Biografía
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Biografía

Métodos, metodologías y enfoques

  1. 324 páginas
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Biografía

Métodos, metodologías y enfoques

Descripción del libro

Este libro comienza con la intervención de Enrique Krauze quien propone, para el trabajo del biógrafo disminuir el peso de la teoría sin desecharla. Señala también que la mejor manera de escribir biografía es lanzarse a nadar libre y azarosamente en el flujo de los recuerdos y documentos para escuchar atenta y apaciblemente lo que allí se dice. Enfatiza que cientos de personajes mexicanos esperan pacientemente a que cientos de jóvenes mexicanos los rescaten del olvido. Krauze señala que estos personajes, vivieron por algo, para algo, hacia algo, de modo que recrear sus vidas es darles vida y darnos vida. Porque eso es, a fin de cuentas, la biografía: un canto en prosa a la vida. Los autores del libro aseguran que como todas las escrituras históricas, la biografía es árdua, a ratos tediosa, a ratos estéril, pero que siempre está latente el sentir apasionado que significa la reconstrucción de los trozos de vida de aquel ser humano común y corriente o del ilustre del pasado del cual nos enamoramos. Esta serie de ensayos contenidos en el libro tienen la ventaja del aliciente de la experiencia histórica que alcanza lo sublime, "lo verdadero, lo verosímil y lo ficticio" que le da a la historia un matiz especial cuando se echa mano de la biografía histórica para revivir a los personajes ante la aparente o real ausencia de documentos.

