1. EL MOVIMIENTO DEL 68: ACTOS DE MEMORIA Y LUCHAS POR LA SIGNIFICACIÓN
EL 68 Y LO SINGULAR-PLURAL
Hablamos del 68 y de los diferentes 68 en el mundo como si la fecha misma se hubiera convertido en un lugar donde acontece la memoria de una singularidad plural: a diferencia de otros momentos cruciales en la historia mundial, como la revolución rusa, la comuna de París o la revolución cubana, el 68 es una fecha con la que marcamos un evento que remite a una variedad de localidades geográficas. Como menciona Daniel Bensaid, en el 68 las dimensiones de lo local e internacional se vuelven inseparables.1 La fecha se convierte en el nombre de un evento plural, difícil de caracterizar en un solo sentido ya que se trata de una serie de movilizaciones sociales, políticas y culturales. Esto hace que se hable del 68 como la primera revuelta verdaderamente global que produce cambios profundos en diferentes dimensiones de la vida (cultural, política, sexual, social).2 Parte de su singularidad es su componente plural o polifónico en tanto que remite a un momento en el que se genera un sentir compartido entre personas que hasta entonces poco compartían.
Si bien se trata de un momento que emerge de modo internacional, visto como nacimiento de una conciencia global, es importante notar que cada 68 abre una doble temporalidad: de una nueva forma de habitar el presente, sobre todo desde un impulso irreverente hacia las autoridades fijas que marcan el horizonte cultural y político de la época así como un descubrimiento de otra historia, esto es, la emergencia de una serie de realidades que las narrativas nacionales dominantes acallaban.3 Lo último remite a la idea que recorre muchos relatos del 68 como el despertar a un México hasta entonces desconocido, una realidad hasta entonces acallada o marginalizada. Esto hace que el estudio de cada 68 se mueva en dos horizontes simultáneamente: nacional e internacional, cada uno de los cuales trae una reconfiguración a partir de tropos similares, como el deseo de democratización de las estructuras de lo político, la participación de personas que o bien no habían participado en política o que pertenecían a líneas o partidos diferentes, la resignificación del horizonte de la libertad fuera de la dicotomía que hasta entonces organizaba la narrativa emancipatoria o el imaginario liberal o el marxismo dogmático.
Sumido muchas veces en el reino de lo incatalogable, por demandar un liberación y democratización que no correspondía a una forma tradicional de política representativa (un partido o una demanda específica), el 68 se ha ido convirtiendo en esa suerte de ensayo abierto de la historia, jugando con la idea propuesta por Bensaid y Weber en 1968: un ensayo general, cuyo estreno falta y queda como promesa de futuras actualizaciones. La idea es retomada en el clásico estudio de Giovanni Arrighi, Terence Hopkins e Immanuel Wallerstein sobre los movimientos antisistémicos,4 sugiriendo también la forma en que el 68 emerge a lo largo de la historia como cita, inspiración o referente cada vez que irrumpen nuevos movimientos sociales caracterizados por la brevedad de su tiempo y la amplitud de su demanda (la transformación de la política). En la intensidad de 2011 y 2012, con las irrupciones movimentistas que atravesaron diferentes problemáticas configurando un grito común en Egipto, España, Grecia, Estados Unidos, México y Brasil, el 68 se planteó como referente histórico que emergía en los intentos de explicar aquello que no era pasible de recibir una identificación inmediata. El carácter singular de movimientos como el 15M, Occupy Wall Street o #YoSoy132 tenía como centro una demanda de democratización que recordaba al 68 en una suerte de sintonía. Frente a cierta frustración intelectual que aparecía a la hora de no poder identificar cada uno de estos movimientos con una línea ideológica o demanda específica, el 68 emergía como referente explicativo de otro deseo político.5
Si bien son muchos los estudios que abordan el 68 en su doble componente local-internacional dentro del ámbito de lo que serían los estudios sobre la globalización, son pocos los análisis que abordan la serie de intercambios y formas de colaboración que existieron entre movimientos de diferentes países. Esto abre un paraguas amplio de preguntas y de formas de comunicación que marcan puntos de encuentro y desencuentro. A nivel de la prosa general de una época, las diversas lecturas, viajes y problemáticas filosóficas marcan un lenguaje compartido. La lucha contra el marxismo ortodoxo o dogmático es una clave de esto, así como lo es la búsqueda de un lenguaje para una libertad que no siguiera la teleología dominante de la revolución, lo que abre todo un campo de búsqueda emancipatoria desde lo cotidiano y la gestión colectiva. En el caso del 68 mexicano, las conexiones con el 68 francés se pueden notar en muchas formas de intercambios y apoyos, desde las cartas de solidaridad que se generan tras el mayo francés, los intercambios sostenidos entre intelectuales (con la constante presencia de Sartre) o formas muy específicas de colaboración, como la que existió en la producción del documental que analizaré en el tercer capítulo, Historia de un documento, editado en Francia y proyectado en París antes que en México.
