El bullying que no cesa
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El bullying que no cesa

Las bases de la violencia escolar

Fernando Gil Villa

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El bullying que no cesa

Las bases de la violencia escolar

Fernando Gil Villa

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Tras medio siglo de investigaciones, el bullying no disminuye ni se aclara tanto como cabría esperar. Decenas de estudios arrojan cifras y tendencias diferentes. Los casos de suicidio aumentan y golpean la conciencia de una ciudadanía perpleja.El presente libro intenta explicar los aspectos que permanecen oscuros desde un punto de vista crítico. La violencia que se produce entre los alumnos está relacionada con la violencia escolar y la que se da fuera de la escuela.Por otro lado, circulan mitos cuya función es evitar una reflexión profunda. Las víctimas no se limitan a ciertos centros, barrios o perfiles de estudiantes. La sociedad vulnerable en la que vivimos hace más probable que se den diferentes circunstancias discriminatorias. Un sistema educativo cada vez más estresante y competitivo desemboca, por fuerza, en formas de diversión perversas que exigen el sacrificio de víctimas.Padres, profesores, inspectores, jueces y fiscales tienden a eludir su responsabilidad, amparados en la inercia burocrática, la falta de solidaridad y compasión y su escaso conocimiento sobre la naturaleza de la infancia y el funcionamiento de las relaciones sociales en la educación, todo lo cual denota importantes lagunas en su formación profesional.