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Información

Año
2021
ISBN del libro electrónico
9786077761839
Edición
1
Categoría
Historia

1

Buscando los goznes











Buscando los goznes en la biografía de Hidalgo

Carlos Herrejón Peredo

El Colegio de Michoacán





LA INVITACIÓN A PARTICIPAR en este libro colectivo me ha obligado a repensar cómo hice la biografía de Hidalgo, publicada en 2011 (Herrejón, 2011a), y a emprender una reflexión que no me había hecho entonces.
En primer lugar, aproveché una recopilación documental que había pergeñado por 1985 y unos cinco asedios a puntos muy precisos del personaje (Herrejón 1987, 1990, 1992, 2004, 2005, 2009a); al mismo tiempo, me propuse ignorar todas las biografías repetitivas, en su mayor parte comerciales o patrioteras; las biografías malas, pero que ofrecían alguna novedad, las dejé en reserva para luego verificar; las biografías originales y buenas, como la monumental de Castillo Ledón y la concisa de Hamill (Castillo, 1972; Hamill, 1996), así como artículos o capítulos especializados, los tomé en cuenta, pero cuidando que no fueran mi guía por encima de los documentos ni enfrascándome en discusión con ellos; tampoco me entretuve considerando modelos ni marcos teóricos explícitos, por lo demás muy respetables.
Lo que hice fue inventariar, transcribir, leer y releer toda la documentación del tiempo vinculada a mi personaje, esto es, desde que sus padres se conocieron hasta que los postreros testigos de su vida dejaron su testimonio; mucha de esa documentación ya estaba publicada, pero poco aprovechada, a veces mal transcrita o mal interpretada;7 al mismo tiempo, me daba a la tarea de husmear hasta el último papel de archivos, preguntar sobre pistas documentales a colegas vivos y difuntos, contratar sabuesos que completaran mis zambullidas en los repositorios; en fin, darle seguimiento día por día.
Fruto primerizo de las nuevas búsquedas fue un libro sobre el testimonio de tres dolorenses acerca de los inicios de la insurgencia (Herrejón, 2009b). Obviamente, rebasaba el tema biográfico elegido, pero me permitió desmontar los equívocos y errores de la memoria atribuida a Pedro García, que afecta en mucho la figura de Hidalgo. Sin desbrozar ese camino, Hidalgo insurgente queda sumido en la niebla de un enredado panegírico plagado de errores. Mediante análisis de crítica textual hube de descartar discursos, diálogos y escritos que el autor de esa memoria endilga al prócer.
A lo largo del trabajo recordé que Hidalgo gustaba repetir que la historia tiene dos ojos: la cronología y la geografía (Méndez, 1953: 185); traté entonces de tener mucho cuidado del calendario y los lugares del biografiado. El tiempo y el espacio no son meras coordenadas para situar al personaje. El tiempo es la oportunidad en la vida y abre la posibilidad de cambios para otorgarle a la biografía un sentido dramático. El espacio no es sólo escenario, sino otro actor de la historia con quien el personaje interactúa (Herrejón, 2009c).
Con ese criterio, paralelamente a los últimos retoques de la biografía, me di a la tarea de puntualizar de manera más expresa, lugares y fechas de la ruta del Hidalgo insurgente cuyo resultado fue otra publicación (Herrejón, 2011b). Es sólo una invitación para profundizar en la vinculación de una biografía con su medio ambiente. Un ejemplo podrá ser la repercusión que sin duda tuvieron en el ánimo de Hidalgo los paisajes del norte, cuando caminaba despojado del mando o cargado de cadenas: montañas áridas, desiertos interminables, pequeños oasis; luego, los meses en el estrecho calabozo. Todo ello le dio otra perspectiva del movimiento, y propició una reflexión donde evaluaba logros y fracasos, aportaciones positivas, excesos y faltas, no sólo del movimiento, que para él había sido de poco más de seis meses, sino también de los cincuenta y ocho años de su existencia.
Por otra parte, la conjunción de tiempo y espacio, aun como mera posibi- lidad de acción, me sirvió para descartar de la vida de Hidalgo todo un tramo de su ruta que fue inventado falsamente sobre la base de una carta de él mismo fechada en Celaya el 13 de noviembre, cuando se hallaba con toda certeza en Valladolid. La incompatibilidad se resuelve al advertir que se trata de un ardid del caudillo.
Simultáneamente a la reconstrucción espacio-temporal del personaje, de principio a fin de la biografía no dejé de acosarlo con preguntas. Entiendo, pues, la biografía a partir de un diálogo entre el historiador y el biografiado. Por supuesto que los muertos hablan, a condición de que sepamos preguntarles. Una de la serie de preguntas más constantes fue en torno a las personas más cercanas en su vida: familia, amigos, enemigos, compañeros, maestros, discípulos, colaboradores, feligreses, seguidores, jueces y verdugos. Éste es el otro conjunto de condiciones objetivas en la construcción de la vida, con la diferencia de que también se trata de sujetos personales y de que si el tiempo y el espacio son condicionantes imprescindibles, la relación con los otros constituye el núcleo de la realización personal. Consiguientemente, merecen la mirada privilegiada del biógrafo. Finalmente, entra la sociedad en que toca vivir, con todos esos prójimos no tan próximos, pero en su conjunto con un peso enorme, donde el tiempo se convierte en la historia y el espacio en región, territorio y paisaje cultural.
El resultado de todas estas búsquedas se ordenó prevalentemente por tiempo y secundariamente por temas. Así fue emergiendo un perfil de Hidalgo; cuando lo contrasté con los clásicos Carlos María de Bustamante y Lucas Alamán, con la monumental biografía de Castillo Ledón, y con otras obras, mi resultado sólo correspondía en parte y no eran pocas las diferencias y las novedades; pero tomé en cuenta, de todos ellos, aspectos que yo no había considerado, preguntas que no había formulado a mis fuentes, y desde luego puse atención a las contradicciones, para corregirme o para refutar.
