
- 432 páginas
- Spanish
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eBook - ePub
Psicología evolutiva
Descripción del libro
En el libro se expone el punto de vista de la autora acerca de la fenomenología y el desarrollo de la autoconciencia de la personalidad, y también la descripción de la época extraordinaria de la infancia y la adolescencia -una verdadera precursora del nacimiento de la personalidad, cuando el hombre se desarrolla en los aspectos corporal, mental, emocional, volitivo y espiritual, pasando por la escuela de la socialización en el juego, en el aprendizaje, en la comunicación con otras personas.
"Dedico mi labor a la juventud estudiantil, a los psicólogos y pedagogos futuros, ya que precisamente en este período de la vida el hombre puede reflexionar profundamente sobre su pasado y presente, no solo vivir emocionalmente "el sentido de la personalidad", sino también actuar libremente en las situaciones problemáticas de acuerdo con su concepción del mundo y sentimiento moral, es decir, puede ser una personalidad en el sentido más elevado de esta palabra. El estudio de las particularidades psicológicas de la edad anterior a la juventud no solamente permitirá a los jóvenes hacerse una idea acerca de las regularidades del desarrollo psíquico, sino también a comprenderse mejor a sí mismos" (Valeria Mújina).
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Información
Parte II
La infancia
La niñez, la edad infantil, es el período de la vida del hombre desde el nacimiento hasta la adolescencia (del nacimiento hasta los 11-12 años). Durante este período el niño recorre el gran camino en su desarrollo individual desde el ser desvalido, incapaz de vivir independientemente, hasta la personalidad infantil plenamente adaptada a la naturaleza y la sociedad, ya capaz de asumir la responsabilidad por sí mismo, por el prójimo y coetáneos.
Durante los primeros diez años de vida la psique del niño en su desarrollo pasa a una «distancia» que no puede compararse con ninguna edad posterior. Este movimiento está condicionado, ante todo, por las particularidades ontogénicas de la edad: la niñez por su esencia se orienta por las premisas naturales hacia la intensificación del desarrollo. No obstante, no hay que pensar qué autodesarrollo determina este movimiento. Las premisas naturales, solamente uniéndose con las condiciones sociales, impulsan al niño en la infancia desde una etapa evolutiva a la otra.
En la niñez se desarrolla con intensidad el organismo del niño: el crecimiento se acompaña por la maduración del sistema nervioso y del cerebro, lo que predetermina el desarrollo psíquico. En esta etapa evolutiva el niño se desarrolla en el aspecto de las funciones psíquicas, de la comunicación, la voluntad y de los sentimientos. Él empieza a tomar conciencia de que es único y a manifestarse como una personalidad en los momentos comprometidos de la vida.
Al recorrer el camino de los logros en la actividad objetal, lúdica y de aprendizaje, al dominar la autorreflexión y la reflexión sobre los otros como modo de identificación con el ideal y con los modelos reales, al aprender a adoptar la posición de responsabilidad, el niño se hace capaz de reflexionar también sobre el conjunto de los fenómenos de la vida. Claro está que sigue necesitando el apoyo del adulto, pero él ya intenta con éxito profundizarse en la esencia de la naturaleza y en las relaciones humanas.
En la infancia para el niño no existe nada más natural que la sensación de amor y de invulnerabilidad dentro de su familia. La familia para el niño es el origen de las vivencias emocionales excitantes. Por eso, digan lo que digan los especialistas futurólogos acerca de la institución de la familia, hasta que exista la familia no hay nada más sagrado y fabuloso que los años pasados dentro de su seno. En la retrospectiva de la vida todo hombre que tuvo en la niñez un hogar familiar, el amor incondicional de las personas allegadas, recuerda con gratitud, con agradecimiento profundo, esta época feliz.
Recordemos cómo escribía sobre su infancia Lev Nikoláevich Tolstoy:
«¡La época feliz, feliz, irrepetible de la niñez! ¿Cómo no querer, no venerar los recuerdos sobre ella? Estos recuerdos refrescan, elevan mi alma y sirven para mí de fuente de placer…
¿Volverán algún día aquella frescura, despreocupación, la necesidad del amor y de la fuerza de fe que posees en la infancia? ¿Qué tiempo puede ser mejor que aquel, cuando dos mejores virtudes –la alegría inocente y la necesidad ilimitable del amor– fueron únicos estímulos en la vida?»
Precisamente en la infancia empiezan a formarse aquellas diferencias profundas entre los niños que predeterminan en muchos aspectos las características futuras esenciales de sus individualidades y, por consiguiente, también la elección del camino de la vida.
