
- 396 páginas
- Spanish
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- Disponible en iOS y Android
eBook - ePub
Universidad y nación
Descripción del libro
La universidad y, en particular, la Pontificia Universidad Católica del Perú (PUCP) se hallan en el centro de la atención pública, debido, principalmente, al debate actual sobre cuál es el modelo de universidad más adecuado para el desarrollo del país. Para hacer frente a esta demanda social, el Departamento de Humanidades de la PUCP organizó un coloquio internacional interdisciplinario en torno a las relaciones entre la universidad y la nación, ocasión en la que participó el renombrado historiador Benedict Anderson, quien fue invitado para recibir el doctorado honoris causa en esta casa de estudios.
Este volumen recoge las contribuciones de aquel coloquio, divididas en las siguientes secciones: La universidad y la construcción de la nación; La universidad en la historia de la nación peruana; Corrientes pedagógicas e identidad nacional; Universidad, lengua y género; Universidad y poder, y Testimonios.
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Información
La universidad en la historia de la nación peruana
Universidad y nación en la generación del veinte
Germán Peralta
Universidad Federico Villareal
Universidad Federico Villareal
La generación de la década de 1920 fue llamada indistintamente generación del centenario o generación de la reforma. Lo primero por ser la generación que surge a la vida pública en torno a los años del centenario de la Independencia de España y lo segundo por el discurso de ruptura que plantea desde los claustros universitarios. De acuerdo a Raúl Porras Barrenechea, también podría llamársela generación vetada, esto en función del compromiso social que impulsaron sus vanguardias, el cual generó el marginamiento y la persecución política de los que fueron objeto por parte de las oligarquías gobernantes; y, por tanto, de la invisibilidad a la que fueron sometidos buena parte de sus integrantes. En este artículo pretendemos demostrar cómo, a partir de los presupuestos que plantearon aquellos jóvenes, la universidad peruana se vio obligada a llevar a cabo importantes cambios, tanto en el plano académico como en el gobierno institucional.
La Universidad de San Marcos, fundada en 1551, es la institución que sirvió desde el campo educativo al fortalecimiento de la política de dominación que imponían los españoles. De su recinto surgieron los intelectuales y profesionales que afirmaron los paradigmas de la cultura de dominación. Con excepción de las cátedras de quechua, no existió otro intento académico por involucrarse y conocer el mundo de los vencidos. Dichas cátedras no eran enseñadas exclusivamente por interés científico o para comprender la sociedad y la cultura indígena; resultaban el medio para afirmar la dominación. El sino de la universidad colonial fue formar profesionales que afirmaran el conocimiento del derecho, la filosofía, el latín, la lengua hispana y la gramática, obviando estudiar los diversos y heterogéneos aspectos de la realidad y culturas nativas. A decir de Haya de la Torre, «en el Perú, por varias razones, el espíritu de Colonia ha tenido su hogar en la universidad» (1967 [1924], p. 43). De este modo, la universidad resultaba una institución que vivía de espaldas al país y preñada de una visión escolástica y monástica. Es decir, solo difundía la cultura y la visión de la ciudad letrada como medio para establecer la hegemonía de la cultura occidental. Más adelante precisará que esta prolongación o supervivencia bajo la República se debe a la hegemonía de la vieja aristocracia colonial.
Así, los profesionales formados en los claustros sanmarquinos estuvieron al servicio de una sociedad piramidal afirmada en la desigualdad y la exclusión. Además contaban con la celosa presencia de la Inquisición que no permitía el ingreso y menos aún la circulación de obras consideradas contrarias al pensamiento oficial. En términos generales la universidad resultó prisionera del sistema político imperante. Rara vez hubo pensamiento de ruptura o pudo observarse en sus aulas a estudiantes de los sectores populares.