El proceso de revisión repitió el ciclo varias veces. Es obvio que varias afirmaciones que hago en la biografía no se hallan expresamente en los documentos, pero se infieren de ellos, con necesidad o probabilidad lógica. Sin embargo, traté de evitar los desarrollos meramente verosímiles o de escasa probabilidad. No se me da la novela histórica.
Uno de los retos principales en el abordaje de esta figura nacional consiste precisamente en rescatarla de esa historia nacional, que oscurece el drama de la persona. Es un contexto aplastante. Finalmente, debo confesar que en los diálogos con el cura Hidalgo y sus contemporáneos no poco me ayudó mi vivencia de seminarista y ministerio. Hay tiempos largos en ciertas estructuras.
Por supuesto que al día siguiente de haber entregado el texto para impre- sión ya tenía otros datos nuevos que incluir y algunos que precisar. Es verdad de Perogrullo que las investigaciones en general nunca están perfectamente acabadas. En el caso de las biografías, el problema es mayor porque toda persona, objeto de búsqueda, es singularmente inagotable e inasible. De tal suerte, el trabajo que hice a pesar del intento de comprender al personaje, se queda en aproximación, y ésta, con los errores que se le vayan encontrando.
Ahora me hago una reflexión que entonces no formulé ni apliqué explícitamente, y que pudiera ser elemento de un marco teórico para biografías. Tengo para mí que la clave para entender y organizar una biografía es buscar las decisiones más trascendentes, las que orientan los principales periodos de la vida, las que redefinen las relaciones familiares, amorosas, laborales, profesionales, morales, religiosas, etcétera, de tal manera que las acciones posteriores de la persona generalmente son consecuencia de la resolución primordial. Funcionan como goznes que van armando la estructura biográfica a través del tiempo. Desde el punto de vista ético, algunos han desarrollado una teoría de la opción fundamental, en la que finalmente parece diluirse la moralidad de actos particulares. No es éste el sentido que doy a las decisiones trascendentes. Ni era el sentido que les daba Hidalgo, profesor de teología dogmática y teología moral. Es significativo que nuestro personaje, que en materia religiosa siempre declaraba su opción por la fe cristiana católica, al mismo tiempo confesaba que cuando se sentía en pecado grave dejaba de celebrar misa.
Con esa salvedad, conviene resaltar los goznes, las inflexiones trascendentes en una biografía, sobre todo cuando se trata de asumir actitudes y caminos de vida moral contrarios a los antes transitados. Entonces nos hallamos ante un cambio de decisión trascendente, ante una conversión. Estos principios ele- mentales de ética los conocía bien Hidalgo, así fuera en otros términos.
Nuestro personaje también sabía que esos cambios y esas elecciones están radicados en el interior de la persona, por encima de las mudanzas de lugar y de otras circunstancias. Las condiciones objetivas inclinan o constriñen al personaje en ciertas direcciones, pero generalmente hay un margen para la construcción de la propia vida. Si la historia en general es un proceso temporal, la vida de una persona lo es de manera especial. Y a pesar de los hados, el hombre tiene parte y responsabilidad en la conducción de ese proceso. Las decisiones trascendentes son, pues, los goznes de ese proceso. En este sentido, prefiero apreciar la biografía más como un drama, que no tragedia ni comedia, aun cuando a veces ofrezca ribetes de estos géneros.
La huella documental que deja la vida de una persona a menudo no revela directa y expresamente esas decisiones. Los diarios de auto confidencias son excepcionales. Las cartas personales son oro para el biógrafo, pero no abundan en muchos personajes. Hay preciosos testimonios de quienes convivieron con la persona, pero tampoco se recogen a pala. A veces, como en el caso de Hidalgo, aparecen en procesos judiciales, género que requiere especial precaución hermenéutica. Tal vez la fuente documental más rica para la biografía de Hidalgo es el conjunto de procesos que se le siguieron (Pompa, 1960; Hernández, 1877). Pero hay que leerlos completos, pues frecuentemente se asume como hecho comprobado lo que sólo es denuncia, testimonio o acusación del fiscal, sin tomar en cuenta ni la resolución de los jueces ni las contestaciones del acusado, amén de la confrontación con otras fuentes.
Por lo demás, la mayor parte de la información sobre una persona suele ser de tipo institucional y administrativo. El desafío para el historiador consiste en descubrir, a través de cualquier información, razones y consecuencias, metas y condicionamientos de las decisiones y las actitudes personales.
Muestro ahora un panorama sintético de mi biografía de Hidalgo, enmarcado por sus decisiones trascendentes. Desde luego se advierte un largo desarrollo de su primera decisión trascendente, desde que tenía doce años de vida hasta los cuarenta, cuando los alegres días en la villa de San Felipe; de ahí hasta 1801, año de conversión; luego hasta 1808, en que se va gestando un profundo cambio que culmina con la opción por la violencia en 1810; de ahí, a los largos meses de prisionero, en que ocurre postrera conversión definitiva.