Al acercarnos al cincuenta aniversario, emergen nuevas preguntas y desafíos: ¿queda algo por decir? ¿Qué tipo de preguntas pueden intervenir para desestabilizar el imaginario dominante de un momento crucial de la historia? A pesar de que la mayoría de los aniversarios funcionan como oportunidades para monumentalizar, también pueden convertirse en espacios para lanzar nuevas preguntas y miradas. Como expresa Katherine Hite, las conmemoraciones no solamente funcionan como ejercicios de reconocimiento (muchas veces oficial y estatal) sino que también son instancias que pueden alumbrar componentes de un pasado capaces de movilizar al presente.6 La aparición de nuevas miradas a los 68, como la que escribe Vania Markarian en relación con el 68 uruguayo o Kristin Ross en torno al 68 francés, indican señales de un deseo de construir memorias alternativas, desanudando cierta oficialización del recuerdo que lo despotencia de su fuerza política singular.7 Al decir esto, remito a la capacidad disruptiva del 68 como instancia sui generis de cuestionar, en modos propositivos, formas esclerosadas de institucionalidad política que eran contestadas a partir de una dislocación de los papeles y lugares sociales, incluida la forma aceptada de “intervenir” en política. Markarian destaca la pregunta por la articulación entre contracultura y formas singulares de militancia que generalmente han quedado desplazadas en la memoria del 68 uruguayo a partir de narrativas que historizan ese instante dentro de una suerte de teleología que culmina en la dictadura militar. Abrir el pasado a la singularidad de su carácter de evento implica atender también a las formas aún desdibujadas y cotidianas de organización que quedan acalladas por el peso de una historia arrolladora. En cierta forma, el texto de Ross aborda la misma problemática desde otro sitio, atendiendo a la domesticación del 68 francés que la memoria dominante llevó a cabo, haciéndonos perder de vista la singularidad y fuerza de un momento de desbarajuste radical de los sitios sociales fijos. Al quedar encuadrado en la escena familiar de una generación, la categoría de una juventud (pasajera en su rebeldía), el mes de mayo y un barrio de la ciudad de París (le quartier latin), todo un proceso político nacional que atravesó sectores y clases, que queda acotado a una pequeña parcela del ámbito universitario y a la primacía de una voz: la autoridad masculina y sus formas de liderazgo. Muchas voces comienzan a emerger en el campo discursivo que reescribe el 68 mexicano, atendiendo a problemas similares, como veremos más abajo.
Lo importante de abrir el campo de decibilidad sobre un episodio tan importante en la historia de muchos países, es que el carácter polifónico del momento es desplazado por cierta forma de autoridad y propiedad que en el presente comienza a ser cuestionado con la posibilidad de abrir el pasado a otros modos de narrarse. Un texto como el de Gladys López, que analizaré en el último capítulo, nos exige plantearnos cómo la memoria del 68 no solamente ha reiterado un patrón de masculinidad sino que también ha reproducido un esquema de clase social en el tipo de recuerdo que mantiene. Usualmente, la figura del Consejo Nacional de Huelga funciona como instancia de autorización de memoria, dejando a un lado todas las estructuras que lo hacían posible en su mecanismo organizador: las asambleas, los comités de lucha de cada escuela, las brigadas que conectaban al movimiento con el tejido social así como también algunos experimentos cruciales de democratización del saber, como lo fueron la preparatoria popular o la experiencia de un saber cooperativo entre estudiantes y la población de Topilejo. Mirado desde esta perspectiva, es sorprendente que de un momento profundamente democratizador predominen formas tan jerarquizadas de recuerdo, dejando abierta una posibilidad para que quizá a medio siglo del evento, podamos comenzar a hurgar en otras aristas, intentando forjar formas más horizontales e impropias de recuerdo. Éstas cobran una dimensión ética si observamos cómo una democratización del recuerdo implica una forma de reiterar el gesto poético de aquel momento de otro modo. En este sentido, la memoria de la vida y sobrevida de los 68 en diferentes partes se convierte en un campo de lucha por diferentes formas de significar el pasado desde un presente que acaso exige otras imágenes más democráticas de un instante democratizador. Abrir el espacio de la memoria se convierte en una forma de intervenir e incidir en el presente de ese pasado abierto y singular.
