La revelación de Dios
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Peter Jensen

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La revelación de Dios

Peter Jensen

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En la actualidad, la afirmación de la fe cristiana que dice poseer una única fuente de revelación de Dios ha tenido que enfrentar muchos desafíos. Uno de los temas centrales ha sido el papel de la Biblia. Mientras algunos han continuado defendiendo la perspectiva de que la Biblia está inspirada por Dios, que es la auto-revelación directa de Dios, otros han argumentado que la revelación de Dios se encuentra primariamente en la acción directa de Dios o en la persona de Jesucristo, en lugar de en la Escritura como tal.A través de un acercamiento renovador, Peter Jensen argumenta que es mucho mejor seguir las categorías bíblicas del conocimiento de Dios y del evangelio, en lugar de empezar desde la "revelación" como un concepto abstracto.Primero, Jensen se concentra en la revelación, ya sea esta especial o general, desde el punto de vista del conocimiento de Dios a través del evangelio. Posteriormente, examina la naturaleza de la autoridad de la Escritura y nuestro acercamiento al leerla. Finalmente, vuelve a la obra reveladora del Espíritu Santo a través de la iluminación. El resultado es una convincente y creativa exposición de la perspectiva evangélica de la revelación en la escena contemporánea.

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Información

CAPÍTULO 1
El Evangelio como revelación
El evangelio y las misiones
El conocimiento de Dios depende del evangelio de Jesucristo: «La revelación no transmite simplemente el evangelio: el evangelio es revelación».25 Podemos sopesar la naturaleza y el impacto de esta afirmación sobre la revelación desde un punto de vista histórico, leyendo lo que escribió Pablo, el gran misionero cristiano, a sus recientes conversos tesalonicenses. Él describió la transformación que había tenido lugar en sus vidas usando las siguientes palabras: «cómo os convertisteis de los ídolos a Dios, para servir al Dios vivo y verdadero, y esperar de los cielos a su Hijo, al cual resucitó de los muertos, a Jesús, quien nos libra de la ira venidera» (1 Ts. 1:9–10). Él atribuía su transformación a su recepción de un mensaje al que definía explícitamente como «nuestro evangelio» (1:5), y también «la palabra de Dios» (2:13). Está claro que sus convertidos habían sido personas religiosas, pero antes de recibir el evangelio se contaban entre aquellos «que no conocen a Dios» (4:5) y, por tanto, debían temer «la ira venidera». Ahora sus vidas se caracterizaban por un nuevo conocimiento de Dios y de sus planes para el mundo, un conocimiento caracterizado también por la fe, la confianza y el amor dirigidos hacia el único Dios verdadero y hacia su Hijo Jesucristo. Pablo también atribuía a la obra del Espíritu Santo el hecho de que creyesen de ese modo (1:5).
La predicación y la recepción del evangelio formaban parte integral de la experiencia de los primeros cristianos. La admisión del papel que juega el evangelio sigue siendo vital tanto para la experiencia de conocer a Dios como para la obligación misionera de los cristianos contemporáneos. El evangelio se alza al principio de la historia que explica por qué hay cristianos en este mundo, en la frontera entre la fe y la incredulidad; a menudo, antes de que el oyente conozca la propia Biblia. Para la persona que viene de fuera, el evangelio es la introducción a la fe, el punto de partida para comprender. Dado que es el punto donde comienza la fe, es esencial que la fe siga conformándolo. No podemos empezar con el evangelio y luego tirar en otra dirección, o construir sobre él de forma incoherente. Esto nos lo dicen tanto la integridad como el sentido común. También lo hacen algunos de los primeros testigos: «Mas si aun nosotros, o un ángel del cielo, os anunciare otro evangelio diferente del que os hemos anunciado, sea anatema» (Gá. 1:8). Anunciar primero el evangelio es echar un cimiento sobre el que se puede erigir fielmente el resto del edificio (1 Co. 3:10–15).
La teología contemporánea ha perdido el contacto con el ímpetu misionero de la fe cristiana, precisamente cuando lo necesita más que nunca. Como resultado, hace mucho que perdió de vista la importancia que tiene el evangelio para la revelación. Por supuesto, es cierto que la teología europea y norteamericana ha estado moviéndose en un medioambiente intelectual amenazador, y hasta ese punto ha sido notablemente sensible a su cultura y a su tarea apologética dentro de ella. Pero ha estado a la defensiva, y la forma de su teología lo demuestra. Los problemas intelectuales que plantea el pensamiento moderno han dominado el modo en que se ha creado la teología. El concepto teórico de la revelación se ha vuelto más importante que la realidad del modo de conocer a Dios a través del evangelio. Por ejemplo, algunos consideran que la labor más esencial es examinar la idea de la revelación en todas las religiones del mundo, y fomentar el crecimiento de la tolerancia mutua, el conocimiento y la aceptación. Pero esta perspectiva distorsiona nuestra lectura de la Biblia, devaluando su contexto y su mensaje misioneros, y proporciona poca ayuda para el reto misionero acuciante, que es el nuestro.
