Periodismo, opinión pública y agenda ciudadana
eBook - ePub

Periodismo, opinión pública y agenda ciudadana

Ana María Miralles

Compartir libro
  1. 130 páginas
  2. Spanish
  3. ePUB (apto para móviles)
  4. Disponible en iOS y Android
eBook - ePub

Periodismo, opinión pública y agenda ciudadana

Ana María Miralles

Detalles del libro
Vista previa del libro
Índice
Citas

Información del libro

Este libro propone una reflexión crítica sobre conceptos que han sido centrales en la concepción liberal de la información, como la objetividad, el distanciamiento del periodista y la visión dicotómica que caracteriza al discurso periodístico. Esto lo hace en función de promover un periodismo que se conecte más directamente con el significado de la opinión pública, la emergencia de la ciudadanía y el debate de los puntos de vista de los ciudadanos, ya que la debilidad de la esfera pública está vinculada a la exclusión del ciudadano del común y sus propuestas a las visiones colectivas de las sociedades. En el libro se sustenta el modelo conceptual y comunicativo del reconocido proyecto Voces Ciudadanas de la Universidad Pontificia Bolivariana (Medellín, Colombia).

Preguntas frecuentes

¿Cómo cancelo mi suscripción?
Simplemente, dirígete a la sección ajustes de la cuenta y haz clic en «Cancelar suscripción». Así de sencillo. Después de cancelar tu suscripción, esta permanecerá activa el tiempo restante que hayas pagado. Obtén más información aquí.
¿Cómo descargo los libros?
Por el momento, todos nuestros libros ePub adaptables a dispositivos móviles se pueden descargar a través de la aplicación. La mayor parte de nuestros PDF también se puede descargar y ya estamos trabajando para que el resto también sea descargable. Obtén más información aquí.
¿En qué se diferencian los planes de precios?
Ambos planes te permiten acceder por completo a la biblioteca y a todas las funciones de Perlego. Las únicas diferencias son el precio y el período de suscripción: con el plan anual ahorrarás en torno a un 30 % en comparación con 12 meses de un plan mensual.
¿Qué es Perlego?
Somos un servicio de suscripción de libros de texto en línea que te permite acceder a toda una biblioteca en línea por menos de lo que cuesta un libro al mes. Con más de un millón de libros sobre más de 1000 categorías, ¡tenemos todo lo que necesitas! Obtén más información aquí.
¿Perlego ofrece la función de texto a voz?
Busca el símbolo de lectura en voz alta en tu próximo libro para ver si puedes escucharlo. La herramienta de lectura en voz alta lee el texto en voz alta por ti, resaltando el texto a medida que se lee. Puedes pausarla, acelerarla y ralentizarla. Obtén más información aquí.
¿Es Periodismo, opinión pública y agenda ciudadana un PDF/ePUB en línea?
Sí, puedes acceder a Periodismo, opinión pública y agenda ciudadana de Ana María Miralles en formato PDF o ePUB, así como a otros libros populares de Sprachen & Linguistik y Journalismus. Tenemos más de un millón de libros disponibles en nuestro catálogo para que explores.

Información

Año
2017
ISBN
9789587644463
Back Cover

Capítulo 1
10 problemas de la opinión pública

Según Giovanni Sartori (Sartori, 2007), hay tres problemas básicos de la información periodística: la insuficiencia cuantitativa3, la tendenciosidad y la pobreza cualitativa. El más grave de estos problemas es, a mi juicio, el de la pobreza cualitativa, y de él se desprenden los que he considerado diez factores que impiden la formación de una opinión democrática.

