
- 160 páginas
- Spanish
- ePUB (apto para móviles)
- Disponible en iOS y Android
eBook - ePub
Abbá-Immá
Descripción del libro
Hay otros signos de Dios en el mundo y en la historia. Pero destacan los de padre y madre, de quienes el hombre recibe no solo la vida, sino palabra, amor y tarea (junto a los hermanos, amigos y compañeros). Ellos son el signo más hondo de Dios.Los judíos le llaman Yahvé ("Soy el que soy"), pero no se atreven a pronunciar su nombre. Los cristianos le invocan como Padre (Abbá-Immá, que es Padre-Madre en arameo, la lengua de Jesús), y dicen que el mismo Jesús les ha enseñado a pronunciar su nombre. Este libro cuenta la historia y sentido del Dios de la Biblia, destacando de un modo especial los nombres de Yahvé y Padre-Madre.
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Información
1
YAHVÉ, DIOS DE ISRAEL.
PENTATEUCO
En el fondo de la religión de los israelitas sigue estando la figura del Dios madre-padre. Pero a lo largo de un proceso de maduración especial –a partir de los siglos IX-VIII a. C.– ellos descubrieron y desarrollaron una religión distinta, centrada en un Dios visto como una Persona que dirige de forma poderosa, apasionada y amorosa la historia de hombres y mujeres. Así lo cuenta la Biblia.
En los pueblos del entorno (egipcios y babilonios, fenicios y sirios, griegos y romanos...), los dioses y diosas eran símbolos de sacralidad cósmica y podían identificarse con los poderes del mundo y de la vida o con ídolos construidos por los mismos hombres. Los israelitas, en cambio, entendieron a Dios como Señor trascendente, poder infinito de amor, que actúa de modo personal y que no puede confundirse con ninguna de las realidades cósmicas (astros, tierra) o sociales (reyes, sacerdotes, padres de familia). Dios es creador (no engendrador); por eso, en principio, no es varón ni mujer, ni padre ni madre, aunque irá tomando rasgos simbólicos de madre y padre.
La tradición de la Biblia ha mostrado mucha reserva frente a los símbolos sexuales: Dios no ha engendrado al pueblo en un plano biológico (no es macho ni hembra), sino que es fuente y poder de amor, que impulsa y guía a los judíos a través de un camino de elección y llamada, de liberación y alianza. Por eso, al ver a Dios como amor espiritual, los israelitas dejaron de sacralizar el sexo.
Ciertamente, los judíos valoran las relaciones sexuales y familiares (paterna y materna, esponsal, filial y fraterna), y las ven como signo de Dios; pero añaden que Dios no tiene sexo; por eso no adoran al toro sagrado (becerro de oro) ni a la vaca divina. Más todavía: ellos prohíben las imágenes de Dios, diciendo que él es diferente y que no puede compararse con ninguna figura o realidad del mundo. No le podemos ver y, sin embargo, es poderoso y dirige nuestra vida.
Los vecinos de Israel y muchos judíos adoraban a Dios como Baal, Señor Toro, y le unían a la Asherá, Gran Madre. Ese Dios Toro podía engendrar, y luchar, y vencer, pero no podía amar ni cuidar a los hombres y mujeres. Era signo del sexo fecundo y fuente de riqueza (oro), como indica el texto central de Ex 32, que le contrapone a Yahvé. Muchos judíos preferían al Dios Toro, según la confesión del sumo sacerdote Aarón, hermano de Moisés, que decía: «Este es tu Dios, Israel, que te sacó de Egipto» (Ex 32,4). Ese Toro Dios era importante, como sabían otros pueblos antiguos (que adoraban a Indra y Zeus, Baal y Hadad, etc.), pero no podía dialogar con los hombres, ni enseñarles un camino de vida, ni darles una ley social, ni amarles.
Superando ese nivel del Dios Toro, los creadores de la nueva religión israelita interpretaron a Dios como Persona y Presencia salvadora, alguien que puede hablar con los hombres y enseñarles a vivir como con una Ley, sin imágenes sagradas ni signos sexuales divinos. Los responsables de esa revolución de Dios fueron los profetas de los siglos VIII al V a. C., y su influjo ha quedado reflejado en los textos fundamentales del Pentateuco, que le presentan como Yahvé, aquel que es.
