La entrada de las señoritas mexicanas en “el grandioso alcázar del saber”: lo dicho y la construcción de la idea de mujer
El Semanario de las señoritas mejicanas, como discurso producto de un acto de uso de la lengua, constituye un acto de producción y transmisión de sentido. En este apartado de la investigación abordaré formalmente ese sentido que a lo largo de los distintos números de la publicación se asoma, algunas veces de manera muy evidente; otras, muy sutilmente, pero que definitivamente está ahí y permite la comunicación entre los editores y los lectores. Mi objetivo en esta parte es responder a la interrogante acerca de lo que dice el Semanario, de lo dicho en tanto que proyección de un imaginario. Busco, así, analizar varios de los textos de la publicación, acercándome a ellos a partir de la propuesta narrativa de A. J. Greimas. Esto me permitirá explicar en el nivel sintáctico-discursivo del Semanario la producción de sentido, no exclusivamente articulada con la circunstancia pasajera y localizada de su aparición, sino también con algo más descontextualizado, constituido por ideas y creencias acerca de la mujer y de su papel en la sociedad. Con el fin de abordar algunas de las distintas posibilidades que ofrece la propuesta de Greimas, he seleccionado varios textos a lo largo de los tres tomos del Semanario que considero representativos y particularmente adecuados para lo que deseo, en cada caso, mostrar.
En el capítulo anterior he abordado a los enunciadores del Semanario de las señoritas como productores materiales de la publicación. Vicente García Torres e Isidro Rafael Gondra se dan como enunciadores del Semanario y asumen el acto de enunciación que su publicación y circulación implica. Esto significó considerarlos como parte de una comunidad, es decir, de un contexto, tanto situacional como más amplio. Fue a partir de esa realidad situacional y contextual que busqué recuperar a los productores del acto de enunciación del Semanario. En este capítulo intentaré abordar la presencia en el nivel de lo dicho de esos enunciadores, pero no precisamente a Vicente García Torres e Isidro Rafael Gondra como productores, sino a los enunciadores en los que ellos, a través del acto de enunciación, se construyen. Es a partir del nivel sintagmático discursivo –de lo dicho– que pretendo precisar la voz enunciadora, la cual se da como vehículo transmisor de la narración de la mujer.
A) Lo enunciado: cómo es una señorita bien educada
En sus estudios sobre la narración y la construcción del sentido, A. J. Greimas propone un análisis de la estructura de significación del texto, de manera que sea posible apreciar cómo se construye la estructura significativa que le da unidad. El objetivo inicial de los estudios de Greimas, que dan continuidad a los de Vladimir Propp sobre el cuento maravilloso ruso, es “dar a una sucesión canónica de acontecimientos una formulación más rigurosa, que le otorgaría el status de esquema narrativo” (Del sentido 8). Dicho esquema se muestra como un conjunto de enunciados narrativos que a lo largo del texto comparten regularidades y recurrencias y permiten pensar en “una ‘gramática’, entendida como un modelo de organización y justificación de esas regularidades” (8). Consideradas como proyecciones de categorías paradigmáticas, estas regularidades son ajenas a la actualización sintagmática y discursiva, pero aparecen proyectadas en el nivel sintagmático del discurso. Los conjuntos figurativos, en este nivel del desarrollo sintagmático y discursivo, son los que actualizan de manera isotópica las categorías paradigmáticas o significados virtuales. Esto significa que en el nivel de los enunciados, los conjuntos figurativos se derivan de las posibilidades que resultan de esas categorías paradigmáticas. Por lo tanto, dichos conjuntos figurativos son susceptibles de remitir, en el análisis, a esos espacios de significados virtuales. Desde esta óptica, estas regularidades isotópicas –isotopías– proporcionan una orientación al discurso, al mismo tiempo que lo regulan y lo determinan, contribuyendo a su unidad. Greimas propone que una gramática de la narración daría cuenta de esta articulación del nivel paradigmático con el sintagmático, es decir con la secuencia discursiva, y permitiría explicar la estructuración de esas regularidades. También permitiría identificar los valores que están detrás de las manifestaciones que se aprecian a nivel sintagmático. El objetivo de Greimas es explicar cómo lo que se percibe como constitutivo del texto narrativo, de la secuencia narrativa, resulta de algo más que preexiste al discurso mismo y le es autónomo. El objetivo de esta primera parte del capítulo es identificar, a partir de la propuesta de Greimas, las regularidades isotópicas que orientan y regulan el discurso del Semanario de las señoritas mejicanas, particularmente las que construyen a los principales protagonistas de la narración que subyace al discurso de la publicación. Esto me permitirá, al mismo tiempo, identificar los valores que detrás de estas isotopías autorizan y hacen posible el imaginario sobre la mujer, la idea de lo femenino que enunciativamente toma forma y se construye en la publicación.