San Marcos, a lo largo de su ciclo colonial, resultó el espacio de afirmación y difusión de los valores predominantes del dominador que se incoaron a lo largo de todo el gobierno virreinal. Aunque a partir de las reformas borbónicas hubo un breve paréntesis de cambio, pese a este pequeño esfuerzo, nunca dejó de vivir de espaldas a la realidad nacional. Después de la Independencia y durante todo el siglo XIX, con el breve interregno de los aportes del pensamiento liberal de Pedro Gálvez y Sebastián Lorente, el claustro universitario no impulsaba una actividad científica de acuerdo a los nuevos tiempos. Esta también será la opinión de un intelectual como Víctor Andrés Belaunde, a quien no se le puede acusar de radical, y quien manifiesta que «Las universidades fueron las únicas instituciones virreinales que respetó el torrente revolucionario. Prolongando su vida después de la Independencia, forman el lazo de unión entre la Colonia y la República y encarnan la continuidad de nuestra historia» (1987, p. 227). Más adelante afirmará que en la universidad escolástica no pudo haber, ni hubo, asomos de dirección nacionalista, pues esta mantuvo un pensamiento medieval y no tuvo orientación. Las innovaciones que se implementaron en la República fueron muy reducidas, el espíritu del tiempo no había eliminado de raíz esa visión europeísta, clasista y sesgada de sus asignaturas. En términos generales, el debate científico en su seno estuvo ausente. Otras instituciones como el Real Convictorio de San Carlos de Lima en el siglo XVIII y comienzos del XIX cobrarían mayor prestigio que la vieja Universidad. La independencia política de España no modificó mayormente la calidad ni la orientación de la enseñanza universitaria. En los últimos 25 años del siglo XIX, después de la guerra con Chile, hubo un renacer en la creación y la ciencia sanmarquina. Los vientos de cambio los imponía, a su manera, el idealismo y el positivismo. De acuerdo con Luis Alberto Sánchez, la universidad se había detenido en su marcha científica, si alguna vez la tuvo, pues el afirmará que
[…] no había encarado aún su problemática esencial. Vivía en el campo de las ideologías y dentro de una corriente de autoritarismo institucional y de centralismo cultural. La universidad tenía cerrados los poros. Hasta ahí había sido fiel a la tendencia aristocrática y oligárquica de la vida social en general. Por eso se había hecho verbalista y declarativa (1962, p. 31).
Los novecentistas o la generación precedente
Herederos de una mentalidad colonialista y de un debacle nacional, por los efectos de la guerra con Chile, los estudiantes que cruzan la frontera del novecientos lo hacen impulsando un ambiente modernizador sustentado en el positivismo. A estos jóvenes intelectuales se les caracteriza como novecentistas y en sus filas encontramos conservadores, idealistas, positivistas, tradicionalistas o europeístas. Sin embargo, no podrán entenderse los cambios que más adelante estremecerán los claustros universitarios sin el aporte que desplegó esta generación por comprender los problemas del país. Sin los estudios de José de la Riva-Agüero, Francisco y Ventura García Calderón, Luis E. Valcárcel, Julio C. Tello, Víctor Andrés Belaunde y José Gálvez, entre los más destacados, la generación del veinte es ininteligible. Los novecentistas son precursores de la modernidad, pues abrieron el surco de trabajos sobre la realidad nacional, afirmando el proceso histórico y la literatura peruana. Ellos, desde el seno de la universidad, plantearon el problema nacional y bajo una perspectiva positivista buscaron despejar los interrogantes sobre nuestro derrotero cultural. Cabe señalar que lo hicieron imbuidos de la ciencia y la razón, paradigmas propios del positivismo.
Por tanto, calificarlos —como efectivamente se hizo— de europeístas resulta injusto pues sus reflexiones e investigaciones se sustentan en la indagación sobre el proceso peruano; son, en cambio, como la generación del veinte, historicistas en búsqueda de aquello que Víctor Andrés Belaunde llamaba la peruanidad, que no era otra cosa que el problema nacional bajo la perspectiva de una concepción de la historia como síntesis. Este es el caso, por ejemplo, de Francisco García Calderón a través de su obra más importante, El Perú contemporáneo, escrita en francés y publicada en París en 1907, obra lamentablemente de escasa circulación y recién traducida y publicada en el Perú 74 años
después (1981)9; de los trabajos de Julio C. Tello en arqueología; de los ensayos sobre el problema social de Luis Miró Quesada; de los aportes de Víctor Andrés Belaunde, o de la exquisita obra literaria de Ventura García Calderón en cuento y poesía. Finalmente, José de la Riva-Agüero, con brillante erudición y estupenda pluma, deslumbró con sus estudios sobre literatura e historia respectivamente. En resumen, los novecentistas sí plantearon el problema nacional desde una perspectiva elitista e idealista y, como lo afirma Luis Alberto Sánchez, «el cuadro que presenta García Calderón es, pues, un cuadro idealista y europeizante» (1981, p. 5). No obstante, no hay que olvidar que toda esta reflexión tuvo por finalidad plantear una visión, como diría más adelante José de la Riva-Agüero, reaccionaria, entendiendo el vocablo como una reacción contra todo lo existente.
