Aproximaciones a la filosofía francesa del siglo XX
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Aproximaciones a la filosofía francesa del siglo XX

Deleuze, Foucault, Derrida, Beauvoir

  1. 200 páginas
  2. Spanish
  3. ePUB (apto para móviles)
  4. Disponible en iOS y Android
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Aproximaciones a la filosofía francesa del siglo XX

Deleuze, Foucault, Derrida, Beauvoir

Descripción del libro

A nadie se le escapa que figuras como Deleuze, Foucault y Derrida, ocupan y ocuparán ya siempre un lugar de relevancia en la historia de la filosofía. Por la originalidad de su orientación y la fuerza de su impulso, cada uno de ellos ha proporcionado al saber filosófico una orientación peculiar, haciéndole a abordar cuestiones inéditas con un rigor extraordinario o revisitando los eternos problemas que el filosofar ha de abordar una y otra vez, siempre desde perspectivas metodológicas inéditas y sensibilidades nuevas.
Se podrá discutir, en consecuencia, si es pertinente o no proponer una aproximación a la filosofía francesa del siglo XX partiendo tan sólo de los pensadores a los que se dedica el presente volumen. En todo caso, lo que no resulta en absoluto discutible es que los autores en cuyo pensamiento nos centramos en la presente obra merecen estar presentes en una publicación de estas características.

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Información

Editorial
Laertes
Año
2010
ISBN del libro electrónico
9788475846866
Edición
1
Categoría
Filosofía

APROXIMACIONES A LA FILOSOFÍA FRANCESA EN EL SIGLO XX

DELEUZE, FOUCAULT, DERRIDA, BEAUVIOR
Domingo Fdez. Agis y Ángela Sierra (Eds.)

Presentación

Hoy nadie puede poner en duda el peso que el pensamiento filosófico francés ha ejercido y ejerce sobre el conjunto de esta disciplina. En efecto, a nadie se le escapa que figuras como Sartre, Merleau-Ponty, Deleuze, Foucault, Derrida o Lévinas, por citar sólo unos pocos nombres, ocupan y ocuparán ya siempre un lugar de relevancia en la historia de la filosofía. Por la originalidad de su orientación y la fuerza de su impulso, cada uno de ellos, junto a otros muchos autores que tal vez fuera excesivo enumerar ahora, ha proporcionado al saber filosófico una orientación peculiar, llevándole a abordar cuestiones inéditas con un rigor extraordinario o revisitando los eternos problemas que el filosofar aborda una y otra vez desde perspectivas metodológicas y sensibilidades nuevas.
Se podrá discutir, en consecuencia, si es pertinente o no proponer una introducción a la filosofía francesa del siglo xx partiendo de los pensadores a los que se dedica el presente volumen. En todo caso, lo que no resulta en absoluto discutible es que los autores en cuyo pensamiento nos centramos en la presente obra merecen estar presentes en una publicación de estas características. Sin duda les sobran méritos para ello. Por lo demás, hay que decir que si sólo están los que están ello no se debe a juicios de valor previos o a supuestos deméritos ajenos, sino tan sólo a que este libro pretende ser el reflejo, no por completo exacto, si tenemos en cuenta que en él se recogen otras enriquecedoras contribuciones del curso que, con idéntico título, se impartió en la Universidad de La Laguna durante el año académico 2007-2008.

