Carácter

Ferdinand Borderwijk

• Editorial: Jus, Libreros y Editores
• Año: 2018
• ISBN del libro electrónico: 9786079409944
• Edición: 1
• Categoría: Literatura
• Categoría: Literatura general

Caráctertiene tres protagonistas: un padre, una madre y un hijo. En cierto sentido, el resto de los personajes, por muy importantes que parezcan, sólo sirven para acentuar la granítica unidimensionalidad de esos tres.Esto le da a la narración un aire mítico; cada uno de los protagonistas es esencialmente incapaz de comunicarse con los otros: está atrapado en su propia naturaleza sin posibilidad de escape. No conozco otro relato cuyos personajes se sometan de forma tan brutal al yugo de la información retenida, tanto que la trama (una batalla sorda entre padre e hijo donde la madre, que en su día se negó a casarse, jamás abandona su mutismo) parece desarrollarse en una cápsula de silencio. El padre es un monstruo salido de la tragedia griega; la madre, una santa de proporciones casi aterradoras; y el hijo debe vencer al padre que intenta destruirlo (aunque tampoco esto es seguro al concluir la historia).

NEGOCIOS, AMOR, FRAUDE

El segundo año, el camino de Katadreuffe no estuvo exclusivamente tapizado de rosas. Las cosas no fueron del todo bien antes aun de que hubiera comenzado el nuevo año laboral, ya en la época de vacaciones, incluso antes.

Sin tener ninguna culpa, la señorita Te George fue la causa de una secreta inquietud en su corazón. Creía haber renunciado a ella de manera definitiva, resultó todo lo contrario. Fueron dos episodios. El primero tuvo aún un carácter exclusivamente placentero, aunque al evocarlo lo invadía la vieja insatisfacción.

Después de aquella breve conversación en su cuarto, apenas había intercambiado saludos con ella. Era una tarde a finales de junio, poco antes de la hora de cierre. Se topó con ella en la escalinata, igual la primera vez. Salía de la sala. Stroomkoning no había ido a trabajar aquel día. Katadreuffe sintió ganas de hablar con ella y sólo se le ocurrió preguntar:

—¿Podría ver la sala? Es que en realidad nunca he estado dentro.

Ella se detuvo en la escalinata.

—¿Nunca? —preguntó con sorpresa—. ¿Lo dice en serio?

—Pues sí. Una sola vez hablé brevemente aquí con el señor Stroomkoning, pero lo que es verla, nunca la he visto.

—¡Y vive aquí!

—Sí, pero arriba: no tengo a qué venir a esta zona.

Ella se quedó mirándolo. La situación hizo que, de algún modo, volviera a sentirse triste: él vivía allí y nunca había entrado en el despacho de su jefe. Estaba segura de que decía la verdad; aun más: sabía que aquello no denotaba humildad, sino orgullo: no quería entrar subrepticiamente, sin que nadie lo invitara, en un sitio donde no pintaba nada. Pero ella sí tenía derecho a entrar: si ella lo invitaba sería distinto. ¡Cuán lejos era capaz de llegar una persona con un carácter así! Le resultaba triste: seguía enamorada de él.

Con una sonrisa, lo invitó a entrar, y ella misma cerró la puerta.

Tuvo que volver a encender la luz, porque la luz del día apenas entraba en la sala: el antiguo predio del fondo se había llenado de almacenes.

—Al señor Stroomkoning no le gusta tener que estar siempre con la luz encendida —dijo ella—. No puede ser sano, pero no hay opción.

—Sí, pero lo de esa araña —dijo él señalando la lámpara— es una lástima.

La gran araña eléctrica colgaba de un rosetón ricamente pintado; la barra que la sostenía atravesaba la espalda de un Sileno.

Katadreuffe tenía ojo para esas cosas. La señorita Te George alzó la vista y suspiró sonriendo.

—Es verdad, pero seguro que tampoco habría podido ser de otra manera.

Se abrió la puerta. Apareció Rentenstein.

—Perdona… —empezó a decir, pero la señorita Te George, alta, delgada, distinguida, le volvió la espalda y él decidió marcharse sin más.

—No me parece —comentó Katadreuffe— que Rentenstein tenga buen aspecto últimamente.

Era la primera vez que hablaba de alguno de sus compañeros: lo hacía porque estaba con ella.

—Tal vez no se encuentre bien —respondió la señorita Te George con prudencia. Hacía tiempo que lo había notado.

Allí quedó la cosa. Él recorrió la sala con la mirada. Los muebles y tapices de colores oscuros eran rica, no exuberantes; cálidos, no opulento. Una sala para los grandes clientes: sillones oscuros y cómodos, un gran escritorio en un rincón, un gran espejo encima del hogar (un toque de claridad), cuatro retratos en la repisa de la chimenea (dos muy grandes, dos pequeños), un armario holandés antiguo con jarras azules y otras dos jarras, majestuosas, a ambos lados de los retratos.

Notó sobre todo la gran mesa de reuniones, en el centro, con el paño verde y las sillas dispuestas con cuidado alrededor; la de Stroomkoning, en la cabecera, igual que las demás, y a su lado una pequeña mesita de color marrón oscuro.

—Allí es donde se sienta usted —dijo.

Lo presintió. No se equivocaba. Ambos sonrieron: allí estaba de nuevo esa sonrisa suya.

Pero enseguida recobró su seriedad y se puso a contemplar los cuadros en la pared. Un plano detrás de un cristal fue lo que más le gustó; no de los puertos, como los que había en tantos despachos de hombres de negocios, sino una carta antigua de la ciudad, de siglos atrás: una ciudad pequeña, con los viejos puertos diminutos todavía en uso. A Katadreuffe encantaron aquellas tonalidades: las casas color terracota, las calles amarillo óleo, el fondo gris piedra pómez, el agua azul nomeolvides y, cubriéndolo todo, la pátina marrón de más de do...

Índice

• Cover
• EBOOK_Bordewijk
• No
• Infancia y adolescencia
• Más de la infancia y adolescencia
• Una quiebra
• Fachada y bufete
• Un amigo
• Saber hasta la t
• Un comienzo
• Los primeros meses
• Más de los primeros meses
• El primer año
• Más del primer año
• Dreverhaven
• Katadreuffe y Dreverhaven
• Por segunda vez
• Negocios y amor
• Tiempo descolorido
• El camino a Leiden
• Negocios, amor, fraude
• Preocupaciones
• El camino por Leiden
• Pleitos y fiesta
• La colina
• Dreverhaven y Katadreuffe
• Table of Contents