El cristianismo nació en una era de pluralismo religioso y filosófico, una era en que se conocía la religión y se tomaba parte en ella. Sin embargo, cuando el cristianismo del Nuevo Testamento se encontró con el mundo no cristiano, ya fuera judío o gentil, su reacción característica no fue la de colaborar, sino la de predicar el evangelio de Jesucristo como Señor y, por tanto, buscar un cambio en la lealtad de los oyentes. Si queremos seguir los preceptos del Nuevo Testamento y observar sus patrones, debemos aceptar sus prioridades. Está bien que los cristianos estudien con empatía la cultura de este mundo, escuchen cuidadosamente a la infinidad de voces e intenten satisfacer sus necesidades físicas y sociales. No obstante, en última instancia, el evangelio es el tesoro que se nos ha confiado, y es lo que tenemos que compartir con otros. «Si hemos comprendido que Jesucristo está en el centro del plan redentor de Dios y que los propósitos divinos encuentran su cumplimiento, clímax y consumación en su obra salvadora, entonces nosotros, que nos hemos sometido a su gobierno como Señor, hemos de comprometernos plenamente a avanzar en el cumplimiento de esos propósitos salvíficos, por medio de los cuales, los gentiles, junto con los judíos, son llevados a la obediencia a su Persona».26
Los teólogos responsables deberían conformar su enseñanza al evangelio, garantizando además que, independientemente de los otros elementos que contengan sus teologías, el lector pueda captar su esencia. El hecho de que algunas teologías no expliciten el tema del evangelio significa que el lector, al final, puede desconocer cuál es el mensaje cristiano. El teólogo se gana el derecho a seguir adelante mediante la exposición del evangelio, dado que este es la revelación más importante de todas. Esta afirmación, y las consecuencias que conlleva, es el tema de los seis primeros capítulos de este libro. Empezaré a examinarlo en este, debatiendo tres cuestiones básicas: el contenido, la función y la credibilidad del evangelio.
El contenido del evangelio
¿Qué es el evangelio? El punto de partida de la respuesta se encuentra en el Nuevo Testamento, en su capacidad como testigo histórico. Un relato muy temprano, como el de 1 Tesalonicenses, nos ofrece una evidencia de primera clase sobre el evangelio, tal y como lo predicaba Pablo, uno de sus principales embajadores. Sin embargo, reconocemos que los predicadores (y los escritores que registraron sus palabras) tienen sus propios énfasis, contextos y métodos. En el caso de algunos escritores neotestamentarios, como Marcos, podemos pensar que están escribiendo el evangelio; de otros, como Lucas en Hechos, que están informando de él. En otros casos, como el de Pablo, vemos cómo la tradición del evangelio se articula en varios puntos, en mayor o menor grado; en otros, podemos detectar su impacto. Sin embargo, a pesar de esta variedad, la exposición del evangelio en nuestro mundo de hoy debe ser una continuación del evangelio tal y como se predicó originariamente. Este vínculo con sus orígenes es inherente, no accidental, a su naturaleza. Quienes lo transmitieron en aquel entonces creían que gozaban de un acceso único a la Persona que se halla en su centro, además de disfrutar de su autorización, y, por tanto, que su versión del evangelio gozaba de esta. Bajo semejantes circunstancias, deberíamos tener una razón muy buena para afirmar el derecho de presentar un evangelio distinto. Por consiguiente, para decir qué es el evangelio hemos de poder exponer cómo era el que predicó Jesús y los primeros cristianos.27
En cierto sentido, el contenido del evangelio cristiano –tal y como lo creían y proclamaban los primeros cristianos– se puede resumir sencillamente. Cuando Jesús empezó a predicar «el evangelio», anunció la venida del reino de Dios. Por medio de su enseñanza sobre este tema, y gracias a los acontecimientos que tuvieron lugar (sobre todo su muerte y su resurrección), quedó claro que era el Rey del reino venidero y que, de alguna manera, este ya había llegado al mundo en Él y por medio de Él (Lc. 17:21). Cuando sus apóstoles predicaban, no abandonaban del todo el lenguaje del «reino», pero anunciaban que Jesús era el Cristo y, por tanto, el Señor de todo. Como Él, ellos buscaban el arrepentimiento y la fe en sus oyentes. Predicaban «el mensaje de salvación por medio de Jesucristo».28 Así, cuando Lucas quiso caracterizar con solo unas pocas palabras la predicación evan– gelística de los primeros cristianos, le bastó con decir que «predicaban a Cristo» (Hch. 8:5), «anunciaban el evangelio de Jesús» (8:35) o «predicaban el reino de Dios y enseñaban acerca del Señor Jesucristo» (28:31). El hecho de que la sencilla afirmación «Jesucristo es Señor» resume el evangelio, queda claro también a partir de otros pasajes paulinos, como 2 Corintios 4:1–6.

