinterpretación” de los dibujos, más ligada a lo que está escrito sobre tests proyectivos que a una ubicación de ese dibujo en el contexto de un tratamiento psicoanalítico, en el que cada niño puede expresar cuestiones muy diferentes, peculiares a su historia, más que simbolismos universales.
Los dibujos son una forma de expresión del niño, una especie de “lenguaje” particular, que tiene a su vez ciertas pautas, un modo de representar lo vivenciado. Y estas vivencias y las posibilidades de representarlas gráficamente son efecto del encuentro entre el pulsionar del niño, sus defensas, el tipo de pensamiento predominante y los funcionamientos psíquicos de los otros significativos. Es decir, la casa puede ser vivida, por un niño, como lugar de encuentro y de refugio, como cárcel, como inmensa o pequeña, según lo vivenciado en ella y lo transmitido por los otros investidos libidinalmente. Además, va a poder expresar estas cuestiones de diferentes modos según los recursos propios del momento de estructuración psíquica que predomine. Es decir, una misma fantasía (la casa como cárcel) puede tener diferentes expresiones.
Pero también el dibujo es manifestación de un modo de funcionamiento psíquico.
Pienso que el estructuralismo ha llevado muchas veces a una distorsión, en la medida en que ha quedado desechada toda perspectiva histórica y evolutiva. Asimismo considero que las “claves” de la interpretación de los dibujos de acuerdo al simbolismo han traído como consecuencia el que se interprete el dibujo de un niño de cuatro años con los mismos parámetros que el de otro de diez. A esto se le agrega que suelen no tomarse en cuenta las vicisitudes particulares y el momento en que se produce el dibujo. A la vez, todo dibujo en la sesión se produce en una relación transferencial. Muchos dibujos hacen referencia directa al vínculo niño-analista, ya sea cuando aparecen como regalo o cuando el niño dibuja a ambos.
Voy a ir deteniéndome en los diferentes tiempos en relación al dibujo. Para eso, tomaré los desarrollos de diferentes autores que describen etapas del dibujo infantil, pero sólo como apoyatura para pensar, desde la teoría psicoanalítica, las determinaciones de esas producciones y plantear, entonces, la interpretación del dibujo en la sesión psicoanalítica.
Quizás una cuestión fundamental sea pensar que cuando nos ocupamos del dibujar en la sesión psicoanalítica, el tema es el niño que dibuja y no, el dibujo en sí. En este sentido Philippe Gutton (1976) nos dice: “Al dibujo tomado como una estructura estancada, se opone el dibujo como acto” (p.185).
A la vez, si pensamos que el inconsciente no se muestra sino deformado, que diferentes organizaciones psíquicas implican diferentes movimientos defensivos y por ende transformaciones, si el menor grado de censura en la infancia (que implica la menor estructuración y diferenciación sistemática) no nos habla de que interpretar sea más sencillo, no será la pura observación, ni el sentido común, ni una traducción lineal (al modo de las “claves” de los sueños), lo que nos posibilitará el acceso a aquello que insiste y se repite en la producción gráfica. Deberemos pensar cuáles son los mecanismos predominantes, qué posibilidades representacionales tiene un niño, cómo se expresa y cómo recibe nuestras intervenciones.
Desde pensar que con mirarlo dibujar es suficiente hasta suponer que es necesario “estandarizarlo” (partiendo de la teoría implícita o explícita de que dibujar una chimenea con humo tiene igual significado en todo niño), el niño corre el riesgo de perderse entre lápices y papeles.
DIFERENTES TIPOS DE PRODUCCIÓN GRÁFICA
En la sesión, los diferentes tipos de representación se ponen en juego. Y el niño nos hace partícipes de una producción que puede o no tener carácter comunicativo.
A la vez, en tanto el preconciente y el inconciente no se diferencian claramente durante los primeros años (e inclusive el tipo de preconciente que prevalece es cinético y visual) no podemos esperar que el dibujo sea siempre traducción de “frases” al estilo del preconciente verbal. Es más, el niño que “produce” gráficos inscribe lo producido. Es decir, el dibujar no es sólo efecto sino que a la vez es un acto que puede “crear” psiquismo, en el sentido de complejización psíquica.
Hay, además, en el dibujo, una relación entre actividad motriz, visual y, a veces, verbal.
