Ecopolítica de los paisajes artificiales
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Ecopolítica de los paisajes artificiales

  1. 170 páginas
  2. Spanish
  3. ePUB (apto para móviles)
  4. Disponible en iOS y Android
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Ecopolítica de los paisajes artificiales

Descripción del libro

Cuando los seres vivos se encuentran con lo artificial, comienzan a crear relaciones que generan esquemas de pensamiento más allá de lo biofísico y lo digital, crean fenómenos de adaptación con relación a lo maquínico. A través de los paisajes artificiales el autor analiza estos fenómenos, ya que la evolución producida al mezclar lo natural con lo artificial, permite el estudio en varios ámbitos: lo natural, lo artificial y la busqued de vida en otros planetas.

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Información

Año
2018
ISBN del libro electrónico
9789587812763
LAS ECOLOGÍAS ARTIFICIALES:
UN PROCESO TERMODINÁMICO
Lynn Margulis y Dorion Sagan plantean que la vida escapa a cualquier definición, pues ella se trasciende a sí misma e incluso estamos en espera de ver qué podrá hacer de sí cuando se expanda por el universo (2016, p. 693). Esta idea es muy interesante, por cuanto supone que la vida, al estar concentrada en algún punto específico del universo, sea la Tierra u otros planetas, acabará por diseminarse y, por tanto, por aumentar y desplegarse con intensidad, aunque ya no sería necesariamente la misma. Es decir, la vida es contingente, adaptable y genera relaciones muy fuertes con el entorno donde se produce, por lo que puede verse como un viaje o una deriva por un lugar distinto. Por ejemplo, en otras condiciones de gravedad y temperatura, haría emerger un tipo de vida diferente, aunque provenga de una vida preexistente. A esto se le conoce como procesos de emergencia y autoorganización en un plano de complejidad. Como la vida pasa de un nivel a otro, de microbios a humanos, a través de procesos no causalistas, ni autocontenidos ni especialmente predeterminados, inimaginables a partir de las características precedentes, de alguna manera los seres vivos nos comportamos como lo hace la memoria química presente en la disipación del calor, y cumplimos nuestro papel dentro de las ecologías existentes, en el ámbito de la zoe. De otra parte, dicen los autores, somos una fuerza planetaria en trance de originar otra forma de vida, de la cual no sabemos nada anticipadamente, tal como “la bacteria satisface sus necesidades en el lodo salado, pero a la vez modifica el medio ambiente al cambiar la composición de la atmósfera” (2016, p. 692). En este sentido, armamos una nueva red de ecologías a la que denominamos ecologías en devenir o ecologías artificiales, que no solo construimos los humanos, sino todos los seres vivos, de manera interconectada. Más optimistas que Yuval Noah Harari (2016b, p. 54), Margulis y Sagan sugieren que la especie Homo sapiens durará unos dos millones de años más y que su extinción surtirá el proceso que suelen seguir todas las especies, que consiste en evolucionar, bifurcarse, producir dos especies descendientes y desaparecer. Se tratará posiblemente de una bifurcación acelerada por la tecnología, como en la perspectiva de la singularidad tecnológica planteada por Ray Kurzweil (2006), o de una deriva biológica que se organizaría a partir de los cambios en las condiciones del medio, sea este la Tierra u otros planetas, con características de gravedad, humedad, temperatura, materia o energía diferentes.
Habitamos la paradoja de cargar con el pasado en nuestros cuerpos. Prueba de ello es la similitud de nuestro ADN con el de los chimpancés o el hecho de que el interior del cuerpo humano esté habitado por virus, hongos, bacterias, levaduras, vermes. Como vivimos en una compleja red de electrónica y microbios, es sugerente pensar el lugar intersticial que ocupamos entre esos dos ámbitos. Las sensaciones, el conocimiento, las formas de memoria y aprendizaje se encuentran en la materia viviente, sin importar la escala o el nivel organizativo —es decir, desde las bacterias hasta los humanos—, y trascenderán a nuevos niveles. El acto de conocer es el acto de elegir, y en este se construye la relación entre el percibir y el sentir. Con lo cual estaríamos ante la posibilidad de comprender la permanencia de la naturaleza en un proceso de evolución que no termina en la cultura humana, sino que se diversifica y expande, incluso a procesos tecnológicos.