Hacer un resumen tan básico es una cosa; exponerlo en toda su amplitud es otra. Está perfectamente claro que el modo de predicar a «Jesucristo como Señor» era bastante distinto en la época del Nuevo Testamento. Hay varios motivos para que así fuera. Primero, las palabras usadas dependen del momento histórico en que vivía el hablante. Las enseñanzas de Jesús –que tan a menudo giraban en torno al reino de Dios y al Hijo del Hombre–, prefiguran la predicación posterior de sus seguidores y, en realidad, llegan a ser parte de ella. Pero siempre llevan la marca de sus orígenes históricos, que tuvieron lugar antes de los acontecimientos cruciales que, en épocas ulteriores, se considerarían el meollo del evangelio.
Segundo, la naturaleza de la predicación del evangelio depende mucho de la naturaleza del público ante el cual se expone. La diferencia más evidente es la que existía entre el enfoque ante los judíos como opuesto al de los gentiles, y, en concreto, al de aquellos gentiles cuyo conocimiento de las Escrituras hebreas podría considerarse mínimo. Lucas demuestra esto mediante sus registros de los discursos que hizo Pablo ante públicos judíos y gentiles (comparemos Hch. 13 y 17). Sin embargo, una vez hemos destacado esto, es interesante ver, en los escritos del Nuevo Testamento, tanto los de Pablo como los de Lucas, Juan o Pedro, que se esperaba que los grupos mixtos de cristianos judíos y gentiles estuvieran familiarizados con el Antiguo Testamento.
El tercer motivo, que explica la diversidad de enfoques que podemos discernir en el Nuevo Testamento, es que cada escritor tenía un propósito concreto a la hora de escribir. Resulta instructivo comparar los relatos breves de la predicación apostólica que hallamos en Hechos, y sus contrapartidas en los resúmenes que podemos entresacar de las epístolas (como 1 Co. 15:3–11; 2 Co. 4:1–6; o 1 Ts. 1:9–10), con los Evangelios a gran escala con que comienza el Nuevo Testamento. Es cierto que solo en el primer versículo de Marcos se menciona el «evangelio» de una forma que justifica que los denominemos exposiciones del evangelio, pero no cabe duda de que hay un propósito primario para escribir, como se nos dice en Juan («se han escrito para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo, tengáis vida en su nombre»; 20:31), propósito que es común a todos. Aquí, también, hallamos el evangelio. Pero, ¿qué consigue el evangelio?
La función del evangelio
Lo que consigue el evangelio es que la gente llegue a conocer a Dios por medio de palabras informativas y exhortatorias acerca de Él. Aparte de todo lo que sea el evangelio, es oral, es un anuncio que se transmite mediante el habla. Por tanto, se predica, anuncia o proclama; eso es lo que se hace con un evangelio. La palabra euangelion, y otras de la misma familia, como los verbos euangelizomai y kéryssó, nos dicen lo mismo.29 Casi con total seguridad este término tiene un trasfondo veterotestamentario; pero, para nosotros, Marcos es quien destaca esta palabra, usándola en el mismísimo comienzo de su Evangelio (1:1), y luego dándole una importancia programática en su primer registro de una predicación de Jesús. En su discurso inicial, crucial, Jesús usó esta palabra para anunciar la llegada inminente del reino de Dios (Mr. 1:14–15). Según la enseñanza de Jesús, el reino de Dios era primariamente un acontecimiento futuro, el momento en que la soberanía divina se reafirmaría abierta y decisivamente sobre una nación y un mundo alienados de Él. El propósito del reino era la gloria de Dios y el bienestar de su pueblo, y llevar a término la gran historia de la salvación contenida y prometida en las Escrituras veterotestamentarias.
El evangelio debía funcionar como un instrumento de salvación al advertir a los oyentes de Jesús sobre esta crisis inminente, y al exhortarles a que se preparasen para ella...

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