Te potaría encima
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Te potaría encima

(Sick On You)

  1. 440 páginas
  2. Spanish
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  4. Disponible en iOS y Android
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Te potaría encima

(Sick On You)

Descripción del libro

La desastrosa historia de los Hollywood Brats, el grupo de punk que se adelantó a su época pero pereció en el intento.Julio de 1971. Andrew Matheson llega a Londres con dieciocho años desde Canadá, huyendo de un funesto trabajo en una mina de níquel y de un futuro aún más negro, con el sueño de formar un grupo de rock y alcanzar la gloria. Amante de los Rolling Stones y los Kinks, Matheson empieza a reclutar a los músicos con las pintas más fastuosas y provocativas que encuentra a través del tablón de anuncios del 'Melody Maker'. Pronto formará los Hollywood Brats, con Matheson al frente: un pintoresco grupo de melenudos con vestuario barroco comprado en tiendas de segunda mano, carmín y zapatos de plataforma, en la línea de los New York Dolls, a quienes miran de soslayo y con cierta envidia desde el otro lado del océano. Mientras pasan los días en pubs bebiendo como cosacos, sisando en tiendas de ultramarinos y malviviendo en casas okupa infestadas de ratas, consiguen sus primeros conciertos, que interpretarán ante un público atónito que no sabe cómo tomarse su afrenta sonora, atronadora y abrasiva. También llegan los primeros fans, las grupis y los flirteos con el mercado discográfico. Parecen destinados a la fama, pero su sonido, agresivo y protopunk, aparece tan solo unos meses antes de la entrada en escena de los Clash y los Sex Pistols -para quienes los Hollywood Brats son un referente-, y el grupo fracasará estrepitosamente en el intento antes de caer en el olvido.Estas hilarantes memorias, escritas con el mejor sarcasmo y humor británicos, se encuentran entre los más divertidos e intensos relatos del rock jamás escritos.

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Información

Editorial
Contra
Año
2017
ISBN del libro electrónico
9788494745959

1973

I

Lou y yo recorremos las calles de Watford, Hertfordshire, Inglaterra, Reino Unido, Ningunaparte. Tenemos calderilla de pringaos quemándonos los bolsillos. El escaparate de la tienda Oxfam resulta tan seductor que no podemos resistir la tentación de entrar. Echamos un vistazo a los estantes y lo único que capta nuestra atención son un par de vestidos. El mío es un vestido de tubo de lamé plateado y el de Lou uno de nailon marrón con cremallera a la espalda y un discreto volante en torno al dobladillo. Mientras nos los probamos y debatimos acerca de sus respectivos méritos, las provectas damas de detrás del mostrador se abanican con periódicos y se aplican pañuelos a la frente hasta que Lou les dice que estamos en un grupo y entonces podría decirse que las satura con los cálidos y húmedos efluvios de su encanto. A partir de ese instante, las viejecitas son todo sonrisas y sugerencias provechosas.
Dos días más tarde, en London Street, unas cuantas puertas más allá de donde vive Stein, el grupo se congrega para su primera sesión fotográfica. El fotógrafo es un italiano centenario que lleva un bigote en plan villano estereotipado de cualquier wopera34 que se os pueda ocurrir. Hasta se llama Tony; perdón, Antonio. Fue Stein el que lo encontró. Así que aquí posamos, a finales de la tarde, sentados en sillas baratas y sobre un fondo completamente blanco.
Roger va vestido de cuero, como es natural, y con mi jersey rocanrolero debajo, como es natural. Stein luce unos pantacas blancos y una camiseta ceñida, pulseras y una melena fabulosa. Eunan lleva satén, tanto los pantalones como la camisa, con mi pañuelo rojo y un cigarrillo colgando del labio inferior. Lou y yo nos hemos puesto, cómo no, nuestros vestidos nuevos. Lou complementa su conjunto de nailon marrón con unos vaqueros desgastados y unas playeras. A mitad de sesión, yo me cambio a una camisa de Mr Fish y unos pantalones de pana negros.
Ah, sí: Stein apareció sin bigote. Debía de estar entre sus propósitos de Año Nuevo. Nunca ha estado más hermoso.
Estamos desesperados por encontrar un lugar donde ensayar. El salón parroquial es historia, como el Railway Hotel club con el agujero que dejó Pete Townshend en el techo, al igual que la Universidad de los Suicidios y el dormitorio de Bushey. Tenemos que ensayar, al menos semiacústicamente, con un solo ampli para el bajo y la guitarra, Stein a la acústica, yo canturreando suavemente en plan Perry Como y Lou venga a sacudirle a cualquier caja de cartón disponible. Eunan nos ofrece su habitáculo de Canfield Gardens, que está junto a Finchley Road.
El grupo se presenta en su estudio, en el que no cabe un alfiler, el lunes 8 de enero por la noche. Y estamos agradecidos a Eunan, el chico nuevo, por haber dado con esta solución a corto plazo para nuestros problemas de ensayo. Tanto que lo primero que decimos al atravesar el umbral —no tenemos remedio— es: «Vaya un cuchitril». Las primeras impresiones pueden ser acertadísimas, ¿no creéis? En la vida hay que guiarse siempre, siempre, por las apariencias. Así uno nunca se equivocará. Como ahora. Vaya un agujero minúsculo, sórdido y apestoso. A su lado, nuestro tugurio de la barriada de Aldenham Road parece chulo de flipar.
Después de una cerveza caliente repasamos unos cuantos temas, y de pronto alguien aporrea la puerta. La sesión se interrumpe bruscamente. Eunan acude a la puerta cual brioso corcel y la abre. En el umbral aparece el vivo retrato de Ron Moody haciendo de Fagin en Oliver; lleva una chaqueta de punto gris que al parecer las polillas encuentran deliciosa, además de unas zapatillas desgastadas por la parte de los talones y peligrosamente finas por la parte de los dedos. Y quiero decir peligrosamente. Hay un peligro inminente de que un dedo gordo que ni siquiera conoce la existencia de la palabra «pedicura» asome a través de esta desagradable y raída zapatilla, espectáculo que nadie quiere presenciar. Ni aquí ni ahora ni en ningún otro momento.
Sus pobladas cejas se mantienen enarcadas tan en lo alto de su frente como es posible mientras sacude un retorcido dedo índice y exige que no hagamos ruido a menos que queramos que el extremo puntiagudo de su zapatilla derecha haga contacto con el trasero irlandés de Eunan, y ¡zas!, adiós muy buenas de estas solicitadísimas instalaciones.
Eunan retrocede, tartamudea antes de parlotear, y finalmente, cuando su pasado católico estira el brazo y lo agarra de los huevos, poco menos que hace una genuflexión ante este berzotas delirante.
Yo me levanto y me pongo tras la puerta abierta. Por lo visto, la arenga babosa de lord Chaqueta de Punto no da indicio alguno de amainar, así que, con el dedo índice extendido, cierro lentamente la puerta en las narices del casero. Desde el pasillo oímos una última frase malhumorada seguida por el sonido de unas zapatillas asquerosas y desgastadas arrastrándose lentamente por una alfombra asquerosa y desgastada. Después silencio. Me pongo nariz con nariz delante de Eunan. Esto es inaceptable. No podemos permitir que el mundo nos ande maltratando hasta marginarnos del todo. Venga ya, hombre. Se acabó el ensayo.