Al respecto, es ilustrativo el trabajo del artista colombiano Juan M. Castro, llamado Heliotropika, de 2011, pues se trata de una instalación interactiva biomedial que nos permite aproximarnos a la comprensión de dichas escalas y niveles en la interacción entre lo micro y lo macro, en el diálogo que se da entre distintos organismos vivos provenientes de historias filogenéticas diferentes, en su caso, bacterias, humanos y energía. La instalación se concentra en las cianobacterias, vida microorgánica ligada al surgimiento de la vida en la Tierra. Desde la perspectiva de Margulis, su metabolismo produjo el oxígeno y la atmósfera como los conocemos, elemento y medio que permiten respirar e hicieron posible el desplegarse de la vida de la que hacemos parte. Paradójicamente, las cianobacterias se encuentran en el borde de la vida. Son origen, pero a la vez son centro. Este es un buen ejemplo de una lógica de la relevancia a partir de los casos de borde de la vida en la aproximación filosófica a la biología.
En Heliotropika, el participante entra al entorno e interactúa con las cianobacterias a través de una interface dispuesta en el espacio. El objetivo es proponer, si es posible, la integración del humano a la actividad fotosintética en tiempo real. Dado que la instalación contempla una luz dinámica para la actividad, la cual se desplaza por todo el recinto, el dispositivo afecta y transforma a todos los individuos que allí se encuentran, pues los visitantes, como las cianobacterias, producen una actividad bioeléctrica en interacción con la luz en movimiento. En este punto, ocurre un proceso de inmersión en lo vivo o bioinmersivo (Hernández, 2017). Un mundo posible, impensado, surge de la unión de morfologías e historias evolutivas diferentes, pero ciertamente conectadas.
La vida se trata de grados y no de naturalezas separadas. El texto de la exposición lo describe así:
Usando un cultivo de células y visión computacional, este trabajo ofrece la actividad fotosintética de las cianobacterias en la forma de una estructura orgánica. También produce geometrías dinámicas de energía solar a través de analizar información ambiental. Simultáneamente, este trabajo transforma la actividad del sistema nervioso de cada participante en “luz” para estimular las células. Como resultado, los visitantes y las cianobacterias se influencian entre sí, dando subsistencia a un sistema dinámico de retroalimentación. Este conjunto ofrece la posibilidad de interacción entre distintos dominios, organizando un sistema que puede proveer reflexiones e ideas acerca de patrones que dan cuenta de la coexistencia de la vida.1
En la instalación se observa la coexistencia de la vida orgánica en diferentes niveles. Algo tan evidente para nuestra comprensión, sin embargo, había sido descartado como una imposibilidad, pues no se había logrado percibirlo. En Heliotropika, se pone al espectador en directa relación con el proceso, haciendo sensible tanto la fotosíntesis como la interacción con las bacterias. Es decir, se lleva a un plano estético algo que normalmente se piensa en el terreno biológico o médico. Los planos de la vida se corresponden unos a otros y, sin embargo, no se repiten. Hay dominios específicos de las bacterias y de los humanos, pero, aun así, hay planos de interconexión a través de la luz dinámica y el proceso de fotosíntesis. La relevancia para nuestra percepción consiste en captar cómo este diálogo se incorpora a un proceso cognitivo de ambas partes, si bien somos justamente los humanos quienes no estamos habituados o no conocemos dicha interacción. El límite de nuestra escala de visión nos impide hacer evidentes los fenómenos que nos ligan con las bacterias, en sentido poético o epistemológico. El aislamiento del mundo antropocéntrico o del antropoceno ha traído como consecuencia que no podamos reconocer el valor de las demás especies, con mayor razón si estas se encuentran en escalas micro. Llama la atención en esta época la profunda e intensa relación entre bacterias y humanos, por la paradoja a la cual está expuesta: cercanía, pero invisibilidad para nosotros. En la mediación que trae un entorno artificial como el de la instalación Heliotropika se configura un dispositivo poético y operable de observación y de afectación recíproca. Se trata de un entorno expositivo que recuerda lugares externos, como en un afuera de nosotros, digamos que en la naturaleza, o en un lugar interno, como el centro de nuestro cuerpo, donde estos habitantes se cuentan por millones.