El dibujo muestra un modo de representar fundamental en un momento en que el preconciente visual predomina. En un principio, el niño vuelca sobre el papel la marca del movimiento de su mano, inscribiendo así sobre una superficie la expresión de su actividad pulsional. Después, irá tomando otros modos, más figurativos, en los que el dibujo pasa a ser un modo de relatar. Un ejemplo de esto es el modo en que los latentes usan el armado de historietas para contar su historia, en una combinación de lenguaje gráfico y verbal.
Voy a ir planteando algunos momentos que corresponden a tiempos de la estructuración psíquica y, en cada uno de ellos un tipo de dibujo (así como podemos encontrar un tipo de juego predominante). Esto no quiere decir que no se puedan dar todos estos tipos de dibujo en un mismo niño, en una misma sesión
En el Tratado de Psicología del niño (Gratiot, Alphandery, Zazzo, 1974, pp. 27-63), se describen los diferentes momentos del grafismo. Tomo este texto en tanto reúne las observaciones de diferentes autores y sintetiza diferentes clasificaciones. Voy a partir, entonces, de esta descripción, ligándola a lo que he observado en la clínica con niños, para hacer algunas articulaciones psicoanalíticas.
EL GARABATO
Se pueden distinguir dos momentos o dos modos de producción gráfica en el garabato:
a. Producción de trazos por la simple actividad motora, sin intención figurativa
Generalmente, se dan en primer lugar trazos sueltos, somatófugos o somatótropos (hacia fuera o hacia adentro del propio cuerpo; un adentro o afuera que se va delineando en el movimiento mismo). Luego, movimientos de barrido, con continuo vaivén y después los garabateos circulares, con desmembración de los trazos.
En esta predilección por la maculación, la “Schmigrerei”, como dicen los alemanes, intervienen sin duda alguna, por una parte, un elemento de experiencia y gozo sensorial y cinestésico vinculado al contacto con la materia y, por otra parte, un elemento de satisfacción por la producción de efectos visibles. Macular, dejar la propia huella, es producir un efecto exterior a uno mismo, equivale, en cierta medida, a modificar el medio transformando aquello sobre lo que se opera e imprimiendo la propia huella; quizá es, en un sentido primitivo, como apropiárselo. En todo caso, si observamos al niño, veremos que para él representa la afirmación triunfante de su existencia, de su poder, en el libre juego funcional de su organización motora y de su gesticulación. (Gratiot y otros, 1974, p. 31).
Es fundamental acá el modo en que opera la pulsión de dominio, en el intento de dominar al mundo y al propio cuerpo. En el caso del dibujo, el crayón, el lápiz o la tiza son una suerte de extensión de la mano, con los que se puede dejar la marca del propio movimiento. Y el papel o la pizarra son las superficies a transformar, aquello que presenta una cierta resistencia y que debe ser vencido, dominado. El niño siente placer al ver lo que hizo, no por su calidad estética sino por ser algo propio, como si pusiese su firma en cada línea.
Si en todo dibujo el niño representa su cuerpo y su historia libidinal (Donzino, 2006) podremos detectar también en el tipo de movimiento, en el hecho de que predominen los trazos hacia afuera o hacia adentro, si lo que predomina es un funcionamiento expulsivo, de descarga, o si el niño tiende a incorporar, a “meterse adentro” lo que recibe…
El dejar marcas tiene que ver con la pulsión de dominio y, en principio, es expresión inmediata de un deseo hostil, de apropiación del mundo y de los otros. La pulsión de dominio es una pulsión objetal que tiende a la anulación del objeto. Es destructividad al servicio del goce narcisista. Pero en el garabateo se conjuga esta destructividad con la posibilidad de que algo quede, permanezca y por ende implique un freno a la pérdida. Es un modo de permanecer, de estar aún cuando ya no se esté. Y en ese sentido muestra el triunfo de la pulsión de vida por sobre un funcionamiento hemorrágico. Es importante también tomar en cuenta que esta apropiación del mundo a través de los primeros grafismos facilitará más adelante la incorporación de la lecto-escritura.
Cuando el niño puede inhibir los deseos expulsivos, el trazo se va acotando y puede comenzar a haber formas. Es decir, primero es el despliegue y después la inhibición de los deseos expulsivos lo que permite apoderarse de los movimientos de la mano y controlar, a través de la mirada, la marca sobre el papel.
Entonces, el dibujo está, en sus comienzos, ligado a la motricidad y a la percepción visual, a la posibilidad de ligar mano y mirada. En principio es despliegue motriz, el rastro que deja el movimiento. Lo que en un principio podía ser hecho con los dedos, como marca en la pared o en la tierra, huella de que el niño ha transitado ese lugar, pasa a ser resto del movimiento y a la vez algo que queda y puede ser mirado.
