Un triángulo posible. Redes de relaciones entre
el arte feminista argentino, brasileño y mexicano durante los años 70 y 80
María Laura Rosa
América Latina es un lugar complejo para hablar de feminismos. La diversidad y particularidad histórica, social y étnica que caracterizan al territorio lleva a que los feminismos que se desarrollan planteen matices propios que dificultan su encasillamiento en lecturas restringidas. Más allá de una breve introducción general sobre algunas particularidades de la región, el presente artículo buscará señalar ciertas problemáticas que plantea el arte feminista de Argentina, Brasil y México empleando para ello la noción de conocimiento situado, es decir, la postura epistemológica crítica desarrollada por Donna Haraway en su libro de 1991 Ciencia, cyborgs y mujeres. La reinvención de la naturaleza. La idea de un conocimiento constituido a partir de una política de desplazamientos de saberes hegemónicos conformará uno de los ejes de este trabajo.
Sin embargo, este empleo teórico no desconoce su traducción latinoamericana. En ese sentido coincido con la filósofa feminista argentina María Luisa Femenías, cuando señala: «En castellano, “traducir” es “trasladar” y “convertir”. Esa traslación no se reduce a un hito lingüístico. Interpreta, enriquece y recorta. En definitiva, genera una política de la apropiación como dispositivo ineludible del pensar». Por ello, invito a reflexionar, desde estas posiciones, otras perspectivas de análisis del arte feminista de los citados países a partir de los encuentros y cruces que pueden vislumbrarse entre ellos.
El espacio de las diversidades
La pobreza y marginalidad de los pueblos indígenas y afrolatinos del continente latinoamericano, en nuestra época contemporánea, tienen su origen en factores socioculturales y económicos de larga data histórica. La discriminación étnico-racial juega un papel central como fuente de exclusión para dichas poblaciones. El género es una transversal que atraviesa estas problemáticas. La situación de analfabetismo en las que han estado sumidas muchas mujeres indígenas y afrolatinas determinó que, aunque las latinoamericanas fueran alcanzando el derecho al voto durante la primera mitad del siglo XX, sólo pudieran concretarlo aquellas que estaban alfabetizadas. Ejemplo de ello fueron países como Bolivia, Perú, Guatemala, en donde la población indígena superaba el 50% durante la primera mitad del siglo XX, según la CEPAL. Esto trajo como consecuencia que el ingreso de las mujeres en la esfera pública estuviera marcado por su condición étnica y de clase, dado que la mayoría de las veces las mujeres blancas, pertenecientes a la burguesía, fueron las que iniciaron las luchas por los derechos de ciudadanía en las primeras décadas del siglo XX y las que continuaron reclamando por los derechos sobre sus cuerpos a partir de los años setenta del citado siglo. Estos no son datos menores para comprender el arte feminista del continente.
Gran parte de las artistas que, al calor de los años setenta, se acercaron a los movimientos feministas o a sus planteamientos sin militar dentro de ellos –como ya veremos–, fueron mujeres blancas o, a lo sumo, mestizas que pertenecían a niveles medios de la burguesía y/o, como en algún caso de la Argentina, a la elite. Esto les permitió establecer contactos con los centros del arte feminista –fundamentalmente Estados Unidos, Francia e Italia–, leer bibliografía en otros idiomas y posibilidades de traslación de saberes a sus contextos, dando como resultado el desarrollo de miradas situadas en problemáticas locales. Durante los años ochenta, las propias dinámicas de los contextos de estos tres países llevaron lentamente a una mayor diversidad de los movimientos de mujeres y, en consecuencia, a su pluralidad étnica y de clase.
Si pensamos en una práctica artística política o en una práctica política artística, no debemos olvidar la frase de la creadora mexicana Mónica Mayer, refiriéndose a su etapa de estudiante en el Feminist Studio Workshop cursado en el Woman’s Building de Los Ángeles, en 1978: «Si algo confirmé en ese momento es que, si uno pretende hacer un arte revolucionario en términos políticos, primero tiene que serlo en términos artísticos». Es así como las artistas feministas de aquellos años plantearon lenguajes experimentales ubicando, en muchos casos, en el centro de la escena a sus cuerpos.
Aunque Argentina y México cuentan con artistas que emergieron de los mismos movimientos de mujeres, esto no parece estar lo suficientemente claro en Brasil. En ese sentido, considero de gran importancia poder dar cuenta de trabajos artísticos que tomaron posición crítica ante diversas situaciones que atravesaban a las mujeres de entonces, sin que sus creadoras formaran parte de los movimientos de mujeres ni necesariamente se manifestaran feministas. Entiendo que, más allá de la autodesignación de las artistas, las obras exhibieron denuncias sobre la domesticidad y la opresión del ideal de belleza femenino –el que demarcaba un sistema de identificaciones sobre qué era y qué no era ser mujer– en clara consonancia con las luchas feministas brasileñas de los años setenta y ochenta.
En ese sentido, insisto en la necesidad de entender los trabajos artísticos, adscribiéndolos a sus contextos de origen. Por ello, se hace imprescindible imaginar nuevas preguntas –hibridizando los marcos teóricos– para iluminar zonas que aún están grises respecto de las artistas feministas del continente. Vamos entonces a ello.
Argentina
En 1969 se organizó en los salones del Café Tortoni la Unión Feminista Argentina (UFA), de cuyos orígenes participaron la cineasta María Luisa Bemberg, la fotógrafa Alicia D’Amico, la escritora Leonor Calvera, la teatrista Marta Miguelez y la poeta y escritora Hilda Rais, entre otras. En 1971 se conformó también el Movimiento de Liberación Femenina (MLF) que instaló con fuerza el debate sobre el aborto.
El modelo del ama de casa fue expuesto críticamente por las feministas. Éstas visibilizaron el trabajo agotador, no remunerado y depreciado de las labores domésticas. Un temprano volante de UFA para el Día de la Madre de 197...