Las noticias y el poder

Las noticias sólo leen lo que hace el poder. La visibilización de lo que hace el poder ha sido una de las funciones más importantes del periodismo. La naturaleza de las noticias hace que se orienten hacia unos protagonistas que están en alguna posición de poder, y los ciudadanos por lo general juegan el papel de víctimas o de testigos de sucesos que ocupan la atención de los medios. En la noticia los ciudadanos rara vez salen como protagonistas y en su lugar se convierte al poder en espectáculo, en algo para ser observado como una realidad distante cuyas funciones competen a otros. Solamente los líderes de opinión tienen un espacio y desarrollan una relación simbiótica con los medios: suministran el material atractivo para el consumo de masas. Los personajes son presentados de una manera distante en un ámbito que afecta a todos los ciudadanos pero incluye a muy pocos.
Los movimientos de los personajes políticos son las ocasiones que sirven para marcar cuándo son oportunas las entradas y las salidas de las instituciones a las que representan, en la ceremonia ritual del quehacer político. Apariciones que, en cualquier caso, se repetirán al día siguiente, porque la reiteración equilibrada de triunfos y de fracasos es lo que hace posible el renacimiento ritual de Leviatán y la eficaz participación del Receptor en la celebración (Martín Serrano, 1993, p. 315).
De cierto modo, esto produce una de las perspectivas de la espiral del silencio (Neumann, 1995): hay una opinión predominante en virtud de los medios y de los periodistas que pretende estar representando todos los espectros de opinión cuando solamente representa una parte de ese conjunto diverso y contradictorio por naturaleza. Esto produce el efecto de consonancia irreal y una mayoría silenciada frente a una opinión predominante de carácter minoritario. La mayoría silenciosa existe debido a que se autocensuran las opiniones contrarias a la que se hace pública, por temor al aislamiento social. La relación entre periodismo y actualidad ha propiciado el desarrollo de diversas estrategias que visibilizan y silencian temas. Rescatar a la ciudadanía de la invisibilidad a la que ha sido sometida históricamente, en primer lugar, plantea el reto de no suplantarla a partir de figuras periodísticas o políticas. En segundo lugar, pasa por la derrota de los mitos que se han tejido alrededor de la idea del ciudadano. Un personaje del mundo privado, apático frente a los asuntos públicos, desinteresado, desinformado, destinado a que otros piensen por él, con la única excepción de la puerta que abre el sufragio universal, con las consideraciones que se pueden hacer sobre los niveles de conciencia del voto. O el ideal desde la óptica del ciudadano modelo de la modernidad, racional, bien informado, con un perfil altamente político en el sentido clásico. En esta bipolaridad se ha movido la angustia de ser ciudadano, duplicada porque la historia latinoamericana nos muestra no una nación creadora de Estado, es decir, que se haya dotado de sus instituciones, sino todo lo contrario, sin que además se hayan analizado las prácticas clientelistas y patrimonialistas que indudablemente forman parte de nuestra cultura política. Las posibilidades de una sociedad civil crítica y autónoma se han abierto apenas en la historia reciente. Desde la perspectiva del periodismo público se trabaja con el ciudadano tal como es, se le pregunta qué piensa en vez de tomarlo como víctima del poder o de las fuerzas de la naturaleza. La ciudadanización de la política de la que escribió y habló Lechner (1997) nos pone de presente que uno de los mayores retos de la cultura política es abrirse a otros sentidos de la ciudadanía, especialmente a las formas de hacer política.

El modelo bipolar

El sistema bipolar de la información ha hecho carrera, incluso como lema promocional de algunos medios, al suponer que las informaciones tienen solamente dos caras. Una versión y otra que la contradice. La buena información no es la que atiende a la complejidad, sino la que es simplificada solamente en dos versiones contradictorias. Al enfocar los blancos y los negros, en lugar de los matices de gris, se excluyen las posiciones intermedias que son las de la mayoría de los ciudadanos (Yankelovich, 1991). Después de muchos años de experiencia en el trabajo con sondeos de opinión, este investigador llegó a la conclusión de que las posiciones extremas –las dos caras de las noticias, el blanco y el negro– son las posiciones de los poderes y de los periodistas, mientras que las opiniones reales de la ciudadanía están en una zona mayoritariamente intermedia de matices de gris. Los modelos de confrontación bipolar son la base del concepto de objetividad en el periodismo, tema que discutiré un poco más adelante. No se trabaja con otros aspectos ni con otros actores. Incluso los debates de opinión se montan sobre este modelo: el que defiende una idea y el que la ataca. Ése es el papel reservado a los debates, especialmente en la televisión. La ley de los contrarios le pide al periodista que entreviste a la parte y a la contraparte, y entonces la objetividad resultaría –¡cosa extraña!– de la bipolaridad y no de la proximidad a la realidad con todos sus matices. Por estar en el juego de los extremos, la ciudadanía no encuentra sus propias interpretaciones reflejadas allí y tampoco se siente partícipe de esa especie de juego de tenis en que la bola pasa de un lado al otro del campo y los espectadores giran la cabeza permanentemente como único movimiento posible. Esto no contribuye a la formación de lo que Yankelovich (1991) ha llamado el “juicio público”, en el cual los testimonios y la descripción de los hechos ocupan solamente una parte, y las interpretaciones y argumentos ganan espacios. En la formación de ese juicio público tienen mayor peso los valores y la ética pública que la propia información, aunque se promueve el trabajo sobre argumentos con una buena base fáctica. El periodismo es una invitación a la complejización de los enfoques discursivos sobre la realidad.