Podemos tener en cuenta, en los garabatos, el tipo de presión del lápiz sobre el papel, si el trazo tiende a ser lineal o circular, si se ocupa o no todo el espacio, si las líneas se superponen hasta cubrirlo todo o si quedan espacios vacíos. Es interesante el tema de la presión sobre el papel, porque puede hablar sobre los estados de angustia de un niño, su desesperación, aunque también puede ser efecto de un momento de enojo. Es por esto también que aún esos primeros trazos sobre el papel no podrían ser nunca interpretados fuera del contexto y de la historia.
El garabatear es una actividad placentera, se trata de un placer que no está ligado al producto como estético o por su significado, sino de placer del movimiento, del dominio del instrumento (lápiz, marcador o tiza) y del registro de lo que ha provocado su propio acto. En un principio, el niño se sorprende por el resultado; luego, hay placer en el acto de mirar el resultado.
Es un tipo de producción que a la vez que es efecto de un modo de funcionamiento psíquico, va estructurando psiquismo en ese devenir. El niño “se” construye cuando hace marcas sobre el papel (así como lo hace cuando juega).
Aún en el caso de los círculos sin fin o de las rayas, es en el movimiento mismo y en sus efectos, en la conjunción de mano y mirada y lápiz y papel que un sujeto se va recortando. El dibujo 1 es un ejemplo de figura circular abierta. Pero podemos hablar de diferentes tipos de motricidades que se ponen en juego:
1. La motricidad puede ser descarga violenta, muchas veces ligada a la analidad. Y presupone la expulsión frente a las urgencias. Es una motricidad desprovista de significatividad simbólica, pero que tiene valor psíquico. Implica la imposibilidad de procesar las exigencias pulsionales. Esto se manifiesta en trazos bruscos. Allí el niño no se interesa por encontrarle un sentido y suele rasgar el papel.
2. Pero la motricidad también puede ser acción, es decir, pensamiento en acto. Ciertos movimientos pueden ser pensados como el modo en que se dice aquello para lo que el niño no tiene palabras. Esta motricidad implica escenas que corresponden a vivencias. En el dibujo se expresa con manifestaciones en las que, aunque no haya similitud entre lo dibujado y lo expresado verbalmente, se intenta plasmar una representación visual. Esto presupone la constitución de una organización representacional que puede frenar la descarga y traducir los deseos.
3. Otro tipo de motricidad se da en forma de procedimientos autocalmantes, como hamacarse compulsivamente o dibujar compulsivamente una misma figura. Aquí el movimiento es un intento de neutralizar las tensiones demasiado intensas, como un modo de alcanzar la calma. Esto también puede aparecer en los dibujos, como movimientos reiterados, en una actividad carente de placer.
Considero que el niño que garabatea pone en juego el deseo de dejar huellas, de que se lo recuerde ahí donde ahora no está. El juego ausencia-presencia se va esbozando.
El niño va demarcando un territorio. Con sus trazos, con sus heces y con su orina, delimita un espacio propio que simultáneamente constituye un espacio-otro, fundando un lugar fuera de sí (propio-ajeno). Y a la vez el dominio de los movimientos propios y la experiencia de que pueden provocar cambios en el mundo incrementan el placer narcisista.
Agrego: el tipo de preconciente que predomina aquí es el preconciente cinético, es decir que el niño “piensa” y “relata” con movimientos.
También acá podemos pensar que, en la etapa del garabato, la representación de cuerpo unificado no se ha constituido.
b. Aparición de formas cerradas, a las que se les otorga sentido a partir de la verbalización de los otros.
Cuando un niño puede comenzar a dibujar figuras cerradas en lugar de líneas rectas o curvas que se continúan indefinidamente, este modo de dibujar, de recortar un elemento diferenciándolo del resto, está indicando un modo de representarse a sí mismo y al mundo, de poder salir del cuerpo-magma (Tosquelles, 1973), cuerpo indiferenciado, para poder distingui...
Índice
- Portadilla
- Legales
- Introducción. La clínica con niños
- I. La consulta por un niño: primeras entrevistas
- II. Intervenciones con los padres
- III. Psicoanalizando niños
- IV. Intervenciones estructurantes
- V. Consultas tempranas
- VI. El juego en la sesión
- VII. El dibujo: del garabato a la historieta
- VIII. Juanito y los orígenes del psicoanálisis con niños
- IX. La clínica psicoanalítica con niños hoy