Parte II
Camino de jerusalén. Muerte del cristo (8, 27−15, 47)
1. Anuncios de muerte. Camino de la Iglesia (8, 27-10, 52)
2. Jerusalén, ciudad del Mesías (11, 1-13, 37)
3. Muerte solidaria. El Mesías crucificado (14, 1-15, 47)
1. Anuncios de muerte. Camino de la Iglesia (8, 27–10, 52)
Las secciones anteriores habían comenzado en línea vocacional, con una llamada (1, 16-20), una elección (3, 13-19) y una misión (6, 6b-13), que Jesús ofrece a sus discípulos. También esta primera sección de la segunda parte, dedicada a la muerte del Cristo empieza con una llamada vocacional. Pedro declara el mesianismo de Jesús, a quien llama el Cristo. Jesús lo reinterpreta en clave de entrega de la vida y Pedro le recrimina, pidiendo que abandone esa visión. Pues bien, Jesús le responde reiterando su postura y abriendo para sus seguidores un camino de discipulado más profundo: «Si alguien quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame...» (8, 34).
Jesús había escogido a los Doce para que estuviesen con él y para así enviarlos a predicar en su nombre (cf. 3, 15). Ahora tiene que aplicar y aplica lo allí dicho a la nueva situación: si él es Mesías por la entrega de la vida, también sus discípulos tendrán que acompañarle en ese gesto y camino de entrega. Se inicia así esta sección que llamamos del camino, porque en ella viene a presentarse la vida de Jesús y de sus seguidores, de una forma paradigmática, como existencia itinerante.
Frente a las leyes de un tipo de judaísmo, que quiere fortalecer el ámbito de seguridad ya existente para el pueblo, Marcos presenta el mesianismo de Jesús como proceso de realización que supera las leyes anteriores y que se expresa en la misma vida de Jesús. No estamos ya hechos, nos hacemos; no tenemos fijada la existencia, la vamos fijando nosotros, en actitud de escucha a la palabra de Dios y de fidelidad arriesgada (de entrega de la vida), siguiendo el ejemplo de Jesús, que es el primero de aquellos que han hecho el camino mesiánico. Entre el mar de Galilea, que era espacio de anuncio y preparación del Reino, y la ciudad «sagrada» de Jerusalén (sede del juicio y de la tumba vacía) se extiende el camino del descubrimiento mesiánico y de la entrega por el Reino.
En ese camino (hodos) pregunta Jesús por su identidad a los que han empezado a seguirle. Responde Pedro, en clave israelita, diciendo que es el Cristo o Mesías de su pueblo. Le contesta Jesús mostrando su más honda verdad de Hijo de Hombre que padece y muere en manos de los otros (8, 27-35). Sobre ese contraste de posturas, en esa visión de Hijo de Hombre que se entrega, viene dado el tema central y el argumento concreto de todo lo que sigue en Marcos. En ese camino (9, 33) disputan los discípulos, queriendo saber quién es más grande y tiene más autoridad en el proyecto mesiánico del Cristo. Por el camino (10, 17) viene un hombre rico y busca a Jesús, pero no quiere al fin comprometerse por él, pues es preciso dejar todo para así seguirle en su proyecto de entrega por el Reino. En ese mismo camino (10, 32) ratifica Jesús el anuncio de su muerte y pascua, que no entienden ni siquiera sus más íntimos, es decir, los zebedeos (cf. 10, 35-45). Culmina esta sección, en forma semejante a la anterior, con el milagro de un ciego que, estando precisamente al borde del camino (10, 46), pide a Jesús ojos para verle, y al saberse curado deja todo y le sigue (10, 52; cf. 8, 22-26).
De esa forma ha entrelazado Marcos su argumento. Lo que era anuncio de Reino (como voz que puede quedar fuera de uno mismo independiente de la propia vida) se vuelve ahora camino personal, es decir, compromiso de entrega mesiánica. Según eso, el mismo despliegue del Cristo viene a quedar determinado por la reacción de los de fuera (escribas, fariseos, Herodes), tal como hemos ido señalando en todo lo anterior. No ha empezado Jesús escogiendo ese tipo de vida: le viene dado, no sólo por la voluntad de Dios, sino también por la manera que los hombres tienen de acogerle o rechazarle, como muestra con toda claridad la palabra dei, es preciso, de 8, 31, donde empieza a desplegarse el argumento de la entrega-camino para el Reino.
