La Investigación en Ciencias Sociales
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La Investigación en Ciencias Sociales

Discusiones Epistemológicas

  1. 255 páginas
  2. Spanish
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La Investigación en Ciencias Sociales

Discusiones Epistemológicas

Descripción del libro

El tercer libro de la colección. Las discusiones sobre la filosofía de las ciencias sociales han estado tradicionalmente ligadas a las que se han suscitado en las ciencias naturales y en tiempos más recientes a su reconstrucción como disciplinas independientes. Las preguntas que se han discutido tienen que ver con su carácter científico: ¿Son ciencias o pseudociencias?, ¿están éstas en un estado preparadigmático?, ¿aspiran a compartir el mismo método de las ciencias naturales?, ¿la manera de investigar y explicar los asuntos sociales es diferente y lo que se pretende es más la comprensión de los asuntos sociales y menos la explicación y la predicción? O, por el contrario, ¿se pueden formular leyes para los fenómenos sociales?

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Información

Año
2013
ISBN del libro electrónico
9789588957302
Categoría
Sociología
MEDICIÓN, EXPERIMENTO, LEY: EL SILOGISMO CIENTIFICISTA
Alberto Marradi
Universidad de Florencia
Ilustración, positivismo y neopositivismo: complejo de inferioridad e imitación
En este ensayo quiero llamar la atención acerca de la expansión semántica que han sufrido en las ciencias sociales los tres términos del título. Esta expansión semántica tiene, a mi entender, una misma y única motivación: el deseo de imitar a las ciencias físicas. Medición, experimento y ley son las herramientas prácticas e intelectuales a las que una visión superficial atribuye el éxito de las ciencias físicas y su impetuoso desarrollo en los últimos siglos. Por lo tanto, se trata evidentemente de un caso de imitación debida a un complejo de inferioridad.
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Apenas la revolución de los siglos XVI y XVII en astronomía y física cambia la imagen del mundo y manifiesta sus efectos positivos en la vida cotidiana, Hobbes proclama (1655; 1668) que las ciencias morales –como se las llamaba entonces– sólo podrán desarrollarse si siguen el modelo de las ciencias físicas. Berkeley afirma que la sociedad es un análogo del universo newtoniano: “hay un principio de atracción en los espíritus y las mentes de los hombres” (1710/1946, 186). El fisiocrático Quesnay cree que los fenómenos económicos sigan principios univrsales e inmutables (1758). Say equipara la ciencia económica a la física y la química (1803). Voltaire difunde el culto a Newton en el continente europeo, y tanto el matemático D’Alembert como el economista Turgot y el filósofo Condillac comparten su entusiasmo por la nueva astronomía.
En su discurso de admisión frente a la Academia Francesa, Condorcet invoca la venida de un observador no humano, que “siendo ajeno a nuestra raza, podría observar la sociedad humana como nosotros estudiamos castores o abejas” (1783). Durante la revolución, en un proyecto de reorganización de la educación pública, el mismo autor afirma que la historia debe dejar de ser historia de individuos: sólo de esta forma puede llegar a descubrir las leyes constantes que rigen los fenómenos sociales como los físicos (1792; ver también 1794).
El duque de Saint-Simon, sans-culotte y “citoyen Bonhomme” mientras la revolución alborozaba, apenas la tempestad se aplaca, propone al Directorio instituir un Consejo de Newton –encabezado, naturalmente, por el mismo Saint-Simon– que remplace al Papa como representante de Dios sobre la faz de la tierra. El clero será remplazado por consejos locales de Newton, que organizarán el culto y la instrucción en el territorio: fue Dios mismo, con Newton a su derecha –revela el duque– quien le dio esta orden (Hayek, 1952/1967, 142-6). Ya que esta revelación no enternece al Directorio, Saint-Simon decide apostar por la estrella naciente y proclama a Napoleón el jefe político y científico de la humanidad, “el hombre más positivo de su época”. En calidad de lugarteniente científico del jefe, Saint-Simon se dedicará a la redacción de una enciclopedia, pero no crítica como la de la Ilustración, sino positiva y constructiva, ya que apunta a “reorganizar el saber de arriba abajo” (1807-8/1865, I: 219). La obra tiende a mostrar que, aplicando el método de las ciencias físicas (el experimento) y su herramienta (la medición), se pueden descubrir las leyes que rigen todos los sectores de la experiencia. Su objetivo final es realizar “el pasaje de la concepción por la que los varios fenómenos son regidos por leyes particulares a la concepción por la que todos resultan regidos por una única y misma ley “que –¿Cabe decirlo?– será la ley de gravedad” (1813/1865-1878, XL: 161).