La textura de lo inaprensible
Una aproximación a Michel Foucault

Domingo Fernández Agis
Como es sabido,
cuando se lee a Foucault más que nada
se inventa lo que se cree que quiso decir,
porque se entiende poco o nada.»
Gianni Vattimo, No ser Dios.1
René Allio, director de la película Moi, Pièrre Rivière..., recreación cinematográfica de la historia de un hombre que asesinó a su familia cuya detallada confesión fue recogida en los archivos judiciales, encontrada y publicada por Foucault, escribió en su diario algo que puede servirnos como punto de arranque de estas páginas que no pretenden sino presentar la figura del filósofo e incitar a la lectura de sus textos. Unas páginas en las que será inevitable, siguiendo el sentido común y evocando de alguna manera el conocido dictum heideggeriano, hablar de la vida, la obra y la muerte del filósofo. Pues bien, decía Allio que «la política no habla nunca de la muerte de los individuos. Sin embargo, la muerte forma parte de aquello que define nuestra naturaleza. Es esencial, en cada uno de nosotros. Es impensable que se pueda hablar de la vida, del trabajo, del bienestar, de la felicidad de los hombres, de su libertad o de su explotación sin hablar nunca de la muerte.»2 Por nuestra parte, intentaremos, a lo largo de las consideraciones que siguen, ver como Foucault se enfrentó a ese hecho peculiar que menciona el cineasta. Hablaremos así de una vida sin eludir hablar de una muerte, y sin que nuestro objetivo sea escribir un cerrado relato que acaba con ésta última. Nos contentaremos más bien con ir revelando algunos detalles de esa vida al tiempo que tratamos de su obra y sus ideas.
Pero, digamos algo, ante todo, de la impresión inicial de Allio a propósito de la orientación que pretendía dar a su proyecto de realizar un filme sobre la historia de Pièrre Rivière, pues merece ser comentada. En efecto, es un testimonio de primera mano, que viene de alguien acostumbrado a lidiar con la imagen y la palabra, alguien que, por lo demás, estaba muy al tanto del acontecer cultural y político que marcó su época. Así, en los días en que estaba ultimando los detalles de su proyecto cinematográfico, escribe en su diario:
«Es preciso que Pièrre Rivière se convierta en una película-manifiesto de un cine que escoge hablar del pueblo, en su historia verdadera.»3
Esa era también la intención de Foucault en los años en que aborda la elaboración de Surveiller et punir y toda la constelación de trabajos que surgen a partir de dicha obra, centrada en el estudio de las formas de vigilancia social, castigo y corrección de la desviación. Más que nunca antes, la figura de Foucault aparecerá entonces engrandecida ante la opinión pública, debido tanto a la calidad y el rigor intelectual de su trabajo como a la orientación del mismo, abordando cuestiones que la intelectualidad más relumbrante del momento consideraba marginales y, como consecuencia, poco dignas de ser tomadas en consideración.
Tomemos aún una imagen, un apunte más de entre las palabras que, por aquel entonces, escribía Allio en su diario:
«Foucault. Su impresionante presencia física, plena de una vibrante potencialidad de intervención que se autodisciplina. En todo su ser, tiende a parecerse, culminando en su cráneo rasurado, a un sexo en erección; en toda su penetrante inteligencia.»4
Descripción elocuente y expeditiva, que podríamos considerar como una nota tomada por el director al margen del texto de un guión cinematográfico sobre el que trabaja y que sigue estando en el compás de espera, previo al momento propicio en que se abordará su rodaje. Esta nota, a juicio de algunos, revelará el inconsciente falocentrismo del director, aunque esta última sospecha no le resta valor a la apreciación de la que da cuenta. En todo caso, consciente de la dimensión de la obra del filósofo, reflexiona René Allio sobre «el interés la necesidad de extraer de la trayectoria de Foucault algo que sea en nuestro arte una aplicación de su método. Como Brecht hizo del “efecto de distanciamiento” la aplicación del marxismo en su dramaturgia».5 Palabras que contienen un testimonio crucial, por el momento y la encrucijada desde los que surgen, pues sin duda las anotaciones de Allio ilustran con bastante nitidez lo que la figura del filósofo Michel Foucault representaba en la cultura filosófica francesa del post-sesentayocho que, a través de él, parecía haber encontrado el camino para seguir siendo una referencia de primer orden a nivel global.
Pero qué decir de la otra trayectoria, la personal, cómo referirse al transcurrir de un tiempo que no podría haber existido si él no hubiese contribuido a construirlo. De esa historia Michel Foucault no deseaba hablar nunca en público. Consideraba que debía ser conocido y juzgado por sus libros, no por sus gustos, intereses o experiencias personales. Pese a lo cual nosotros, sus lectores, nunca hemos podido evitar la curiosidad. En efecto, una escritura tan limpia, una expresión tan lograda, siempre nos ha sugerido la existencia de algo que es preciso descubrir, nos incita a ver tras las cortinas, a mirar por el ojo de la cerradura, para tratar de conocer al ser humano que describía con la prosa más luminosa las ideas más complejas, que ponía por escrito los pensamientos más turbadores con líneas de una pulcritud antes inimaginable.
Empeñados en esa tarea imposible, miramos a través de otros ojos, los de sus biógrafos, los de Hervé Guibert, su amigo y confidente durante los últimos años de su vida, que describe para nosotros mucho de lo sucedido durante ese tiempo, que nos habla del gusto por la orgía sadomasoquista, por el sexo libremente vivido, si es que puede hablarse de libertad en algo que tenga que ver con el sexo; que habla de ciertos lugares en la ciudad de San Francisco, de los tabúes rotos, del último regreso a París, del sida; en fin, todo lo que se podría decir al respecto está dicho, contado con habilidad en A l’ami qui ne m’a pas sauvé la vie. Pero tal vez no fuera necesario haber hablado de ello porque en realidad no aclara nada.6 O quizá sí, ya que de esta forma sabemos que aún diciéndolo todo, el misterio Foucault sigue sin esclarecerse. Por eso es necesario seguir leyendo, de la misma forma que resulta imprescindible seguir hablando.
En la carta que Foucault escribe a Guibert, el 28 de julio de 1983, habla de un muchacho al que, desde su mesa de trabajo, ve cada día asomarse a la ventana de su casa, situada justo frente a la suya, en la rue d’Alleray. Es más que probable que ese muchacho fuera el propio Hervé Guibert. Este mismo lo da a entender a través de la fotografía que aparece en la portada de su obra Le seul visage,7 aunque también podemos entreverlo nosotros sin dificultad si leemos la dedicatoria de Les aventures singulières, dictada sin duda por una calculada ambigüedad a través de la que se revela la existencia de una complicidad que, como bien sabemos, estaba llena de afecto y admiración: A mon voisin.8
De igual manera, se advierte que debe ser así, que era Guibert ese vigilado vigilante, en un texto que aparece en Le mausolée des amants, en el que el escritor dice: «Y yo soy un poco tu guardián. Tu casa está separada de la mía, en un nivel inferior. Puedo observar tus idas y venidas, tu ausencia o tu presencia me es conocida a través de un solo golpe de vista, cuando tus ventanas están oscuras velo tu sueño, y te protegeré de la muerte, tenderé invisibles hilos en tu balcón.»9
Por tanto, si Guibert era como sospechamos el muchacho misterioso, es esclarecedor recordar lo que Foucault dice de él y, en cierta manera, dice también de sí mismo en un pasaje de ese texto: «y si él viene al borde de su balcón no es por disipar a la luz de las últimas sombras en las que está envuelto, es por mostrar a todos, a nadie (puesto que no hay nadie aparte de mí que lo mire) que no hay día que pueda vencer la obstinación dulce que queda en él y lo domina soberanamente».10 Invirtamos el orden, invirtamos también la dirección del discurso: dulce obstinación, dos palabras que definen un carácter, que marcan una vida, la de Mic...

Índice

  1. APROXIMACIONES A LA FILOSOFÍA FRANCESA EN EL SIGLO XX