
- 112 páginas
- Spanish
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eBook - ePub
La casa de las pequeñas alegrías
Descripción del libro
'De muy joven ya tenía la inquietud de dar conversación y de ayudar a personas que vivían en la calle. Siempre he tenido la intuición de que todos los hombres y mujeres formamos parte de una gran familia y de que los que estamos mejor debemos ayudar a los más débiles. Esta idea se transformó en vivencia profunda cuando viví la alegría de conocer a Jesucristo y su manera de tratar y de amar a los más pequeños. Después de diversas experiencias, decidí dedicar parte de mi tiempo libre a acompañar enfermos mentales. Desde el año 2001 colaboro semanalmente, junto a mi esposa, con un hospital psiquiátrico. Podemos decir que, a pesar de haber conocido situaciones muy duras, ir al hospital psiquiátrico ha sido para nosotros una auténtica escuela de amor y gratuidad'.Así explica el autor el origen de las historias que podemos leer en este libro, unas historias tiernas y duras a la vez, y que son una magnífica aproximación a una realidad que vale la pena conocer mejor de lo que habitualmente la conocemos. David Masobro García (Barcelona, 1970) es laico, casado, miembro del Prado y licenciado en Estudios Eclesiásticos. Estuvo en el Seminario de Barcelona de los 22 a los 26 años. Actualmente trabaja como administrativo en la Delegación de Pastoral Social de Barcelona y es también secretario del cardenal arzobispo emérito. Y desde el año 2001 colabora, en un hospital psiquiátrico, en el acompañamiento de enfermos.
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Información
1. Cuento de Navidad
En aquel momento, Jesús, lleno de alegría por el Espíritu Santo, dijo: “Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has mostrado a los sencillos las cosas que ocultaste a los sabios y entendidos. Sí, Padre, porque así lo has querido” (Lucas 10,21)
Una de las cosas que más me ha impactado de los años compartidos con enfermos que sufren trastornos mentales graves ha sido cuando veo que un paciente, saliendo de su círculo cerrado de aislamiento y marginación, es capaz de salir de sí mismo, descentrarse y ayudar a otra persona.
En el pabellón donde colaboraba me sorprendió muy gratamente ver cómo un enfermo, cada día al acabar de desayunar iba, a ver a otro paciente, mayor, con demencia y que vivía atado en una silla de ruedas. Recuerdo que no lo dejaba solo ni un momento, que le daba de comer y le explicaba chistes que le hacían reírse a carcajadas.
Pasó el tiempo, y el señor mayor de mi historia murió de repente, un fin de semana. Dejé de ver a aquel chico que le hacía reír… Un día, yendo al pabellón donde colaboraba, me lo encontré paseando. Recuerdo sus ojos claros y su expresión de paz un poco extraña. Le saludé y le dije: “Recuerdo que venías al pabellón y que cuidabas a aquel señor mayor que murió hace unos meses”.
Él me dijo: “Sí, era yo. Y, ¿sabes por qué lo hacía? Pues porque yo soy el niño Jesús y he venido a este mundo a cuidar y a dar alegría a los demás. Sobre todo a los que están más enfermos. A estos yo les curo las enfermedades y absorbo sus dolores”.
Ante esta explicación, no supe qué decir. Con el tiempo y reflexionando, pensé: ¡Hacía tiempo que no escuchaba una definición tan buena de quién es Jesús! Es la teología de los pequeños en este mundo, pero grandes en el Reino de Dios.
2. ¿Quién eres, Dios?
Mira, yo estoy llamando a la puerta: si alguien oye mi voz y abre la puerta, entraré en su casa y cenaremos juntos (Apocalipsis 3,20)
Es Semana Santa en el Hospital. Los árboles del jardín se llenan de flores, como los ojos de los enfermos se llenan de esperanzas. Esperanzas de curarse, de recibir la visita del familiar o del amigo, de que alguien les invite a un bocadillo o a un café.
Es Semana Santa y algunos estamos preparando la celebración de la Vigilia Pascual. La puerta de la iglesia está entornada pero abierta. De repente, un hombre llama a la puerta y entra tímidamente. Va vestido casi de etiqueta y lleva un sombrero muy elegante. Camina tranquilamente por la iglesia, se dirige a mí y me dice: “Buenas tardes, soy Dios, ¿queréis que os haga algún milagro?”. Me quedo en estado de “shock” y le digo: “Pues… bien… ahora mismo no, pero siéntese por favor y si lo necesitamos ya lo llamaremos, muchas gracias”. Y continuamos preparando la celebración. El tiempo se nos echa encima y aún hay que colocar las sillas. Y pienso: ¡este Señor nos puede ayudar! Y efectivamente lo hace con una sonrisa y con mucho gusto. Se puede decir que “Dios” nos ha ayudado a colocar las sillas.