En una primera fase, su secretario Auguste Comte comparte el programa sansimoniano de reducir todos los fenómenos a la única ley de gravitación o al menos al menor número posible (1830, I: 10); las leyes del progreso de la civilización serán necesarias e inevitables como la de la gravedad (1830, I: 16). Sólo si se imita el método de Galilei y Newton se podrá estudiar científicamente la sociedad (1830-1842, II). En los volúmenes siguientes del Cours, Comte toma distancia de Saint-Simon y vuelve a temas típicos de Condorcet: la sociología dinámica tiene que convertirse “en una teoría de la historia”, pero “abstracta, sin nombres de hombres ni de pueblos” (1830-1842, V: 14). “La observación tiene que ser necesariamente ajena a lo observado” (1830-1842, VI: 402). En la última parte del Cours, Comte admite que el método experimental no se puede aplicar a la sociología (1830-1842, VI: 671); ésta tiene que hallar sus leyes con el “método histórico”. Pero atención: una vez encontradas, “las leyes no podrán ser compatibles con una investigación demasiado detallada” (1830-1842, VI: 638). Por lo tanto, la investigación científica tendrá que ceñirse a la exactitud requerida por las necesidades prácticas (ibidem).
Adolphe Quételet, demógrafo, astrónomo, hombre de negocios y de confianza del rey belga Leopoldo I, en la introducción de su primera obra importante declara: “En el gran cuerpo social encontramos leyes tanto inmutables como las que rigen los cuerpos celestes. El conjunto de esas leyes, que no dependen ni del tiempo ni del capricho de hombres, forma una ciencia especial, a la que he dado el nombre de física social” (1835). En la misma obra presenta un gran número de tablas en las que se establecen relaciones entre la frecuencia de crímenes, suicidios, internaciones en manicomios, etc. y la edad, el sexo, el peso corpóreo y otras propiedades físicas, llamando “leyes” a las fórmulas que saca de las tablas (este empleo desenvuelto del término ‘ley’ será criticado incluso por Comte). Su culto al “hombre mediano” en todas sus propiedades, físicas y psíquicas –que sería el blanco al cual la Naturaleza apunta, y del cual y todas las desviaciones son errores de la misma Naturaleza– no es otra cosa que un intento para exorcizar la variabilidad intraespecífica, atribuyendo a los seres humanos la misma uniformidad que caracteriza los átomos del mismo elemento. Esta orientación ha caracterizado la naciente ciencia estadística durante medio siglo, al menos hasta cuando Galton ha clamado la atención sobre la propia variabilidad intraespecífica, que permitiría la evolución, física e intelectual, de la especie humana.
Incluso el más complejo de las primeras generacionas de positivistas franceses, el biólogo Claude Bernard, proclama que “en los cuerpos vivos como en los brutos las leyes son inmutables, y los fenómenos están ligados por un determinismo absoluto” (1865/1951,93).
La misma orientación ha caracterizado a la psicofísica, ciencia que se ocupa de las reacciones de los sentidos humanos a sonidos, luces, presiones, etc. Desde los primeros estudios de Ernst Heinrich Weber en los laboratorios de Lipsia (1834), los psicofísicos han descuidado las diferencias interindividuales respecto a la sensibilidad a estímulos físicos, al desconocerlas o considerarlas molestias (Torgerson 1958, 132-151; Duncan 1984, 200ss.). Las “leyes” producidas por décadas de experimentación (Fechner 1860) son burdas simplificaciones, perfecto ejemplo de la tendencia positivista a proclamar leyes simples y elegantes en presencia de situaciones mucho más variadas y pasando por alto cualquier instancia falsificante.
En Inglaterra el positivismo fue inicialmente identificado con la Revolución Fancesa (Burke, 1790) y tarda en difundirse; pero a la caída de Napoleón empezó a hundir raíces bien robustas. En el sexto libro de su obra capital, dedicado a las ciencias morales, John Stuart Mill proclamó que al estado atrasado de esas ciencias sólo se le puede poner remedio aplicándole los métodos de las ciencias físicas (1843, VI.I.I). Por su parte, el economista Henry Charles Carey produjo tres volúmenes para probar la identidad de las ciencias sociales y de las físicas, ambas son “ciencias de leyes” (1858).
En su primera obra importante, Herbert Spencer propone una síntesis de ciencias humanas y ciencias de la naturaleza, asentándola en principios físicos como la permanencia de la fuerza y la inestabilidad de los equilibrios homogéneos (1862). En los mismos años, Robert Hamilton (bajo el seudónimo de Leland A. Webster) escribía que “el fin de la sociología es hallar las leyes que determinan la condición social de la humanidad; esas leyes tienen la misma naturaleza de las físicas: fuerzas centrípetas y fuerzas centrífugas operan en la sociedad como en el universo” (1866, 18).