Esta simbiosis genera endosimbiosis y, paralelamente, conlleva la endosimbiogénesis. Es decir, pasamos de un espacio de relación profunda entre especies distintas a procesos de hibridación entre lo micro y lo macro, en el que se incluyen procesos tecnológicos y sistemas artificiales. Lo que interesa aquí es la dimensión estética de dichos procesos, en una nueva forma de crear que hace emerger, por ejemplo, nuevas ideas, acontecimientos, especies, naturalezas y posnaturalezas que, junto con los microbios, nos anteceden y nos constituyen, al tiempo que generan un mundo en el que nos damos cuenta de su existencia de manera sensible y por medio de la abstracción que genera la luz y su dinámica de vida. Así se identifica su relación con lo humano a través de la tecnología, entendida como interface o máquina de visión. De otra parte, vemos cómo el sistema nervioso asimismo puede ser traducido para las bacterias, de forma que también las activa y sensibiliza. El contexto de significación adquiere dimensiones humanas al saber de él, aunque ignoremos qué ocurra cognitivamente en el conjunto de bacterias. El desafío es producir y acaso comprender un contexto de entendimiento humano y no humano. Las características cognitivas, expresadas por el cerebro y el sistema nervioso, pueden tener una expresión aquí, en el nivel de la conectividad con otras formas de vida orgánica no humana. Este mundo bioinmersivo permite una interacción que se presenta como hipercreatividad, inducida por un sistema orgánico/artificial. Ello desemboca en una relación entre ecosistemas naturales y artificiales mediada por una traducción escalar y de elementos (incluida la luz), que manifiestan la vida de las bacterias a través de la fotosíntesis y la vida humana a través de nuestra relación con la luz, en distintos ámbitos, en una esfera compatible con nuestra percepción. En este ejemplo vemos cómo la interacción sensible creada por un trabajo de arte biomedial electrónico habilita para establecer vínculos entre humanos y no humanos en relación con una ecología artificial y en una perspectiva de encuentro entre niveles organizativos y de unión simbiótica en la vida misma.
Transformaciones simbióticas
La pregunta “¿qué es la vida?” tiene una larga historia. Por ejemplo, hace unos decenios, Erwin Schrödinger la planteó en su búsqueda del orden termodinámico de la complejidad biológica. Tales inquietudes producen varias relaciones y transformaciones en las que se hace imprescindible comprender la materia pensante en movimiento y el poder de las poblaciones en expansión, en un contexto de superhumanidad, que Margulis y Sagan definen así:
La superhumanidad no es un simple conjunto de seres humanos, y tampoco algo distinto a la suma de estos y sus instrumentos. Las tuberías, los túneles, los ductos de agua, los alambres eléctricos, los ventiladores, los ductos de gas y de aire acondicionado, los elevadores, cables telefónicos, cables de fibra óptica, y otros vínculos, atrapan a los humanos en una red que crece veloz e incesantemente. (2009, p. 38)
La superhumanidad está dominando la sinfonía de los sentidos a través de amplios sistemas, entre los cuales destacamos los instrumentos científicos, y con la formación de redes globales en las que el elemento clave es el silicio, además de otros materiales, como los cristales, el carbón y otros de origen fósil. Estamos en el mundo de la computación y la multiplicación de interfaces individuales que conforman conjuntos de biosferas artificiales de humanidad planetaria. Lo cual sitúa la discusión en la construcción paulatina de la sociedad del conocimiento, respecto de la cual podemos hallar varias aristas. Una es aquella en la que conformamos ecosistemas de conocimiento de frontera y nos ocupamos de los puntos de convergencia respecto de problemas relevantes para la vida y los sistemas orgánicos, en diversos órdenes. En este punto se articula la tarea de la ecopolítica y los ecosistemas de innovación, entrelazados con formas sorprendentes de conocimiento, lo cual exige pensar imaginativamente la coexistencia de las múltiples formas de vida que configuran la diversidad biológica. La ecopolítica, entonces, consistirá en la configuración de grupos de pensadores en red, con niveles de formación diversos, integrantes de grupos de investigación, con la capacidad de imaginar procesos innovadores y con la inteligencia y sensibilidad para intercambiar experiencias de conocimiento en distintos niveles y organizaciones sociales, en escalas territoriales y contextos socioculturales donde se piense en lo común.