1. El discurso como proyección de imaginario
Antes de abordar lo que en este trabajo llamo el discurso marco y el discurso de los contenidos en el Semanario de las señoritas mejicanas, resultan necesarias varias observaciones de carácter teórico con respecto al concepto de narración y de narratividad. Es importante apreciar cómo el concepto de narratividad, tal como lo propone Greimas, permitirá abordar en el nivel de lo dicho del Semanario las ideas y los deseos que subyacen al nivel sintagmático. Aunque en un principio el objetivo inicial de Greimas es describir y explicar los discursos narrativos, la sintaxis narrativa que él propone es válida para explicar todo tipo de discurso, puesto que, –como él afirmaría después– en realidad, todo discurso es “narrativo”. En un momento dado, anterior a Greimas, Benveniste propone distinguir, a partir de la participación de la categoría de persona, el relato histórico o historia del resto de los discursos, y si bien los relatos, al ser secuencias de acciones encadenadas, particularmente los folklóricos, fueron privilegiadamente considerados en los estudios de la narración, la narratividad, en tanto que principio de organización discursiva inmanente, está presente tanto en los discursos inicialmente llamados narrativos –secuencias de acciones encadenadas– como en los no narrativos. De hecho, es a partir de los estudios folklóricos –Propp, Lévi-Strauss y otros– que se vuelve necesario reconocer, de acuerdo a lo que proponen Greimas y Courtès, “la existencia de formas narrativas casi universales, que trascienden, en todo caso, y muy ampliamente, las fronteras de las comunidades lingüísticas” (273). Se trata de una organización a un nivel más abstracto y más profundo que hace posible la producción y la recepción de todo discurso. Los discursos, como manifestaciones puntuales, son prueba y resultado de este nivel inmanente y también de la capacidad de producirlos y de generar sentido al articular el nivel narrativo con el discursivo, puesto que la narratividad constituye el principio generador de significación, “la instancia apta para explicar el surgimiento y la elaboración de toda significación (y no solamente verbal)” (274). Entonces, la narratividad, posicionada en el nivel paradigmático y virtual, se vuelve concreta en el acto de producción discursiva, en el nivel sintagmático, independientemente de la forma del desarrollo discursivo. Esto permitiría considerar, inclusive, a los discursos no verbales, por ejemplo el de la imagen, como actualizaciones de un nivel más abstracto y subyacente al nivel de la superficie de su manifestación.
Desde esta perspectiva, la narratividad, “considerada como la irrupción de lo discontinuo en la permanencia discursiva de una vida, de una historia, de un individuo, de una cultura, la desarticula en estados discretos entre los que sitúa transformaciones” (Greimas, Del sentido 54). Todo acto del decir se da como manifestación de la narratividad, puesto que constituye una nueva irrupción en lo ya dicho. Estas irrupciones, apreciadas en conjunto, “narran” los valores, el esquema axiológico, propio de un individuo, de una cultura, de una época. Así, el discurso se da como recipiente de lo axiológico en el que se vierten valores y se narrativizan y, al hacerlo, éste se constituye en mediador esencial de la construcción de la identidad del sujeto enunciador que lo produce. La narrativización es, en consecuencia, el montaje sintagmático de los valores –de un individuo, de un grupo, de una cultura–, los cuales, en el nivel discursivo, pueden ser manipulados a través de operaciones en y entre los sujetos y/o los objetos que forman parte de ese nivel.
