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Una visión binocular
Psicoanálisis y filosofía
- 266 páginas
- Spanish
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- Disponible en iOS y Android
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Una visión binocular
Psicoanálisis y filosofía
Descripción del libro
Ensayos en los que se plantea la estrecha relación que existe entre el psicoanálisis y la filosofía al tratar los mismos fenómenos.
En 1962, Wilfred Bion introdujo el concepto de visión binocular en el psicoanálisis con el fin de describir un estado mental de percepción ampliada: la capacidad para transitar de lo consciente a lo inconsciente y viceversa. Dieciséis años después, Hans Loewald, otra figura emblemática de esta disciplina, también pensó en esta noción para caracterizar la vivencia en la que la realidad y la fantasía se experimentan simultánea y separadamente, enfoque que posibilita una comprensión más extensa de ambos fenómenos. Por ello, los editores de este libro han escogido este concepto para expresar una posible articulación entre dos disciplinas que se aproximan a los mismos fenómenos y que, a su vez, mantienen una estrecha y muchas veces problemática vinculación: el psicoanálisis y la filosofía. Así, esperan que, en el encuentro de sus convergencias y divergencias, ambas disciplinas puedan enriquecerse.
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Información
Racionalidad e inconsciente: sueño, lenguaje y pensamiento
Los límites de la irracionalidad
Pablo Quintanilla
Cuando un mortal se aplica en su propia destrucción,
viene un dios y le ayuda
Esquilo, Los Persas
Freud amplió el ámbito de lo racional. Lo hizo en dos sentidos diferentes pero complementarios. Por una parte, logró explicar racionalmente fenómenos que hasta entonces eran considerados ininteligibles y, por tanto, eran confusamente asumidos como irracionales, como gran parte de la sintomatología neurótica. Al explicar esos fenómenos racionalmente, es decir, sobre la base de razones y causas, dejaron de ser considerados irracionales y fueron comprendidos como parte de la complejidad del comportamiento humano. De otro lado, Freud fue parte de un proceso histórico en el que participaron muchos filósofos de los siglos XIX y XX, que implicó superar una concepción demasiado estrecha de lo racional. Al hacerlo, resignificó este término, mostrando cómo la racionalidad tiene muchas más facetas que las que solía ver la tradición filosófica moderna. Lejos de implicar un abandono de la racionalidad, el proyecto freudiano nos permitió tener una concepción más completa de ella.
En las discusiones teóricas contemporáneas, sin embargo, tanto en filosofía como en psicoanálisis, hay pocos conceptos que soporten más diversidad de interpretaciones y malentendidos que los relacionados con la racionalidad y la irracionalidad. El propósito de esta contribución es, por ende, colaborar en su explicación para tratar de reducir las confusiones en las que estos conceptos se hallan sumidos. Comenzaré con una breve y panorámica contextualización histórica para luego concentrarme en la obra de Donald Davidson, uno de los autores que ha hecho más por aclarar esta temática.
En primer lugar, es claro que las palabras racional e irracional tienen muchos significados y nadie tendría por qué pretender que alguno de ellos sea el correcto o el privilegiado. Pero, naturalmente, uno puede argumentar que algunos de estos usos son preferibles a otros, en tanto resultan más explicativos o esclarecedores, así como también se podría afirmar que otros usos contienen presupuestos injustificados, confusos o simplemente engañosos. Así, intentaré analizar cuáles sentidos de los empleados pueden ser explicativos y cuáles no. Para ser más claro, me detendré brevemente en mostrar las que considero son las concepciones más importantes de racionalidad en la tradición filosófica, a las cuales llamaré la concepción moderna, la culturalista y la formal.
