
- 128 páginas
- Spanish
- ePUB (apto para móviles)
- Disponible en iOS y Android
eBook - ePub
Descripción del libro
Combina la perspectiva teórica con el análisis de casos y propuestas pedagógicas; nos entrega un conocimiento posible de aplicar a la realidad escolar. Los docentes hemos sido preparados para educar a un supuesto alumno promedio, pero la población escolar es altamente diversa. ¿Es posible educar considerando capacidades, talentos, culturas, contextos e intereses distintos? En sus páginas está la respuesta.
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Información
Categoría
PedagogíaCategoría
Educación inclusivaCAPÍTULO I
La igualdad y la diferencia
1.1. ¿IGUALDAD DE QUÉ?
La uniformidad es la muerte; la diversidad es la vida.
(Mijail A. Bakunin)
(Mijail A. Bakunin)
Los seres humanos compartimos una misma naturaleza y, como parte de ella, somos singulares, únicos, excepcionales. La igualdad no alude a nuestra naturaleza común, sino a que tenemos los mismos derechos. Así se consigna en el artículo 1º de la Declaración Universal de Derechos Humanos (DUDH): “Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos y, dotados como están de razón y conciencia, deben comportarse fraternalmente los unos con los otros” (1948). Sobre la premisa de la igualdad universal se funda la sociedad actual: “A pesar (y a partir) de la heterogeneidad entre los individuos, todos somos depositarios de ciertos derechos, beneficios y oportunidades que nos corresponden por el hecho mismo de vivir en sociedad” (Barros, 1996).
Reconocer esas diferencias no implica que seamos superiores a los demás ni que ciertas características humanas sean más valiosas que otras; al contrario, significa distinguir en cada persona su singularidad y, por tal motivo, su derecho a ser respetado y valorado. “La desigualdad se produce cuando se establecen jerarquías entre las personas en función de criterios como la raza, el origen social o el género, que conducen a la discriminación, la exclusión y a estar en desigualdad de condiciones para aprovechar las oportunidades educativas y sociales” (Blanco, 2008). La negación de las diferencias, su valoración negativa, su jerarquización y los estereotipos han llevado a excluir y discriminar a los otros.
Evitarlas es una primera forma de exclusión que impide aprovechar la riqueza de la diversidad como una fuente de aprendizaje tanto para los demás como para sí mismos. A menudo escuchamos la confusión entre “hacer diferencias” y “reconocer diferencias”. Por ejemplo, un director de escuela comenta lo siguiente respecto a las diferencias de origen de los estudiantes: “Entiendo que la diversidad no es un tema, somos todos muy parecidos”. Otro docente las explica de esta forma: “El rol del profesor frente a sus alumnos es eliminarles toda esa diferencia que hay entre los mismos de su comunidad, porque entre ellos hacen diferencia”. Asimismo, una profesora manifiesta: “No me gusta acentuar las diferencias, sobre todo porque a veces se habla de ‘interculturalidad’ y lo que se hace es tomar a la niñita, vestirla con un atuendo mapuche1 y hacerla bailar un bailecito. Eso es más que nada, folclorizar la cultura, pero no es rescatarla o valorarla, pues qué sabe uno de lo que esa niñita está pensando, a lo mejor ni ella sabe por qué está ahí” (Hirmas y Stingo, 2000).
¿Por qué eliminar las diferencias?, ¿acaso significa ser equitativos en el trato que damos a los estudiantes? Si las ignoramos, ¿qué oportunidades le estamos brindando a la persona para su desarrollo? ¿Qué se le está enseñando?, ¿qué aprende?
La “invisibilización” de las diferencias no nos hace más justos. Si bien se requiere tratar a los alumnos de forma digna y acogedora, ignorar sus disimilitudes resulta inútil en los procesos de desarrollo individual, es decir, de la personalidad y autonomía. Para crecer necesitan ser vistos y reconocidos en su singularidad. Esto es fundamental en la construcción de la identidad personal e indispensable en la formación de la autoestima. Sabemos que una autoconcepción positiva permite “buscar oportunidades, tener realizaciones y resistir obstáculos y contratiempos. Cuando falta, las personas se hacen dependientes, son poco perseverantes y carecen de audacia para las elecciones existenciales” (Milicic, 2001, p. 24).

No por el hecho de nacer en un determinado país o tener ciertas raíces culturales, somos de una manera uniforme e idéntica a las otras personas de ese mismo origen.
También es cierto que no por nacer en un determinado país o tener ciertas raíces culturales, las personas con las que se comparten ese origen son idénticas. La ascendencia marca, pero no limita la identidad. Constantemente los seres humanos asimilan e interiorizan elementos de diversa procedencia: sin ir más lejos, a la cultura de origen se agrega la generacional, de género, religiosa, familiar, entre otras. Folclorizar esta cultura, como muy bien ilustra la maestra, restringe el desenvolvimiento y desarrollo de nuevas identidades, facetas o nuevos mundos internos. Cuando encasillamos a otros, los estereotipamos y, por ende, promovemos su exclusión. A los indígenas solemos reducirlos a una caricatura de su etnia y, de esta manera, ocasionamos que no interfieren en nuestras creencias ni afecten o cuestionen nuestro modo de pensar. Con relatos y juicios sobre ellos los encerramos en un patrón del cual nos distanciamos.
La educación está obligada moralmente a eliminar o minimizar las desigualdades sin anular o desvalorizar las diferencias, ya que el trato uniforme profundiza las desigualdades y atenta contra el derecho a la identidad (OREALC/UNESCO, 2007). Este deber también es una necesidad social de dar una respuesta educativa pertinente y coherente a la diversidad efectiva que caracteriza a nuestras sociedades y que los sistemas escolares tienden a anular. Al respecto, Mascareño propone que la educación debe “renunciar a su anhelo de uniformidad social que la guió desde la organización de las Repúblicas, para encontrar la legitimidad en las diferencias que quiso absorber” (2000, p. 1). Así, el autor plantea que la educación debe orientarse a coordinar las diferencias, más que a nivelarlas.
¿Qué enseñamos a los estudiantes cuando ignoramos las características que los vuelven singulares? Les mostramos que ser distinto es perjudicial, mejor ocultar aquello fuera de lo común; que existe una supuesta normalidad; que lo mayoritario o dominante es bueno y lo peculiar es negativo. Les estamos enseñando también a evitar conocer al otro en su diferencia, en aquello que precisamente lo hace único: la total negación de sí mismos.