Estas ideas tienen como fondo un marco todavía más amplio, el de una propuesta semiótica de la comunicación, en la que se considera al discurso como mediador esencial en la construcción del sujeto y su identidad. Se trata de una propuesta que para explicar “la comunicación intersubjetiva, preocupada por la circulación de los objetos de saber que son los mensajes”, sustituye “las instancias neutras de la emisión y de la recepción por sujetos competentes, aunque desigualmente modalizados […] pero también por sujetos motivados, directamente involucrados en el proceso de la comunicación y ejerciendo, por un lado, el hacer persuasivo, y, por otro, el hacer interpretativo” (Greimas, Del sentido 12). Enunciador y enunciatario, el hacer persuasivo y el hacer interpretativo, son los dos grandes roles que intercambian los participantes en la comunicación y todo acto de enunciación se ofrece como el espacio para el juego del intercambio de estos roles, “donde el enunciador asume, un instante después, el rol del enunciatario” (13). En este juego, uno buscará, a través del hacer persuasivo, “competencializar” al otro, y éste, en cambio, buscará “‘sancionar’ su hacer mediante juicios epistémicos” (13). Un destinador, al ser enunciador, articula secuencias narrativas con el fin de construir la competencia semántica y modal de un destinatario, quien interpreta y asigna valor al esquema narrativo a partir del sentido que se deriva de los significados virtuales o de las categorías paradigmáticas que lo generan.
En el nivel del desarrollo discursivo, el discurso se aprecia como una “cadena de virtualizaciones y realizaciones de valores” (Greimas, Del sentido 34), en la que varios actores ponen de manifiesto una serie de actantes o de roles actanciales. Esa cadena de articulaciones narrativas en las que un enunciador narrativiza ciertos valores, constituye un programa narrativo. El discurso se analiza, entonces, como un programa narrativo en el que intervienen diferentes roles, pero en el que, de manera elemental, se da la conjunción de dos sujetos actantes: el destinador y el destinatario. Articulando las posibilidades entre ellos, están los valores u objetos de valor que se transmiten y que justifican dicha conjunción. A partir de una reinterpretación de las dramatis personae, Greimas propone distinguir a los actantes, que procederían de una sintaxis narrativa, y los actores, que son “reconocibles en los discursos particulares en que se encuentran manifestados”, y los cuales normalmente se identifican con una unidad léxica de tipo nominal (57). Así, los actantes pertenecen al nivel paradigmático y, por lo tanto, virtual; su existencia abre posibilidades de actorialización a nivel de la producción discursiva. El concepto de actante incluye no solamente a los seres humanos, sino a los seres vivos en general, a los objetos y a las ideas o abstracciones. Los actantes principales de la narración o el enunciado son cuatro: el sujeto, el objeto, el destinador y el destinatario. Los actantes de la comunicación o enunciación son el interlocutor y su interlocutario. En cambio, los actores se manifiestan en el nivel del desarrollo sintagmático del discurso, es decir en el nivel textual, respondiendo a las posibilidades que abre la organización actancial de fondo. Los actores constituyen espacios de vertimiento de valores y de sus transformaciones, pues “el discurso consiste esencialmente en el juego de adquisiciones y pérdidas sucesivas de valores” (Greimas y Courtès 28). El actor puede ser individual (casi siempre el nombre propio o una frase nominal que menciona el rol temático) o colectivo (como en el caso de la sociedad, la comunidad); figurativo o no figurativo. En los discursos, se aprecia, entonces, una estructura actorial, que es de carácter topológico y que se constituye de una red de espacios en los que se vierten los valores en juego. Detrás de esta estructura actorial, se encuentra la estructura actancial o narrativa. Mientras que las estructuras narrativas tienen validez universal y se pueden considerar pertenecientes al imaginario humano general, las estructuras actoriales son particulares y, como lo afirma Greimas, “aun siendo susceptibles de una gran generalidad y de migraciones translingüísticas, están sometidas al filtraje relativizante que las une a las áreas y comunidades semioculturales” (Del sentido 71). El nivel del desarrollo discursivo resulta de posibilidades que se abren desde una plataforma universal de explicación de las cosas, pero al actualizar estas posibilidades, el discurso, en tanto que producto de ocurrencias históricamente situadas, se constituye también en una posibilidad, espacial y culturalmente ...