Al cumplir los doce de vida, Miguel Hidalgo ya era huérfano de madre desde los nueve. Su padre, Cristóbal, que había vuelto a casar, y unos tíos clérigos, plantearon la posibilidad de que tanto él como su hermano mayor, Joaquín, dejaran la hacienda de Corralejo y fueran a estudiar a Valladolid. Todo indica que Miguel asumió la decisión plenamente; sin embargo, nunca renegaría de sus orígenes campiranos y volvería a ellos con frecuencia. De tal modo, la primera opción fundamental de Hidalgo consistió en la aceptación de orientar su vida al estudio y a una carrera profesional.
A partir de tal aceptación, la vida de Miguel discurrió, durante años, por los tres ciclos del Colegio de San Nicolás: latín, filosofía y teología, para desempeñarse, durante otros, como profesor en todas las cátedras, primero en calidad de interino y luego en propiedad; así como para ir ocupando todos los cargos de primer nivel: secretario, tesorero, vicerrector y rector de la institución. En total, veinte y seis años pasados en el colegio. Tenía treinta y ocho cuando dejó Valladolid.
De tal suerte, tenemos aquí el desarrollo normal de una decisión trascendente signada por la adquisición de conocimientos. Para Miguel, esto ya era un fin en sí mismo y así lo demostró a lo largo de su vida; sin embargo, en el plan institucional esos conocimientos eran el medio para alcanzar la profesión clerical. Miguel lo aceptó, mas al parecer en sentido inverso: la carrera eclesiástica era el medio para proseguir su insaciable sed de saber. Por eso no se contentó con andar caminos trillados.
Había asimilado textos y métodos acostumbrados en filosofía y en teología, pero al término de la carrera se lanzó al estudio de un método que lo con- ducía a parcelas casi ignoradas por sus propios maestros y los tratados de rutina: la teología positiva, aquella que dando poco lugar a las especulaciones, se dedica más a un estudio crítico de las fuentes del cristianismo desde la filología y la historia. Era una corriente que se fue extendiendo en toda la cristiandad; su recepción en Nueva España tuvo en Hidalgo uno de sus re- presentantes pioneros. No sabemos los conductos exactos por los que recibió la inquietud. Como haya sido, tomó la resolución de quienes se dejan seducir por senderos que ofrecen otras preguntas y respuestas, y brindan el placer de descubrir esos nuevos horizontes. Con esas herramientas, el novel maestro de teología provocó una profunda reforma que lo marcó para toda la vida: sería el mejor teólogo del obispado de Michoacán. No sin orgullo, mantendría esa fama por medio de lecturas continuadas aun después de su magisterio.
Advertimos que esa opción por el conocimiento iba aparejada a la vocación eclesiástica: quería ser clérigo para enseñar a otros las materias de su carrera, con la expectativa de ejercer luego el ministerio sacerdotal, pero sin dejar su vocación de teólogo.
La formación en el Colegio de San Nicolás había conllevado la adquisición de hábitos en el aprovechamiento del tiempo, en la puntualidad, el aseo, las buenas maneras, la obediencia, las virtudes morales (prudencia, justicia, fortaleza y templanza) y las teologales (fe, esperanza y caridad); esto es, las humanas y las cristianas. La disciplina y el autocontrol iban unidos a una vida de oración con prácticas piadosas y sacramentales. El objeto era preparase para una vida de servicio y religiosidad con el compromiso celibatario. A Miguel no se le dificultó entonces: tenía genio suave y sabía amoldarse. Incluso, a la hora de deci- dirse a entrar al estado clerical, asomó el deseo de servir, no a cualquier grupo de feligreses, sino a indios marginados, los otomíes. Además, el aprendizaje de su idioma era otro reto de conocimiento. Lo acometió, mas no perseveró en su propósito, pues finalmente renunció a ese título de ordenación sacerdotal.
El simple dato encierra toda una deliberación. Ordenarse a título de lengua otomí significaba ser cura de pueblo de indios pobres por tiempo indefinido, lo cual difícilmente le permitiría tener tiempo y medios para proseguir su vida intelectual asegurándose el decoro en casa, vestido y sustento al que estaban acostumbrados sus parientes, particularmente clérigos que le precedían: no eran ricos, pero sí regenteaban parroquias de buenos ingresos, que incluso a algunos les permitían hacer obras de beneficencia. Por lo mismo, al concursar para la obtención de alguna parroquia, también llegó a descartar expresamente las de Tierra Caliente, que no sólo tenían el inconveniente del clima, sino que en general eran magras como beneficio económico. Así, pues, cuando Hidalgo se resolvió a solicitar la ordenación sacerdotal, y durante los años posteriores, tenía la intención de ejercer el ministerio sacerdotal en una posición que le permitiera cierto desahogo económico. Los ingresos de maestro y aun de rector eran insuficientes, por ello no dudó en aceptar el interinato de la parroquia de Colima, beneficio que le proporcionaría mucho mayores ingresos.
Había más en las deliberaciones de Hidalgo por obtener beneficio parroquial. Los tiempos de crisis lo indujeron a él y a varios de sus hermanos para invertir en fincas agrícolas con dinero prestado, lo cual significaba mayor solvencia para pagar esa deuda. Hasta aquí, todo parecía acorde con su opción por el estudio, sus hábitos adquiridos y su ministerio.
Sin embargo, desde temprano apareció una inclinación no moderada en él: su carácter dadivoso hasta el extremo de la prodigalidad. No podía ver necesidades sin tratar de remediarlas como fuera. Había estudiantes y colegas sacerdotes, pobretones. Sus hermanos menores requerían apoyos. En las parroquias hallaría multit...

Índice

  1. Portada
  2. Biografía. Modelos, metodologías y enfoques
  3. Agradecimientos
  4. Índice
  5. El club de los biógrafos
  6. Introducción:
  7. 1
  8. 2
  9. 3
  10. 4
  11. 5
  12. 6
  13. Notas