El pensamiento moderno, heredero de la tradición clásica griega, entiende la razón en dos sentidos principales: uno predicativo y el otro sustantivo. El primero se entiende como la justificación sobre la base de razones de una creencia o una acción, con lo cual podemos decir que es racional creer una cierta proposición o realizar determinada acción. El segundo sentido es entendido como la capacidad humana que nos permite hacer esas justificaciones, dando a su vez razón de ellas. Según este modelo, esa supuesta facultad de dar razones, conformada por un conjunto de reglas inferenciales y contenidos cognitivos, sería universal, probablemente innata, y constituiría propiamente el rasgo esencial del ser humano. Así, en gran medida, el proyecto de la modernidad y de muchos autores contemporáneos consistió y, aún consiste, en la búsqueda de esa capacidad que, a su vez, se convirtió en criterio de demarcación entre lo humano y lo no humano. Es importante aclarar que, aunque esta noción de racionalidad haya sido característica de la modernidad, no hay que asumir automáticamente que deba ser abandonada sino, en todo caso, podríamos suponer que debería ser modificada. Podría ser que, en efecto, haya principios inferenciales y cognitivos universales e innatos, y que tenga sentido denominarlos constitutivos de la racionalidad, pero seguramente hoy los explicaríamos como producto de la adaptación del cerebro humano al medio, a lo largo de varios millones de años de evolución, y no como una esencia intemporal de lo humano. En todo caso, según esta concepción moderna, lo irracional sería lo injustificable sobre la base de esos criterios objetivos y universales de justificación. Eventualmente, esa concepción permitió que se considerara irracional las creencias y los comportamientos de culturas distintas a la europea que no podían ser explicados fácilmente según los patrones occidentales, con lo cual se llamó también irracional a lo diferente y lo otro, así como a lo incomprensible e impredecible. Precisamente por ello, lo irracional terminó asociado a lo amenazador, a lo incontrolable, eventualmente incluso a lo considerado inhumano y monstruoso.
Esta concepción de racionalidad comenzó a ser cuestionada desde que algunos filósofos recientes se preguntaron si esa supuesta universalidad no sería más bien una estrategia de justificación de formas de imposición cultural y política. De ser ese cuestionamiento correcto, lejos de haber una racionalidad universal, lo que habría es una racionalidad histórica dominante, la europea, interesada en imponerse sobre las otras racionalidades, justificándose bajo el argumento de una supuesta pero inexistente universalidad. Así surgió la pregunta sobre si realmente hay una racionalidad universal o si lo que hay es una pluralidad de racionalidades; y si la pretensión de que haya una racionalidad universal (es decir, contenidos cognitivos y criterios universales de justificación gracias a una facultad que todos compartiríamos), no es sino la pretensión de una de ellas por alzarse sobre las otras para someterlas. En efecto, con frecuencia occidente se impuso sobre otras sociedades amparado en el falaz argumento de que llevaba una justificación racional que tendría como consecuencia la capacidad de civilizar a pueblos y culturas que no habían accedido, todavía, al pleno uso de esta racionalidad.
Con el idealismo lingüístico del siglo XIX y comienzos del XX se sentó las bases para que posteriormente algunos autores sostuvieran que no hay una racionalidad sino varias: esta es la concepción culturalista. Así se empezó a hablar de una racionalidad occidental diferente de otras racionalidades como, por ejemplo, orientales, africanas, andinas, amazónicas, etcétera. La irracionalidad siguió siendo entendida como lo otro y lo diferente, pero asumiéndose que lo que es irracional para nosotros puede ser racional para otros, y viceversa. La idea, en esta concepción, es que quienes pertenecen a otra cultura podrían razonar de una manera diferente, en el sentido en que les podrían parecer válidas ciertas inferencias que no nos parecen válidas a nosotros, o que ciertas creencias les parezcan razonables por ser parte del sentido común de su sociedad, aunque estas mismas creencias podrían ser consideradas absurdas por nosotros.
Es importante notar que aquí se está jugando con dos sentidos diferentes de racionalidad: uno que remite a la validez lógica de las inferencias (razonar) y otro que apela a los contenidos mismos de las creencias (ser razonable). Respecto de lo primero habría que discutir si la validez de las inferencias lógicas es un asunto cultural, es decir, si el modus ponens es occidental y, por tanto, podría haber culturas en que sea inválido. Eso sería en verdad muy extraño. Más probable me parece que algunas reglas lógicas de inferencia así como algunos principios lógicos, como el de no contradicción, sean parte de las características formales del pensamiento humano y que, por tanto, hayan evoluc...
Índice
- Introducción
- De lo intrapsíquico a lo intersubjetivo: pulsión y reconocimiento
- Herramientas clínicas o categorías teóricas: los conceptos psicoanalíticos
- Racionalidad e inconsciente: sueño, lenguaje y pensamiento
- En diálogo con la filosofía contemporánea: Wittgenstein, Ricœur, Nussbaum