James McKeen Cattell, que después de varios años de estudio con Wundt y luego con Galton importó los test psicológicos a Estados Unidos y se convirtió en el primer catedrático de psicología de aquel país, afirmaba que “la psicología no puede conseguir la certeza y exactitud de las ciencias físicas si no está basada en experimentos y medición... De esta forma puede conseguir el mismo éxito de las grandes ciencias” (1890, 376).
Es conocido que en su producción inicial Durkheim adhiere a una posición rígidamente positivista; una de sus reglas “sugiere que el sociólogo adopte la misma actitud de físicos, químicos y fisiólogos hacia los fenómenos de sus dominios científicos” (1895, 12). Incluso en una obra de su madurez declara que “la sociología no podía nacer antes que emergiera la idea de que las sociedades, al igual que el mundo físico, son sometidas a leyes” (1921, 260). Por otro lado, en sus investigaciones empíricas ya podían percibirse intuiciones que se desviaban claramente de los dogmas positivistas; por ejemplo, no se ve cómo se podría distinguir el suicidio anómico de otros tipos de suicidio (1896) autolimitándose a “tratar los hechos sociales como cosas” (1895). Es conocido también que en muchas obras maduras Durkheim acentúa –sin admitirlo– su alejamiento del positivismo, hasta llegar en su última obra (1912) a una forma de “idealismo trascendental” (Dal Lago y Giglioli, 1983, 30; ver también Alexander 1986).
La lenta conversión intelectual de Durkheim puede leerse como una señal de que el burdo positivismo que ha dominado el siglo XIX está atravesando una revisión. Pero su motivación profunda –el complejo de inferioridad y la imitación ciega de las ciencias físicas– se transmite intacta a los movimientos que en siglo XX comparten su herencia: conductismo, operacionismo, empirismo lógico (que los críticos han bautizado “neopositivismo”).
En la cuarta década del siglo XX, al reconocido jefe del movimiento operacionista en sociología se le escapa una declaración que sobrepasa la de Cattell en cuanto a la claridad de los móviles de la orientación cientificista en las ciencias sociales: “Si podemos medir los fenómenos sociales, el camino de las ciencias sociales nos conduce por el mismo difícil terreno en el cual la física y las otras ciencias han progresado hasta sus eminentes triunfos actuales... El camino de la ciencia nos atrae ya sea por sus éxitos ya sea por el prestigio académico y público” (Lundberg 1938, 197 y 200). Ya una década antes, Lundberg había expresado su opinión de que la sociología estaba alcanzando la “fase de la objetividad” (1929, 20). Y una década más tarde declarará que los sociólogos tienen que luchar para conseguir el mismo estatus que los físicos, que no son molestados por revoluciones y levantamientos, ya que su obra es considerada provechosa cualquiera sea el tipo de régimen (1947/1961, 16-17).
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En los mismos años, Otto Neurath, uno de los líderes del Círculo de Viena, declara: “Toda la ciencia auténtica sólo puede ser física” (1931/1936, 360). Y Hans Reichenbach, ilustre exponente del otro círculo neopositivista –el de Berlín– identifica cuatro matrices de la ciencia moderna: el experimento, la cuantificación, la capacidad de abarcar “la máxima extensión posible de fenómenos... bajo una ley unitaria” y la disponibilidad de poderosas herramientas de observación (1930/1969, 394-5).
El más conocido exponente del conductismo, Burrhus F. Skinner, es autor de otra declaración reveladora: “Los métodos de las ciencias físicas han logrado éxitos asombrosos dondequiera fueron empleados. ¡Apliquémoslos a los asuntos humanos!” (1953, 5).
Sin lugar a dudas, la antropología es la ciencia social que menos sucumbe a la fascinación por la física; sin embargo, en el siglo pasado dos renombrados antropólogos se suman al coro cientificista. El austríaco Siegfried Frederick Nadel declara que “el antropólogo toma como modelo las ciencias de la naturaleza, tratando de incorporar hechos o eventos particulares a leyes generales” y que “hay un único método científico con el cual la física y la química han conseguido sus mejores éxitos” (1949/1974, 227). Por su parte, el norteamericano George Peter Murdock asegura que “los datos culturales y sociales pueden ser tratados como los hechos físicos y biológicos” y que “se uniforman a leyes naturales con una exactitud poco menor de la que caracteriza la combinación de átomos en la química y de gérmenes en biología” (1949, 183).
Naturalmente no soy el primero en denunciar el hecho de que el cientificismo de las orientaciones que han dominado la epistemología en el siglo XIX y buena parte del XX se deriva de un complejo de inferioridad con respecto a las ciencias más antiguas y exitosas, con el consiguiente impulso a imitarlas, al igual que el hermano menor imita al mayor (ver Meehan, 1968, v). En particular, la epistemología neopositivista fue adoptada con entusiasmo por la gran mayoría de psicólogos, sociólogos y politólogos porque “abrirá a las ciencias sociales la perspectiva de equip...