1. Dios sin imagen (Ex 20,2-6)
Ese Dios Yahvé no es macho ni hembra, ni cielo ni tierra, nada que podamos conocer o ignorar, sino Amigo y Protector supremo de los hombres, Aquel que es por sí mismo, sin que nosotros podamos manejarle. Por eso la Biblia prohíbe poner a su lado a otros dioses o representarle con signos del mundo, y rechaza las imágenes sagradas (de madera o bronce) y las representaciones políticas (reyes sagrados):
Yo soy Yahvé, tu Dios, que te saque de Egipto, de la esclavitud. No tendrás otros dioses frente a mí. No te harás ídolos, imagen alguna de lo que hay arriba en el cielo, abajo en la tierra o en el agua, debajo de la tierra. No te postrarás ante ellos ni les darás culto; porque yo, Yahvé, tu Dios, soy un Dios celoso: castigo la culpa de los padres en los hijos, nietos y biznietos, si me aborrecen; pero me apiado por mil generaciones cuando me aman y guardan mis preceptos (Ex 20,2-6).
Es un Dios celoso de su identidad, Yahvé, el Señor, sin esposa, sin hijos, sin hermanos ni compañeros, por encima de todo lo que puede hacerse, decirse o pensarse. Es Dios invisible y no puede compararse con ninguna realidad del mundo (cielo, tierra, infierno). Y, sin embargo, es fuente de amor, de presencia liberadora, de responsabilidad humana, en línea de libertad. Así dice Moisés a los israelitas:
[Recordad...] el día en que estuvisteis delante de Yahvé, vuestro Dios, en el monte Horeb, cuando Yahvé me dijo: «Reúneme al pueblo, para que yo les haga oír mis palabras, para que aprendan a temerme todos los días que vivan...». Y os llegasteis, y os pusisteis al pie del monte; y el monte ardía en fuego hasta en medio de los cielos con tinieblas, nube y oscuridad. Y habló Yahvé con vosotros de en medio del fuego: oíais la voz de sus palabras sin ver figura alguna, solo se oía una voz.
Y él os comunicó su alianza [diciendo...]: guardaos mucho, pues ninguna figura visteis el día que Yahvé habló con vosotros de en medio del fuego. No os pervirtáis y hagáis para vosotros escultura, imagen de figura alguna, efigie de varón o hembra, imagen de animales terrestres, imagen de aves que vuelan por el aire, de reptiles del suelo, de peces que nadan por el agua, debajo de la tierra. Y cuando eleves tus ojos al cielo y veas el sol y la luna y las estrellas y todo el ejército del cielo, no te dejes arrastrar, postrándote ante ellos para darles culto. Porque Yahvé, tu Dios, los ha repartido entre todos los pueblos que están bajo los cielos. Pero a vosotros os ha tomado Yahvé de la mano y os ha sacado del horno de hierro, de Egipto, para que seáis el pueblo de su heredad, como lo sois este día (Dt 4,11-20).
Esta es la palabra clave: «No os hagáis imagen de varón ni hembra, de padre o madre, de lo masculino o femenino...». Estrictamente hablando, los israelitas deben superar todos los signos humanos de Dios, de manera que no pueden llamarle ni siquiera padre... Sin embargo, paradójicamente, este Dios sin imagen aparece como alguien muy amigo, muy cercano, pues la Biblia sabe desde el principio que él ha creado a los hombres a su imagen y semejanza (cf. Gn 1,28), ocupándose en especial de los oprimidos de Egipto, a quienes ama y libera de un modo eficaz.
– Yahvé es trascendente, supera todo límite cósmico y social, de manera que no podemos llamarle ni siquiera Padre, pues al hacerlo le identificaríamos con un tipo de función humana. Dios desborda al mismo tiempo todo poder impositivo, representado por el faraón y el sistema de Egipto (¡horno de hierro!). No se impone con autoridad, pero abre para los oprimidos un camino de libertad. No se confunde con nada, está más allá de todo lo que conocemos y desconocemos, pero nos impulsa a vivir.
– Yahvé es creador, un Dios cercano, y así ofrece a los hombres su «palabra» (mandamientos), de forma que ellos puedan vivir en libertad y justicia sobre el mundo. Él se revela por encima de los grandes poderes del cosmos (nube, oscuridad y fuego; cf. Ex 19), sin que podamos verle, siendo al mismo tiempo totalmente cercano a nosotros. No le vemos, pero podemos escuchar su Palabra, acoger sus mandamientos y cumplirlos, sabiendo que él cuida de nosotros, pues somos su tesoro (es decir, su heredad).
Esta formulación tiene grandes consecuencias sociales y políticas: Los israelitas interpretaron la estructura y práctica relig...
Índice
- Portadilla
- Preámbulo
- Introducción
- 1. Yahvé, Dios de Israel. Pentateuco
- 2. Padre poderoso. Experiencia mesiánica
- 3. Padre-Madre. Un mensaje profético
- 4. Creador y Padre. El Dios del judaísmo
- 5. El mensaje de Jesús: Abbá, Padre
- 6. Morir por Dios, nacer del Padre
- 7. Padre de nuestro Señor Jesucristo
- Bibliografía
- Contenido
- Créditos