1
QUÉ ES LA IMPROVISACIÓN MUSICAL
Improvisar, esa capacidad humana instintiva como lo es el hablar, es un proceso. Se puede entender desde un punto de vista poliédrico en cuanto a que comprende el desarrollo de los procesos creativos y de la imaginación, el análisis de los elementos constitutivos del propio lenguaje y el desarrollo de una técnica que permite la ejecución musical. En este libro se encontrarán sobre todo recursos para el desarrollo de la imaginación musical y la comprensión del fenómeno musical en base a su estructura. Se podría asimilar el resultado de la improvisación a la generación de nueva música, a inventar música, a la creación de música propia y original. Se desarrolla si no se le ponen trabas, escollos o limitaciones. A improvisar se aprende improvisando, del mismo modo que a hablar se aprende hablando, o a leer, leyendo.
No se escribe El Quijote si antes no se ha trabajado mucho la propia lengua. Lo lógico es que uno comience con elementos breves, frases simples, cotidianas, y poco a poco vaya reelaborando su discurso, impregnando su personalidad, creando un «estilo propio». En una improvisación se hallarán ideas que ya se han usado anteriormente, preexistentes, material de «relleno», podría decirse, que se utiliza para enlazar y/o que es propio de un determinado estilo, a modo de clichés sonoros; y por otro lado también puede haber material totalmente original.
Una de las particularidades de la música creada en tiempo real es la velocidad a la que se producen los procesos mentales que permiten, por un lado, la ejecución musical, y, por otro, la anticipación mental de lo que se va a realizar en el siguiente instante. Por ende, la velocidad de trabajo de la mente es imprescindible y necesaria para llegar a convertirse en un buen improvisador.
Es bueno limitar el tiempo de respuesta ante unas determinadas premisas Por ejemplo, «improvisar una frase de cuatro compases en do Mayor que contenga negras y corcheas y utilice los acordes de dominante y tónica» y para ello otorgar, por ejemplo, tan solo treinta segundos. Es una manera de entrenarlo; poco a poco se podrá reducir este tiempo de pensamiento previo a la ejecución hasta el punto de ante el estímulo provocar una respuesta casi inmediata y ser capaces de generar un discurso propio. La presión del tiempo que fluye inexorablemente al final se puede convertir en un aliado porque permite que broten de manera espontánea nuevas ideas musicales, para eso es recomendable aprender a no censurar los momentos de «flujo», esos estados anímicos de máxima concentración y mínima crítica.
Un intérprete puede ser reconocible respecto de otros muchos por su manera de expresarse, hablando con una voz «propia», podríamos decir, y esto es porque ha desarrollado un lenguaje propio en el que priman determinadas características: el «propio sonido». De la misma manera que hay escritores que utilizan frases más largas o cortas, más descriptivas o narrativas, etcétera, en música tenemos ejemplos de rasgos característicos en función de la utilización del lenguaje musical; por ejemplo: tendencia a utilizar notas largas o cortas, síncopas, determinadas armonías, tipos de acompañamiento y un largo etcétera. Cuando se improvisa se puede recrear material ya conocido, volverlo a combinar, como cuando se dispone de un vocabulario y se producen distintas frases con las mismas palabras. Con tanta posibilidad expresiva que posibilita la música es normal que no se agoten ni las ideas ni los estilos propios de los improvisadores.
Conocer ideas musicales ajenas es fundamental pero no conduce necesariamente al desarrollo del propio lenguaje, de la propia voz creativa. Se puede imitar a otros, pero como manera de trabajar, solo como punto de partida. Ante todo debe haber una búsqueda. Ser original consistiría en poder expresarse musicalmente con las propias ideas, igual que una persona es fácilmente identificable por su manera de pensar, actuar o hablar. Para ello es recomendable reflexionar sobre lo que uno es, cómo siente, de qué manera se activan sus procesos creativos para expresarse.
Es preciso que se estimule el mundo interior sonoro de cada ser antes de ponerse a crear (y mientras tanto, por supuesto). Cada persona puede escuchar interiormente todo o una parte de lo que va a crear. La técnica de la improvisación le permitirá completar aquellos aspectos (ritmo, melodía, armonía, etcétera) que no se hayan generado en un primer instante.
Hay personas que crean a partir de historias, de otras músicas, de visiones, etcétera, fuentes que inician, que prenden la llama de la generación de otros materiales. La música en sí misma es un lenguaje autorreferencial, que puede y suele hacer referencia a sí mismo, por lo que de un motivo musical mínimo se puede general una obra grandiosa (pongamos, por ejemplo, la Partita segunda en do menor de Bach o la Quinta Sinfonía, en el mismo tono, de Beethoven, quizá, como tantos monumentos musicales, nacidos de un germen básico, de una improvisación llevada a su desarrollo extremo o máximo). Las emociones que produce la música pueden ser traducidas a palabras, pero generalmente de manera insatisfactoria, puesto que la música es autosuficiente como lenguaje inmanente. Expresarse auténticamente, sinceramente, directamente es un camino seguro a la originalidad. Para ello es importante tener algo que decir, querer expresarse, tanto como saber expresarlo, saber elegir las «palabras» en este lenguaje «sin palabras», propiamente hablando, que es la música. Un qué y un cómo íntimamente unidos, un contenido que depende de su forma, aunque sea primordial trabajar ambos.
