
- 312 páginas
- Spanish
- ePUB (apto para móviles)
- Disponible en iOS y Android
eBook - ePub
Descripción del libro
En el momento más oscuro de su vida Iván conoció el budismo zen, que le ayudó a entender lo inútil que es aferrarse a lo material. Después de años de estudio se convirtió en monje. Como maestro, Densho Quintero ha tenido que recorrer un arduo camino tratando de acercarse cada vez más a ese ideal, y decidió compartir sus experiencias para mostrar que el budismo no es algo lejano y complicado, sino una práctica a la que cualquiera puede acceder para estar en armonía con el universo y así lograr la paz interior.
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Información
Categoría
Teología y religiónCategoría
BudismoNubes en el vasto cielo

Un día Dogo, discípulo de Sekito preguntó, “¿cuál es el significado esencial del Dharma de Buddha?”
Sekito respondió, “ni ganancia ni conocimiento".
Dogo preguntó de nuevo, “¿Puede decir algo más?”
Sekito respondió, “el vasto cielo no obstruye el flotar de las blancas nubes".
Historia zen.
Zazén
Como una montaña frente al mar, mi cuerpo se yergue hacia el cielo. Con un suave ir y venir, las olas de la respiración mecen mi abdomen. Como nubes, los pensamientos vienen y se van con el viento de la impermanencia. Nada subsiste igual momento a momento y, sin embargo, el presente es pura quietud. La tensión de la vida siempre a punto de suceder, pero si no escojo, nada surge. No hay separación. Soy el instante presente.
Alimentar la práctica
Si existiera un mar infinitamente grande y profundo y sobre la superficie flotara una única tabla con un hueco, si en este mar viviera una tortuga solitaria que saliera a respirar una vez cada mil millones de años, las posibilidades de que la tortuga meta la cabeza por el hueco de la tabla son mayores a que un ser nazca con forma humana. Y es todavía más extraordinario, dice la tradición, haber encontrado el Dharma del Buddha.
Practicar el sendero que lleva a la liberación del sufrimiento sólo es posible dando un uso consciente y coherente a la propia fuerza vital. Emplear parte de la energía que utilizamos en la búsqueda de reconocimiento social, riqueza, estatus, autosatisfacción, o la que desperdiciamos en la inercia de nuestros hábitos, e invertirla en dirigir nuestra vida hacia despertar a la realidad. Impregnar nuestro ser con la certeza de que la insatisfacción es producto de la ignorancia, que todo es impermanente, que no hay una existencia substancial inmutable y que es posible encontrar la paz y la felicidad en esta misma vida. Nuestra práctica de zazén es la actualización de ese despertar. Pero para que la práctica se pueda llevar a cabo, se necesitan dos condiciones: una profunda fe y un esfuerzo sostenido. En el zen la fe no está puesta en algo fuera de cada uno, sino en la convicción de que la postura misma es expresión de la totalidad de la vida, libre de los velos de la ignorancia. Por su parte, el esfuerzo, virya, es la renovación constante de la energía para sobreponernos a nuestros hábitos y llevar a cabo la práctica por encima de la comodidad y la pereza.
El maestro Dogen dice que para practicar la Vía es indispensable producir la mente que busca el despertar, Boddhicitta. Debemos incorporar en nosotros algo más que una simple comprensión intelectual. De acuerdo con el budismo, Boddhicitta tiene dos aspectos, uno absoluto que es despertar a la universalidad de la vacuidad (sabiduría) y el otro relativo que tiene ver con el interés hacia los otros seres y el deseo de ayudarlos a liberarse del sufrimiento (compasión).
A veces llega la fatiga y el deseo de cambio y esta es una gran oportunidad para renovar los votos de practicar. Si damos preponderancia a nuestras tendencias habituales, nos separamos de la Totalidad. Si por el contrario, a través de nuestra práctica de simplemente estar sentados, shikantaza, dejamos de identificarnos con la aparente individualidad, podemos permitir que esta fuerza se manifieste a través de nosotros y en la vida cotidiana, participar de manera creativa en la producción de una realidad sana y liberadora del sufrimiento. ¿Qué tan dispuestos estamos a transformarnos? ¿Qué tanta energía de nuestros viejos hábitos estamos dispuestos a invertir en nuestra práctica? ¿Hacia dónde queremos realmente dirigir nuestra existencia? El maestro Uchiyama dice que lo que diferencia a un ser humano ordinario de un Bodhisattva es la motivación que tiene en su vida: “En lo ordinario la gente vive pensando sólo en sus propias circunstancias estrechas conectadas con sus deseos. En contraste, un Bodhisattva, a pesar de ser innegablemente un ser humano como todo el mundo, vive apuntando al bienestar de todos, como dirección de su propia vida”. Una dirección que debe ser revisada y renovada momento a momento, pues podemos caer en la “idea engañosa” de que ya hemos triunfado en el zen y regresar una vez más a una vida de sufrimiento.
