Los (per)seguidores idólatras y el dios fugitivo
Cuando en 1990 la policía peruana allanó la casa donde estaba la Dirección de Apoyo Organizativo de Sendero Luminoso, encontró unos videos donde estaban registrados ciertos momentos culminantes de la clausura del tercer pleno del primer congreso del movimiento, realizado en 1989. Poco tiempo después, la inteligencia policial, en base al material incautado, armó y difundió una versión donde se mostraba una reunión festiva de gente casi ebria en un ambiente, si no de lujo, por lo menos muy confortable. Una situación que contrastaba con las penurias de las bases del movimiento. Esta versión fue conocida como el «Baile de Zorba el griego», pues en la edición hecha por la policía se enfatizaba el interés por mostrar a los dirigentes senderistas danzando la célebre música de Mikis Theodorakis. Así, la intención era desprestigiar a la cúpula de Sendero Luminoso para desmoralizar a sus seguidores.
Pero, a veinte años de la incautación de los videos, en el año 2010, alguien, presumiblemente un ex policía, colgó en You Tube una versión mucho más larga y compleja de la anteriormente conocida. Es muy probable que allí esté toda la grabación incautada por la policía. Está colgada en tres segmentos que en total duran veinte minutos y dieciocho segundos. Es decir, más del doble de la versión de nueve minutos que difundió la policía. Este video es un documento fundamental para la historia del Perú contemporáneo.
Se trata de un registro audiovisual no muy planificado de una situación que tampoco está muy definida o regimentada. No se trata entonces de un relato convencional, de una representación frente a la cámara. Me parece útil comparar ese video con los que se producen a propósito de algunas ceremonias familiares. Mucha gente, bajo la expectativa de atesorar un recuerdo «imperecedero», contrata a una empresa de videos para que grabe bautizos o matrimonios. Y el jefe de la empresa suele convertirse entonces en el director de escena. El rito del matrimonio es ya, de por sí, un espectáculo. Pero la presencia de una cámara intrusa, y hasta autoritaria, refuerza esta situación, de manera que los novios se transforman en actores de un relato —supuestamente— feliz. En este contexto, lo que dice Guy Debord, acerca del secuestro de la experiencia por el espectáculo, tiene mucho sentido. Debord escribe: «Todo lo que una vez fue vivido directamente se ha convertido en una mera representación» (Debord, 2000). Digamos que en estos casos el componente ritual de la interacción social se «refuerza», pues sus protagonistas están muy conscientes de ser grabados y esa conciencia significa que tienen que actuar «mejor» para complacer a un público que son ellos mismos, y sus familiares, en un supuesto futuro; un público que cuando vea el video tendrá que recordar y sonreír, diciendo «la verdad es que sí, el matrimonio fue muy bonito». Los novios ilusionan ese futuro al momento de ser grabados. De repente ese momento nunca llega. Es posible que a la gente no le guste ver esos videos, pues le recuerda la imposición de la cámara y la reducción de su espontaneidad, el haber sido víctimas de ese reforzamiento del Gran Otro, de la normatividad social, que la cámara simboliza. Esta situación podría contrastarse con otra: el registro audiovisual que es producido por las cámaras de seguridad en los lugares públicos. Nadie, salvo los ladrones, está pendiente de ese registro. Entonces la presencia de las cámaras no altera ni convierte en espectáculo la vida social.
El video que analizamos se puede ubicar, en esta gama de posibilidades, en un punto más cercano al hipotético matrimonio. Pero tampoco está tan lejos del caso de las cámaras de seguridad, pues la situación registrada no se configura enteramente como un rito a ser relatado. Entonces no hay una ceremonia preestablecida, tampoco un plan de grabación. Pero, de otro lado, no es que todo sea tan espontáneo. Está presente la necesidad existencial de un rito, de una actuación colectiva que represente alguna clase de ceremonia, la cual vendría a «solemnizar» el momento trascendente que se vive: nada menos que el cierre del primer congreso del partido. Entonces hay el intento de ritualizar la interacción. Producir una ceremonia y registrarla ordenadamente. Pero ese intento no funciona del todo, pues no hay una ritualidad preestablecida y tampoco la voluntad de lograrla. En concreto, hay una pugna entre Guzmán y sus (per)seguidores. En el video se ve que muchas veces los seguidores no saben cómo comportarse frente a los desplantes de su líder. Y, como consecuencia, la cámara no define una concentración. Entonces, todo ocurre de una manera bastante desconcertada. El conflicto entre Guzmán y sus (per)seguidores termina siendo el drama del video. Por lo menos del primer segmento, sobre el que concentraremos nuestra atención. Lo que vemos allí son (per)seguidores que acosan a un líder que quiere fugarse.
Esta situación, una ritualidad que ...