La ¿nueva? estructura social de América Latina
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La ¿nueva? estructura social de América Latina

Cambios y persistencias después de la ola de gobiernos progresistas

Gabriela Benza, Gabriel Kessler

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La ¿nueva? estructura social de América Latina

Cambios y persistencias después de la ola de gobiernos progresistas

Gabriela Benza, Gabriel Kessler

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Están quienes creen que los gobiernos progresistas de principios del siglo XXI en América Latina representaron un avance socioeconómico indiscutible para masas de personas postergadas por décadas. Otros, por el contrario, están convencidos de que esos gobiernos fueron la concreción de un "populismo" que condenó a la región al atraso, la prebenda y la demagogia.Este libro, necesario y revelador, viene a llenar con datos y análisis los vacíos de esa discusión, y logra cambiar de raíz nuestro sentido común sobre América Latina y su "desigualdad" característica.Al sistematizar la información más actualizada sobre la estructura social de Latinoamérica, los autores recorren las grandes tendencias demográficas (distribución etaria y geográfica, migraciones, mortalidad y fecundidad), la distribución de los ingresos, el trabajo, la educación, la salud y la vivienda en toda la región, y las políticas públicas desarrolladas en cada ámbito. Así demuestran que, aunque los gobiernos posneoliberales efectivamente lograron crear una red de protección básica para los más excluidos, no alteraron las bases estructurales de las inequidades persistentes.Los datos y su análisis, sin embargo, no solo sirven para zanjar una discusión sobre el pasado reciente, sino sobre todo como herramienta para pensar el futuro próximo. Este libro, un panorama matizado y realista sobre el continente, ofrece además una constatación política y cultural inquietante. Mientras los avances y derechos conseguidos actúan como un umbral de bienestar que se defiende con fuerza, son también, escriben los autores, "la piedra de toque de la ofensiva de sectores restauradores que están pugnando por revertirlos".En efecto, los cambios en la estructura social que retrata este libro están en el corazón de los conflictos políticos que ya son visibles en varios países de la región.