después (1981)9; de los trabajos de Julio C. Tello en arqueología; de los ensayos sobre el problema social de Luis Miró Quesada; de los aportes de Víctor Andrés Belaunde, o de la exquisita obra literaria de Ventura García Calderón en cuento y poesía. Finalmente, José de la Riva-Agüero, con brillante erudición y estupenda pluma, deslumbró con sus estudios sobre literatura e historia respectivamente. En resumen, los novecentistas sí plantearon el problema nacional desde una perspectiva elitista e idealista y, como lo afirma Luis Alberto Sánchez, «el cuadro que presenta García Calderón es, pues, un cuadro idealista y europeizante» (1981, p. 5). No obstante, no hay que olvidar que toda esta reflexión tuvo por finalidad plantear una visión, como diría más adelante José de la Riva-Agüero, reaccionaria, entendiendo el vocablo como una reacción contra todo lo existente.
En virtud de sus aportes, la generación del veinte inicialmente los consideró sus maestros para al poco tiempo negarlos dialécticamente y acecharlos con la crítica. Es probable que Luis Alberto Sánchez, con su polémico Balance y liquidación del novecientos resulte el estudioso más punzante y quien mejor sintetice las críticas de los intelectuales de su generación. Otro joven, Jorge Basadre, manifestará las razones de este juicio al afirmar que:
La generación de Riva-Agüero, más que «futurista» fue tradicionalista. Figuraron entre sus elementos más importantes, apellidos sonoros; rodeó a sus maestros más destacados, Prado y Deustua y a Palma y se vio pronto dueña de prestigio. Pero de ella, contra todos los augurios favorables, nos quedan libros, artículos, versos, pero no acción. Con personal para ir al Parlamento solo ha podido llegar hasta la universidad. Ni siquiera nos ha dejado una obra de conjunto, una gran revista o una eficaz institución. Vencida políticamente sin luchas ni gloria, está llegando a la vejez con la enorme responsabilidad de haber consentido formarse el negro panorama político actual (1924, p. 11).
La crítica del joven Basadre —que expresa la de toda su generación— es devastadora: enjuicia las debilidades de los novecentistas, enumera y enrostra sus errores; sin embargo, en ella hay un tácito reconocimiento a su obra, a su vocación por estudiar los problemas nacionales, a su apasionada erudición. Al calificarlos como «elementos de apellidos sonoros» está aludiendo a que eran hijos del orden oligárquico, jóvenes aislados del Perú profundo. Al respecto, Hugo Neira señala que son «notables que se dirigen a un público de notables» (1996, p. 367). Devenían en teóricos de la realidad nacional con escaso interés por el problema popular y fueron agentes de una intrascendente acción social, constituyéndose en personalidades individualistas, cómplices de la crisis política. Fueron vencidos sin combate, empero de ninguna manera puede afirmarse que no se interesaron por el problema nacional.
Ahora bien, es conveniente precisar que cuando Basadre escribe su artículo hacía ya cinco años que Riva-Agüero se encontraba autoexiliado en España, tres años que Víctor Andrés Belaunde y Luis Fernán Cisneros habían sido deportados, en tanto que Francisco y Ventura García Calderón radicaban en París desde hacía dieciocho años. En otras palabras, Le Pérou contemporain y La creación de un continente, obras importantes, ya circulaban en los pequeños círculos intelectuales peruanos. El Partido Nacional Democrático fundado por Riva-Agüero yacía en el olvido. Y Belaunde había publicado «Nuestra crisis».
Como consecuencia del interés y la toma de partido de los estudiantes por la acción social, se acrecentó la ruptura. Víctor Raúl Haya de la Torre proclamaba la imperiosa necesidad de la acción social. El desencuentro entre ambas generaciones resultó inevitable. Los cambios que se suscitaban en el ámbito mundial impulsaron una toma de conciencia más profunda sobre los problemas sociales y nacionales. Se abría un nuevo escenario a escala mundial y regional: la Revolución mexicana, la Primera Guerra Mundial, la Revolución rusa y la Reforma Universitaria fueron cuatro acontecimientos externos que determinaron la ruptura con los novecentistas, impu...
Índice
- Introducción
- La universidad y la construcción de la nación
- La universidad en la historia de la nación peruana
- Corrientes pedagógicas e identidad nacional
- Universidad, lengua y género
- Universidad y poder
- Testimonios
- Benedict Anderson: doctor honoris causa de la Pontificia Universidad Católica del Perú