Los niños y niñas que rotan de escuela en escuela o se sienten impulsados a abandonarla, van edificando una historia de fracasos, lo que significa un daño profundo a su autoestima.
Igualdad de derechos, el punto de partida de la escuela inclusiva
Cuando una sociedad y los sistemas educativos no confían en su capacidad de enseñanza en contextos complejos de vulnerabilidad y diversidad, segregan o expulsan a quienes representan una dificultad para la escuela. Con ello, reproducen y refuerzan el círculo de la exclusión, anulando los derechos humanos. Los niños que rotan de escuela o se sienten impulsados a abandonarla van edificando una historia de fracasos, lo que daña de manera profunda su autoestima y cultiva un resentimiento que los margina cada vez más. El sistema educativo construye así “escuelas de desecho” adonde llegan quienes no son acogidos.
Se escucha con frecuencia la frase políticamente correcta “esta escuela no está preparada para recibir a dicho alumno” o “su hijo necesita estar en otro lugar”. Si bien es fundamental que docentes y directivos reconozcan sus limitaciones para educar a ciertos alumnos, una escuela que con honestidad admite su falta de competencias y recursos para desempeñarse eficazmente frente a dificultades de los estudiantes puede optar por capacitarse y buscar el apoyo necesario para garantizarles la posibilidad de participar en la sociedad y concretar su proyecto. Para construir sistemas educativos más justos, se requiere proveer a las escuelas que funcionan en contextos de mayor vulnerabilidad de los equipos directivos y docentes más competentes, cuya formación sea permanente, y de las mejores condiciones materiales. Así se lleva a cabo en países con un sistema educativo que ha logrado los más acelerados progresos en el mundo (Barber y Mourshed, 2007).
Excluir a un niño del sistema educativo por diversas circunstancias es violar uno de sus derechos fundamentales. El derecho a la educación se expresa en la DUDH y se ratifica en las Cartas Constitucionales de la región. La UNESCO reconoce que la educación permite ejercer otros derechos, pues sin ella resulta difícil conseguir un empleo digno, expresarse con libertad o participar en la vida política de un país. Por ello, sostiene que considerar a los niños sujetos de derechos es, sin duda, un gran avance de la humanidad (OREALC/UNESCO, 2007, p. 27).
Tener los mismos derechos y oportunidades brinda la libertad de decidir. Como señala Amartya Sen (1999), la verdadera equidad consiste en la igualdad de capacidades para actuar en la sociedad y elegir dentro de un conjunto de opciones (Blanco, 2006-2007). La educación inclusiva se fundamenta precisamente en un enfoque de derechos y postula una educación que empodere a las personas y les entregue herramientas para ser artífices de su destino y defensores de la dignidad humana.
La DUDH (1948), la Declaración de los Derechos del Niño (1959) y el Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales (1966) atribuyen como principal labor de la educación el pleno desarrollo de la personalidad humana, con énfasis en el fortalecimiento del respeto a los derechos humanos y a las libertades fundamentales, además de favorecer la comprensión, la tolerancia y la amistad entre los pueblos, y capacitar a las personas para participar efectivamente en una sociedad libre.
A las convenciones y declaraciones citadas se suman otras más que confirman la igualdad de oportunidades en el ejercicio del derecho a la educación sin discriminación de ningún tipo. Cabe destacar la Convención contra toda forma de Discriminación en Educación (1960); en ella se considera que la discriminación es cualquier distinción, exclusión, limitación o preferencia basada en raza, género, lengua, religión, motivos políticos u otros tipos de opinión, origen social y económico, país de origen. Asimismo, se advierte que sus propósitos son 1) limitar a determinadas personas o grupos el acceso a cualquier tipo y nivel educativo; 2) establecer o mantener sistemas educativos separados o instituciones, y 3) dar a ciertos individuos o agrupaciones un trato incompatible con la dignidad humana.
Declaraciones y convenciones
Entre estos instrumentos se encuentran la Convención internacional sobre la eliminación de todas las formas de discriminación racial (1965), la Convención sobre la eliminación de todas formas de discriminación contra la mujer (1979), la Declaración Universal sobre la Diversidad Cultural (2001), la Convención sobre los derechos de las personas con discapacidad (2006) y la Declaración de las Naciones Unidas sobre los derechos de los pueblos indígenas (2006).

Si los individuos no cuentan con los derechos económicos, sociales y culturales no es posible que ejerzan los derechos fundamentales de equidad y libertad.
¿Por qué son tan relevantes estas convenciones? Su ratificación por parte de los países actúa como un marco protector de las personas y, a la vez, les entrega el poder para hacer valer sus derechos. Los individuos ya no quedan a merced de los Estados ni de otras pers...
Índice
- Portada
- Portadilla
- Acerca de los autores
- Prólogo
- Introducción
- CAPÍTULO I: La igualdad y la diferencia
- CAPÍTULO II: Análisis de casos y situaciones
- CAPÍTULO III: De cierre: nuestras creencias
- BIBLIOGRAFÍA
- Créditos