Cuando Dios incomoda
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Cuando Dios incomoda

Reflexiones bíblicas sobre el testimonio cristiano en la sociedad

  1. 150 páginas
  2. Spanish
  3. ePUB (apto para móviles)
  4. Disponible en iOS y Android
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Cuando Dios incomoda

Reflexiones bíblicas sobre el testimonio cristiano en la sociedad

Descripción del libro

El autor nos invita a conocer al Dios de la vida, que incomoda a quienes detentan el poder en sus posiciones de privilegio social, político, económico o religioso. éste es un libro que se ha propuesto provocar la búsqueda de la fidelidad a Dios en el mundo de hoy, especialmente cuando se trata del testimonio de acción profética y misión que los seguidores de Jesucristo deben mostrar en los espacios de la vida pública.

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Información

Año
2020
ISBN del libro electrónico
9789972701979
Capítulo 1
Cuando Dios incomoda
Y dijo Caín a su hermano Abel: Salgamos al campo. Y aconteció que estando ellos en el campo, Caín se levantó contra su hermano Abel, y lo mató. Y Jehová dijo a Caín: ¿Dónde está Abel tu hermano? Y él respondió: No sé. ¿Soy yo acaso guarda de mi hermano? Y Él le dijo: ¿Qué has hecho? La voz de la sangre de tu hermano clama a mí desde la tierra. Ahora, pues, maldito seas tú en la tierra, que abrió su boca para recibir de tu mano la sangre de tu hermano. Cuando labres la tierra, no te volverá a dar su fuerza; errante y extranjero serás en la tierra. Y dijo Caín a Jehová: Grande es mi castigo para ser soportado. He aquí me echas hoy de la tierra, y de tu presencia me esconderé, y seré errante y extranjero en la tierra; y sucederá que cualquiera que me hallare, me matará. Y le respondió Jehová: Ciertamente cualquiera que matare a Caín, siete veces será castigado. Entonces Jehová puso señal en Caín, para que no lo matase cualquiera que lo hallara. Salió, pues, Caín de delante de Jehová, y habitó en tierra de Nod, al oriente de Edén.
Génesis 4.8–16
En el contexto peruano, a pesar de la historia reciente de violencia política en la que se transgredieron impunemente derechos humanos fundamentales como el derecho a la vida, todavía existen pastores y líderes evangélicos para quienes la defensa de la dignidad humana, particularmente la dimensión política de la misma, no forma parte del testimonio cristiano en el mundo. Más aún, consideran que es una tarea impropia para los creyentes, ya que se trata de un asunto que tiene que interesarle únicamente —según ellos— a los activistas sociales y a los políticos de izquierda1. Esta perspectiva teológica cuyo fundamento bíblico resulta bastante endeble a la luz del testimonio de las Sagradas Escrituras respecto a la santidad de la vida humana, tiene un efecto directo en la comprensión de la misión que tienen las iglesias vinculadas a este sector del liderazgo evangélico, especialmente porque las aliena de la realidad histórica en la que tienen que dar testimonio de su fe en Jesús de Nazaret como Señor de todo el universo y paraliza las acciones sociales que pueden contribuir a una sólida defensa de la dignidad humana. No tendría que ser así. Particularmente si se tiene en cuenta la enseñanza bíblica sobre el valor de la vida humana, según la cual la vida humana es sagrada y nadie tiene el derecho de violentarla o de pisotearla argumentando que sus acciones obedecen a razones de seguridad nacional, obediencia debida, delitos de función, «excesos» en la lucha contra la subversión o defensa del Estado de Derecho2. Un texto bíblico clave en el que se destaca el valor de la vida humana y la santidad de la misma es Génesis 4.8–16. Se trata de una historia que tiene tres personajes centrales. Caín como el victimario, su hermano Abel como la víctima y Dios como el defensor de los inocentes3. ¿Qué desafíos para la misión de la iglesia en el campo específico de la defensa de la dignidad humana están presentes en este relato bíblico? ¿Cómo tienen que expresar las iglesias evangélicas su compromiso público con la defensa de la dignidad humana, particularmente, dentro de este mundo globalizado en el que millones de seres humanos son crucificados cada día ante el altar del dios mercado libre?