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Información

Año
2020
ISBN
9789878010090
Categoría
Sociología
1. Población
En este capítulo ponemos el foco en la estructura y la dinámica poblacional de América Latina. Se trata de dimensiones clave para caracterizar las sociedades de la región. Los procesos demográficos tienen gran impacto sobre las trayectorias de vida de los individuos y sobre la dinámica social, e imponen desafíos específicos para el desarrollo socioeconómico y para las políticas públicas. Basta pensar de qué manera las experiencias vitales pueden variar sustantivamente de acuerdo con la mayor o menor longevidad, la cantidad de hijos que se tiene o las probabilidades de que estos últimos sobrevivan. O en cómo la vida cotidiana y las relaciones sociales pueden modificarse si se habita en grandes urbes, junto con otros millones de personas, o en pequeñas localidades, en las que los vínculos próximos son más frecuentes. En fin, es claro que los desafíos para el desarrollo socioeconómico y las políticas públicas requeridas en temas como salud, educación o vivienda son diferentes en contextos en los que priman altas tasas de natalidad y mortalidad o en aquellos en los que se registran intensos procesos migratorios.
En lo que sigue brindamos un panorama de las principales tendencias demográficas de América Latina y de los desafíos que plantean. En primer lugar, examinamos cómo han evolucionado el tamaño de la población, la mortalidad y la natalidad. Luego nos centramos en las transformaciones en las familias, para por último poner el foco en la distribución espacial de la población, la migración interna y la migración externa.
La transición demográfica
En América Latina habitan aproximadamente 624 millones de personas, 8,5% de la población mundial, según datos de Naciones Unidas para 2015 (UN DESA, 2019). La distribución de la población es muy heterogénea entre los diferentes países. Brasil y México, con más de 200 y 120 millones de habitantes, en cada caso, concentran más de la mitad de la población latinoamericana, mientras otros países, como Uruguay, Panamá o Costa Rica, no superan los 5 millones de habitantes (figura 1.1).
Figura 1.1. América Latina y el Caribe: población total por país y subregión, 2015 (en millones)
Fuente: UN DESA (2019).
Del total de población de la región, casi un 8% son indígenas y 24% afrodescendientes, de acuerdo con estimaciones realizadas por el Banco Mundial (2015 y 2018) sobre la base de los últimos censos nacionales disponibles. Los países con mayor presencia de población indígena son, según esta misma fuente, Guatemala (41%), Bolivia (41%), Perú (26%) y México (15%). Por su parte, los afrodescendientes son una inmensa mayoría en países pequeños del Caribe como Jamaica (92%) y Santa Lucía (87%), pero también tienen una presencia muy importante en otros países, sobre todo en Venezuela (55%) y Brasil (51%). Este último país destaca, además, porque en términos absolutos cuenta con el número más alto de afrodescendientes por fuera de África. Sin embargo, no es fácil determinar con precisión el número y la distribución de la población indígena y afrodescendiente. Esto se debe a carencias en los datos estadísticos (no todos los países recaban información y la calidad de los datos es diversa), pero también a otros factores. En este sentido, la autoidentificación –en qué medida las personas se perciben como indígenas o afrodescendientes– es variable, depende entre otras cosas de los contextos sociales e históricos. Además, la manera de identificar estas poblaciones por parte de las estadísticas no ha sido siempre la misma, y distintas definiciones dan lugar a distintos recortes empíricos y, por tanto, a volúmenes distintos de personas. En el caso de los indígenas, desde los años noventa el consenso internacional, reflejado en diversos documentos de organismos internacionales, ha sido privilegiar la autoidentificación y dejar de lado otros indicadores como la lengua materna (Hall y Patrinos, 2006). Por su parte, en los censos de la región la incorporación de preguntas para captar a los afrodescendientes es reciente y se afianza en este siglo: antes, eran pocos los países que relevaban esta información, y lo hacían a través de preguntas basadas en la raza o el color.