Por la noche, mientras rezo me pregunto: Realmente, ¿quién eres Dios? ¿Cómo eres? Y me viene a la cabeza el episodio de aquella tarde. Dios es aquel que entra bondadosamente en tu vida de cada día, en tu historia, con dulzura y tranquilidad, ofreciéndose Él mismo, sin enviar a nadie más. Dios es aquel que siempre está atento a tus necesidades y te quiere ayudar. Solo hace falta que encuentre abierta la puerta de tu corazón. ¡Y entrará! Aunque la encuentre entornada.
3. Volver a vivir
Nosotros hemos pasado de la muerte a la vida, y lo sabemos porque amamos a nuestros hermanos. El que no ama, aún está muerto (1 Juan 3,14)
Hace unos años conocí a Juan. De la primera impresión que tuve, recuerdo su extrema delgadez, sus grandes ojos hundidos y su mirada fija, vidriosa y perdida. Decía pocas palabras, la mayoría de las veces se limitaba a decir “no”. No quería comer, ni afeitarse, ni jugar al dominó con otros pacientes.
Fueron pasando los días y, semana a semana, mes a mes, su actitud fue cambiando. Ya comía más, engordó y, un día, de repente, sin decir una sola palabra, se puso a jugar al dominó con los otros compañeros.
Su recuperación fue emocionante. Ahora ya era uno más entre los demás pacientes: hablaba por los codos, reía y explicaba historias de su pueblo. Su mujer, al ver la recuperación, no podía contener las lágrimas de alegría. Yo lo viví como una resurrección, en un tipo de Hospital en el que, sinceramente, ves pocas historias de recuperación. Aproximadamente al cabo de un año, Juan recibió el alta médica y regresó a casa.
Pero la historia no acaba aquí. Un sábado vi a Juan. Iba vestido con ropa de calle y su aspecto era sonriente e inmejorable. Nos saludó a todos con afecto y ternura y se puso a jugar con nosotros toda la mañana. Después, entró en el pabellón y saludó a los enfermeros, a los auxiliares y a todos los enfermos que conocía. Fue viniendo al Hospital durante un año. Cuando yo volvía a casa me acompañaba hasta la estación de metro y me explicaba cómo le iba su nueva vida junto a su mujer y sus hijas. Un día me comentó: “Vengo al Hospital cada sábado porque estoy tan agradecido de como me han tratado aquí que me gustaría devolverles aunque fuera solamente una pequeña parte de todo lo que he recibido”.
Para mí, como creyente, el caso de Juan fue una verdadera resurrección. Juan pasó de la muerte a la vida. Y no solo eso. Pasó de la muerte a ser no solo un ser vivo sino a una vida que da vida.
4. Me confundí (carta)
Mientras conversaban y discutían, Jesús mismo se les acercó y se puso a caminar a su lado. Pero, aunque le veían, algo les impedía reconocerle (Lucas 24,15-16)
Querido Antonio, me llamo David. Quizá ya no te acuerdas de mí. Es normal. ¡Supongo que conoces a tanta gente! Recuerdo un día que yo iba paseando con aquel compañero tuyo, aquel chico joven que tenía el cerebro destrozado por las drogas. Sí, aquel chico alto y delgado que tenía barba y se sentía triste por todo lo que había hecho sufrir a su madre cuando él consumía... Pese a todo, decía, mi madre continúa viniéndome a ver... no hay amor más grande... Te recuerdo bien. Ibas vestido con un pijama azul, sucio, lleno de manchas de café y agujereado por quemaduras de cigarrillo. Tu cabello era largo, negro, limpio y desordenado y tus ojos eran tan oscuros y abiertos como la inmensidad de un lago. Recuerdo que te acercaste a nosotros y con los ojos llenos de lágrimas nos pediste un cigarrillo. Yo te dije: “No llores”, y mi compañero te dio un cigarrillo rubio. Dejaste de llorar inmediatamente. Recuerdo tus dedos quemados por las veces que te dormías con el cigarrillo encendido en los largos ratos de soledad en los jardines del Hospital. Estuviste caminando y fumando a nuestro lado y, de repente, hablaste. Nos dijiste: “Una pregunta: Yo... debo de ser Dios, ¿verdad?”. Y yo te miré y te dije: “No, tú eres Antonio”. Y es en este momento cuando me confundí. Realmente tú eras Dios. Eras el mismo Dios que, pequeño y pobre, habías venido a visitarnos y caminabas a nuestro lado, como aquella vez con los discípulos de Emaús. Eras Dios llagado y suplicante que llamaba a la puerta de nuestro corazón... No sé si te sentiste querido y acogido. Perdóname Antonio. Perdóname Dios.