Otra arista de la construcción paulatina de la sociedad del conocimiento es la de la economía de mercado, constreñida como está de manera miope por conveniencias políticas que inciden en todo un mundo de mercancías e inducen prácticas de consumo e hiperconsumo en los individuos y las organizaciones, frente a la cual emergen otras economías, como una luz emanada de los centros universitarios y grupos de investigación y circulada por las redes. De estas alternativas que promueven economías del conocimiento, a escalas macro y micro, se esperan cambios y transformaciones sorprendentes que conduzcan a otros principios de vida y coexistencia.
Implicados en este complejo modelo de organización, nos adentramos en temas y campos de conocimiento novedoso, y así se construyen en distintos lugares los ecosistemas artificiales de conocimientos y las redes que, a semejanza de las bacterias, eligen acciones en un esquema fractal, en diferentes niveles, que se propaga de otras maneras y a distintas escalas productivas, hasta que se ramifican en diversos ámbitos sociales y humanos. En este escenario se tejen las circunstancias de la vida sobre la superficie de la Tierra y se privilegia la vida humana, con otra reorganización de los mundos micro, que operan por cooperación, y una evolución divergente de las biosferas de materiales, cristales y estructuras orgánicas de alta complejidad, tanto en sus arquitecturas como en los sistemas en los que se disipa y comparte la energía.
Existen diversas cadenas de producción y desecho, como la que se da en el mundo de las bacterias y hongos, que constituyen comunidades de reciclaje de desechos sólidos, de residuos y de suelos, del mismo modo como se recicla el silicio de los sistemas artificiales. Y también es posible pensar la emergencia de nuevas biosferas artificiales, producto de la búsqueda de tecnologías genéticas, visto que asistimos a la utilización de plantas comestibles, pastos para ganados y reservas ecológicas en músculos y cerebros humanos, incluso para metasinapsis, conectomas y microchips (Margulis y Sagan, 2016, p. 710).
Esta perspectiva se explica por el potencial desastre de los recursos del sistema terrestre, para frenar la disputa y discusión sobre enfoques productivos con fines de explotación. Se trata de retomar los principios que propone El arte de vivir ecológico junto con los que acompañan a la superhumanidad como conjunto de muchos sistemas artificiales que hacen posible la existencia urbana. Esto implica que la superhumanidad configura dimensiones ecopolíticas en el arte del vivir y en relación con los fenómenos autopoiéticos de expansión de la vida y los cambios del mundo, de modo que se continúe creando otras formas creativas. Lo anterior sirve para entender la penetración de la vida, que históricamente es fluida, se comporta como vanguardia de la biosfera viviente, refleja el espectro ilimitado del reino animal y se construye a través de redes de alianzas micota, es decir, de enlaces filogenéticos de especies silenciosas que poseen el poder de adaptación, reciclaje y comensalismo, incluso de materias de desecho.