La población de América Latina se ha incrementado a tasas decrecientes, luego de expandirse en forma intensa hacia mediados del siglo XX. Por aquel entonces la región llegó a tener las tasas de crecimiento poblacional más altas del mundo, lo que dio lugar a preocupaciones y debates respecto de los efectos negativos que tendría tal explosión demográfica sobre las oportunidades de desarrollo económico (Celade-Unfpa, 2005). Pero tras alcanzar un pico del 2,7% en el quinquenio 1960-1965, la tasa de crecimiento anual de la población comenzó a menguar. Hoy es del 1,1%, según datos para 2010-2015, y se espera que se reduzca a valores cercanos a cero (aproximadamente 0,02%) para 2055-2060 (UN DESA, 2019). De todos modos, el crecimiento demográfico latinoamericano es aún alto si se lo compara con el de los países desarrollados, y persisten diferencias entre países: Cuba y Uruguay, por ejemplo, ya tienen hoy tasas muy reducidas, del 0,2 y 0,3%, respectivamente, mientras Guatemala está atravesando una importante expansión demográfica, con una tasa del 2,1%.
La evolución del tamaño de la población en el tiempo se vincula en gran medida con la transición demográfica, un proceso de cambio social que se caracteriza por el pasaje de altos a bajos niveles de mortalidad y fertilidad. En América Latina esta transición se inició recién en el siglo XX, mucho más tarde que en los países desarrollados, pero ocurrió en forma más acelerada. Si se considera al conjunto de la región, el período de rápido crecimiento poblacional de mediados del siglo pasado reflejó una etapa inicial de la transición, cuando en muchos países comenzó el descenso de la mortalidad pero aún se mantenían altas las tasas de fecundidad. Luego, cuando estas últimas empezaron a caer, el ritmo de expansión poblacional también disminuiría.
Pero la transición demográfica ha tenido diferentes ritmos e intensidades. Cepal (2008) ha clasificado los países de América Latina y el Caribe en cuatro etapas de la transición demográfica, de acuerdo con la evolución de la esperanza de vida al nacer y la tasa global de fecundidad: muy avanzada, avanzada, plena y moderada. Entre los países en etapas muy avanzadas se encuentra Cuba, que inició la transición de manera muy acelerada hacia mediados del siglo pasado y se transformó rápidamente en uno de los países de la región con mayor esperanza de vida al nacer y con menor tasa de fecundidad. La Argentina y Uruguay, que destacan por haber experimentado transiciones tempranas, durante la primera parte del siglo XX, se encuentran entre los países en etapas avanzadas de la transición, al igual que Brasil, Chile, Colombia, Costa Rica y México, que comenzaron la transición varias décadas después pero a un ritmo sostenido. En la etapa de transición plena se ubica un nutrido grupo de países: entre ellos, Ecuador, El Salvador, Panamá, Perú, Venezuela, Honduras, Nicaragua y Paraguay. Todos han tenido avances sustantivos en materia de fecundidad y mortalidad, si bien a ritmos muy diferentes: en algunos, como Honduras, Nicaragua y Paraguay, las tendencias han sido mucho más recientes. Por último, Bolivia, Guatemala y Haití están en una etapa moderada de la transición: la reducción de la mortalidad y la fertilidad ha ocurrido más tarde y a un ritmo más lento.
Fecundidad y esperanza de vida al nacer
Después del cambio de siglo, la mortalidad y la fecundidad han continuado disminuyendo, aunque a un ritmo menor en los países en etapas muy avanzadas o avanzadas de la transición demográfica. Desde una perspectiva de largo plazo, estas tendencias demográficas han modificado en forma radical las experiencias de vida de los habitantes de la región.
La reducción de la mortalidad dio lugar a un incremento significativo en la esperanza de vida al nacer, que pasó de 51,4 años en 1950-1955 a 74,4 en 2010-2015. En ese lapso, además, se acortó la distancia que separa a la región de otras más desarrolladas. Si a mediados del siglo pasado los latinoamericanos tenían, en promedio, una esperanza de vida 17 años menor que la de los estadounidenses y canadienses y 12 años menor que la de los europeos, en la actualidad esas diferencias se han reducido a 5 y 3 años, respectivamente (UN DESA, 2019).
La extensión de la esperanza de vida al nacer ha alcanzado a todos los países de la región, y la tendencia ha sido hacia una mayor convergencia: las desigualdades entre países son hoy menores que en el pasado. Sin embargo, aún persisten (gráfico 1.1). La esperanza de vida al nacer es de 79 años en Costa Rica, Chile y Puerto Rico pero solo de 61 años en Haití y de 69 en Bolivia. En otras palabras, se registra una diferencia de hasta 18 años en la esperanza de vida según el país de la región que se habite.