LAS LUCHAS DE SIGNIFICACIÓN: MEMORIAS Y REGISTROS DEL 68
Como decía anteriormente, el 68 emerge de muchas formas en este libro: se trata del año específico en el que se constituyó el movimiento estudiantil y popular del 68 así como también de una serie de reflexiones y reconstrucciones que intentaron pensarlo o continuarlo a lo largo del tiempo posterior. También remite a un espacio de luchas por la significación del evento que ayudan para iluminar diferentes aspectos que permanecían marginalizados o para provocar la reflexión sobre su relevancia a través de procesos textuales o reflexivos que no necesariamente remiten a un recuento de sus actividades. En esas luchas por la significación se van tejiendo diferentes modos de sobrevida del evento, algo que siguiendo el trabajo revolucionario que realiza Ross sobre el 68 francés, implica toda una insistencia en afirmar una memoria de lo político disruptivo haciendo frente a las formas fosilizadas, oficiales e instrumentalistas con las que el evento ha sido domesticado por la historia nacional a partir de un tipo de legibilidad: la revuelta “juvenil” de una generación, la reducción al mes de mayo y a una zona de la ciudad de París (el barrio latino). Ross argumenta que la gestión dominante de la memoria del 68 francés ha borrado un componente esencial del momento: la fuga respecto a las fuertes determinaciones sociales que marcan los lugares y los papeles dentro de un orden determinado.8 De modo paradójico, la memoria que prevalece sigue un criterio de normalización en el que la historia del 68 termina siendo inscrita en un marco familiar donde los jóvenes de una generación manifestaron su rebeldía hacia la autoridad y acompañaron de ese modo un proceso de modernización del país que pasaba de un estado burgués autoritario a una burguesía liberal financiera.9 Con este encuadre, la historia oficial del 68 elimina toda una cantidad de componentes que fueron cruciales para entender la centralidad y amplitud del fenómeno, por ejemplo, el papel que jugó la lucha argelina, la migración, la participación de la clase trabajadora.
Con el paso de las décadas, los encuadres dominantes que han minado las narrativas de los múltiples 68 dentro de un marco generacional, modernizador y transicional, han comenzado a modificarse en algunos sentidos. En su clásico Los trabajos de la memoria, Elizabeth Jelin nos advierte sobre la dinámica metamorfoseante que caracteriza los procesos sociales de memoria: “Nuevos procesos históricos, nuevas coyunturas y escenarios sociales y políticos, además, no pueden dejar de producir modificaciones en los marcos interpretativos para la comprensión de la experiencia pasada y para construir expectativas futuras. Multiplicidad de tiempos, multiplicidad de sentidos, y la constante transformación y cambio en actores y procesos históricos, son algunas de las dimensiones de la complejidad.”10 Esta dinámica se puede notar en el caso mexicano, donde la narrativa de memoria sobre el 68 ha ido cambiando a través de las décadas. El detallado estudio de Eugenia Allier Montaño lo describe como un pasaje de la primacía en la figura de los “caídos” a la de los “luchadores sociales.”11 La construcción misma del Memorial del 68 inaugurado en el año 2007 en el complejo Tlatelolco donde aconteció la masacre del 2 de octubre es quizá una síntesis del proceso: erigiéndose en el sitio mismo del horror, se intercalan en su memoria una serie de narraciones que ajustan el recorrido de eventos que van desde julio a diciembre de 1968 a través de las voces de algunos de sus militantes. Si bien un libro como La noche de Tlatelolco condensaba de un modo más polifónico esta doble función, el memorial plantea ya una materialización espacial que habla de la nueva época dominada por lo que Allier Montaño llama el “elogio del 68” como una lectura del 68 “como movimiento que impulsaba la democratización del país”. Esta lectura se convierte en una forma paradójica de memoria instrumentalizada, “conveniente para los fines de diversos actores sociales y políticos. Para el PRI como forma de separación de los gobiernos priistas anteriores. Para el PAN (especialmente en el gobierno de Vicente Fox) y los diferentes partidos de izquierda, como exigencia de la efe...