La opinión pública como abstracción

Temor del periodismo a la materialización de la opinión pública. Los sondeos de la opinión apenas si alcanzan a construir una excepción en la problemática relación medios de comunicación-opinión pública. Cuando, en el siglo XVIII, la opinión pública no era independiente del periodismo ni de la política –aún no lo es, pero evidentemente hoy constituyen campos separados–, se construyó la idea sobre el supuesto de que ambos sectores las representaban. Sin embargo, desde que fueron hechos los primeros sondeos de opinión en la década de 1930, se comenzó a avizorar que la opinión pública algún día tomaría una forma autónoma. En principio, contratados por políticos y periodistas, el auge de los sondeos fue muy grande. Conocer las tendencias del electorado era y sigue siendo una de las primerísimas tareas de los sondeos: interesados por los resultados –como siguen siéndolo hoy en día– para poder moverse desde la esfera política y periodística en relación con el poder, más que realmente con la ciudadanía. Sin embargo, el tomar los sondeos como punto de llegada y no de partida para mejores análisis de lo que realmente piensa la ciudadanía, trabajar con preguntas cerradas de tal manera que se obtienen respuestas y no opiniones (Champagne, 1998), creer que en la suma de opiniones individuales hay una construcción colectiva, son los grandes reduccionismos que operan hoy en día en torno a la idea de opinión pública. Los sondeos son importantes para conocer las tendencias de opinión, pero no son equiparables a la opinión pública (Wolton, 2009b), lamentable confusión que le ha dado una legitimidad política desmedida a esta práctica, a favor de quienes la estimulan. No entender los resortes de la opinión pública, temerle a su materialización y hablar olímpicamente a nombre de ella es ya toda una tradición periodística que desde esta perspectiva ha sido prolongada por los sondeos4.
El problema es que tanto periodistas como políticos han sostenido que representan y hablan a nombre de la opinión pública, como una entidad abstracta que los dota de legitimidad para hablar realmente desde sus propias perspectivas. Para el periodismo resultó muy cómoda desde el principio esa postura, aún no abandonada, de sostener esa noción abstracta que les servía en sus discursos para enfrentarse o aplaudir al poder, sin molestarse realmente en establecer qué pensaba esa opinión pública. La representación de los intereses ciudadanos y la confrontación con el poder político como paradigmas del periodismo, hicieron de la opinión pública su caballito de batalla para un periodismo que ha intentado mantener sus relaciones históricas con el poder, al ponerla de escudo en sus críticas a esa instancia. La propia crisis de la representación política problematiza la cuestión cuando busca culpables de su propio debilitamiento, de su pérdida de conexión, en suma, de su pérdida de espacios y de legitimidad. El periodismo público establece mecanismos para dejar de suponer que sabe lo que la opinión pública piensa. Así, rompió con dos posturas clásicas: entender la opinión pública como una abstracción que se ha citado editorialmente para apoyar sus propios argumentos y el miedo frente a las manifestaciones concretas de la opinión pública. Ha ido un poco más allá internándose en la investigación sistemática y en la profundidad de las corrientes de opinión y haciendo de ellas su material central de trabajos.
Esa es la incomodidad que ha generado el periodismo público en el periodismo tradicional: el primero no supone lo que piensa la opinión pública, diseña mecanismos para establecerlo y trabajar con esas visiones. Mientras el periodismo tradicional siga trabajando con una idea de opinión pública que coincida siempre con sus propias visiones, como una entidad que no tiene materialización, es muy difícil hablar de una democracia basada en el gobierno de opinión que ha reivindicado Sartori (2007). Tampoco es suficiente con citar, por ejemplo, lo que dicen los ciudadanos en Twitter, sin que haya un verdadero análisis de sus preocupaciones. El reto del periodismo público es autonomizar la agenda ciudadana, y por eso se trata de un fenómeno cuyo eje son los temas y las prioridades de los ciudadanos, siendo ésa la verdadera función de la opinión pública: construir y visibilizar sus temas.