El victimario
Caín, hijo mayor de Adán y Eva (Gn 4.1), labrador de la tierra (Gn 4.2), fue el primer fratricida de la historia. El relato registrado en Génesis 4.1–16, puntualiza claramente que la lógica de Caín fue una lógica de la muerte. Los pasos que siguió para asesinar a su hermano Abel y, posteriormente para intentar ocultar su crimen cuando Dios lo interpeló, dan cuenta de que en efecto se trató de una lógica de la muerte que apuntaba a la destrucción total del adversario. Caín no actuó en forma casual o irreflexiva. Él planeó deliberadamente el asesinato de su hermano. Fue un crimen intencional. Como usualmente acostumbran explicar los especialistas en el campo del derecho, actuó con premeditación, alevosía y ventaja. Actuó como un criminal que diseñó fríamente cada paso y que calculó anticipadamente todos los detalles. De acuerdo con la historia bíblica, todo comenzó cuando Dios miró con agrado a Abel y a su ofrenda, pero no miró con agrado la ofrenda que Caín presentó (Gn 4.3–4). Las razones de esa preferencia no se explican en el texto bíblico; sin embargo, como sugiere un autor, todo lo que está explícito aquí es que Abel ofreció lo mejor de su rebaño y que Caín tenía un espíritu arrogante (Kidner 1985:90)4. Cuando Caín se percató de que Dios había mirado con agrado la ofrenda de su hermano Abel, reaccionó enojándose y puso mala cara, decayó su semblante (Gn 4.5). Con esta expresión se indica que Caín estaba dando lugar al pecado, dejando así que éste domine su voluntad y sus acciones, hasta el punto de llevarle a cometer un fratricidio. En esas circunstancias, según el texto bíblico, Dios le dijo a Caín:
[...] ¿Por qué te has ensañado, y por qué ha decaído tu semblante? Si bien hicieres, ¿no serás enaltecido? y si no hicieres bien, el pecado está a la puerta; con todo esto, a ti será su deseo, y tú te enseñorearás de él (Gn 4.4–7).
Según el relato bíblico, Dios intervino en ese momento buscando que Caín reflexione sobre su actitud y cambie de semblante, no dejando que el rencor se apodere de él y lo conduzca hacia una ruta equivocada. Y en su advertencia a Caín, describe al pecado como una fiera al acecho, dispuesta a atacar a su potencial víctima al menor descuido de ella. Más aún, Dios le recuerda a Caín que él puede elegir libre y responsablemente entre el bien y el mal, afirmando así que el ser humano no puede esquivar su responsabilidad respecto a los actos que realiza. Pero Caín no estuvo dispuesto a escuchar, sino que permitió que sus pasiones estén por encima de su capacidad de reflexionar en la advertencia de Dios, dejando que sus impulsos gobiernen sus acciones.
Como ya se ha señalado, Caín no actuó accidentalmente, ni fue la casualidad la que le indujo al crimen. No fue una víctima inocente de sus pasiones ni un esclavo de las circunstancias; ya que según el relato bíblico: [...] dijo Caín a su hermano Abel: Salgamos al campo. Y aconteció que estando ellos en el campo, Caín se levantó contra su hermano Abel, y lo mató (Gn 4.8). La acción criminal de Caín, según este pasaje, fue una acción deliberada. Pero él no reconoció ese hecho cuando Dios lo interpeló con una pregunta directa: ¿Dónde está Abel tu hermano (Gn 4.9). Frente a esa pregunta Caín respondió: No sé. ¿Soy yo acaso guarda de mi hermano (Gn 4.9). Caín se comportó, entonces, como un criminal insolente. Altivamente negó su crimen. Le mintió a Dios con toda frescura en su misma cara (Von Rad 1988:127).
