Recordando a Coderch
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Recordando a Coderch

Pati Núñez

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Recordando a Coderch

Pati Núñez

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José Antonio Coderch es el gran olvidado de la arquitectura española, pese a que su obra, a la cabeza de la modernidad, dejó impronta en ciudades como Madrid o Barcelona.Este libro es una aproximación a su figura a partir de las personas que lo conocieron; un relato coral que configura un archivo vivo de su legado y arroja luz sobre su compleja personalidad mediante entrevistas con personajes clave del mundo de la política, la cultura y la arquitectura de los sesenta y setenta.Incluye un dossier sobre su último proyecto, el inédito La Herencia, revolucionario y totalmente vigente, que propone viviendas flexibles y adaptables a las necesidades cambiantes de sus habitantes.Con entrevistas a: Antonio Armesto, Josep Maria Ballarín, Josep Benedito, Oriol Bohigas, Pepe Coderch, Federico Correa, Emili Donato, Víctor Rahola, Josep Maria Rovira, Jesús Sanz Luengo, Jesús Sanz Masdeu, Carlos Ferrater, Carles Fochs, Josep Llinàs, Joan Margarit, Octavi Mestre, Miguel Milà, Rafael Moneo, Enric Sòria, Oscar Tusquets Blanca, Jordi Viola.