Las edades evolutivas del desarrollo psíquico no son idénticas al desarrollo biológico. La periodización de las edades tiene bases históricas. Toda la sociedad determina los límites de la infancia, partiendo de los períodos evolutivos del hombre que se han formado históricamente.
La sociedad plantea sus exigencias a la infancia como el período del desarrollo del niño en el contexto de la atención especial hacia él por parte de la propia sociedad y de la familia. Aunque los institutos sociales orientan en las necesidades del hombre de cada período evolutivo, la infancia en los países contemporáneos civilizados se presenta como el período que exige de la sociedad una atención especial en la esfera de la protección de la salud, del desarrollo físico, mental y espiritual, y también la garantía de la defensa social del niño. Esta posición responsable del estado y de la sociedad está ligada no solamente a la cultura de las esperanzas humanistas, sino que también a la necesidad actual de preparar el cambio generacional precisamente en el período sensitivo de la niñez. De aquí, la tarea de proteger la maternidad y la infancia, de proporcionar a los niños de edad preescolar los jardines de infancia estatales y las instituciones privadas, de garantizar las condiciones para la enseñanza primaria.
En realidad, en la vida individual cada niño perfila su propia situación social: para unos, esta envuelve con el amor puro, desarrolla las capacidades espirituales y mentales; para otros, se presenta en forma de condiciones enajenadas de la existencia con todas las consecuencias lamentables. Sin embargo, con independencia de cómo se forman las condiciones individuales del desarrollo del niño, él recorre el camino cercano a ciertas tendencias generales durante todos los períodos principales de la niñez. Recurriremos al análisis de las etapas de la edad más importante, que determina en muchos aspectos la estructura del alma, la cultura mental e inclusive el destino posterior del hombre.
CAPÍTULO IV
El primer año
El hombre por su esencia puede considerarse a través de tres entidades: 1) como un sistema biológico; 2) como un ser social; 3) como una personalidad. En la ontogenia todo el período evolutivo se caracteriza por la conjunción especial de los componentes esenciales nombrados.
En las condiciones normales la aparición de un hombre nuevo es el resultado de la disposición psicológica de la madre para su nacimiento. El recién nacido es originariamente desvalido. Apenas después del alumbramiento, él tiene que adaptarse a las condiciones de la existencia que drásticamente se difieren de la existencia en el vientre materno. La vida del recién nacido depende de cómo su organismo puede adaptarse a las condiciones cambiadas del ambiente. Para el organismo de muchos recién nacidos el propio proceso del nacimiento es una difícil prueba física, que extenúa su organismo y crea una situación de estrés. Al nacer y al recuperarse de las conmociones del nacimiento, el niño empieza a vivir en condiciones proporcionadas y a desarrollarse de acuerdo con el potencial innato y con las condiciones que se crean.
El primer año es el período cuando el niño se desarrolla desde el estado somnoliento y de poco movimiento hasta convertirse en el niño alegre y dinámico. Muy pronto empieza a establecer contacto visual con el adulto, descubre visualmente sus manos, aprende a coger un objeto y más tarde a manipularlo. El niño estudia, investiga mirando el mundo circundante en el espacio más cercano; palpa el objeto, lo lleva a la boca y de este modo lo conoce; escucha y busca el origen del sonido; permanentemente manipula todo lo que esté a su alcance. Entabla relaciones emocionales con la madre y con los otros adultos cercanos. Empieza a experimentar la angustia al ver un hombre desconocido. En realidad, de un ser asocial, el bebé rápidamente se convierte en el niño capaz de reaccionar a la gente que le rodea con la sonrisa, el llanto, la alegría, el susto, o sea, de modo humano. Con esto, él empieza a distinguir las situaciones aisladas que se repiten con frecuencia y a manifestarse de un modo especial, empieza a diferenciar las palabras que denominan los objetos y a las personas importantes.
El primer año es el período cuando el niño se desarrolla en el plano físico, psíquico y social extremadamente rápido, pasando en un corto tiempo el enorme camino desde el recién nacido desvalido con el conjunto pequeño de las reacciones innatas hasta el bebé activo, capaz de mirar, escuchar, actuar, solucionar algunas situaciones percibidas de manera directa visual, pedir ayuda, llamar la atención, alegrarse a la aparición de las personas allegadas.
1. El recién nacido: las particularidades innatas y las tendencias del desarrollo
El niño humano nace prácticamente desvalido. Durante mucho tiempo el recién nacido yace sin moverse, duerme casi ininterrumpidamente y en los cortos períodos de vigilia débilmente menea los brazos y las piernas.