Lo que se está percibiendo en esta constelación denominada sociedad del conocimiento es, además de la economía solar (Margulis y Sagan, 2016, p. 692), la disipación de calor y la conformación de materiales basados en el carbono. Estas dimensiones están relacionadas con tecnologías digitales y la transformación de la vida a escala planetaria. También se trata de la memoria química del pasado con un nuevo entrelazamiento a ecosistemas artificiales en los que se conjugan los procesos computacionales de simulación y la congregación de ciudades electrónicas. Se trata de una transformación planetaria sin precedentes, de instrumentos o elementos que superan el lenguaje, la cultura, las ciencias y las tecnologías computacionales. Estamos frente a una “superhumanidad independiente tecnológicamente interfasada” (p. 694). En los ecosistemas artificiales de la sociedad se da la interface de varios tipos de conocimiento, sustentados en una visión evolutiva y científica del mundo y en hechos producto del saber, de las religiones y de los mitos, entre muchas otras inspiraciones personales verificables que, en conjunto, aglutinan temas, fundamentos y problemas que comúnmente se piensan o se tratan indistintamente por separado. Así, las ecologías artificiales articulan los mundos micro y mezzo de la experiencia y condiciones de vida presentes en otras comunidades —como las bacterias, los microbios, los hongos y otras especies parasitarias—, fundamentales para el funcionamiento general de los sistemas vivos. Estas interconexiones se generan mediante la simbiosis de materiales y permiten comparaciones con la vida humana, ahora ampliada a la poshumana. Esta mirada transdisciplinaria contribuye a la explicación de las habilidades emergentes de la superhumanidad, a la comprensión de que la materia viviente “es parte de la materia cósmica que nos rodea y [que] la vida baila al ritmo del universo” (p. 713). Es, ante todo, una invitación a acceder a escalas del conocimiento sobre la vida que transcienden lo superficial. Es, entre otras cosas, una invitación al conocimiento profundo de las biosferas artificiales y de la capacidad que tienen las máquinas para integrarse simbióticamente con la vida y sus conexiones de cooperación, en conjunto con los microorganismos.
Los sistemas globales son esenciales para la vida. A través de la energía abierta a la radiación solar, y gracias a las ecologías cognitivas, el pensamiento se va transformando en diferentes contextos y generaciones. Por ello, las tecnologías artificiales logran una expansión del funcionamiento global de dichos sistemas, pues amplían la información y despliegan el conocimiento, imprescindibles para la conformación de biosferas. Fue así como se logró expandir la vida en la Tierra, desde los microbios anaeróbicos hasta los nichos de oxígeno, para que algas y hongos pudieran combinarse simbióticamente y dieran cabida a otros organismos, como los líquenes, que se adaptan a condiciones de sequedad en rocas, hojarascas y materiales pétreos, con muchas restricciones adaptativas. El conocimiento que logra diseminar la expansión de la vida se inscribe en la ciencia biosférica y en esta se involucran las telecomunicaciones y las tecnologías humanas. Entre los ejemplos más conspicuos se encuentra la red de satélites, los cuales incorporan nuevos ritmos y ciclos tanto de la materia viviente como de la materia cósmica que nos rodea y de todos los fenómenos y acontecimientos que se sitúan en los procesos de energía en petabytes o femtobytes, los cuales también serían ciclos de vida que bailan al ritmo del universo.
La vida humana se sostiene en la fragilidad de la atmósfera, lo que nos permite pensar en los sistemas complejos adaptativos y en peligros climáticos constantes. En parte, esto justifica el hecho de que se produzcan ec...

Índice

  1. Cubierta
  2. Anteportada
  3. Portada
  4. Página de derechos de autor
  5. Contenido
  6. Introducción
  7. Biosferas de información
  8. Las ecologías artificiales: un proceso termodinámico
  9. Teoría abierta de la ecopolítica de lo artificial
  10. Perspectivas de los paisajes artificiales informales: ecopolítica y poshumanismo
  11. Conclusiones
  12. Referencias
  13. Los autores
  14. Contracubierta