La respuesta insolente de Caín, así como su actitud altiva y mentirosa frente a Dios, se ha reeditado en múltiples ocasiones a lo largo de la historia humana. Como el fratricida Caín, los homicidas o criminales niegan con frecuencia los actos de violencia contra su prójimo, a pesar de que todas las evidencias los incriminan. Así, por ejemplo, la historia reciente de América Latina registra cómo los militares que violaron impunemente el derecho a la vida durante gobiernos de facto (Chile 1973–1989, Argentina 1976–1985, Guatemala 1982–1983) o en regímenes democráticos (Perú 1980–1985, 1985–1990, 1990–2000), se escudaron o exculparon denominando a estos crímenes como delitos de función, obediencia debida o excesos en la guerra contra la subversión. Lo mismo hicieron muchos políticos que con su silencio, pasividad o indiferencia, toleraron o permitieron que se violaran los derechos humanos de miles de ciudadanos inocentes a quienes ellos tenían que defender. Y lo que es peor, legalizaron esa violencia cuando amnistiaron a los violadores de derechos humanos, permitiendo que la impunidad se imponga sobre la verdad y la justicia, devaluando y desfigurando así el sentido del perdón y de la reconciliación. Pero también la sociedad civil, particularmente varios de los medios de comunicación social, antes que denunciar públicamente estas acciones de violencia contra la dignidad humana llamándola directamente por su nombre, utilizaron como en el caso del Perú, el eufemismo «costo social» de la violencia para referirse al asesinato o a la desaparición forzada de miles de seres humanos.
Todos ellos (militares, políticos y periodistas), seguramente, habrían hecho suyas las palabras altivas e insolentes del fratricida Caín cuando le respondió a Dios: ¿Soy yo acaso guarda de mi hermano (Gn 4.9). O simplemente, como ha sido la conducta corriente de los violadores de derechos humanos durante las últimas décadas, habrían dicho hipócritamente como Caín: No sé (Gn 4.9). Y es que, como se registra en la historia de muchos países de América Latina, ocurre que los homicidas niegan en todos los idiomas sus actos criminales, o en todo caso, casi siempre con la ayuda de políticos y de jueces o fiscales corruptos, encuentran salidas «legales» o vías extralegales para evadir su responsabilidad. Como en otros casos, tal vez, delante de los tribunales humanos estos criminales podrán alegar inocencia, obtener libertad condicional, estar bajo arresto domiciliario o ser incluso amnistiados. Sin embargo, delante del tribunal divino y en el tribunal de su conciencia, no serán inocentes y su crimen no quedará impune. Esto es así, porque a la larga, la verdad y la justicia prevalecerán sobre la mentira y la injusticia. Porque el Dios de la vida ama la verdad y exige que la justicia sea moneda corriente en todas las relaciones sociales.
La víctima
Abel, hijo menor de Adán y Eva (Gn 4.1), pastor de ovejas (Gn 4.2), fue la primera víctima inocente de la historia. Habiendo acompañado al campo a su hermano mayor Caín, sin sospechar la mala intención que éste tenía, fue víctima de la pasión incontrolable de un fratricida5. Como ya se ha señalado anteriormente, Caín actuó con premeditación, alevosía y ventaja. Haciendo uso de la violencia, asesinó a su hermano, permitiendo así que el pecado, además de acecharlo como una fiera hambrienta, lo domine hasta el punto de convertirlo en el primer fratricida de la historia. De acuerdo con el texto bíblico: [...] estando ellos en el campo, Caín se levantó contra su hermano Abel, y lo mató (Gn 4.8). Abel, inocentemente marchó al patíbulo, creyendo en las palabras y en la aparente buena voluntad de su hermano.