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Información

Editorial
Librooks
Año
2019
ISBN
9788494957895
Edición
1
Categoría
Architecture
Antonio Armesto
Quiroga (Lugo), 1947
Dr. Arquitecto y profesor titular del Departamento de Proyectos Arquitectónicos de la Escuela de Arquitectura de Barcelona (UPC). Tuvo a José Antonio Coderch como profesor y es autor de una monografía sobre la casa para el ISM de la Barceloneta (1996) y del libro José Antonio Coderch publicado por Santa&Cole (2008).
EL PROFESOR
Lo conocí en la Escuela de Arquitectura, ya que fue mi profesor de Composición en segundo curso. Conocerlo supuso una impresión muy fuerte para mí, por eso es una historia que suelo contar. Aquel primer día de clase entramos en el aula y un señor con una presencia bastante imponente apareció. Subió al estrado, se sentó de perfil, mirando hacia el oeste, hacia la fachada, y empezó a presentarse a sí mismo a través de los objetos en los que estaba trabajando en ese momento; sobre todo a través de la lámpara, aunque también nos explicó historias de la chimenea. Desfilaron estos objetos que luego, al cabo del tiempo, me han incitado a profundizar más en el estudio de su obra.
Contó muchísimas anécdotas y mencionó algunos nombres que luego se volverían familiares para nosotros. Habló de Walter Gropius, de Le Corbusier, de Pablo Picasso, de Marcel Duchamp… Fueron estas algunas de las personas a quienes envió la primera versión de la lámpara DISA como obsequio; bueno, de hecho nos dijo que a Le Corbusier no se la llegó a mandar. Quedé bastante maravillado en esa primera clase porque descubrí la relación de los objetos con la arquitectura. Pensé que si este arquitecto, este profesor tan importante, nos hablaba de estos objetos, por algo sería. Un día nos dijo (cito de memoria): «Las chimeneas de chapa, siempre me dieron satisfacción. Nunca me causaron muchas preocupaciones, ni siquiera perdí dinero con ellas. Sin embargo, con la lámpara gasté mucho dinero. La lámpara me arruinó».
Ese primer encuentro me quedó grabado en la memoria. El curso continuó, y me acuerdo de la máquina con la que corregía los ejercicios. Era una máquina de proyección un poco primitiva, de cuerpos opacos. Teníamos que presentarlos en una tira de papel, con un ancho de Din A4 (29,7 centímetros), si no recuerdo mal; era como pasar un rollo de papiro. Nuestros dibujos se veían ampliados en la pantalla y con un puntero luminoso que proyectaba una flecha blanca iba señalando las cosas dignas de comentario, las incorrecciones. Recuerdo que los juicios que hacía eran más o menos del tipo «Esto no está bien compuesto…» o «este alzado está muy bien compuesto», o bien «usted ha mezclado aquí muchísimos temas y materiales, y yo cuando tengo más de dos ya no sé qué hacer». Ibas oyendo estas cosas y en la siguiente corrección intentabas someterte a esa disciplina.
Coderch detestaba hacer referencias a otros arquitectos, a teorías, a lecturas o a lo que fuera; nunca nos decía estudien esto, o lo otro. De modo que, espontáneamente, íbamos a la biblioteca a ver sus obras. Y eso se notaba porque entonces nuestros proyectos empezaron a imitarlas. Naturalmente había persianas de librillo en todos. Pero dentro de esa uniformidad había proyectos realmente elegantes, serenos, como diría él. Y otros que se notaba que eran forzados y sin ninguna intención. Él enseñaba a determinar la forma del edificio a partir de las condiciones específicas. Por ejemplo explicaba: «hagan ustedes diagramas topológicos, de estos de bolas y líneas que las unen, para estudiar las circulaciones de la gente dentro de la casa, para evitar los cruces, etcétera». Y seguíamos esas instrucciones.
Otro tema que tratábamos en clase era el de la orientación solar. Existía una especie de manual: los dormitorios deben estar orientados al sur, o al sureste, o al este; «busquen ustedes primero el sol, y luego ya se atempera su incidencia, pero si no tienen sol no pueden hacer nada con él». A veces hablaba de topografía. Son temas que los arquitectos que escriben sobre teoría del proyecto asocian con el funcionalismo. Pasado el tiempo, he comprendido que el funcionalismo de Coderch era realmente genuino. No se trataba de un funcionalismo ingenuo, sino de un esfuerzo por determinar la forma de una manera objetiva. Él decía: «a mí me cuesta mucho hacer cada proyecto, cada vez que empiezo uno nuevo tengo un gran temor por si no sabré resolverlo». Esto que parecen solamente anécdotas han resultado ser para mí algo muy significativo. Porque empezar un proyecto nuevo quería decir, para él, no autorreferirse a lo hecho, no reproducir un escalonamiento, no reproducir un modelo de persiana porque ya lo había experimentado, sino volver a encontrar una respuesta. Y eso explica que haya sutiles, o no tan sutiles, variaciones de unas casas a otras, de unos proyectos a otros, como en la disposición del tipo de persiana o la manera de articularse con la fachada. En el libro que hice con Rafael Diez —editado por Santa&Cole en 2008— sobre los objetos de Coderch, dedicamos un capítulo a explorar todas las versiones de la persiana que había hecho en sus proyectos. Y fue sorprendente descubrir que no solo existían los dos tamaños típicos de la lama —el pequeño, que era el convencional en las persianas populares, y el grande, que dio como resultado la patente Llambí—, sino también distintos modos de articularlas, o de abrirlas y cerrarlas. Las había de batiente vertical, algunas proyectantes en las primeras obras, correderas, incrustadas como en un trabajo de taracea en el espesor del muro o en la superficie, etcétera.
Recuerdo que nos puso un ejercicio que consistía en definir la fachada de una casa que él estaba proyectando en el despacho. Más tarde encontré la hoja que nos dio y vi que era la Casa Gili. Lo que sitúa el momento de ese curso aproximadamente en el año 1967.
Luego, además de las correcciones en el proyector, me vienen también a la memoria algunas sesiones en las que él, con su lápiz —de mina muy blanda— y una goma de borrar, corregía cosas directamente en tu hoja. Si el dibujo estaba a lápiz él intentaba mejorarlo. Nos intentaba corregir aspectos concretos de la planta, sobre todo. Y luego firmaba con las iniciales. Yo guardaba algunos de estos papeles y, picado por la curiosidad los he buscado —aunque tengo que decir que inútilmente—, para ver qué es lo que encontraba mal y cómo lo intentaba corregir. Luego leí en alguna entrevista que él cuando evocaba esos años en la escuela decía: «me cansaba mucho». No me extraña nada porque era como una consulta de dentista en la que él intentaba mejorar cada proyecto. Eso es realmente fatigoso.
En el trabajo de corrección en la mesa, Coderch era bastante cercano y cotidiano. Le teníamos un gran respeto y nos sentíamos un poco intimidados mientras corregíamos. Era muy dado a hacer digresiones personales, sobre la familia, sobre ciertos apuros económicos. O ponía ejemplos sobre la vida cotidiana, sobre la higiene personal… y de esta forma llegabas a conocer cosas de su propia vida. Eso lo hacía más cercano y menos temible.
Algunos compañeros destacaban por lo bien que lo hacían o por su madurez y entonces él les pedía ayuda para preparar los ejercicios o para distribuir los enunciados. Había dos o tres personas que luego fueron muy próximas a él, y trabajaron en su despacho, como Carles Fochs, que hizo la primera antología completa de la obra de Coderch, o Josep Benedito. Estos eran compañeros de curso y yo recuerdo que lo hacían especialmente bien. Coderch tenía con ellos una relación de confianza.
LÁMPARA DISA
En clase nos contó con bastante detalle el proceso de cómo encontró en un viaje a Nueva York la chapa de pino oregón que da esta luz rojiza. Y dijo la frase que creo que está recogida en la entrevista que le hizo Enric Soria: «cuando vimos la luz que emitía nos dimos cuenta de que era cálida como la luz de una chimenea, como la luz del fuego. Y entonces ahí detuve la búsqueda». Yo, por mi parte, llevado por mi interés por su obra y por sus objetos, seguí investigando con Christian Heintz y con la hermana de Coderch, Mercedes, y recopilé toda la información acerca de la lámpara (ver p. 136) y de su proceso en el libro, incluso la fase por la que pasaron en la que enceraban las lamas y las planchaban con una plancha de ropa porque tendían a ladearse. Esto me lo contó su hermana Mercedes, a quien él cedió los derechos de la lámpara.
Trabajó con varios tipos de madera: la primera versión producía una luz más ocre. Hay una fotografía en una revista francesa que capta muy bien esa primera versión. También descubrimos que la lámpara tuvo tres armazones interiores. Todo esto está explicado y documentado en el libro. Fue una lástima que no llegáramos a tiempo de salvar un modelo de estudio de la lámpara con las lamas de zinc, en que indagaba sobre cómo montarlas en los aros; Christian Heintz, el esposo de Rosa Llambí, nos dijo que tuvieron que desalojar un almacén y fue a parar a la basura. Eso sería hacia el 2002.
Un día Coderch nos contó, por ejemplo, que Picasso respondió a su envío con un dibujo de la lámpara realizado y firmado por él en el reverso de una postal, y le parecía extraordinario que hubiera viajado sin sobre desde la Costa Azul hasta su despacho y que nadie se la hubiera quedado. Más tarde, para hacer el libro, tuve ocasión de ver el anverso de la postal y result...

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