Para no hacerte el cuento largo
Miroslava Cruz-Aldrete
Admiro a las personas que pueden narrar historias de cualquier tema. Cualquier situación, por sencilla que sea al momento de contarla, la vuelven extraordinaria. Incluso llegas a sentirte parte de la historia que te relatan, como si fueras un espectador del suceso. Los gestos, movimientos, el cambio en el tono de la voz, o los silencios que intercalan al ir relatando el acontecimiento hacen que todo en su conjunto te mantenga atento a la próxima frase. A veces, no quisieras que terminaran de contarte los pormenores de la historia, y otras tantas no puedes esperar por saber el final del relato. Aunque, también puede ocurrir que te dejen en suspenso, ya sea porque ellos mismos desconocen el final, o porque se ha acabado el tiempo para continuar conversando. Al menos, queda la ilusión del próximo encuentro en el cual conoceremos el final de su historia, y lo que es mejor, seguramente comenzarán una nueva.
Si nos detenemos un poco a pensar sobre este gusto por las narraciones, nos daríamos cuenta de que su encanto inicia en nuestra niñez. Por lo que a mí respecta, esta sensación me recuerda a la misma que sentía cuando de niña me contaban cuentos no sólo para dormir, sino también para enseñarme algo, e incluso para asustarme, cómo olvidar al temible Coco.
Disfrutaba tanto las narraciones de los cuentos clásicos, o cuentos de la región o del pueblo de dónde nacieron mis bisabuelos, también me gustaban las leyendas mexicanas, pero, sobre todo, me encantaba conocer las andanzas de algún miembro de la familia. De abuelos revolucionarios (que nunca faltan); de alguna tatarabuela de larga cabellera que cuando se bañaba tenían que ayudarle a lavarle el cabello uno por uno; de tíos que por mal portados casi se los llevaba la bruja. O aquella historia en la que mi padre, siendo niño, tuvo un encuentro con la Llorona.
Tampoco podían faltar las historias de tesoros enterrados en la casa de algún pariente lejano o de un vecino conocido, quienes, según cuentan, tuvieron que esconder su riqueza para que no cayera en manos algún malandrín. Nunca entendí porque a nadie se le había ocurrido ir por ese fantástico tesoro. Y mucho menos comprendí por qué jamás pude convencer a mi familia de ir a aquellos lugares y comenzar a investigar para saber por dónde podríamos excavar. Pero, ese es otro cuento.
Sin duda, en todos los lugares, y en todas las familias hay alguien que tiene historias que contar, eso es parte del encanto de vivir en comunidad. Al contar historias se tejen lazos entre los miembros de una familia, se comparte una cultura, una tradición. Nos enriquecemos como seres humanos en muchos sentidos, no sólo por las enseñanzas o valores que pueden transmitirnos estos relatos, sino además por el aspecto lúdico que encierran, jugamos con las palabras y dejamos volar nuestra imaginación.
Ahora bien, el contar un cuento, no se cierra a un espacio familiar, en la escuela también se cuentan cuentos, y cada vez hay más espacios en los cuales puedes ver y escuchar a un cuenta cuentos. No obstante, narrar historias requiere de varias habilidades y elementos, no basta con compartir la misma lengua materna de tu auditorio, o tener una adecuada competencia lingüística. Se necesita gozar la historia y transmitir ese gusto a quien la escucha y a quien la ve.
Quisiera recalcar la palabra “ver” en otro sentido. Si bien, las lenguas orales tienen un canal auditivo y se requiere del aparato fonador para su producción, las lenguas de señas utilizan las manos, el cuerpo, los gestos, el espacio señante para transmititir el mensaje, el cual además se recibe por medio de un canal visual. Por tanto, los niños sordos disfrutan al ver contar un cuento. No deberíamos privar a nuestros alumnos sordos usuarios de una lengua de señas, en este caso particular, de la Lengua de Señas Mexicana (LSM), pues contrario a lo que algunas personas piensan, también se puede contar cuentos en esta lengua.