En este camino de Cristo, querido por Dios y, al mismo tiempo, determinado por la respuesta de los hombres, viene a desvelarse por un lado la tarea propia de Jesús y por el otro se explicita la respuesta de sus seguidores o discípulos. Hasta ahora, ellos han sido en el fondo espectadores: han ido viendo, han recibido dignidad como familia de Jesús (3, 30-35), han escuchado su enseñanza más profunda (4, 10-12), han iniciado una misión de plenitud israelita (6, 6b-13; 3, 13-19), han ensayado un ministerio muy gratificante al servir en la tarea de los panes que son signo del Reino (6, 41; 8, 6) y han sentido, en fin, el riesgo del mensaje de Jesús y su presencia pacificadora sobre el mar de Galilea, que parece lugar donde se cruzan todos los pueblos de la tierra (cf. 4, 35-41; 6, 45-52).
Eso significa que ya saben-tienen mucho, pero sólo ahora reciben su misión concreta de expresar su fe en Cristo y de seguirle, en gesto desprendido de entrega de la vida. Esta nueva y más profunda enseñanza, dirigida en primer lugar a sus discípulos, pero abierta, al mismo tiempo, a todos los que quieran escucharle (cf. 8, 34-38), constituye el centro y tema de esta sección del camino. El esquema literario es relativamente claro, pues repite por tres veces un mismo proceso narrativo y vuelve cada vez al mismo argumento, como para señalar de esa manera que ha sido completado, expuesto hasta el final, de tal modo que pueda comprenderse desde ahora su importancia. Estos son sus rasgos, los elementos básicos de eso que podemos llamar la conversión del mesianismo:
(a) Tres referencias geográficas (8, 27; 9, 30 y 10, 32). Cada una de las escenas de este camino de entrega se encuentra precedida por una indicación geográfica, en clave de viaje, desde Cesarea de Filipo, por Galilea, a Jerusalén.
(b) Tres predicciones de la pasión y muerte (8, 31; 9, 31 y 10, 33-34). Por tres veces anuncia y precisa Jesús el sentido de su muerte, como para asegurar de esa manera aquello que debe suceder, como para confirmar lo que parece imposible: que el Mesías de Dios debe fracasar, para cumplir de esa manera, a través del fracaso, la voluntad de Dios.
(c) Tres incomprensiones de sus discípulos (8, 32; 9, 32-34 y 10, 35-41). Jesús les ha expuesto su camino, pero ellos, una y otra vez, no le comprenden y buscan sus propios caminos mesiánicos, empezando por Pedro, siguiendo por todos, y culminando por los zebedeos, mostrando así que ellos no quieren aceptar el camino de Jesús.
(d) Profundización de Jesús (8, 34‒9, 1; 9, 35-37 y 10, 42-45). Jesús insiste por tres veces en lo mismo, en su gesto de entrega, y lo amplía a sus discípulos, fundando así un camino de seguimiento que podemos definir como Iglesia.
Ésta es la secuencia, repetida de manera programada. Ella emplea los esquemas normales de revelación que suelen ya encontrarse en el Antiguo Testamento: a la palabra de Dios (situada en un tiempo-lugar determinado) sigue el rechazo de los hombres, que no la entienden o no quieren aceptarla; sobre ese rechazo se inscribe la enseñanza superior del Cristo, que rompe los moldes antiguos de mesianismo triunfal, ofreciendo a todos su verdad de Hijo de Hombre. De esta forma, el camino de Cristo viene a presentarse como principio eclesial, lugar de surgimiento de una nueva comunidad que debe mirarse, en clave de contraste, en el ejemplo negativo de los antiguos discípulos de Jesús, para responder bien allí donde ellos no supieron hacerlo. Pero tomemos ya de forma seguida las tres predicciones y organicemos desde ellas nuestro texto:
• Seguimiento y transfiguración (8...