Carta a una joven enferma
Respetado maestro Densho,
Le escribo porque me encuentro en una condición muy dolorosa y a pesar de que he recurrido a muchas personas no he obtenido respuesta a mis preguntas. Tengo 24 años y desde hace casi cuatro años padezco una enfermedad que me tiene postrada en cama. No pude seguir con mis estudios de comunicación. Mientras mis amigos y familiares disfrutan la vida, yo debo permanecer acostada, aguantando dolores insoportables. Las medicinas ya no me sirven para nada. Quisiera comprender por qué la vida me ha castigado de esta manera y me priva de la felicidad que otros disfrutan. La religión de mis padres no me da alivio y quisiera saber si el budismo tiene alguna respuesta para entender mi condición. Le agradecería si me puede ayudar.
Maura.
Hola Maura:
Me disculpo por no haberte respondido antes. Estaba pensando en las palabras adecuadas. No es fácil hablar intelectualmente del dolor y del sufrimiento desde un estado de salud y ausente de dolor. ¿Cómo podría hablarle de comida a alguien que está hambriento? Pero no quisiera ser irrespetuoso y te debo al menos una respuesta.
Pensar que la condición de alguien es mejor que la nuestra es medirnos basados en referencias externas a nosotros. No sólo en la salud, sino en la prosperidad, la belleza, el trabajo y cualquier otro asunto. Nuestra condición es nuestra condición y no por desear que sea diferente va a cambiar. No porque alguien esté más sano que nosotros es más feliz. Nuestro sufrimiento no viene de nuestra condición misma sino de cómo la vemos. Soy lo que soy. ¿Qué puedo hacer desde esta posición en este momento presente? ¿Hay alguna parte de mí que no esté sufriendo? Si es así, ¿por qué no hago que esta parte crezca en lugar de esconderla en la cueva de mi infelicidad? Estar sanos no es garantía para desarrollar nuestra espiritualidad. Hay personas más infelices porque están enceguecidos por la codicia, el odio o la ignorancia. Tal vez, la vida, en lugar de estarte castigando te esté dando la oportunidad de trabajar para mirar profundo dentro de ti misma. Cuando leemos sobre la vida de grandes maestros de la tradición zen, nos sorprendemos de que algunos de ellos, a pesar de estar enfermos, fueran capaces de convertirse en grandes maestros. El tercer patriarca chino, Sozan, según cuentan, era leproso; el maestro Uchiyama sufrió toda su vida de una salud frágil, como consecuencia de una temprana tuberculosis. A pesar de su condición fueron capaces de ver la luz. Nuestro carácter madura sólo cuando aprendemos de las dificultades. Cuando nuestra vida es fácil y cómoda seguiremos siendo unos niños malcriados. El bambú es flexible gracias a sus nudos, que son como las cicatrices de las experiencias difíciles. Sin ellos, el bambú se puede quebrar con el viento. Igual, nosotros podemos volvernos tolerantes, flexibles y adaptables a cualquier circunstancia de la vida gracias a nuestras propias dificultades, lo cual deriva también en la generosidad y compasión con los demás. Para entender esto, Buddha nos mostró la vía a la liberación. Las respuestas no están afuera, aunque a veces creamos estar caminando en la oscuridad.
Espero que mis palabras no te suenen arrogantes, al hablar desde la comodidad de mi condición sana. Me gustaría de verdad que en algo te hubiera podido ayudar.
Con profundo respeto. Con las palmas unidas,
Densho.
Zazén no sirve para nada
Era la primera sesión a la que asistía y ese día quiso hacerle una pregunta al responsable de la práctica. “¿Para qué sirve zazén?” Y Juan le contestó, “no sirve para nada". El principiante nunca regresó.
Esta expresión de Kodo Sawaki viene de una ocasión en la que al terminar una charla dijo, “Zazén no sirve para nada”. Los asistentes pensaban que estaba bromeando, pero no era así. “Como ya he dicho”, continuó Sawaki Roshi, “vivo mi vida, donde sea y pase lo que pase. Mientras mantenga esta actitud no puedo ir a ningún otro lado, no hay un lugar a dónde ir y siendo que no tengo a dónde ir, es natural decir que el zazén es bueno para nada. No hay nada que obtener de él porque está completamente imbuido del Universo”.
La práctica del zen debe ser sin espíritu de provecho, porque cualquier cosa que trate de satisfacer el ego es en últimas otro factor de sufrimiento. La iluminación no es algún tipo de recompensa como fruto del esfuerzo personal. En zazén, no es el individuo el que despierta a la realidad de la vida, sino la realidad misma la que despierta, porque ya no hay un individuo que la obstruya.
Práctica/iluminación
Con frecuencia se cree que la práctica de la meditación zen es acumulable y que con el tiempo se va avanzando para alcanzar un estado de beatitud del cual no vuelve uno a salir. Pero el maestro Dogen dice que la práctica/ iluminación es una sola cosa y se manifiesta de manera simultánea.
Es como tener una bicicleta con una dínamo conectada a una farola. La luz de la farola sólo se enciende mientras estamos pedaleando. De igual forma, Buddha sólo se manifiesta mientras estamos sentados en zazén. Buddha no es un estado, es una práctica. ¿Por qué practicamos? Porque esa es la función total de los Buddhas.