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Información

Año
2020
ISBN
9788418083785
Edición
1
Categoría
Éducation

1. Aspectos básicos y guerra de cifras

El bullying puede definirse, en términos generales, como «un comportamiento negativo (dañino) intencional y repetido a mano de una o más personas dirigido contra otro que tiene dificultad para defenderse» (Olweus, 2006: 81). Los acosadores, al igual que las víctimas, pueden ser individuales o grupales, aunque en el segundo caso suele enfocarse más del primer modo. Quien es considerado pionero en la materia en cuestión se refiere al acoso indirecto cuando se practica el aislamiento, la marginación del grupo o lo que otros autores denominan exclusión social (Olweus, 1998: 26).
No todos los investigadores utilizan la misma clasificación de comportamientos relativos al acoso escolar. No obstante, lo más lógico es distinguir entre diferentes tipos de maltrato, como el verbal, el físico, el psicológico, el sexual, el social y el que se ejerce a través del móvil o de internet. De ellos, el más común es el primero, aunque, a medida que se desplazan las relaciones sociales –incluyendo la escolar– y la comunicación en general del nivel presencial al virtual, cada vez se produce más hostigamiento a través de las redes.
El acoso escolar se observa en todas las edades de la educación obligatoria, aunque la probabilidad es mayor en las etapas de transición de una etapa a otra. El acoso entre niños pequeños –Educación Infantil– ha sido menos estudiado, si bien en los últimos años demanda atención, puesto que, pese a las dificultades de su observación, puede ofrecer pistas de cómo se gesta el proceso de maltrato entre iguales (Alasaber y Vilén, 2010: 131). Uno de los estudios pioneros más interesantes es el que Montagner et al. publicaron en 1989, con niños norteamericanos de 2 a 6 años, en el que distingue cinco categorías: populares dominantes –competitivos, pueden quitar juguetes pero los devuelven–, sociables y apacibles –no competitivos–, agresivos –no devuelven los juguetes que quitan–, víctimas amedrentadas y agresivos al tiempo que dominados (Collins, 2008: 156-157). En España, algunos observadores se han propuesto demostrar que el acoso no es una cuestión que ataña solo o fundamentalmente a la Educación Secundaria. Emilio Tresgallo pasó un cuestionario, con la ayuda de los respectivos tutores, a 42 alumnos de 6 y 7 años de la provincia de La Coruña, esto es, del primer ciclo de la Educación Primaria: la mayoría (31) declararon haber sido agredidos, especialmente en las categorías «me pegan» (30 %) y «me ignoran» (9 %) (2011: 32), y el 13,6 % –aunque no resulte adecuado hablar de porcentajes con muestras por debajo de 100– declaró sufrir el maltrato todos los días.
A simple vista, puede parecer fácil distinguir una situación de acoso, pero no siempre lo es. Habría que descartar las situaciones en las que dos alumnos con una fuerza o energía similares pelean o discuten. Tampoco es acoso escolar si la burla se realiza de una forma amistosa o como parte del juego (UNICEF, 2013: 27).
El acoso escolar no es el único tipo de violencia escolar (Sanmartín, 2006). Dentro de los centros escolares, o a causa de la actividad que tiene lugar en ellos, también podemos encontrar formas de violencia ejercidas contra otros actores, sobre todo contra los profesores o contra las instalaciones y el mobiliario del centro. Además, la violencia puede ser ejercida por los adultos, no solo por los alumnos. A su vez, el acoso escolar o bullying es un tipo específico de acoso, pero podemos encontrar otros, como el laboral (mobbing), el sexual (grooming) o el inmobiliario (blockbusting). De hecho, el Código Penal registra el aumento de este tipo de conductas. En 2015 se incorporó el stalking, figura que describe el acecho y persecución reiterada y consciente de una persona a otra que se ejerce en contra de la voluntad de la víctima. Lo veremos en el capítulo 4.
La mayor parte de los ciudadanos tienen una idea vaga sobre el acoso escolar. Pero el problema no reside tanto en ese hecho como en la idea que tengan de la gravedad del fenómeno, algo que depende, en buena parte, de los resultados de los estudios cuando se hacen públicos, por un lado, y de los sucesos más dramáticos y extraordinarios en los que puede desembocar el maltrato, por otro. Es, pues, fundamental adentrarse en la selva de las investigaciones para ver si podemos orientarnos un poco.
Las primeras indagaciones, basadas en el Bully/Victim Questionnaire y realizadas sobre un 15 % del alumnado de Primaria y Secundaria noruego para el curso 1983-84 encontraron un 9 % de víctimas, un 7 % de agresores y un 1,6 % de víctimas y agresores al mismo tiempo. Estos porcentajes se reducen al 3 %, el 2 % y el 0,2 %, respectivamente, si pasamos de la frecuencia «de vez en cuando» a una frecuencia mínima semanal (Olweus, 1998: 30).
La OMS, en su informe de 2011 Health Behaviour in School Aged-Children, (HBSC), ofrece porcentajes de niños que declaran haber sido víctimas de acoso escolar al menos una vez durante los dos meses anteriores. España sería el tercer país con menos declaraciones (alrededor de un 15 %), por detrás de Italia y Suecia.