Las mejoras en las condiciones de vida de la población, los avances en medicina y la expansión de los sistemas de salud son los factores que explican el alargamiento de la esperanza de vida. En este proceso ha sido muy relevante el control de la mortalidad infantil, que pasó de 126 defunciones de menores de un año por cada 1000 nacidos vivos a mediados del siglo XX a 17 por 1000 en 2010-2015 (UN DESA, 2019). Esta reducción, que ha involucrado a todos los países y ha sido constante a través del tiempo, puede atribuirse en gran medida a la menor incidencia de las muertes por causas infecciosas y parasitarias y por enfermedades del aparato respiratorio, que afectan sobre todo a los niños (Chackiel, 2004).
Gráfico 1.1. América Latina y el Caribe: tasa global de fecundidad y esperanza de vida al nacer por país, 2010-2015
Fuente: UN DESA (2019).
Como en la mayoría de las sociedades modernas, la caída de la mortalidad benefició más a las mujeres que a los varones, lo que se tradujo en una ampliación de la brecha de género en esperanza de vida al nacer: entre 1950-1955 y 2010-2015, la esperanza de vida de las mujeres aumentó de 53 a 78 años, mientras que la de los varones pasó de 50 a 71 años. La diferencia se asocia a una mayor reducción de la mortalidad por causas que afectan más a las mujeres, como las vinculadas con la salud reproductiva y las complicaciones durante el embarazo y el parto. En contraste, ha sido menos exitosa la reducción de muertes por causas más frecuentes entre varones, como las ligadas a enfermedades cardiovasculares y a causas externas (violencia, accidentes y traumatismos).
El descenso de la fecundidad se inició después que el de la mortalidad, pero ocurrió en forma sostenida y rápida. Si en 1950-1955 la tasa global de fecundidad de la región era de 5,8 hijos por mujer, en 2010-2015 alcanzó el nivel de reemplazo de 2,1, es decir, la fecundidad mínima para que una población cerrada (esto es, sin contar las migraciones) se mantenga en el tiempo (UN DESA, 2019). La tendencia ha sido tan intensa que ha superado las estimaciones realizadas para la región en diversos momentos. Como resultado, América Latina pasó de tener los índices reproductivos más altos del mundo a tener niveles por debajo del promedio mundial (2,5 hijos por mujer), aun cuando son aún más elevados que los de Europa (1,6) y los Estados Unidos y Canadá (1,8).
La disminución de la fecundidad se vincula a cambios en las preferencias reproductivas y, en particular, a un descenso constante en el número de hijos que desean tener las mujeres, como lo revelan encuestas sobre la temática desde los años sesenta. El derecho reproductivo a tener los hijos que se desea pudo concretarse –aunque, como veremos, con limitaciones– gracias a una “revolución anticonceptiva”, que tuvo bases biotecnológicas (mayor producción y calidad de los métodos anticonceptivos), políticas (programas de planificación familiar) y culturales (mayor aceptación social del uso de métodos anticonceptivos) (Celade-Unfpa, 2005).
Las evidencias muestran que, al igual que sucedió con la caída de la mortalidad, la reducción de la fecundidad fue acompañada por una disminución de las diferencias entre países, aunque estas aún son significativas. En algunos países la tasa global de fecundidad ya se encuentra por debajo del nivel de reemplazo, como en Cuba, Uruguay, Chile, Colombia, Costa Rica y Brasil. Pero en otros, como Bolivia y Guatemala, todavía está en más de un hijo por arriba de ese nivel (gráfico 1.1). A su vez, dentro de los países persisten brechas importantes entre mujeres de distintos sectores socioeconómicos. Datos para Bolivia, Colombia, Haití, Honduras, Nicaragua, Perú y República Dominicana muestran que la tasa global de fecundidad de las mujeres en el quintil más bajo de ingresos es entre 2 y 3 veces más elevada que la de las mujeres en el quintil más alto (Rodríguez Vignoli, 2014).
La reducción de la fecundidad no fue acompañada por un aumento sostenido de la edad de la maternidad. En términos agregados, no hay evidencias de una postergación sustantiva del inicio de la vida reproductiva (Cabella y Pardo, 2014). Sin embargo, esta tendencia parece el resultado de comportamientos polarizados entre sectores sociales: las mujeres de clases altas y medias han tendido a aplazar en forma considerable el comienzo de la etapa reproductiva, mientras que aquellas de sectores bajos muestran pocos cambios. Según datos de Naciones Unidades para 2010, el porcentaje de mujeres de la región que ya había sido madre a los 19 años era de solo el 6% entre aquellas con nivel educativo alto (trece o más años de educación), pero ascendía a 59% entre aquellas con nivel educativo bajo (entre cinco y ocho años de educación) (ONU Mujeres, 2017).
