![]()
1
¿ES POSIBLE ARMONIZAR LO TERRENO, LO HUMANO Y LO DIVINO?
Pensar a Dios, amar a Dios, no es más que una cierta
manera de pensar el mundo [...].
No es por la forma en que un hombre habla de Dios,
sino por la forma en que habla de las cosas terrenas,
como se puede discernir si un alma ha permanecido
en el fuego del amor de Dios 1.
SIMONE WEIL
Muchos hoy responden a la pregunta del título de este capítulo: «No». No sería posible armonizar a Dios con el bien humano y con lo terrenal. Friedrich Nietzsche es considerado el máximo representante de este tipo de ateísmo, el humanista, que considera a Dios impedimento para que el ser humano desarrolle y alcance sus potencialidades. Por eso, de la crítica nietzscheana al cristianismo partirá la reflexión del presente capítulo. Nietzsche tiene límites y ha de ser sometido a crítica, pero me fijaré en lo que la fe cristiana ha de integrar de su pensamiento. Un breve análisis de algunas de las posibilidades de Nietzsche abordará el primer epígrafe. En segundo lugar, propondré una opción de enlace filosófico entre el desafío de la sospecha nietzscheana y la teología cristiana. Y, por último, se hará una «mostración» de que la fe en el Dios de Jesús es razonable.
1. La muerte de Dios y la fidelidad a la tierra
Como sostiene D. Bonhoeffer, el ateísmo –al contrario que la sociedad de cristiandad– es un reto necesario para el cristiano, puesto que, sabiendo cuál es la situación real del ser humano ante Dios –puede vivir fácticamente con o sin él–, obliga a tomar una postura libre, auténtica y madura. Otro teólogo alemán, J. Moltmann, afirma que el ateísmo pertenece de alguna manera a la realidad misma de Dios: Dios ha muerto en Jesucristo. Dice Moltmann que no se puede llegar a la fe cristiana sin pasar por el ateísmo, puesto que creemos en un Dios crucificado. Estos autores quisieron salir al paso de Nietzsche, quien ha decretado, por antonomasia, la muerte de Dios. Si bien muchos intérpretes de Nietzsche no han leído el Got ist tot, «Dios ha muerto», en clave realista, sino sobre todo como representación de la decadencia de la metafísica y de la cultura occidentales y del cristianismo. No obstante, ha de clarificarse que Nietzsche siempre se consideró ateo. Vayamos ahora a lo que es más destacable de Nietzsche en este contexto teológico:
¡Yo os conjuro, hermanos míos, permaneced fieles a la tierra y no creáis a quienes os hablan de esperanzas supraterrenales! Son envenenadores, lo sepan o no. Son despreciadores de la vida, son moribundos y están, ellos también, envenenados, la tierra está cansada de ellos: ¡ojalá desaparezcan! En otro tiempo el delito contra Dios era el máximo delito, pero Dios ha muerto, y con él han muerto también esos delincuentes. ¡Ahora lo más terrible es delinquir contra la tierra y apreciar más las entrañas de lo inescrutable que el sentido de aquella! En otro tiempo, el alma miraba al cuerpo con desprecio: y ese desprecio era entonces lo más alto: el alma quería el cuerpo flaco, feo, famélico. Así pensaba escabullirse del cuerpo y de la tierra 2.
Nietzsche nos pone en preaviso a los cristianos. No podemos obviar la crisis ante la que nos ha puesto el lúcido y atrevido filósofo. No podemos demonizarle y escudarnos en sus duras palabras tachándole de loco. Vale que Nietzsche tenga la influencia de un luteranismo con una antropología pesimista, de un calvinismo obsesionado con la predestinación y de un catolicismo muy sumiso al clero. Vale que su historia personal no le ayudó a tener una mejor visión de lo cristiano. Pero hay que darle la razón a Nietzsche. Cierto dios 3 ha de morir. Hemos de gritar ¡no! a la blasfemia de un dios moralizante, aniquilador de la vitalidad y de lo mejor de los seres humanos. No a un dios «entificado», aunque sea el ente supremo. No a un dios que se queda con la belleza y la fuerza propias de los humanos, proyectadas en él por la humanidad, dejándola a ella sin sus cualidades vitalizadoras. No a un dios que promete un más allá de consolación a la vez que un más acá miserable y mortecino. Nietzsche propone al Übermensch, al superhombre, como el símbolo que representa aquello a lo que el ser humano debe tender para recuperar aquellos valores perdidos, los que son fieles a la tierra y al cuerpo, los que nos permiten vivir con autenticidad, queriendo ser siempre más –voluntad de poder–, valores relativos a la libertad y la alegría, valores que, sin negar la oscuridad y sufrimiento inherentes a la vida, gusten del baile, del humor y de la risa y del mismo placer-goce vital.
También el superhombre, para Nietzsche, es un inconformista; siempre aspira a caminar más allá de lo que vive, a llevar a plenitud los valores de la tierra a través de la propia creatividad, pero con una superación de uno mismo que, a mi juicio, es difícil de concebir sin una trascendencia. En Nietzsche atisbo una fidelidad a la tierra que no termina de consumarse ahuyentando el cielo. Se encuentran de él textos que interpreto como un maridaje entre cielo y tierra:
Vosotros miráis hacia arriba cuando deseáis elevación. Y yo miro hacia abajo, porque estoy elevado. ¿Quién de vosotros puede a la vez reír y estar elevado? Quien asciende a las montañas más altas se ríe de todas las tragedias, fingidas o reales 4.
Tú, Zaratustra, has querido ver el fondo y el trasfondo de las cosas: por ello tienes que subir por encima de ti mismo, ¡arriba, cada vez más alto, hasta que incluso las veas por debajo de ti! [...] Lo más alto tiene que llegar a su altura desde lo más profundo 5.
En otro fragmento del Zaratustra, Nietzsche envía una alabanza al cielo, lo cual es un ejercicio necesario que ha de superarse para la llegada del «gran mediodía», momento cumbre del superhombre:
¡Oh, cielo por encima de mí, tú puro! ¡Profundo! ¡Abismo de luz! Contemplándome me estremezco de ansias divinas. Arrojarme a tu altura, ¡esa es mi profundidad! Cobijarme en tu pureza, ¡esa es mi inocencia! 6
Desde las feroces palabras que el filósofo vierte contra el cristianismo de su época capto en Nietzsche unas «ansias divinas» que no puede encauzar a través de la religión. «No quepo en este cielo tan bajito...», dice un grafiti situado en la plaza del Triunfo de Granada, frente a la parroquia de la Inmaculada. Palabras que reflejarían bien el alma de Nietzsche ante un cristianismo de moralina y falto de vitalidad.
No obstante, a pesar de que Nietzsche proclame la muerte de Dios, ¿quién sino un Dios desconocido para él, amigo de la vida y de la tierra, a la vez que eternizador, podrá salvar al propio Nietzsche de su fragi...