El propio lenguaje musical tiene una base que se podría denominar «universal» que consiste en que hay dos polos respecto a la sensación de tensión. Si se desea salir de un estado de somnolencia no hay una manera más rápida que producir sonidos muy fuertes, rápidos, agudos y con timbres con armónicos impares. Por tanto, un improvisador hábil conoce la manera en que la propia música puede oscilar produciendo unas sensaciones o las opuestas, creando construcciones que impliquen psicológicamente a los oyentes, conforme a las estructuras mentales comunes de todos. Así, habrá música que «conecte» por su peculiar construcción con la manera de percibirla, en tanto sus relaciones entre tensión-distensión vayan haciendo partícipe al oyente («escuchante», permítase el neologismo, por captar su atención, su estar activo).
La sabia creación por parte del improvisador de una dosis adecuada de expectación, de sorpresa, alternada con la posibilidad máxima de anticipación por parte del oyente «cocreador», como lo calificaría P. Hindemith, respecto de lo próximo que va a sonar, es una de las facultades que debería dominar un improvisador cuyo fin sea «conectar» con su audiencia, que no caiga en una especie de elitismo estilístico. Por eso debe tener siempre más importancia el sonido en sí que su representación gráfica en tanto que una obra puede sobre el papel aparentar una lógica estructura pero que puede en la práctica ser solo eso «música para ser vista», admirada como «obra pictórica» incluso, y no «escuchada-sentida-apreciada». En el improvisador debe darse la perfecta ecuación entre hemisferios cerebrales, entre emoción y razón…
Otros aspectos que hay que tener en cuenta a la hora de improvisar de manera magistral podrían ser: considerar el sentido de proporción que ofrece el número áureo (crear tensión hasta llegar un poco antes de dos tercios de la duración total de la obra improvisada para deshacerla después), dejar huella en los oyentes, como una especie de patinaje que es posible recordar por parte del oyente, para ello hay que posibilitar anclajes, especies de «apoyos mentales» musicales, facilitando que su memoria esté activa el máximo de tiempo posible, crear el máximo con la mayor economía de medios posibles (ese «menos es más» de los mejores), creando la mayor unidad posible con la mayor variedad, repitiendo lo necesario sin monotonía.
El improvisador se convierte en una especie de «narrador de historias musicales», «creador de cuentos/vaivenes sonoros», «quien muestra una dinámica, un recorrido musical», «un caminante que fluye con las notas», a quien no le da tiempo, en principio, a recoger en papel todo lo que puede suceder en ese itinerario. Por tanto, será la grabación, y no la partitura, el verdadero documento de su quehacer. Una transcripción a destiempo puede no reflejar la totalidad de la improvisación. Las nuevas tecnologías ayudan muchísimo al improvisador actual en tanto que pueden recoger en papel en tiempo «real» lo que va creando, de manera que no «se pierda» en un potencial olvido, o incluso una imposibilidad de recrear un determinado «momento» musical.
Otro caso interesante es cuando se suman dos o más improvisadores, la actitud de escucha debe ser total, ya que es fuente de creación e inspiración al mismo tiempo, en el sentido de que, si se deja el «momento», «espacio», «lugar» requerido para que el otro exprese sus ideas, se podrán generar nuevas a partir de lo escuchado, como en un diálogo en el que el discurso global tenga una coherencia, un sentido, y no haya dos «cacatúas», cada una insistiendo en su frase aprendida y sin guardar relación. También pueden ponerse varios improvisadores bajo la batuta de un director que marque unas premisas pero al mismo tiempo les deje margen.
2
HABILIDADES QUE SE DESARROLLAN CON LA PRÁCTICA MUSICAL IMPROVISADA
Un buen improvisador se beneficia del desarrollo de un conjunto de habilidades que se ejercen de manera simultánea, es decir, que entran en la acción en su práctica de una manera global, aunque para su evolución es preciso ejercitarlas por separado previamente. Habría que señalar:
- La capacidad de escuchar (sin la cual un músico no puede desarrollar el resto) le permite extraer diferentes tipos de información sonora nueva y centrar la atención de manera específica en algún parámetro concreto) que desarrollará.
- El oído interno (la capacidad de representar sonidos con la mente), que a su vez permitirá establecer una correspondencia entre lo que se imagina y lo que se ejecuta posteriormente; trabajado se reduce esta distancia al mínimo, alcanzándose la casi instantaneidad entre el sonido escuchado internamente y el interpretado.
- La habilidad de sintetizar y/o abstraer información, es decir, de distinguir lo importante de lo secundario, así como mantener una atención dirigida simultáneamente a lo global y a lo concreto (la macroforma y la microforma).
- La comprensión de los lenguajes musicales, de la estructura intrínseca de distintas obras a la par, que produce un desarrollo de…
- …la habilidad instrumental, la adquisición de técnica o técnicas pianísticas variadas.
- La velocidad de pensamiento, la agilidad a la hora de tomar decisiones cada vez más rápidas y a su vez incrementando las opciones de elección.
- La mejora de la coordinación y la disociación (mente-ojo, en su caso-mano).
- La memoria, que se desarrolla con la práctica de la improvisación musical.
- La expresión propia, descubriendo procesos creativos, lo cual puede aumentar la autoestima en la consecución de logros mayores hasta alcanzar la meta de la pe...