Docencia
La profesora me había estado buscando durante meses para que le diera a su grupo de estudiantes universitarios una charla sobre el budismo zen y la práctica de la meditación. Acordamos una fecha y hora en nuestra sede.
A pesar de que en el zen la puntualidad es una muestra de respeto hacia los demás, tuvimos que empezar mucho más tarde de la hora fijada, porque pocos llegaron a tiempo. Les pedí que se quitaran los zapatos, los invité a seguir a la sala de meditación y a que se sentaran en los cojines que utilizamos para las prácticas.
Me costaba trabajo concentrarme en la charla, porque los estudiantes no se podían estar quietos. Parecía que los cojines tuvieran púas. En medio de la charla, tuve que pedir a algunos que apagaran sus celulares porque no dejaban de comunicarse con mensajes de texto.
En algún momento en el que yo estaba emocionado hablando de cómo el zen se había transmitido durante siglos, me di cuenta de que unos estaban conversando jocosamente y otros se habían dormido. Les dije: “No quiero aburrirlos más, ¿tienen alguna pregunta?”. Algunos se mostraron evidentemente ofendidos con mi repentina interrupción y unos pocos hicieron algunas preguntas que traían escritas desde antes de entrar. La mayoría quería salir rápido de esta tediosa charla, para seguir con sus vidas agitadas y su relación con el mundo a través de sus teléfonos celulares.
No se puede tratar de despertar a alguien que es feliz estando dormido.
Ango
Desde tiempos del Buddha, los monjes se han recluido durante los tres meses de verano para una práctica comunitaria en recogimiento, el Ango. En los templos japoneses, este es el período en el cual los monjes reciben entrenamiento formal. Todas las actividades del templo están delineadas de tal forma que es inevitable que la práctica se haga cuerpo. Las normas monásticas son las herramientas para modificar las tendencias habituales del yo, al realizarlas de una manera específica. Mediante la acción sin mérito, se estudia el ser íntimo (interdependiente) que está velado por el ego habitual. Esto implica olvidarse de las propias ideas de pérdida o ganancia y realizar lo que le corresponde como parte del engranaje total del templo, sin buscar recompensa o reconocimiento. En la medida en que cada monje hace lo que le corresponde, la colectividad funciona como un mecanismo integral.
La práctica comienza pero nunca termina. No se llega a un punto en el que podamos decir que hemos conseguido algo y detenernos. Cada oportunidad de practicar en circunstancias ideales como un Ango, es un gran privilegio y una experiencia transformadora. Es la posibilidad real de comprobar y expresar la propia comprensión de la Vía a través de las acciones cotidianas en comunidad. No en vano el maestro Dogen dijo que mientras uno no haya practicado en un Ango, no puede ser llamado “discípulo de Buddha” o “monje”. El período de entrenamiento no es una cuestión casual sino el fruto mismo de una práctica continua. La práctica-realización del supremo y perfecto despertar.
Es triste ver cómo en algunos países en Occidente cualquiera puede recibir la ordenación de monje de alguien que ni siquiera está autorizado para hacerlo y se ufana del título como si se tratara de un trofeo. Por esta razón, la escuela japonesa ha sido tan escéptica con las prácticas que en nombre de Dogen se realizan en Occidente y la razón por la que los templos japoneses son tan reticentes a recibir monjes occidentales. En muchas ocasiones, a pesar de mostrarse determinados, han salido espantados ante la primera dificultad de una práctica auténtica.
Zuise
Como parte del proceso de certificación como maestro en la escuela Soto, en agosto de 2009 visité los templos Eiheiji y Sojiji en Japón y realicé la ceremonia Zuise. En esta ceremonia, el heredero que acaba de recibir un linaje oficia como abad honorífico de cada uno de estos dos templos por un día. El primer paso es rendir homenaje al fundador respectivo, Eihei Dogen y Keizan Jokin, en cada una de las salas donde se encuentran los altares que custodian sus reliquias. La emoción que sentí en aquel momento fue indescriptible, pues tengo un profundo agradecimiento y admiración por la labor que estos maestros realizaron y gracias a su dedicación y a que nunca se detuvieron frente a las dificultades, la enseñanza llegó a mí a través de mi maestro.
Durante el desayuno de celebración al final de la ceremonia en Eiheiji, pensé en las condiciones auspiciosas que me habían permitido estar ahí presente. Recordé mis inicios en la práctica, los momentos en los que desde el fondo de mi corazón había pedido a la vida que me permitiera recorrer el camino, todos los obstáculos que había debido superar, uno a uno, para llegar a este momento. Mi agradecimiento hacia el maestro Okumura y hacia todos los maestros del linaje era inconmensurable. Este era el inicio ...
Índice
- Portada
- Portadilla
- Prólogo
- Despertares
- Nubes en el vasto cielo
- Pinceladas
- Glosario de nombres y términos zen
- Créditos
- Biografía