Índice

  1. Portada
  2. Derechos de autor
  3. AUTORES
  4. INTRODUCCIÓN
  5. Las raíces epistemológicas de los principios éticos y la responsabilidad social en la investigación social. Pablo Páramo
  6. ¿Ciências sociais ou ciências morais? Uma questão de julgamento. Paulo Cesar da Costa Gomes
  7. ¿Ciencias sociales o ciencias morales? Una cuestión de juicio. Paulo Cesar da Costa Gomes
  8. El racionalismo crítico de Popper: su influencia en las ciencias sociales. Serafín J. Mercado Doménech
  9. La controversia entre la crítica falsacionista y la crítica dialéctica de la ciencia. Angelina Uzín Olleros
  10. Las bases biológicas de la organización social y del conocimiento. Pablo Páramo
  11. El conductismo tiene la palabra: precisiones filosóficas. Iván Felipe Medina A.
  12. El análisis conductista del comportamiento social. Ricardo Pérez-Almonacid
  13. Medición, experimento, ley: el silogismo cientificista. Alberto Marradi
  14. La construcción social del conocimiento científico. Pablo Páramo
  15. Del hallazgo de los hechos científicos a su construcción. Luz Adriana Rengifo Gallego
  16. Epistemología cívica. Adriana Patricia Gallego Torres y Carlos Enrique Montenegro Marín
  17. Lecturas y usos de Foucault. Alberto Martínez Boom
  18. ¿Existe una epistemología feminista?. Noelba Millán Cruz y Luz Ángela Prada Rojas