En estrecha vinculación con lo anterior, tampoco se han registrado grandes modificaciones en la tasa de fecundidad adolescente, que se mantiene en niveles altos. La fecundidad adolescente se concentra en las mujeres de menor nivel socioeconómico y es especialmente elevada entre las indígenas (gráfico 1.2). Se trata de una problemática de particular relevancia por sus implicancias normativas y sociales. La tasa de fecundidad adolescente de la región ha sido considerada una “anomalía” a escala global (Rodríguez Vignoli, Di Cesare y Páez, 2017), pues sus niveles se encuentran muy por encima del promedio mundial, y solo es superada por la del África Subsahariana. Además, es más alta de lo que se esperaría si se tienen en cuenta la tasa de fecundidad total y otros indicadores sociales de la región como los niveles educativos y el grado de urbanización. Sin embargo, aunque la fecundidad adolescente fue muy resistente a la baja durante el siglo XX, tras el cambio de siglo muestra cierta reducción, lo que abre la posibilidad de que esté cambiando la tendencia (Rodríguez Vignoli, 2014).
Gráfico 1.2. América Latina (6 países): porcentaje de mujeres adolescentes (15-19 años) que han sido madres por condición étnica, cca. 2010
Fuente: Cepal (2013).
Desafíos de las tendencias en mortalidad y fecundidad
La reducción de la mortalidad y la fecundidad ha modificado la estructura de edad de la población latinoamericana. La proporción de niños (0 a 14 años) ha disminuido desde la década de 1970; como contraparte, se ha incrementado la proporción de adultos (15 a 59 años) y, en especial, de adultos mayores (60 y más), y se prevé que esta última tendencia se profundice en el futuro (gráfico 1.3).
Gráfico 1.3. América Latina y el Caribe: porcentaje de población por grupo de edad, 1950-2100
Fuente: UN DESA (2019).
El cambio en la estructura de edad de la población ha tenido importantes consecuencias. La primera es una modificación en la relación de dependencia demográfica, es decir, en la relación entre la cantidad de personas que por su edad es potencialmente activa (15 a 59 años) y aquella potencialmente inactiva (0 a 14 años y 60 y más). Estos cambios pueden crear desequilibrios entre los recursos que generan las personas en edad laboral, cuyos ingresos a menudo exceden su consumo, y los de los jóvenes y adultos mayores, que suelen producir menos de lo que consumen. Sin embargo, la magnitud de estos desequilibrios y las edades a las que las personas en efecto generan más ingresos mediante su trabajo de lo que consumen varían mucho según las condiciones económicas y las políticas públicas de cada país (al respecto, véase National Transfer Accounts, en Lee y Mason, 2006).
En América Latina, en los inicios de la transición demográfica, hacia mediados del siglo pasado, la relación de dependencia era elevada, debido a que la reducción de la mortalidad infantil y la persistencia de altos niveles de fecundidad dieron lugar a un alto porcentaje de niños en la población. Esto planteó desafíos para los sistemas educativos, que se enfrentaron a una demanda creciente. Más tarde, con la disminución de la fecundidad, la relación de dependencia también se redujo, en tanto la población infantil empezó a disminuir sin que todavía hubiera aumentado en forma significativa la de adultos mayores.
La relación favorable entre población potencialmente activa e inactiva ha dado lugar a la idea de un “bono demográfico”, una situación que experimenta la región en la actualidad y que, en términos poblacionales, es muy propicia para el desarrollo económico. Esto porque la sociedad cuenta con fuerza de trabajo abundante para impulsar la economía. También, porque más personas en edad activa significan, en potencia, más contribuciones para los sistemas de seguridad social y previsionales. Al mismo tiempo, un menor volumen de población infantil alivia las presiones sobre los sistemas educativos. Por último, dentro de los hogares, cae la relación entre aquellos que necesitan cuidados y aquellos que pueden trabajar, lo que incrementa las oportunidades de mejorar sus niveles de ingresos.
Sin embargo, los beneficios asociados con el bono demográfico no son automáticos. Dependen de la adopción de políticas macroeconómicas que incentiven la inversión productiva y que incrementen la capacidad de las economías para generar empleos. Sin estas políticas, no solo se desperdicia el bono, sino que se enfrenta el problema de una mayor población en edades activas sin mayores oportunidades laborales. También es necesario invertir en educación y preparar a la población joven. La experiencia de los llamados “tigres asiáticos” es clara en ese sentido. Estos países aprovecharon el bono demográfico para apuntalar su crecimiento económico, a partir de una fue...

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