Hoy sabemos que las lenguas pueden ser orales y de señas. Ambas son lenguas naturales y se transmiten de generación en generación. Por tanto, no es de extrañar que en todas las culturas y en todas las comunidades, sean oyentes o sordas, los adultos cuenten cuentos a los niños.
Así, en las comunidades sordas podemos observar como los sordos señantes (usuarios de una lengua de señas) narran historias propias de la comunidad, de las escuelas de sordos, de personajes sordos, o de personas sordas que han destacado dentro y fuera de la comunidad silente —mexicana o de alguna parte del mundo— en distintos ámbitos, por ejemplo, en la pintura, en el teatro, o en el deporte. Y por supuesto, también narran cuentos que forman parte de un legado que compartimos como miembros de una misma sociedad, tal es el caso del cuento de la Caperucita Roja, o que hacen referencia a tradiciones mexicanas como es el Día de Muertos.
Me considero una amante de los cuentos. Por un lado, los valoro como objeto, aprecio los diferentes formatos en que se editan, las ilustraciones, los colores, las texturas, los diversos tamaños en que podemos encontrarlos. Aunado a la diversidad de los temas que abordan, desde cuestiones muy concretas hasta nociones con un alto grado de abstracción, incluyendo temas como el significado de la muerte, la enfermedad, la hambruna, la discriminación. Y por el otro, tengo una gran admiración por quienes saben contar cuentos.
Soy de la idea de que más vale un cuento bien leído que un cuento mal contado. Por tanto, la intención de este trabajo es proponer la forma de contar un cuento, pensando en particular en niños pequeños, que están adquiriendo la lengua materna, ya sea el español o la Lengua de Señas Mexicana.
La intención de este capítulo es recuperar el espacio escolar como un escenario vital para ejercer esta actividad. Por supuesto, no dudo que haya docentes que dediquen algún momento del día o de la semana para leer o narrar cuentos, conscientes de que no sólo es labor de los padres o de los abuelos el contar historias, sino que es tarea de todo adulto dejar que los niños sueñen, y los cuentos son una gran oportunidad para que todos lo hagamos.
En este documento, ofrezco diversas estrategias para contar una historia, con el deseo de que a aquellos que tengan menos experiencia en la narración, pueda servirles de punto de partida y les sea cada vez más fácil contar un cuento a un público dispuesto a disfrutar de su relato.
Aunado a lo anterior, considero pertinente presentar información teórica en que sirva de base para explicar, retroalimentar y entender el sentido de lo que en las aulas ya hacen los docentes cuenta cuentos, por lo que desarrollo de manera breve un apartado sobre la importancia de contar cuentos.
Pues bien, sólo resta decir que este capítulo consta de dos apartados, el primero trata la importancia de la lectura de cuentos para el desarrollo de los niños; el segundo aborda las condiciones para contar cuentos considerando el tipo de cuento, el espacio, y los participantes (narrador y el auditorio).
Así, que para no hacer el cuento más largo, comencemos.
1. La importancia de contar cuentos
Se ha discutido la importancia de contar cuentos en varios sentidos, por un lado, se hace referencia a la relación afectiva que se establece entre quien cuenta un cuento y su destinatario; y por el otro lado, por su relevancia en la adquisición de lenguaje y en el desarrollo cognitivo del niño (v. Jerome Bruner, 1986, Miquel Serra et al. 2000). Sin restar su importancia en cuanto al hecho de que son los cuentos los que nos acercan a la cultura escrita.
Al respecto de este último punto encontramos numerosas investigaciones que abordan esta relación, por un lado, sobre el papel del cuento en el aprendizaje de la lengua escrita tenemos el excelente trabajo desarrollado por Emilia Ferreiro y colaboradoras en la obra Caperucita Roja aprende a escribir (1996) un estudio translingüístico de ...