El niño humano está «armado» desde el nacimiento considerablemente menos que las crías de la mayoría de los animales. Y esto no es casual: las acciones y las reacciones de comportamiento principales que necesita cada especie animal están «grabadas» en su cerebro y se revelan bien enseguida, bien a medida de maduración del organismo (cambiando bajo la influencia de las condiciones a su alrededor). El cerebro del recién nacido contiene una cantidad limitada de «grabaciones» de las acciones elaboradas. Pero la mayor parte del cerebro infantil está libre y destinada para la adquisición («la grabación») de lo que el niño aprenda de los adultos. El niño asimila (domina) las acciones humanas ya durante la vida.
Los reflejos incondicionales y su significado para el desarrollo del niño. El nacimiento constituye para el organismo del niño una gran conmoción. Desde la existencia vegetativa en el ambiente relativamente constante (el organismo de la madre), pasa el niño de golpe a condiciones completamente nuevas del ambiente de aire, con una cantidad ilimitada de estímulos que cambian a menudo, al mundo donde él tiene que convertirse en la personalidad racional.
La vida del niño en las condiciones nuevas proporcionan los mecanismos innatos. Él nace con una cierta disposición del sistema nervioso de adoptar el organismo a las condiciones externas. Así, inmediatamente después del nacimiento se ponen en marcha los reflejos que facilitan el trabajo de los sistemas principales del organismo (de la respiración, de la circulación sanguínea).
En los primeros días también se observa lo siguiente. Una irritación fuerte de la piel (por ejemplo, un pinchazo) provoca la agitación defensiva, el movimiento rápido de algún objeto ante la cara provoca que el niño cierre los ojos, y el aumento brusco de la intensidad de la luz influye a la reducción de la pupila, etc. Estas reacciones son los reflejos protectores.
Además de las reacciones protectoras, en el recién nacido se puede encontrar las reacciones orientadas para establecer el contacto con el estímulo. Son los reflejos de orientación. Las observaciones demostraron que ya en el período desde el primer hasta el tercer día de vida una fuerte fuente de luz provoca que el niño gire la cabeza: en la sala infantil de la maternidad en un día soleado las cabezas de la mayoría de los recién nacidos están orientadas hacia la luz, al igual que los girasoles. También está probado que ya en los primeros días es propio de los recién nacidos seguir la fuente de luz que se mueve lentamente. Fácilmente se provocan también los reflejos de orientación hacia el alimento. Un roce ligero de los labios, de las mejillas, provoca en el niño hambriento la reacción de la búsqueda: él gira la cabeza hacia el estímulo y abre la boca.
Además de las enumeradas, en el niño se revelan otras reacciones innatas: el reflejo de succión, el niño enseguida empieza a succionar cualquier objeto introducido en su boca; el reflejo de prensión, el roce de la palma de la mano provoca la reacción de asir; el reflejo de impulsión (gateo), como reacción al tocarle las plantas de los pies y algunos otros reflejos.
Por tanto, el niño está armado con una cierta cantidad de reflejos incondicionados que se manifiestan en los primeros días después del nacimiento. Durante los últimos años los científicos han probado que algunas reacciones reflectoras se manifiestan aun antes del nacimiento. Así, ya a las dieciocho semanas el feto demuestra el reflejo de succión.
La mayoría de las reacciones innatas son necesarias para que el niño pueda vivir. Estas le ayudan a adaptarse a las nuevas condiciones de la existencia. Gracias a estos reflejos se hace posible para el recién nacido la nueva forma de respiración y de alimentación. Si hasta el nacimiento el feto se desarrollaba a costa del organismo materno (a través de las paredes de los vasos de la placenta, de la sangre de la madre a la sangre del embrión llegan las sustancias nutritivas y el oxígeno), después del nacimiento el organismo del niño pasa a la respiración pulmonar y a la alimentación oral (mediante la boca y el tracto digestivo). Esta adaptación se produce de forma refleja. Después de que los pulmones se llenen de aire se pone en marcha todo un sistema muscular para activar los movimientos rítmicos de respiración. La respiración se realiza fácil y libremente. La alimentació...
Índice
- La autora
- Introducción
- Parte I. La fenomenología del desarrollo
- Parte II. La infancia
- Parte III. Adolescencia
- En lugar de epílogo. La juventud
- Apéndice. Programa del curso lectivo «Psicología evolutiva»
- Literatura recomendada