Título:
Dos caminos, dos metas
Género literario:
Sapiencial
Estructura:
I parte: El justo y su vida (vv. 1-3)
- Una negación (v. 1)
- Una afirmación (v. 2)
- Una simbología (v. 3)
II parte: El injusto y su vida (vv. 4-6)
- Una simbología (v. 4)
- Una negación (v. 5)
- Una antítesis final (v. 6)
Salmo 1
Dos caminos, dos metas
1 Dichoso el hombre | que no sigue el consejo de los impíos, | ni entra por la senda de los pecadores, | ni se sienta en la reunión de los cínicos;
2 sino que su gozo es la ley del Señor | y medita su ley día y noche.
3 Será como un árbol | plantado al borde de la acequia: | da fruto en su sazón | y no se marchitan sus hojas; | y cuanto emprende tiene buen fin.
4 No así los impíos, no así; | serán paja que arrebata el viento.
5 En el juicio los impíos no se levantarán | ni los pecadores en la asamblea de los justos.
6 Porque el Señor protege el camino de los justos, | pero el camino de los impíos acaba mal.
1. Contenido del salmo
El salmo nos presenta una enseñanza sapiencial sobre la vida. Para acercar esta enseñanza, el orante compara la vida con un camino y expresa que, dependiendo de la forma en que hagamos ese recorrido, el Señor nos considerará justos o injustos.
El salmo comienza diciendo quién es dichoso (v. 1), y lo formula primero de forma negativa y luego positiva. 1) La negativa: utiliza una vez «que no» y dos veces «ni»; de este modo avisa al lector para que no se distraiga en el camino. Además menciona tres verbos: «sigue», «entra», «se sienta», para aclarar que, además de no haberlo hecho, se mantiene firme en el presente. 2) La positiva aparece en los dos siguientes versículos, donde se pone el acento en la observancia de la ley de Dios, apoyándose en la metáfora del árbol (v. 3), que nos recuerda al árbol de la vida del libro del Génesis (2,9). Con estos dos versículos, el orante quiere mostrar que, a diferencia del árbol del Edén, testigo de la desobediencia que ocasionó la salida del paraíso, este árbol representa la oportunidad que tiene la humanidad de recobrar la verdadera vida si obedece la palabra de Dios y la asume como fuente. Es decir, que todo aquel que esté cercano a ella tendrá fecundidad, y no solo eso, sino que también tendrá consistencia, crecerá y dará lo mejor de sí.
El v. 4 dice que quien no se acerque a esa fuente no tendrá consistencia ni identidad, y que cuando crea estar en un lugar, ya no estará, porque será tan inestable que irá de un lado a otro, sin realmente tener la oportunidad de crecer, puesto que, cuando menos lo piense, nuevamente será arrastrado por el viento a cualquier lugar, sin una dirección fija.
En el v. 5, el orante expresa que el peso de los pecados no permite a los injustos levantarse y mantenerse en pie, pues solamente los justos pueden estarlo. Se deja ver que existe un lugar para los justos y otro para los que no lo son. Los primeros permanecen unidos, los otros, en cambio, no pueden estar ahí debido a su inestabilidad.
Por último, el orante muestra que hay un camino por el cual se invita a transitar a los justos (v. 6), porque el otro camino lleva a la pérdida de sentido y, por tanto, de la vida.
2. Aplicación pastoral
El ser humano siempre está en movimiento, y eso le permite relacionarse con los demás, cercanos o no, y establecer conexiones. Sin embargo, en la medida en que pasa el tiempo, se va haciendo consciente de lo que existe, de lo verdadero y de lo cambiable, aunque pueda llevar años conseguirlo.
El ser humano busca la manera de poner su mirada en aquello que le da sentido, plenitud, y le produce dicha. La dicha no se refiere precisamente a un estado, sino a una manera de entender el mundo. Este primer salmo, conocido como la puerta del Salterio, nos motiva a ser sabios y realizarnos. Esto no se consigue de la noche a la mañana, sino que requiere un camino largo –y nada fácil, pero posible– para aquel que se deja llevar por Dios.
Es bastante frecuente ver cómo el ser humano tiende a desviarse del camino de Dios, y por ello debe aprender a discernir lo que verdaderamente le hace dichoso; para lograrlo debe aprender a saber qué elegir, cómo, cuándo y por qué.
En la vida existen muchas voces que aconsejan al ser humano que camine por diversos derroteros que no conducen a ningún lado. Esas voces son tan frecuentes que nuestros oídos se acostumbran a escucharlas una y otra vez, distrayéndonos y confundiéndonos. Esas voces llevan a la degradación. Lo que nos dice el orante es que no debemos dejarnos llevar por cualquier voz, sino por la voz de Dios. Pero para ello también necesitamos tener el oído «exorcizado» de tantas cosas a las que lamentablemente nos acostumbramos y que percibimos como comunes. Ahí está el peligro.
Es que el pecado es tan «común» que lo aceptamos y justificamos. Frecuentemente escuchamos decir: «Como los demás lo hacen, ¿qué tiene de malo que yo lo haga?», y hasta está mal visto no incurrir en las faltas que todo el mundo comete....