5. La madre
Abu Huraira relató: Un hombre fue al Mensajero de Alá y le dijo: “¿Quién es la persona de entre la gente que tiene derecho al mejor trato de parte mía?”. Y el Mensajero de Alá respondió: “Tu madre”. Le dijo: “Y después ¿quién?”. Dijo: “Después tu madre”. Le dijo: “Y después ¿quién?”. Dijo: “Después tu madre”. Le dijo: “Y después ¿quién?”. Dijo: “Después, tu padre”. (De un Hadith del Profeta Muhammad)
Ya ha llegado el otoño. Aquella señora mayor que vemos en la lejanía cargada con una bolsa no puede con su alma. Sube y se para cada cinco pasos y vuelve a retomar el camino con lentitud pero con constancia de madre. Ya la tenemos delante. Sonríe. La semana pasada cumplió 78 años, nos dice. Quedó viuda hace tres y, desde entonces, hace sola este viaje casi diario al Hospital. Viene a traer ropa y algunos utensilios de baño para su hija, ingresada hace ya 15 años. El chico que me acompaña conoce a la hija, ya que viven en el mismo pabellón. La chica va en silla de ruedas, es disminuida psíquica profunda y sufre frecuentes ataques epilépticos. Últimamente, nos dice la madre, ha tenido momentos de gran agresividad con algunos enfermeros. Durante los primeros años de la enfermedad venían a ver a la chica sus tíos, primos e incluso algunos vecinos. Pero las visitas fueron haciéndose cada vez más espaciadas en el tiempo hasta que un día desaparecieron.
La mujer, antes de continuar el camino, nos dice algunas palabras bonitas a mi amigo y a mí: “¡Sois tan jóvenes! ¡Me recordáis tanto a mi hija!”. Y nos da unos caramelos con sus manos temblorosas y tiernas. De repente, se gira y le dice a mi amigo con ojos brillantes y llorosos: “Quiero que me hagas un favor. Cuando yo ya no esté, ¿querrás ir a ver a mi hija de vez en cuando?”. Y, tal como los árboles lloran hojas durante el otoño, una lágrima cae lentamente por la mejilla de aquella madre...
6. Escrito en un árbol
Así hemos llegado a saber y creer que Dios nos ama. Dios es amor, y el que vive en el amor vive en Dios y Dios en él (1 Juan 4,16)
Un día, cuando llevaba a misa a un señor que iba en silla de ruedas vi algo que me impactó profundamente. En uno de los árboles del jardín del Hospital había escrita esta frase: “Te doy gracias, Dios mío, por todo lo que me has dado a lo largo de estos veinte años en que he estado ingresado en el Hospital. He sido muy feliz. Te quiero”. Confieso que me quedé impactado por el amor de este paciente, por cómo había podido descubrir a Dios en una vida tan dura cuando lo más normal era que se preguntara: ¿Dónde está mi Dios? Y recordé una frase de un amigo judío: “Pobre es aquel que, no teniendo nada, todo lo espera de Dios”. Y es por esto que me sentí un pobre hombre, a menudo preocupado por cosas sin importancia y tan lleno de amigos, de familiares, de salud, de mí mismo, que no he dejado espacio para que Dios entre en mi vida y m...
Índice
- Introducción
- 1. Cuento de Navidad
- 2. ¿Quién eres, Dios?
- 3. Volver a vivir
- 4. Me confundí (carta)
- 5. La madre
- 6. Escrito en un árbol
- 7. Los sábados por la tarde
- 8. Te reconocí cuando partiste el pan
- 9. Tener claro para qué hemos venido
- 10. Encontrar el amor
- 11. Romper la cadena del odio
- 12. Solo quiero estar contigo
- 13. Tendresse (a propósito de la película Amour, de Michael Haneke)
- 14. Te quiero por como me miras
- 15. Momentos de gloria
- 16. La visita
- 17. Padre nuestro
- 18. Tener el corazón lleno de nombres
- 19. Compañía
- 20. Dar vida
- 21. Encontrar la vida
- 22. Un ángel
- 23. Tener a alguien
- 24. Muchas gracias
- 25. No pases de largo
- 26. Él es nuestra paz
- 27. María
- 28. Esperanza
- 29. El verdadero milagro
- 30. Estar atentos
- 31. Tener el corazón en las manos (día de san Camilo de Lelis)
- 32. José, indignado
- 33. El ingenio de los pequeños
- 34. Cosas de familia
- 35. Vivir solo de amor
- 36. Tener un tesoro en el cielo
- 37. Amistad
- 38. Ganar el tiempo
- 39. Volver al Padre
- 40. Volverse a encontrar
- 41. Enséñame a jugar
- 42. Un corazón nuevo
- 43. Buscar ternura
- 44. Dios se muestra en el silencio
- 45. Hermanos
- 46. Escuchar el silencio
- 47. Creer en las semillas del Reino
- 48. Enséñame a rezar
- 49. Darlo todo para recibirlo todo
- 50. Recibir una visita
- 51. Aprender a llorar
- 52. Segunda oportunidad
- 53. Tu imagen
- 54. Valentía
- 55. Escuchar
- 56. Comunicarse
- 57. Antes y después
- 58. Hacer de la enfermedad un servicio
- 59. Cristo te espera
- 60. El hijo pródigo
- 61. Ser comidos
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