El predominio de las audiencias

No entender que el oficio consiste centralmente en formar públicos, es una de las principales críticas del periodismo público al tradicional. Abrir espacios para ciudadanos que en calidad de públicos asuman un más significativo perfil en el espacio público, es una de las propuestas centrales del periodismo público. Esto no excluye a otros sectores, como los expertos, los políticos profesionales y los funcionarios oficiales. Es evidente que ningún debate público se podría dar sin ellos. De lo que se trata es de poner el énfasis en la necesidad de que los ciudadanos sean vinculados a prácticas de deliberación, mediante las cuales puedan configurar posiciones que tengan visibilidad e impacto en la escena pública, en la medida en que, mediatizadas, entran a formar parte de la comunicación política (Ferry, 2009). La particularidad de los medios periodísticos es que sus públicos son abiertos y diversos por la amplia capacidad de convocatoria que tienen, especialmente los públicos aportados por la televisión e internet. La pregunta que está en el centro del debate es: ¿qué tal si consideramos que el asunto no es solamente la noticia sino la construcción del interés general, pero no al estilo totalitario que homogeniza a los medios y los lleva a comprometerse con una causa, sino recogiendo lo mejor de la tradición liberal revisada, es decir, reconociendo el pluralismo y los disensos, y aprovechando la deliberación para la construcción de lo público en público? El planteamiento gira en torno a la idea de pensar si la misión del periodismo es la construcción de la opinión pública, más allá de la información al hacer que el informador se pregunte: ¿el trabajo de los medios y periodistas es solamente transmitir información? ¿De qué modo la actividad periodística está ligada a la formación de públicos, no entendidos como audiencias de los medios de comunicación sino como públicos en el sentido político del término, como sujetos privados que se reúnen a conversar sobre lo público (Habermas, 1993), o que están distantes y expuestos a los mismos mensajes y se vinculan por lo tanto a una esfera pública común?
Quien asiste al espectáculo es considerado un espectador. Fue hacia la segunda parte del siglo XVIII cuando se empezó a hacer la distinción entre espectador pasivo y espectador activo, el segundo ya francamente descrito por el pensamiento moderno como público: “Cuando es pensada como parte actora y no como actuada, la opinión convertida en pública pierde su carácter general, excluyendo de hecho a las multitudes que no tienen competencia para dictar las sentencias que proclama” (Chartier, 1995, p. 47). La distinción entre masa, multitud y público en opinión pública es una de las claves en la comprensión del paso de los espectadores pasivos a los espectadores activos. Richard Sennett (2011) describe la evolución histórica del espectador y del actor. En el caso del espectador, encuentra que la gente que iba a las obras de teatro interactuaba con los actores, bien fuera mediante frases o abucheos y aplausos en medio del desarrollo de las obras. Incluso el público podía solicitar repetición de algún fragmento, especialmente música, las veces que quisiera. Lo que me interesa destacar es el poder de la interacción para marcar la diferencia entre el público activo y pasivo.
La conversación es una clave para comprender la diferencia entre lo activo y lo pasivo: La prensa no ejerce una influencia directa y autoritaria, anima más bien el programa de las conversaciones: ‘Basta con una pluma para poner en movimiento un millón de lenguas’, dice Tarde. Sin lugar a dudas, este autor es partidario de la idea de un público activo: es su inventor; es más, sostiene que la democracia participativa se define por esta característica (Katz, 1997, p. 19).
Ese público activo de Tarde está integrado en una comunidad de interpretación, es decir, lo que hace de un grupo humano un público activo tiene que ver, no solamente con estar expuestos a los mismos temas de conversación, sino que justamente al discutirlos se convierten en grupos que comparten sentidos. A finales del siglo XIX y pese a las tendencias masificadoras provenientes de la industrialización y de la expansión de la prensa popular, Tarde (citado por Katz, 1997) insistió en un modelo en el que medios, conversación, opinión y acción se suceden linealmente. Sin embargo, las características de lo referido con la palabra público cambiaron. Históricamente, dejó de ser activo en el momento de la exhibición de la obra. Poco a poco se fueron oscureciendo las salas de teatro y se exigió el silencio por parte de los recién convertidos en espectadores. Sennett (2011) descubre que desde mediados del siglo XIX el rol del público es ver y no responder. Con el café, tan destacado como lugar de conversación en donde la causa revolucionaria en Francia se fraguó, pasó lo mismo, al igual que con la efervescencia de los salones literarios o las casas de té. “Cuando el café se transformaba en un lugar de conversación entre trabajadores, amenazaba el orden social; cuando el café se vol...

Índice