Lou, Eunan y yo nos vamos a Watford a ver La naranja mecánica. Vaya una película. Y sin embargo, a lo largo de la proyección se percibe un claro trasfondo de algo inapropiado, posiblemente un indicio de la vieja ultraviolencia en la misma sala de cine. Una cosa sí sé. Después de ver esa película la gente sale del cine y no se pone a hablar de las nociones subyacentes acerca de la redención, la rehabilitación, la cohesión social, la alienación o ninguna chorrada de esas. Lo único que quieren hacer después de ver La naranja mecánica es encontrar a alguien débil y vulnerable y molerlo a palos.
Después los tres nos sentamos en un café en el que Lou y yo seguimos con nuestra campaña para convencer a Eunan de que al día siguiente, que cae en sábado, venga a ensayar. Roger ya no está dispuesto a ensayar entre semana. Seguramente tiene algo que ver con que tenga un empleo de los de verdad. Pero los fines de semana no hay problema, por lo que los fines de semana son lo único que tenemos. Y tenemos que ensayar. Es cuestión de vida o muerte.
Sin embargo, Eunan tiene algún problema con mañana. Por lo visto le van muy bien otros sábados, pero no el de mañana. No hay manera de que dé su brazo a torcer y tampoco se le ocurre ninguna excusa aceptable. Farfulla y se encoge de hombros, se pone todo vago y evasivo y balbucea en el vaso, pero se muestra inflexible. A mí no me hace ninguna gracia.
¿Qué cojones tendrá que hacer mañana que es tan importante?35