Como en el caso de Abel, esta ha sido también la experiencia de miles de inocentes, quienes confiando en las palabras de otros seres humanos, civiles o militares, fueron cobardemente asesinados o desaparecidos durante regímenes militares o gobiernos democráticos. De ello dan testimonio, por ejemplo, las miles de víctimas de la violencia política que puso al Perú al borde del abismo durante los años 1980–2000. Según la Comisión de la Verdad y Reconciliación (cvr): [...] la cifra más probable de víctimas fatales en esas dos décadas supera los 69 mil peruanos y peruanas muertos o desaparecidos a manos de las organizaciones subversivas o por obra de agentes del Estado (cvr 2003b:31). Muchos «Caín» de carne y hueso, civiles y militares, tendrán que responder —no únicamente frente a tribunales humanos— sobre estas muertes. Pero también tendrán que dar cuenta de estas muertes los pastores y los líderes de las iglesias cristianas, evangélicas y católica romana, que con su pasividad, indiferencia o silencio, toleraron o permitieron que esto ocurriera.
Además de todo lo que ya se ha señalado, el crimen cometido por Caín deja constancia de la forma como el mal domina a los seres humanos hasta convertirlos en fieras salvajes que destrozan a otros seres humanos creados a la imagen de Dios. Al respecto, no se necesita investigar todavía de manera minuciosa los hechos de violencia, para tener conciencia de cómo la violencia contra otros seres humanos afecta terriblemente las relaciones humanas y puede carcomer el tejido social hasta infectarlo completamente. La historia de Caín y Abel es un claro ejemplo de ese hecho, aunque los modernos «Caín» han desarrollado formas más sutiles y refinadas para destruir la vida de otros seres humanos, creyendo que el Dios de la vida ignora sus actos perversos y sus prácticas homicidas. Y parecen estar convencidos de que el Dios de la vida es un Dios sordo, miope, mudo o insensible frente al drama de los miles de crucificados de este tiempo. Sin embargo, como el victimario Caín, torpemente se equivocan, ya que el Dios de la Biblia saca la cara por los inocentes, defiende a los débiles y está atento a todo lo que ocurre en el mundo que él ha creado y que sostiene con sus manos, porque él es el Dios de la vida y el Señor de la historia. ¿No tienen que hacer lo mismo las iglesias, los pastores y los líderes de las comunidades evangélicas de este tiempo?
El defensor
La preocupación de Dios por el inocente, por la víctima de la violencia, por el ser humano indefenso, emerge como un tema clave en Génesis 4.1–16. Esta preocupación se expresa en forma de una pregunta que interpela y que se le plantea al homicida o victimario: Y Jehová dijo a Caín: ¿Dónde está Abel tu hermano? [...] (Gn 4.9), subrayándose así que la responsabilidad ante Dios es responsabilidad por el hermano, por el prójimo, por otro ser humano. Indudablemente se trata, además, de una pregunta que tiene una innegable connotación social. La misma que se refuerza con la siguiente pregunta que Dios le formula a Caín, una interrogante cuya nota interpeladora es indiscutible, una pregunta quemante que desnuda la mentira de Caín y la insolencia con la que ha intentado evadir su culpa: Dios pregunta: ¿Qué has hecho? (Gn 4.10). Aquí se puntualiza que Dios ha estado atento en todo momento a las acciones perversas de Caín. Nada ha estado oculto para sus ojos escrutadores.
La interpelación divina indica, por lo tanto, que Dios no ignoraba el acto criminal cometido por Caín. La pregunta formulada por el Creador, apuntaba a forzar a Caín para que éste recapacitase sobre las graves consecuencias del crimen que había cometido de manera premeditada. Caín pudo haber enterrado a su hermano Abel muchos metros bajo tierra creyendo que na...

Índice

  1. Cover
  2. Sinopsis
  3. Portada
  4. Créditos
  5. Dedicatoria
  6. Presentación
  7. Introducción
  8. Capítulo 1: Cuando Dios incomoda
  9. Capítulo 2: El poder del evangelio
  10. Capítulo 3: Los profetas y el poder político
  11. Capítulo 4: La política de Jesús
  12. Capítulo 5: El Dios de la vida y la política del Imperio
  13. Capítulo 6: La misión al estilo de Jesús de Nazaret
  14. Bibliografía
  15. Acerca del autor