Más recientemente, ya en 2017, el volumen III del PISA 2015 encuentra un 18,7 % de entrevistados que declaran haber sido víctimas de algún tipo de bullying varias veces al mes (14 % en España). Un 4 % dice haber sufrido bullying físico, a través de golpes o empujones, varias veces al mes, en un rango que oscila del 1 % al 9,5 % en los diferentes países de la OCDE. Las modalidades verbal y psicológica son más comunes. Un 11 % se declaran objeto de burlas, un 8 % de rumores negativos y un 7 % se sienten marginados (OECD, 2017: 45).
En un trabajo titulado El acoso escolar, cuatro décadas de investigación internacional, Ovejero da cuenta del baile de cifras que arrojan los estudios internacionales y alude, de forma general, a un grupo de países con tasas superiores al 15 %, entre los cuales figurarían los EE. UU., Australia o Japón; un segundo grupo, con los países escandinavos, con tasas entre el 6 % y el 9 %, y un tercer grupo, que incluye España y países vecinos, con tasas de acosadores en torno al 5 % (2013: 22).
En los EE. UU., el NCVS (National Crime Victimization Survey) realizado en 2015 ofrecía una cifra general de bullying del 20 %.1
En Latinoamérica, las víctimas rondarían entre el 11 % de Chile y el 47 % de Perú (Román y Murillo, 2011: 40). Habría que tener en cuenta que en algunos países de esta región, como México, los trabajos de detección arrancan bien entrado el siglo actual. En su artículo de revisión sobre el bullying en Brasil, Machado de Oliveira-Menegotto, Pasini y Levandowski datan el primer artículo científico sobre acoso escolar en 2005, con un total de 50 artículos hasta 2011 (2013). Los resultados son dispares. Uno de los estudios más ambiciosos, de 2010, en el que colaboraron el Ministerio de Salud y el Instituto Brasileño de Geografía y Estadística (IBGE), con una muestra de más de 60 000 alumnos, halló relatos de bullying en el 6 % de los alumnos y el 4,8 % de las alumnas. En contraste, otros trabajos encuentran porcentajes mayores, del 17 %, el 78,8 % y hasta el 91 %.
En Portugal, las muestras nacionales de Carvalhosa, Lima y Matos, de 1998 y 2004, con alumnos de entre 11 y 16 años, encontraron porcentajes casi idénticos de agresores, víctimas y una mezcla de ambas (alrededor del 10 %, el 22 % y el 26 %, respectivamente). A la vista de estos datos, los autores dictaminaron la existencia de «elevadas tasas de bullying» (Carvalhosa et al., 2007: 2).
La primera investigación en España se atribuye a Vieira Fernández y Quevedo, en el año 1989. De los niños observados, de edades de 8, 10 y 12 años, un 17 % habría sufrido intimidación por parte de sus compañeros, un 3 % de los cuales de manera frecuente (Serrano, 2006: 36; Garaigordobil y Oñederra, 2010: 160).
A pesar de que, a las alturas en que nos encontramos, muchas publicaciones suelen hacer un breve repaso histórico del fenómeno, lo cierto es que existen pocos estudios de revisión propiamente dichos, es decir, que hagan una comparación de los estudios a lo largo del tiempo.
Garaigordobil y Oñederra mencionan 42 muestras españolas y 41 estudios en otros países, con un porcentaje medio de víctimas graves entre el 3 % y el 10 %, y de alumnos que sufren conductas violentas en general entre el 20 % y el 30 % (Garaigordobil y Oñederra, 2008: 27). Por comunidades autónomas, los mismos autores ofrecen un rango de víctimas que iría del 19,1 % de las Canarias al 27,7 % de Andalucía (Garaigordobil y Oñederra, 2010: 162).
La OCDE, en 2005-06, divulgó una tasa del 10 %,2 similar a la encontrada por Save the Children en una muestra española de 21 487 alumnos de entre 12 y 16 años, publicada en 2016 (9,6 % de estudiantes), que habría confesado haber sido víctima de acoso en los dos últimos meses (un 6,9 % para el caso de ciberbullying).3
En el Informe Cisneros, X. Acoso y violencia escolar en España, realizado en 2006 con una muestra de 25 000 alumnos en 14 comunidades autónomas, siguiendo el cuestionario AVE (Acoso y Violencia Escolar), con alumnos de Primaria, ESO y Bachillerato, ofrecía una tasa de acoso total del 23,3 %. En concreto, se preguntaba sobre 25 comportamientos frecuentes. Hallaron que un 16,10 % asumían haber recibido uno de esos maltratos. El 8,60 % habría sumado como víctima hasta cinco de ellos.4
El estudio de Ramírez Fernández en la ciudad de Ceuta, sobre una muestra de 587 alumnos y alumnas de 3.º, 4.º y 5.º de Primaria y de 1.º y 2.º de la ESO, de colegios públicos, encontró un 16,5 % de implicados directamente en el maltrato severo –este, frente al de baja frecuencia, o moderado, habría sido definido como más duradero, sufrido en más lugares, ejercido en grupo, más de tipo psicológico y con una huella más intensa en las víctimas–, ya fuera como víctimas o como agresores (2009: 321).

Tendencia

Diez años después, en la región pionera en estos estudios, el porcentaje de los alumnos víctimas aumentaba en un 50 % y el de los implicados en las formas más graves de acoso, en un 65 % (Olweus, 2006).
La tendencia alcista, a juzgar por el Test Bull-S, no se referiría solo al tiempo, sino también al espacio, es decir, no es que aumentara en los mi...

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