Las fotos están bien: son austeras y en blanco y negro. Todo el mundo tiene buen aspecto cuando lleva puesto mogollón de colorete.
Sea lo que sea, va siendo hora de grabar una maqueta y conseguir un contrato discográfico.
Eunan dice que ha encontrado un tío que tiene un estudio casero en Hackney Wick y que podemos grabar allí por diez libras. Nos presentamos a la hora acordada, el lunes 15 de enero, con unas actitudes atípicamente alegres y un equipo típicamente cutre. Roger se detiene ante el bordillo en el Zephyr; está de malas pulgas porque tiene que faltar un día al trabajo. No puedo obviar el hecho de que hay algo indefinible y persistentemente descompensado en nuestra relación con Roger, ni que ya lleva un tiempo así. Las cosas ya no son como eran. Decido que la mejor forma de actuar es ser directo y hacer caso omiso.
El estudio está dentro de un piso oscuro de la segunda planta de un montón victoriano de ladrillos y vigas de madera putrefactas en una bocacalle insalubre pero frondosa. Es un paraíso jipi en estado puro: mugre generalizada, por supuesto; barritas de incienso y fragmentos cenicientos de barritas de incienso por todos lados; pañuelos con agujeros de quemazos cubriendo lámparas dotadas de bombillas rojas y enormes porros de cuatro papeles fumados a las once de la mañana.
También hay una movida doméstica jipi, lo que significa, entre otras cosas, que hay dos cochinillos llenos de mocos con pañales fétidos y colgantes arrastrándose entre los pufs y las cajas de leche como si fueran un par de criaturas posapocalípticas. El propietario del «estudio» se llama Alvin y su «compañera» Grizelda. Esta, cuyo peinado con raya al medio está unido a su cráneo por una banda de cuero repujado, luce unos pantalones de pata de elefante deportivos bordados y una camisa con mangas acampanadas tan diáfana que resulta de mal gusto. La bienvenida que nos da podría hacer pensar que somos la encarnación viviente de la polio.
Así que venga, vale, grabemos aquí nuestra música. Este sitio rezuma rock and roll. Gracias, Eunan.
Desde el instante que nos conocimos, Stein y yo hemos compuesto juntos cada pocos días. Elaboramos nuestras ideas en nuestros melones individuales, él mientras vende pisapapeles con la bandera británica en Paddington, yo envuelto en una manta en Aldenham Road, y luego hacemos colisión en el número 17 de London Street cuando Sonja no está. Ni somos capaces de imaginar que uno solo de nuestros temas llegue jamás a unas listas de éxito contaminadas y sosas ni a la tele ni, bien mirado, a ninguna otra parte. De momento.
No tenemos ni la más remota idea de qué hacer en un estudio. Estamos a merced de Alvin, jipi en jefe, ingeniero y aspirante a productor. Nos apiñamos en lo que en otro tiempo debió de ser un dormitorio: paredes moradas, suelo de madera agrietado, ventana cubierta con cartones de huevos. Lou instala su batería, Stein tiene a su disposición un pequeño teclado electrónico, y Roger y Eunan están cómodos en un rincón. ¿Y yo? Yo estoy en la cocina, por supuesto, conectado a cables y con unos cascos puestos junto a un fogón grasiento. No puedo ver a los chicos. Lo que sí puedo ver es un fregadero lleno de vajillas costrosas y penicilina en todos los platos. Nunca antes había estado separado de los chicos. ¿Qué pasa con mis señales manuales, mis instrucciones, mis críticas y mis pullas generalizadas, que tanto han llegado a amar y de las que tanto dependen?
Tal y como resultan las cosas, nuestros intentos iniciales de grabar de esta forma resultan ineptos. Una toma tras otra obtiene la calificación de basura sosa.
Stein, Lou y yo paramos el mundo; tenemos que bajarnos, ubicarnos y tomarnos una Long Life. Charlamos. En contra del «experto» asesoramiento de Alvin, me traslado desde el fogón grasiento a la minúscula habitación donde está el resto del grupo. Alvin se queja de diversas disfunciones que aquejan al micrófono y otros problemas de fumeta del tipo «oye, tío», pero nosotros nos mostramos inflexibles.
La diferencia es inmediata. Sí, será caótico y ruidoso, pero suena como queremos que suene. Es crudo y emocionante. Esto es rock de dormitorio y si hay una cosa que sabemos hacer eso es rock and roll en un dormitorio. Podríamos hacerlo con los ojos vendados.
Alvin se está subiendo por las paredes, tirándose del pelo de la barba y trenzándoselo febrilmente. Resulta completamente obvio que detesta lo que está oyendo, pero no sabe qué hacer al respecto. Imparte cada vez menos instrucciones a través de su vello facial infestado de restos de comida. Grizelda, con su expresión sombría, sus puntas abiertas y su desmesurado refunfuñar agresivo, infesta el proceso cual un vapor odorífero. Su modus operandi consiste en irrumpir, bufarle al oído a Alvin y salir en tromba hecha una furia. Repítase cuantas veces sea necesario. ¿No podría salir en tromba a dar un largo paseo? ¿No podría meter a sus apestosos críos en un saco y llevárselos con ella?
Grabamos «Melinda Lee» y «Son of the Wizard».
El martes, y tras una auténtica sesión de atletismo a base de saltarse torniquetes combinada con el encanto de Lou ante los revisores del metro londinense, estamos de nuevo en Le Studio Alvin. A Roger le hace todavía menos gracia que ayer. Tal como veo yo las cosas, Boosey & Hawkes sencillamente tendrán que pasar el duro trago de apañárselas sin él otro día más. Una sección menos de un saxofón menos bajará por la cadena de montaje porque Roger Cooper está aquí en Hackney Wick, grabando la pista de bajo definitiva para «Southern Belles». ¿Y qué?
Alvin no parece haber disfrutado de la noche de sueño más relajante de su v...

Índice

  1. Cubierta
  2. Créditos
  3. Preámbulo
  4. Dedicatoria
  5. Índice
  6. Introducción
  7. Prólogo
  8. Epígrafe
  9. 1971
  10. 1972
  11. 1973
  12. 1974
  13. 1975
  14. Epílogo
  15. Agradecimientos
  16. Notas
  17. El autor
  18. Contracubierta